jueves, 11 de enero de 2018

La crisis global


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La crisis global

 

 

 


¿Por qué nadie dice nada y no se hace caso al que habla? ¿Acaso no conocen que hoy circula demasiado papel moneda? ¿Será tal vez porque no se adquiere al mismo tiempo la totalidad de bienes?, puesto que bastaría con que algunos multimillonarios intentaran adquirir las posesiones del mundo, para que cayeran en cuenta de que para tanto dinero virtual no hay suficientes bienes terrenales. Según Chomsky, nueve de cada diez dólares que circulan por el mundo son especulativos y nada ni nadie los respalda.
Por otra parte, quien luego de su jubilación desee una buena pensión coloca su capital en un fondo de pensiones y aspira conseguir la más alta rentabilidad posible, sin que le importe lo que el banco haga con su dinero ni que ese lucro esté por encima del crecimiento real de los bienes y servicios globales. Nada le importa, sólo quiere réditos. ¿Y qué hace el banco con esos fondos? Prestarlo para obtener utilidades. Todo es legal, se trata de negocios, y de nada más.
Lo más importante, complejo y oscuro de este asunto, es que en el mundo existe una enorme deuda, contraída bajo la expectativa de que la economía mundial continuará expandiéndose como en el pasado, que existe el crecimiento continuo y que quien pide un préstamo va a vivir económicamente mejor cuando lo pague que cuando lo obtuvo, porque la probabilidad de que pague el capital y los intereses es alta. Debido a este crecimiento las corporaciones van a seguir desarrollándose y, bajo este supuesto, casi todo el mundo podrá cancelar sus deudas e intereses.
Se minimiza la posibilidad de que cuando los deudores deban reembolsar los préstamos estén en peores condiciones económicas que cuando se endeudaron, que no tengan empleo y no puedan pagar sus deudas, no se toma en cuenta el riesgo de que las empresas endeudas quiebren o sean incapaces de reembolsar sus deudas por causa de que muchos de sus deudores suspendieron sus pagos, ni la imposibilidad de cobrar los créditos otorgados, sea a bancos, a compañías de seguros o a fondos de pensión, que pudieran tener dificultades financieras; en estas operaciones se subestiman los cálculos del riesgo financiero. A mayor descuido en el manejo de los créditos, mayores beneficios para las empresas crediticias, parecería rezar este letal axioma. Los malabarismos numéricos y la falta de control del riesgo financiero han desencadenado el actual caos económico y encubren la futura crisis.
Tampoco se considera la eventualidad de que las empresas de inversión pudieran hacer estafas premeditadas, vendiendo bonos con datos distorsionados para embaucar a los tenedores. Por ejemplo, así actuó Lehman Brothers, que poco antes de su colapso ocultó en sus balances 50.000 millones de dólares de activos con problemas, método que, para evitar restricciones a su endeudamiento, fue copiado por algunos gobiernos. Grecia evadió los controles de la Unión Europea, lo mismo hizo Portugal para tomar préstamos del Deutsche Bank. Esto hizo tambalear a todo el sistema financiero mundial y desató la sensación generalizada de que pronto sobrevendría el colapso global. La pesadilla se volvió de espanto cuando Dubai cesó el pago de sus obligaciones, pues los jeques despilfarradores no pudieron cancelar sus deudas.
También pudiera pasar que para ese entonces existiera tanta deuda incobrable que los bancos, las aseguradoras y el sistema monetario se derrumbaren; entonces, para que el sistema no colapse, los gobiernos se harían cargo de las deudas, lo que probablemente conduciría a una hiperinflación. De ser así, la gente y las empresas perderían sus ahorros, ya sea porque no habría dinero disponible o porque, por la inflación galopante, el dinero valdría tan poco que no serviría para nada. En ambos casos, las transacciones simples, como son la compra de alimentos o el pago de salarios, serían muy difíciles de realizar; en cualquier caso, el mundo venidero sería bastante distinto del de ahora.
La crisis actual es el efecto directo de la globalización, porque los productores buscaron fabricar sus productos a un menor costo gracias a los bajos salarios existentes en la China e India. Esta producción, sin el adecuado salario, dificulta la venta de los bienes que se han incrementado por encima de su demanda. Se oculta, por lo pronto, que la crisis económica-financiera es la parte visible del problema, es sólo el efecto y no la causa, pues la misma tiene sus verdaderas raíces en el agotamiento de los recursos petroleros, sustento de la sociedad moderna. El modelo actual de desarrollo se está agotando pero, al mismo tiempo, está devorando la parte bella del planeta.
El abaratamiento del petróleo es momentáneo, es parte de la guerra económica que se da entre las grandes potencias; sin embargo, a medida en que sus reservas disminuyan se producirá una subida vertiginosa de los precios del petróleo. Es inevitable la escalada de los precios del petróleo, de las materias primas y de los alimentos y será provocada por el pánico especulativo, que no se rige por la racionalidad del mercado, aunque la mayoría de los economistas suponga que las leyes del mercado son inmutables. Bastaría con que se produjera un conato de guerra en el golfo Pérsico o el estrecho de Malaca, para que el mercado de alimentos tuviera poca oferta para sus clientes y los más de 300 millones de vehículos que hay en EEUU se quedasen sin combustible. La crisis energética es más dañina que la económica-financiera.
