jueves, 3 de julio de 2014

Álvaro Corcuera, atribulado sucesor de Marcial Maciel

Álvaro Corcuera, atribulado sucesor de Marcial Maciel

Dirigió los Legionarios de Cristo tras la dimisión del polémico fundador de la congregación

Álvaro Corcuera, en 2006, durante el encuentro de las familias en Valencia. / TANIA CASTRO



Si se puede morir de pena, ese podría ser el caso de Álvaro Corcuera, la última mano derecha (o izquierda) del fundador de los Legionarios de Cristo, Marcial Maciel. A pocas semanas de cumplir 57 años, ha muerto este lunes en la ciudad de México, donde había nacido. Había estudiado desde pequeño en centros de la orden fundada en 1941 por Maciel y se doctoró en Filosofía en la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma. En 1979 ingresó en la Legión y en 1985 fue ordenado sacerdote. Ocupó múltiples cargos al lado de Maciel y también en el Vaticano, entre otros el de consultor de la Congregación para los Obispos. Cuando Maciel dimitió en 2005 por razones de edad (pero, en realidad, acosado ya por irrefutables pruebas de cargo), Corcuera fue designado director general de la Congregación de los Legionarios y de su movimiento seglar.
Hasta 2012, en plena crisis de la organización por el desvelamiento de los muchos crímenes de Maciel, un crápula con muy altas complicidades en el Vaticano (incluida una estrecha amistad con Juan Pablo II, su gran protector), los colaboradores de Corcuera sostenían que los problemas de salud de su director general eran “consecuencia de años marcados por situaciones difíciles, tensiones y sufrimientos”. Así lo manifestaron en un comunicado oficial. Pero a finales de ese año, en una revisión rutinaria, se le descubrió un tumor en el cerebro, que resultó ser un glioma de cuarto grado. El pasado mes de mayo, el propio Corcuera envió a sus fieles una carta comunicando que era “consciente de acercarse a la meta final”, y pedía orar por él.
Con la muerte de Corcuera quedan sin respuesta muchas preguntas. No hay que descartar que haya dejado escritas sus confesiones, a la manera de san Agustín, del que era admirador. Conocimientos no le faltaban. Resulta poco creíble que desconociera las delictivas andanzas del jefe, pero sufrió con dignidad la caída a los infiernos y el desprestigio de la congregación. No hay que olvidar que la vida exagerada de Maciel fue disimulada (o tapada) por orden del Vaticano, que se empecinó en tenerlo por santo y por “un modelo para la juventud” (así dijo Juan Pablo II), cuando ya resultaba un clamor que era un delincuente. Para ello, Maciel había corrompido con sobres de mucho dinero a muy altos jerarcas de la Iglesia romana. Cuando murió en 2008 a los 87 años (en EE UU, sin purga ni petición de perdón), Corcuera tuvo que dar la más amarga de sus órdenes: que se descolgasen los retratos del religioso en todas las instituciones de la Legión, una de las marcas más potentes del nuevo catolicismo, tan caro al papa polaco (los llamados nuevos movimientos: Opus Dei, kikos, Comunión y Liberación, fokolares, etcétera). La fundación dirigida en los últimos doce años por Corcuera no es la menos poderosa: está establecida en 18 países, cuenta con 900 sacerdotes, 3.000 seminaristas y 70.000 miembros del Regnum Christi, y es propietaria de incontables y lujosos centros educativos, sociales y universitarios.

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