miércoles, 2 de octubre de 2013

OPINIÓN: ¿Y los que no estuvieron en las protestas del 68 en Tlatelolco?

OPINIÓN: ¿Y los que no estuvieron en las protestas del 68 en Tlatelolco?

El universitario del '68' era parte de una minoría que proponía ideas, pero que en realidad, no impulsó tantos cambios como se cree
Por Héctor Villarreal
Miércoles, 02 de octubre de 2013 a las 08:00


















De acuerdo con el autor, en 1968 eran muy pocos los que verdaderamente asistían a clases en un nivel de educación superior (EFE).
De acuerdo con el autor, en 1968 eran muy pocos los que verdaderamente asistían a clases en un nivel de educación superior (EFE).
Lo más importante
  • Para Héctor Villarreal, la realidad que vivió su padre en el 68 fue distinta a quienes estuvieron en la protesta
  • Él señala que la rutina de su padre era la más común para los jóvenes de ese entonces
  • La 'generación del 68' es un concepto ideológicamente exagerado, asegura el autor

El punto es que mi papá era entonces más representativo de la juventud de su época en México que quienes estuvieron en Tlatelolco ese día

Héctor Villarreal
Nota del editor: Héctor Villarreal es doctor en ciencias políticas y sociales por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Se dedica a la consultoría, la docencia y el periodismo. Este es un fragmento del texto originalmente publicado en su blog y se reproduce con autorización del autor. Síguelo en su cuenta de Twitter: @VillarrealH
(CNNMéxico) — Mi papá nació en 1946, de modo que en 1968 tenía 22 años.
Estudiaba Contabilidad en la Escuela Superior de Comercio y Administración en el Instituto Politécnico Nacional, en la unidad de Santo Tomás. También trabajaba como auxiliar de contador desde que cursaba los primeros semestres de la escuela vocacional. Vestía entonces, como hoy, pantalón formal en tono oscuro o gris claro y camisa de manga corta de color discreto liso o eventualmente cuadriculado.
Sus objetivos en la vida eran, además de trabajar en su profesión como empleado, casarse con una mujer sencilla para fundar una familia convencional, establecer un hogar tradicional y pasar las vacaciones en su pueblo demostrando allá un modesto progreso económico como prueba de que hacía lo correcto y cumplía con las expectativas que la sociedad tenía de él.
Los ídolos de se juventud son los mismos de hoy: Javier Solís, Los Panchos y algunos otros boleristas. Sus pasatiempos predilectos: ver futbol en la televisión, o de vez en cuando en el estadio, y películas mexicanas de la época de oro.
Su militancia política: apartidista, con antipatía a lo estadounidense, especialmente a sus productos gastronómicos, cinematográficos y televisivos, especialmente los relativos al rocanrol.
De modo que el 2 de octubre no fue un día especial para él, sino más o menos como los previos o los posteriores. Sin clases, pero con trabajo. Sin escuchar noticieros ni leer otro periódico que no fuera el Esto –el diario deportivo del tono sepia editado por la Organización Editorial Mexicana–, todas las consignas que gritaban en la calle o en la escuela le eran ajenas. Todas las formas de activismo político e ideas marxistoides eran extrañas para él. Todas las expresiones culturales "de onda", como el cabello largo, la música de protesta y la ropa fachosa, desde su perspectiva, eran antipáticas.
Pues bien, el punto es que mi papá era entonces más representativo de la juventud de su época en México que quienes estuvieron en Tlatelolco ese día. En ese entonces la población en edad de cursar estudios de educación superior (20-24 años de edad) era aproximadamente de 4 millones, pero solo 222 mil lo hacían, uno de cada veinte.
Hoy la proporción es superior a uno de tres. Es decir, el protagonista de El 68, el estudiante universitario, era la minoría de una minoría que proponía cambios o ideas que no contaban con amplia simpatía ni legitimidad, ni siquiera entre sus pares. El concepto de generación del 68, como joven promotor de cambios, es sociológicamente equivocado e ideológicamente exagerado.
Así también El 68 tiene un componente discursivo y mitológico en el imaginario colectivo alentado por sus protagonistas: la creencia en el activismo de ellos como causa milagrosa de los cambios políticos, sociales y culturales más importantes y positivos de los años siguientes hasta la actualidad. De buena fe, sin duda. Así lo creen, pero no es real. No hay milagro por los sacrificados en Tlatelolco.
Los cambios que frecuentemente son atribuidos a las movilizaciones juveniles en varias ciudades en Europa y América durante 1968, no son tanto el resultado de ideas o comportamientos novedosos, de la irrupción de nuevos valores o de la transgresión de los establecidos, como de nuevos inventos y aplicaciones científicas, incluida la mercadotecnia.
El punto es que las ideologías no han transformado tanto la realidad como las tecnologías. Toda ideología necesita tecnología para incidir en la realidad, pero las tecnologías no necesitan de ideología alguna para ello.
Los ingenieros, los médicos y las maestras modernizaron más al país para el bienestar de la mayoría de la población que los líderes sindicales, los dirigentes estudiantiles y los intelectuales de oposición, gracias a instituciones y no a revoluciones, que es el mejor medio para promover y defender derechos. Pregúntenle si no, a varios exsesentayochistas que han ido y venido en varias legislaturas de cámara en cámara u otros cargos públicos de representación electoral.
Las opiniones recogidas en este texto pertenecen exclusivamente a Héctor Villarreal.

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