viernes, 5 de octubre de 2018

La histeria del escándalo Russiagate fomenta más extremismo y crisis de la Guerra Fría

es.sott.net

La histeria del escándalo Russiagate fomenta más extremismo y crisis de la Guerra Fría


Traducido por el equipo de Sott.net en español
Eclipsadas por las audiencias de la confirmación de Kavanaugh, las relaciones entre Estados Unidos y Rusia se vuelven cada vez más peligrosas
russia hysteria usa
Aunque ninguna de sus alegaciones principales hayan sido comprobados, el escándalo Russiagate es ahora parte central de la nueva Guerra Fría, lo que limita seriamente la habilidad del Presidente Trump de llevar a cabo negociaciones en medio de la crisis con Moscú, y vilipendia aún más al presidente ruso Putin por haber ordenado "un ataque en contra de Estados Unidos" durante las elecciones presidenciales de 2016. El New York Times y el Washington Post han sido los principales promotores de la narración del Russiagate, a pesar de que varios de sus elementos fundamentales han sido seriamente cuestionados, incluso desacreditados.
Sin embargo, ambos periódicos dedicaron recientemente miles de palabras a volver a contar la misma historia, el 20 y el 23 de septiembre, respectivamente, junto con sus evidentes falacias. Por ejemplo, Paul Manafort, durante el momento crucial en que asesoraba al entonces presidente ucraniano Viktor Yanukovych, no era "pro-ruso" sino pro-Unión Europea. Y contrariamente a las insinuaciones, el General Michael Flynn no hizo nada malo ni sin precedentes al conversar con un representante del Kremlin en nombre del presidente electo Trump. Muchos otros presidentes electos habían instruido a colaboradores de alto rango para que hicieran lo mismo. Los relatos épicos de la narrativa del Russiagate de ambos periódicos, extraordinariamente extensos, estaban plagados de errores similares y acusaciones sin comprobar. (Sin embargo, un destacado historiador, aunque aparentemente poco informado sobre los documentos del Russiagate, así como sobre el liderazgo del Kremlin, calificó de "cada vez más plausible" el desacreditado expediente Steele contra Trump, que es la fuente de muchas de esas acusaciones).
Sorprendentemente, ni el Times ni el Post dan crédito a la afirmación enfática hecha al menos una semana antes por Bob Woodward -normalmente considerado el cronista de mejor reputación de los secretos políticos de Washington- de que después de dos años de investigación él no había encontrado "ninguna evidencia de colusión" entre Trump y Rusia.
Para el Times, el Post y otros medios de comunicación populares, Russiagate se ha convertido, al parecer, en una especie de periodismo de culto, ante el cual no se puede presentar ninguna contra-evidencia, ni puede ser analizado, y que por lo tanto es un factor que contribuye en gran medida a la nueva y más peligrosa Guerra Fría. Aun así, lo que comenzó hace casi dos años con las quejas sobre la "injerencia" rusa en la campaña presidencial estadounidense se ha convertido para el New Yorker y otras publicaciones en una acusación de que el Kremlin puso a Trump en la Casa Blanca. No hay evidencia convincente, ni ningún precedente en la historia de Estados Unidos, para sustentar esta acusación imprudente, con su inherente desprecio por la sensatez de los votantes estadounidenses.
Mientras tanto, los actuales y antiguos funcionarios estadounidenses están haciendo amenazas casi sin precedentes contra Moscú. La embajadora de la OTAN, Kay Bailey Hutchinson, amenazó con "eliminar" cualquier misil ruso que considerara que violaba un tratado de armas de 1987, un paso que nos haría correr el riesgo de una guerra nuclear. El Secretario del Interior amenazó con un "bloqueo naval" contra Rusia. En un arrebato rusofóbico sin precedentes, la embajadora de la ONU Nikki Haley declaró que "la mentira, el engaño y el comportamiento deshonesto" son una "norma de la cultura rusa".
Estas pueden ser declaraciones descabelladas de figuras políticas sin tutelaje, aunque inevitablemente plantean la pregunta: ¿Quién está elaborando la política de Rusia en Washington, el presidente Trump con su declarada política de "cooperar con Rusia", o alguien más?
Pero ¿cómo explicar, aparte de un extremismo desenfrenado, las declaraciones de un ex embajador de Estados Unidos en Moscú y profesor de política rusa desde hace mucho tiempo, que parece ser la principal autoridad de los medios de comunicación sobre Rusia? Según él, Rusia es hoy en día "un Estado rebelde", sus políticas son "acciones criminales", así como "la peor amenaza al mundo". Rusia debe ser contrarrestada por medio de "sanciones preventivas que entrarían en vigor automáticamente"; de hecho, "todos los días", si se cree necesario. Considerando las sanciones "paralizantes" que está preparando un grupo bipartidista de senadores estadounidenses -cuya razón y propósito reales parecen desconocidos incluso para ellos- esto sería nada menos que una declaración de guerra contra Rusia: guerra económica, pero guerra no obstante.
