Desde Londres
Es el tercer atentado en Londres este año, el cuarto en el Reino Unido, el primero ejecutado con un “artefacto explosivo improvisado”, pero la sensación que deja es que puede repetirse en cualquier lado, en cualquier momento de cualquier manera. Ayer el “artefacto explosivo improvisado” (Improvised Explosive Device o IED) explotó a medias en el subte  de la línea District Line en plena hora pico a la altura de la parada de Parson Green, en el suroeste de la capital. El carácter artesanal del IED y algún fallo aún no precisado en su mecánica evitó una tragedia mayúscula. El saldo fue de 29 heridos, ninguno con riesgo para la vida, y una cacería por todo Londres del autor o autores de este nuevo atentado.
Anoche Estado Islámico se adjudicó el atentado en la agencia noticiosa del grupo Amaq. El gobierno británico procedió a elevar el nivel de alerta de “severo” a “crítico”, el escalón más alto, equivalente a la posibilidad de un ataque inminente. Unos mil policías armados se comenzaron a desplegar en distintos puntos del país, con un énfasis en centros neurálgicos de gran concentración de gente como aeropuertos y estaciones de trenes.
La primer ministro, que tuvo una reunión por la tarde con COBRA, la unidad encargada de coordinar la respuesta a emergencias, explicó a la BBC las razones para elevar el nivel de alerta. “La evaluación que se hizo a lo largo del día nos llevó a concluir que puede ser inminente un nuevo ataque. También hemos puesto en marcha la primera fase de la operación Temperer para que la policía pueda contar con apoyo militar”, indicó May.
La primer ministro insinuó que habría nuevas medidas antiterroristas y criticó la infaltable intervención por Twitter de Donald Trump quien bien temprano sugirió que Scotland Yard tenía información sobre el atentado y debía ser más proactivo. “No creo que sea muy útil especular sobre una investigación en curso. Lo que nos interesa es encontrar a los responsables”, dijo May.
El alcalde de Londres, el musulmán Sadiq Khan, se sumó a la condena de los hechos. “Hemos visto una vez más estos ataques cobardes y hemos visto también como los londinenses y nuestros servicios han respondido. No vamos a tolerar que los terroristas alteren nuestro estilo de vida o nos dividan como comunidad. Londres ha demostrado una y otra vez que nunca seremos intimidados o derrotados por el terrorismo”, dijo el alcalde.
La realidad es que el atentado y sus consecuencias tienen algo de “deja vu”: la condena de políticos, la aseveración de que el terrorismo no triunfará, la promesa de más legislación antiterrorista, la intervención coordinada y extremadamente eficiente del servicio de ambulancias y hospitales, los testimonios de terror de los sobrevivientes.
La reconstrucción oficial en curso apunta que a las 0815 el IED explotó en el último vagón de un convoy que viajaba de la estación de Wimbledon hacia el centro de Londres provocando una bola de fuego que produjo quemaduras en alrededor de 22 personas. Cinco minutos más tarde la policía recibía la información de un incendio en un vagón de subte a la altura de la estación de Parson Green. Con la cautela que los caracteriza y el protocolo que siguen a rajatabla, la policía comenzó hablando de un “incident”, término genérico, pero premonitorio que no tardó en reemplazar por “atentado terrorista”.
Los testimonios describieron un balde blanco de albañil con una bolsa de supermercado adentro en llamas. Uno de los pasajeros, Chris Wildish señaló que el balde “tenía un montón de cables colgando”. Otra persona, identificado por la BBC como Lucas, señaló que escuchó una explosión muy fuerte y que vio “a personas con quemaduras en la cara, brazos, piernas, todos ayudándose. Los 22 heridos fueron trasladados a hospitales en la vecindad y la mayoría dado de alta en el curso del día. Para muchos el impacto emocional será mucho más difícil de superar. “Pensé que me moría”, dijo una joven a la cadena televisiva ITV.
El artefacto era improvisado y elemental, pero la percepción de esta chica está muy cerca de lo que efectivamente podría haber ocurrido. Según Jason Burke, especialista del diario The Guardian en temas terroristas, y autor de “Al Qaida: casting a shadow of terror”, no es la primera vez que una falla técnica evita una tragedia. “Una posibilidad es que el detonador no haya activado el cargador principal lo que causó el encendido y la bola de fuego, pero no la explosión que hubiera sido mucho más destructiva. Fue lo que pasó en julio de 2005 cuando una serie de bombas colocadas en el subte de Londres no explotaron. O en un café de Exeter en el que el atentado fracasó porque la bomba le detonó al terrorista mientras la preparaba en un baño. La incompetencia de los terroristas ha sido uno de los factores que ha salvado cientos de vidas”, señaló Burke.
En otros casos los terroristas usaron sistemas igualmente rudimentarios, pero con más éxito. Los atentados con coches y cuchillos, que se repitieron en los últimos dos años en distintas ciudades europeas, se cobraron ocho muertes y 48 heridos el 3 de junio de este año en el puente de Londres, cerca del mercado gastronómico de Borough Market. El 22 de mayo un terrorista suicida hizo estallar la carga explosiva que llevaba en su cuerpo al final de un concierto de Ariana Grande en el Manchester Arena: 22 muertos y decenas de heridos. El 22 de marzo un terrorista atropelló y mató a cinco personas y luego asesinó a cuchillazos a un policía que intentó detenerlo en las inmediaciones del parlamento británico.
El “artefacto explosivo improvisado” (IED) utilizado ayer puede indicar el rescate de un viejo modus operandi para sortear la creciente vigilancia policial y la variedad de medidas antiterroristas. En un intento de contrarrestar los ataques con coches, las autoridades erigieron bloques de casi un metro de altura en los principales puentes de Londres. Los bloques afean la belleza de estos cruces del Támesis que divide a la ciudad en dos, pero son efectivos para prevenir que vehículos se suban a las veredas para atropellar transeúntes. En algo, en mucho, quizás, las ciudades europeas se están pareciendo a esas pesadillas futuristas del estilo de “Crash” que imaginaba el novelista británico James G. Ballard.