domingo, 17 de diciembre de 2017

Un paso más al precipicio


 
rebelion.org

Un paso más al precipicio

 


Alguien sostuvo alguna vez que para el norteamericano medio el mundo termina en los confines de su condado. Eso explica el porqué de la absurda política internacional del presidente Donald Trump, como dar a Jerusalén el reconocimiento de capital de Israel y ordenar al Departamento de Estado que inicie el proceso para trasladar la embajada de EEUU de Tel Aviv a esa ciudad, algo que satisface al gobierno del Primer Ministro Netanyahu, afectado por escándalos de corrupción; a los 50 millones de evangelistas radicales, que piensan que así se acelera la tan esperada parusía; a la poderosa AIPAC, urdimbre de instituciones judías y millonarios que operan en el mundo en favor del sionismo, de Israel y del Nuevo Orden Mundial, la misma que podría salvar a Trump de que sus enemigos, tanto demócratas como republicanos, lo arrojen del poder, y pare de contar.
A Trump no le importan los muertos, los heridos y los contusos que habrá como consecuencia de los enfrentamientos que se darán entre los manifestantes palestinos y los órganos represivos de Israel; ni la condena unánime del Consejo de Seguridad de la ONU a su decisión sobre Jerusalén; ni las multitudinarias protestas que habrá en el mundo árabe y musulmán; ni que se incremente la violencia en el Medio Oriente; ni que la Liga Árabe opine que su decisión es una “violación peligrosa del derecho internacional, equivalente a legalizar la ocupación israelí de Palestina”, y llame “a la comunidad internacional a reconocer al Estado palestino dentro de las fronteras establecidas el 4 de junio del 1967, y su capital en Jerusalén Este”; ni que los países miembros de la Organización para la Cooperación Islámica reconozcan a Jerusalén como la capital de Palestina; ni que se “socave la confianza árabe” en EEUU al extremo de que el Presidente del Estado Palestino, Mahmud Abbás se niegue a reunir con el Vicepresidente Mike Pence y su Ministro de Relaciones Exteriores, Riyad al Maliki, declarase que los palestinos no pueden aceptar más a EEUU como intermediario en el proceso de paz, porque ahora es “una parte en la disputa y no un mediador... que EEUU es un agresor del pueblo palestino y del derecho internacional”; ni que el papa Francisco haga un llamamiento a respetar las resoluciones de la ONU.
Menos aún, le puede importar que Jerusalén, además de ser el centro espiritual de la religión judía, sea también igualmente sagrada para cristianos y musulmanes. Esta ciudad santa tiene razones fundamentadas para ser considerada por las tres religiones monoteístas que predominan en el mundo la cuna de sus orígenes. Para los judíos, en esta ciudad se encuentra la Roca Fundacional, formación pétrea que es objeto de veneración y culto porque allí se hallaba el recinto más protegido del Templo de Salomón, el Sancta Sanctórum. Suponen que esta piedra fue la primera del universo, a partir de la cual Dios hizo todo lo demás. En este sitio, una vez al año, el sumo sacerdote expresaba en voz alta el impronunciable nombre de Dios. Los musulmanes, para los que La Meca, Medina y Jerusalén son ciudades sagradas, construyeron en ese lugar la mezquita de la Explanada, donde Mahoma oró por el alma de todos los profetas, y por eso levantaron allí la mezquita de Al Aqsa; su alma ascendió a los cielos desde aquel lugar, por lo que Jerusalén es sagrada para los musulmanes. Demás está decir que para los cristianos Jesucristo fue crucificado en el Gólgota y que allí resucitó al tercer día. Los barrios del centro de Jerusalén son cristianos y durante las cruzadas en este lugar se construyó la Iglesia del Santo Sepulcro. Los filigreses católicos ortodoxos, apostólicos de Armenia y ortodoxos coptos cada Sábado Santo, la víspera de la Pascua de Resurrección, entran en el Santo Sepulcro en contacto con lo divino. Nadie puede explicarse por qué ese día, milagrosamente, desciende la Luz Sagrada, que desde 1106 enciende todos los templos de estas religiones.
A Trump, nada de eso le importa porque, así como cree que el mundo termina en los confines de sus torres, cree que la posición árabe y musulmana no pasa de ser una bullaranga que se aplacará apenas les venda armas para defenderlos de ‘la agresión rusa’ y está persuadido de que EEUU puede imponer su voluntad omnímoda, como la de ubicar sus embajadas donde le dé la regalada gana, ya que son únicos y exclusivos, tal como sostuvo Obama, en eso sí le da la razón, puesto que son la “nación que construyó el canal de Panamá, ganó dos guerras mundiales, envió a un hombre a la Luna y puso al comunismo de rodillas”.
Tampoco le asusta que los países árabes, para prevenir que EEUU traslade a Jerusalén su embajada en Israel, cumplan la amenaza del Ministro de Relaciones Exteriores de Líbano, Gebran Bassil, de “tomar medidas preventivas contra esta decisión... comenzando con medidas diplomáticas, luego políticas y después económicas y financieras”, porque está seguro de que los árabes nunca se pondrán de acuerdo en controlar el caos que EEUU provoca con cada una de sus medidas, pues por algo el Ejército de su país es la “mayor fuerza de justicia” en la historia del mundo y tienen bases militares por doquier.
No lo sabe o no le han informado que todo cambia, que ya no son la primera potencia económica del mundo, que debido al incontrolado gasto público, especialmente el militar, sólo ocupan un honroso segundo lugar, que se encuentran al borde del precipicio y cuando las naciones del BRICS, Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica hagan sus transacciones en divisas respaldadas por oro físico, lo que va a comenzar el próximo año, será letal para la estabilidad del dólar, que se situará en el lugar que realmente le corresponde, un castigo por haber eliminado el acuerdo de Bretton Woods, la mayor e insostenible estafa cometida en 1971 por Nixon.
Tanto va el cántaro al agua, hasta que al fin se rompe.


Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

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