Varios otros nuevos frentes de la Guerra Fría también están plagados del peligro de una guerra caliente, pero hoy en día ninguno más que Siria. Otro recordatorio ocurrió el 17 de septiembre, cuando aviones de guerra sirios derribaron accidentalmente un avión de vigilancia ruso aliado, matando a los quince miembros de la tripulación. La causa, según la opinión general, fue un engaño de los aviones de guerra israelíes en la zona. La reacción en Moscú fue altamente indicativa, potencialmente inquietante.
Al principio, Putin, que había desarrollado buenas relaciones con los dirigentes políticos de Israel, dijo que el incidente fue un accidente, un ejemplo de la niebla de la guerra. Su propio Ministerio de Defensa, sin embargo, protestó en voz alta, culpando a Israel. Putin dio vuelta atrás rápidamente, adoptando una posición mucho más dura, y al final prometió enviar a Siria el altamente efectivo sistema de defensa tierra-aire S-300 de Rusia, un premio que tanto Siria como Irán habían solicitado en vano durante años.
Claramente, Putin no es el eterno "autócrata agresivo del Kremlin" como tan a menudo se le retrata en los principales medios de comunicación estadounidenses. Moderado por naturaleza (en el contexto ruso), gobierna equilibrando a poderosos grupos e intereses en conflicto. En este caso, fue contrarrestado por los partidarios de la línea dura ("halcones") del establishment de seguridad.
En segundo lugar, si los S-300 se instalan en Siria (serán operados por rusos, no por sirios), Putin puede imponer una "zona de exclusión aérea" sobre ese país, que ha sido devastado por la guerra debido, en gran parte, a la presencia de varias grandes potencias extranjeras. (Rusia e Irán están allí legalmente, Estados Unidos e Israel no.) Si es así, será una nueva "línea roja" que Washington y Tel Aviv deben decidir cruzar o no. Considerando la manía de Washington, es difícil confiar en que la sabiduría prevalecerá.
Todo esto se desarrolló aproximadamente en el tercer aniversario de la intervención militar rusa en Siria, en septiembre de 2015. En ese momento, los expertos de Washington denunciaron la "aventura" de Putin y estaban seguros de que "fracasaría". Tres años más tarde, el "Kremlin de Putin" ha destruido el vil control del Estado islámico sobre gran parte de Siria, casi restaurado el control del Presidente Assad sobre la mayor parte del país, y se ha convertido en la máxima autoridad sobre el futuro de Siria. El presidente Trump haría bien en unirse al proceso de paz de Moscú, aunque es poco probable que el partido de Russiagate de Washington, en su mayoría demócrata, le permita hacerlo. (Para ponerlo en perspectiva, recuerde que en 2016 la candidata presidencial Hillary Clinton prometió imponer una zona de exclusión aérea a Siria para desafiar a Rusia.)
También encontramos lo siguiente. A medida que el "orden mundial liberal" dirigido por Estados Unidos se desintegra, y no sólo en Siria, está surgiendo una nueva alianza entre Rusia, China, Irán y posiblemente Turquía, miembro de la OTAN. Será una verdadera "amenaza" sólo si Washington la convierte en ello, como lo ha hecho con Rusia en los últimos años.
Por último, la guerra entre Estados Unidos y Rusia en Ucrania ha adquirido recientemente una nueva dimensión. Además de la guerra civil en Donbass, Moscú y Kiev han comenzado a desafiar mutuamente a sus barcos en el Mar de Azov, cerca de la vital ciudad portuaria ucraniana de Mariupol. Trump está siendo presionado para que suministre a Kiev armas navales y de otro tipo para librar esta guerra en evolución, lo que es otra posible trampa. También en este caso, el presidente haría bien en apoyar los acuerdos de paz de Minsk, que están estancados desde hace mucho tiempo. En este asunto, también, ésta parecía ser su intención original, pero ahora ha demostrado ser otro enfoque frustrado por el Russiagate.
Stephen F. Cohen y John Batchelor continúan sus discusiones (generalmente) semanales sobre la nueva Guerra Fría entre EE.UU. y Rusia. (Las entregas anteriores, ahora en su quinto año, se encuentran en TheNation.com.)

Sobre el autor
Stephen F. Cohen es profesor emérito de estudios y política de Rusia en la Universidad de Nueva York y la Universidad de Princeton, así como editor contribuyente de The Nation.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario