martes, 22 de octubre de 2013

¿Deben cobrarse impuestos a nuestros pecados?

¿Deben cobrarse impuestos a nuestros pecados?

Leo Zuckermann 22/10/2013 00:38
¿Deben cobrarse impuestos  a nuestros pecados?
Los diputados han aprobado un impuesto especial de un peso a cada litro de bebidas saborizadas con azúcares añadidos y de cinco por ciento a la llamada “comida chatarra”. Dicen los legisladores que esto es para combatir la epidemia de obesidad en México que ha incrementado significativamente enfermedades como la diabetes. Se trata, en este sentido, de un típico caso de “impuesto al pecado” como existen al consumo de alcohol y tabaco. La pregunta es si tiene derecho el Estado de cobrarnos tributos a los mexicanos por consumir un refresco o unas papitas.
Desde un punto de visto filosófico, yo creo que no. Me disgusta la idea de un Estado paternalista que trata a los ciudadanos como niños: que nos castiga si hacemos algo que va en contra de nuestra salud. Lo que está haciendo el gobierno es subirnos los costos para desincentivar el consumo, lo cual nos lleva al tema de la efectividad del impuesto para bajar el consumo de bebidas o alimentos llenos de carbohidratos. Esto depende de la “elasticidad precio de la demanda”, es decir, cuánto cae el consumo por un incremento en los precios. Hay productos que no baja la demanda por más que sube el precio y hay los que, al menor cambio de precio, se desploma su consumo. No conozco los datos de los refrescos y la “comida chatarra”, pero intuyo que algo caerá la demanda con los nuevos impuestos.
Lo cual abre otro tema: la disponibilidad de productos semejantes y posibles sustitutos.  ¿Por qué gravar los cereales con azúcar y no las quesadillas fritas rellenas de papa? Los dos alimentos tienen un alto contenido de carbohidratos y, en el caso de las quesadillas, de grasas saturadas. No soy nutriólogo, pero me atrevo a decir que quizá una grasosa queca de papa es más dañina para la salud que un plato de zucaritas. El problema con este tipo de impuestos es el de la pendiente resbaladiza: uno sabe dónde comienza, pero no dónde acaba. En los casos del alcohol y tabaco es más fácil identificar los productos que contienen estos elementos. Pero con la bebida y comida con muchas calorías, la lista resulta más compleja. Lo cual nos lleva al asunto de los sustitutos. En la medida en que no todos los productos están gravados con el impuesto, el consumidor podrá sustituirlos con los que se salvaron. Si antes alguien comía un pastelito que ahora costará cinco por ciento más, podrá comprar una galleta que por alguna razón quedó exenta.
El problema de fondo en este tema es, creo, quién es el responsable de la salud de cada individuo. Si alguien quiere comer sólo chatarra y beberse tres litros de refresco azucarado al día, para morirse a los 50 de un infarto, pues muy su problema. Hasta acá parecería, entonces, que yo estoy en contra de este tipo de impuestos. No es así y explico
 porqué.
Si el señor que pecó toda su vida comiendo chatarra paga sus cuentas médicas por su salud deteriorada, no hay problema alguno. Pero, si el tipo va a ser atendido en una institución pública, ahí sí que nos genera un problema a la sociedad. Su conducta nos afecta el bolsillo de todos. Nosotros pagamos los platos rotos por sus malos hábitos alimenticios. Eso no es justo. Yo no quiero que mis impuestos paguen los pecados de gente irresponsable. No se vale que los pecados privados se subsidien con dinero público.
Es por eso que me convencen los impuestos a las bebidas azucaradas y la “comida chatarra”. Pero con una condición: que el dinero que se recaude de estos tributos se etiquete y utilice para combatir la epidemia de obesidad con políticas de educación y salud públicas. Por el lado educativo, trasmitir campañas masivas de difusión de los peligros que enfrenta una persona que consume estos productos. Informar, pues, para que la gente sepa del riesgo que corre, tal y como ocurre con las campañas en contra del tabaco. Por el lado de la salud, establecer un fondo en las instituciones públicas para tratar las enfermedades relacionadas con una mala alimentación, en particular la diabetes. Los expertos predicen que, de continuar la epidemia de obesidad, el sistema público de salud quebrará cuando los pecadores busquen ayuda por los pecados cometidos. Vayamos, entonces, guardando las reservas para cuando el destino nos alcance.
Desgraciadamente yo no veo este compromiso por parte del gobierno. Simple y sencillamente pusieron los impuesto y se acabó. En este sentido, se trata de una medida más recaudatoria que una solución a la epidemia de obesidad. Parece que el Estado, más que querer resolver un problema de salud pública, quiere convertirse en socio de las empresas que lo generan.
                Twitter: @leozuckermann

No hay comentarios.:

Publicar un comentario