El alto precio del petróleo genera el incremento del costo de cualquier tipo de energía y, por ende, el de los alimentos, porque el petróleo se usa para producirlos, trasportarlos y consumirlos. El sistema productivo actual se vería afectado porque los derivados del petróleo se utilizan en todo medio de producción. La crisis global obligaría a la gente a adquirir los bienes indispensables y no comprar los suntuosos, lo que conlleva el cierre de empresas y que la crisis se profundice. Los que pierdan sus trabajos no podrían pagar ni las hipotecas ni las deudas. Claro que se está a tiempo para planificar modos de producción que sustituyan a los actuales, pero nadie lo hace.
El uso intensivo de los recursos naturales, el petróleo, el gas natural, el agua dulce y las tierras cultivables, contribuye a la contaminación del aire, de la tierra y del agua del planeta y parece que también, al calentamiento global. Por eso, parte importante de la crisis actual es la degradación del medio ambiente, pues el desastre climático actual es superior a todo lo conocido hasta ahora. Últimamente, el deshielo de los glaciares y el crecimiento del nivel de los océanos y mares han provocado el incremento del deterioro ambiental y ojalá que no se llegue al límite en que estas deformaciones se conviertan en un fenómeno irreversible. Es ruin que la degradación de la naturaleza se la atribuya a la irresponsabilidad del hombre, sin señalar al verdadero culpable, el sistema productivo actual que de por sí mismo es autodestructivo. La crisis ambiental es consecuencia de un sistema social basado en el lucro, y sólo en el lucro, que se sustenta en el consumo de los recursos no renovables, que emiten gases de efecto invernadero (GEI) y contribuyen al calentamiento global.
Es patética la falta de acuerdos gubernamentales para solucionar el deterioro ambiental. El Presidente Trump se niega a pagar el costo de evitar el desastre y no hay razón que escuche ni fuerza que le obligue a acordar algo; en consecuencia, las emisiones dañinas no se reducen ni se establecen mecanismos para lograr este objetivo. Estados Unidos bloquea cualquier tratado, pese a que consume el 25% de los recursos petroleros y sólo posee el 5% de la población mundial. El resto del mundo no se queda atrás y se resiste a limitar su crecimiento o a considerar controles externos sobre sus emisiones.
La concentración de GEI en la atmósfera es mucho mayor a partir de la era industrial que todo lo que hubo antes en la historia. Tal como van las cosas, el problema se seguirá complicando porque no se toman medidas correctivas para evitar que los casquetes polares y los glaciares se sigan derritiendo y que se incremente la temperatura global de la Tierra en dos décimas de grado centígrado por década. Lo peor del caso es que en la medida que el planeta se caliente, menor será su capacidad de absorción de GEI y el calentamiento global y el aumento del nivel de los océanos continuarán en los siglos venideros aunque se adopten los correctivos exigidos.
El cambio climático es en parte resultado del consumo excesivo de combustibles fósiles y la solución consiste en revertir el modelo de desarrollo actual, sustentado en la explotación inmisericorde de la población más vulnerable, con consecuencias lesivas para el habitante de las zonas de alto riesgo. La salida racional es establecer un renovado modelo de desarrollo, bajo en emisiones de GEI, o sea, la adopción de un sistema social en el que la austeridad para todos sea determinante en las normas de vida. Pero los poderosos han decidido acusar a los pobres de destrozar el planeta y culpan al exceso de población en la Tierra, mayoritariamente miserable, de ser el causante del cambio climático, lo que es una verdadera falacia, pues lo cierto es que el 10% de la población rica produce el 90% de la contaminación ambiental; un multimillonario malgasta en diez minutos de su ostentosa vida más de lo que cualquier pobre consume en el transcurso de su paupérrima existencia.
Culpables de la crisis actual no faltan: los banqueros ambiciosos, los políticos venales, los prestamistas imprudentes o una combinación de los tres. Surgen preguntas: ¿Cómo es posible que esa gente se comporte como se comporta? Si a nadie le gusta perder dinero, ni siquiera el banquero sin un ápice de escrúpulos, ¿entonces por qué tomaron tales riesgos suicidas? Tal vez la repuesta se encuentre en Epimeteo, personaje de la mitología griega que no ve más allá de sus narices y sólo reflexiona tardíamente, o el poema de Goethe según el cual el hombre es un aprendiz de brujo.
El éxito de este sistema autodestructivo significará el suicidio de la humanidad, será el inicio del caos, de un nuevo orden muy difícil de entender para los que tenemos un buen trabajo y una vida cómoda. El mundo se volverá estrecho para el género humano y no habrá cabida para todos, especialmente para los que lo hemos despedazado con nuestra vida fantoche; sus pedazos caerán sobre nosotros, cubriendo nuestras sepulturas. Lo que nos espera no es la anarquía, que sería una bendición si aconteciera, es la venganza cruel de los que heredan una naturaleza en ruinas. Desastrosa. Y será peor que las pestes del medievo; se trata del colapso global luego del sálvese el que pueda.
¿Hay salida? Sí la hay, y está en nosotros. Debemos generar un cambio de consciencia, comenzando con la nuestra propia. Para que todo cambie, uno mismo debe cambiar. No es fácil, pero es indispensable. La revolución es espiritual.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

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