domingo, 8 de enero de 2017

Retos y amenazas: perspectivas para 2017 en el frente


Retos y amenazas: perspectivas para 2017 en el frente
Es complicado analizar las perspectivas del conflicto de Donbass para 2017, especialmente si se dejan de lado los juegos y las batallas psicológicas. Las razones están claras: lo negativo de lo que está ocurriendo y la falta de un esquema claro para analizar las oportunidades.
Artículo Original: Vzglyad
Tomado de Slavyangrad

En Kiev, y en el frente con el Ejército Ucraniano, nos enfrentamos a personas cuya forma de pensar está al margen de toda lógica, de ahí las dificultades. A la hora de analizar la acción militar, por no mencionar los aspectos políticos, es común basarse, en teoría, en el “pensamiento perfecto”, según el cual los personajes, como robots, persiguen los intereses políticos y militares del Gobierno. En este caso, ese “en teoría” es una quimera. De hecho, en la práctica cualquier comandante de brigada del Ejército Ucraniano puede iniciar, por su propia iniciativa, una “operación X”, que cualquiera día puede intensificarse hasta convertirse en batalla a lo largo de todo el frente.

Hace tiempo que Donbass vive como si existieran realidades paralelas, incluso la información, decoradas como si la realidad no existiera.

El primer círculo del infierno sigue siendo el “proceso de Minsk”, aún en vigor. Incluso los participantes olvidan de vez en cuando qué parte es la realidad y cuál ha quedado apartada, aunque el término sigue usándose en el campo de la información, inevitablemente ligado a la idea de paz y alto el fuego. Se tiende a creer en las buenas intenciones, así que renunciar al mito del “proceso de Minsk” puede tener un impacto negativo en la situación en el frente, ya desataría algunas manos atadas. En ese sentido, se considera que este concepto, aunque sometido a todo tipo de burlas, sigue siendo necesario.

En la práctica, incluso el proceso de intercambio de prisioneros, que sigue siendo cosa de las “conversaciones de Minsk” [no del Cuarteto de Normandía], ocurre de forma espontánea, pactado por otros canales: desde iglesias a acuerdos personales, en lugar del “todos por todos” que debería haber salido de las negociaciones de Minsk, imposible por numerosas razones.

Otro supuesto “camino hacia la paz”, creación de las llamadas zonas de seguridad, pequeños islotes alrededor de varios puestos de control, que deberían facilitar la vida de la población, también es problemático. En un futuro (meses, años, décadas), la estructura de “zonas seguras” diseñada por la OSCE -que también existe en una realidad paralela, aunque no sea la misma- serán extendidas a lo largo del frente, reconciliando a “todos con todos”. Es necesario ser miembro de la estructura burocrática europea, o un francés con la bufanda en el cuello, para creer realmente tal cosa.

Desde el punto de vista legal, ni el “proceso de Minsk” ni el formato de Normandía existen tal y como lo formularon las partes al más alto nivel político. Incluso temas de importancia como el suministro de agua, gas y electricidad a través de la línea del frente se regulan en términos informales, “por debajo de la mesa” en lugar de a nivel de Estado, como si la competencia recayera sobre las autoridades locales. Kiev no tiene intención de participar en negociaciones directas con las autoridades electas de la RPD y la RPL, ya que eso modificaría la actual realidad existente de facto. La prolongación de las negociaciones es una de las claves: el estatus de Donbass y sus futuras relaciones con Ucrania prácticamente han desaparecido de esos “procesos” como alternativa viable y la mayor parte de los participantes lo tratan como mera formalidad, “por si acaso”. El estado de la diplomacia no da mucha confianza.

En este contexto, la situación militar continúa deteriorándose al margen de las negociaciones. A Ucrania se le acaba el tiempo para usar el potencial militar acumulado: la agrupación militar del Ejército Ucraniano en Donbass sigue aumentando, pese a que aparentemente no va a ninguna parte. Desarrollados hace un año en Kiev, los planes de ofensiva del Estado Mayor no han desaparecido y, aunque han sido ligeramente reformulados, siguen estando altamente politizados. Sus objetivos no responden a motivos militares sino a la propaganda y la política. De ahí la insistencia en la zona de Debaltsevo -pese a que cualquier avance de las tropas ucranianas llevaría a que quedaran rodeadas en una bolsa, repitiendo quizá la anterior bolsa [de febrero de 2015]- y la zona industrial de Avdeevka y el aeropuerto: una serie de crónicas marcianas.

Pero para que se cumplan estos planes tiene que haber oportunidades e incluso deseo del Ejército Ucraniano. Es difícil juzgar realmente quién influye a quién: si Poroshenko a los generales o si el ejército, que tiene un peso y una autoridad en la sociedad, puede tomar decisiones por su cuenta. También es casi imposible apreciar realmente el peligro de lo que está ocurriendo en los últimos meses en varios frentes. La tendencia del Ejército Ucraniano es a mover grandes cantidades de equipamiento militar en carreteras secundarias a lo largo del frente o, de repente, concentrar varios batallones en la retaguardia. En cualquiera de los casos, es necesario reaccionar.

Es especialmente negativo que la vida real vuelva a llevar al frente. La retórica pública, las intrigas, las negociaciones en la sombra, ya se han agotado, incluso aunque hubiera un momento en que parecía que serían suficientes para solucionar el conflicto. Es posible que se haya agotado el crédito y el potencial de aquellas personas que en los últimos dos años y medio han marcado una forma de hacer política. Esto es aplicable (puede que en primer lugar) a la parte rusa. Otra cosa es que Kiev siga negándose al diálogo directo con Donetsk y Lugansk, deliberadamente llevando así la comunicación política al terreno de los espías y la intriga. No es productivo, pero es emocionante, adictivo.

…Chispa al fuego

El principal peligro para 2017, igual que lo fue en 2016, procede de las operaciones ofensivas locales del Ejército Ucraniano, los avances hacia la “zona neutral” o el intento de “estirar la línea del frente”. Por término general están mal preparados y están condenados a sufrir pérdidas y al fracaso si se inician sin objetivos a medio plazo. El fracaso lleva al pánico, a la búsqueda de culpables y al uso en los enfrentamientos de las reservas, artillería, y acercamiento al frente de unidades destinadas a 500km de distancia, lo que puede derivar en batallas a gran escala. Lo que había empezado con lanzamientos de bombas, impacta en zonas civiles y se hace difícil de parar si no se para rápidamente. Hasta hace poco tiempo, era posible retrasar o paralizar este tipo de decisiones políticas, pero en estos momentos parece ser un escenario más peligroso.

Es de esperar que Kiev haya dado por buena la idea de que la organización de una ofensiva a gran escala llevaría al colapso de todo el frente, con una salida apocalíptica. Si seguimos pensando que se trata de personas con cordura, sería difícil imaginar otro escenario, suponiendo que en su cabeza no haya otra “voz en off”.

Otra cosa es que la propaganda ucraniana acepte la idea: en Kiev se cree ciegamente en el poder del Ejército Ucraniano, y cuentan con el “arma secreta” en forma de blindados Dozor y un par de docenas de morteros, la mitad de los cuales explota según los cálculos. Por no hablar de los Javelin, que se cree que llegarán [de Estados Unidos] a pesar de la elección de Donald Trump como presidente. Es posible que en Kiev se considere propaganda rusa el resultado electoral, de ahí que esperen, vestidos con sus camisas bordadas, la entrega de los Javelin.

Hace tiempo que una agrupación de un total de cien mil hombres vive en su propia realidad y cualquiera de sus operaciones puede provocar la implementación de planes ofensivos tras un par de días de batalla. En este caso, la cadena de decisión quedaría invertida: desde el comandante de brigada al Estado Mayor y no al revés, como sería habitual.

En este contexto, cualquier iniciativa política de la RPD y la RPL sería inútil, ya que Kiev simplemente les ignora y les utiliza como excusa para la guerra. Una recreación de 2015, aunque a mayor escala, es posible en 2017.

Es difícil que se presente una nueva oportunidad para una solución política, principalmente porque requiere un cambio de mentalidad en Kiev. En este sentido, suele exagerarse la influencia externa –Trump, la Unión Europea, el FMI. Si Kiev lo desea (y lo desea), seguirá resistiendo y no habrá fuerza externa que fuerce a las actuales autoridades de Ucrania a sentarse en una verdadera mesa de negociación en lugar de su habitual estilo de “firmamos un papel e inmediatamente lo quemamos”. Contra ellos no hay verdaderos instrumentos de presión, si seguimos viviendo en el mundo real, no en una fantasía.

La trampa psicológica de la sociedad ucraniana, que desde hace varios años se ha nutrido de odio y ganas de sangre, no tiene una salida de paz. No hay en Kiev políticos verdaderamente influyentes que puedan forzar a la sociedad a aceptar la necesidad de un compromiso. O están ya escondidos o recibirán un disparo en un callejón oscuro al primer intento de entablar negociaciones directas con la RPD y la RPL. En realidad, por eso se esconden.

En términos generales, por desgracia, este tipo de conflictos tiende a reanudarse y a hacerlo con mayor uso de armamento. No parece ser el caso en Donbass, pero eso no es más que una ilusión. El Ejército Ucraniano trabaja duro para recuperar su aviación y aunque pueda parecer poca cosa, siguen siendo capaces de hacer volar una docena de aviones. No importa cuántos regresen, en cualquier momento pueden elevar la intensidad del fuego en la batalla.

En los últimos años, Kiev ha conseguido imponer su manipulada versión de la realidad y aunque se piense que su postura cambiará a raíz de la llegada de Trump o de la liberalización de visados con la Unión Europea, no lo hará. Esto no es el carnaval de Venecia ni las historias del abuelo, es la dura realidad en la que cada uno responde por sí mismo y camina sin saber dónde pisa, sintiendo las consecuencias de esos pasos. En ese sentido, nada cambiará en 2017. En nada afectará el cambio del calendario a este prácticamente irresoluble conflicto armado.

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