martes, 31 de julio de 2018

La esquizofrenia


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La esquizofrenia 

 

 

Ramón Alberto Garza

Cuando pase el tiempo y se analice bien, los habladores, historiadores y antropólogos –los únicos que dirán la verdad– descubrirán que en los orígenes de la reciente historia de México siempre estuvo la esquizofrenia.
Somos un país que sentimos como sentimos. Que además –el pueblo harto de verse destruido ante los conquistadores a modo de ver cómo confundían entrar en la Malinche, en lugar de ingresar en México– se acostumbró a que todos los poderes se disuelven. Eso sí, pagamos un alto precio en vidas humanas y en destrucción del patrimonio sentimental, histórico y estructural.
¿Qué nos pasó, ahora que todo parece un viaje al futuro? Muy sencillo. En el año setenta daba igual a quién le gustara y en los ochenta, qué tipo de país es el que debíamos ser. La presión de no vivir solos estando rodeado de otras naciones en las que se paga y compra en dólares y no haber nacionalizado nuestra riqueza, sino sólo en nuestra hambre, nos hizo vivir en una esquizofrenia.
Los técnicos y tecnócratas, aquellos que hablaban en inglés y eran entendidos, frente al gran hombre blanco, nos salvarían. Al mismo tiempo, harían todo para incorporar a México a la modernidad, aunque nunca te explicaron qué clase sería, y todos saldríamos ganando.
¿Qué falló? Que efectivamente hubo unos cuantos que salieron ganando, empezando por los propios ejecutores de esta política. Y al final, como diría Don Emilio Azcárraga Milmo (q.e.p.d), “México es un país de clase modesta muy jodida, que no va a salir de jodida”.
Ahora, no es que sea la venganza de los jodidos y que de golpe el virtual presidente electo se vaya a dejar las patillas como López Portillo, o que tampoco se pretenda recuperar y declarar ilegal el internet o retirar los celulares. Se trata, simplemente, de encontrar el eslabón perdido entre la promesa de que a todos nos iría mejor y que al final sólo les fuera bien a unos cuantos.
Todos piensan en lo que hicimos cuando uno ve la lista de los billonarios y recuerda aquel viejo axioma, no tan cínico, del profesor Hank González: “Un político pobre, es un pobre político”.
Conozco priistas honestos. De hecho, una de las cosas que está haciendo López Obrador es restituir priistas coherentes al poder. Porque al final son los que por las mismas razones que ganó, se fueron con él cuando su triunfo parecía imposible.
¿Dónde se acaba la esquizofrenia? Termina en el que ahora no son ni los miembros del ejido, ni los jodidos solos. Han sido los millennials, académicos, las clases medias, los funcionarios públicos y todos aquellos que comienzan a sentirse amenazados –por el mismo López Obrador debido al tema de los salarios–, quienes decidieron salir y elegir el fin del otro régimen a través de la revolución del voto.
Y se acabó. Sería esquizofrénico haber hecho eso, haberle dado ese poder para pedirle que ahora no lo use.
En la vida y sobre todo en las democracias el derecho al error existe. Tal vez el error fue en el momento de votarlo, pero ahora, el desacierto que López Obrador no puede cometer es no intentar hacer lo que ha dicho que hará.
Entonces, no vivamos más en la esquizofrenia. Esto es el final del régimen y si él consigue que pasear por una calle y ver comerse un taco o un tamal no sea una conquista para cincuenta millones de mexicanos, entonces créame que por mucho que haya que tener sacrificios, habrá valido la pena.

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