15.695 bombas nucleares en el mundo, a los 70 años de Hiroshima
Fue el primer lanzamiento de una bomba atómica con fines militares de la Historia. 80.000 personas murieron ese día; y 150.000 más el año siguiente por las secuelas. Los habitantes de Hiroshima fueron los conejillos de indias de la era atómica
Una de las cosas que más sorprenden de un centro de control de misiles ‘Minuteman’ es lo ‘viejuno’ que parece. Nada de pantallas de cristal líquido táctiles, o sutiles sistemas informáticos. Eso queda para los iPad. Con sus palancas, sus botones y sus teléfonos, estos 50 centros de lanzamientos enterrados a 30 metros de profundidad en las estepas del Norte de Estados Unidos, y cuyos equipos de dos personas no tienen ninguna posibilidad de salir vivos de ellos si hay una guerra atómica, parecen sacados de ‘Teléfono Rojo, volamos hacia Moscú’, la sarcástica versión del Holocausto nuclear realizada por Stanley Kubrick en 1964.
Los ‘Minuteman’ son herederos directos de algo que hoy cumple 70 años: el lanzamiento de la primera bomba atómica con fines militares de la Historia. Nadie sabe cuántas personas murieron aquel día, aunque la cifra más aceptada es de 80.000. A ellas se suman entre90.000 y 150.000 cuyos fallecimientos se atribuyen tanto a heridas como a la radiación en los doce meses siguientes. El horror de Hiroshima ha sido ampliamente utilizado para criticar a Estados Unidos. El propio Osama bin Laden usó repetidamente el ejemplo de Hiroshima y Nagasaki –que recibió una bomba atómica en la que murieron unas 60.000 personas inmediatamente y otras 90.000 en los meses posteriores– para referirse a la inmoralidad de su enemigo, Estados Unidos.
Las verdades de Hiroshima
La leyenda de Hiroshima oculta algunos hechos. Por ejemplo, en torno a la quinta parte de los muertos no fueron japoneses, sino esclavos coreanos importados por el Imperio del Sol naciente para trabajar en las industrias de defensa de la ciudad. Igualmente, el de Hiroshima no fue el bombardeo con más muertos de la Segunda Guerra Mundial.
Esa posición corresponde a Tokio, donde alrededor de 100.000 personas fallecieron en el bombardeo del 9 de marzo de 1945. En Hamburgo, hubo 50.000 muertos en una semana de bombardeos en julio de 1943. El deseo de Winston Churchill de castigar a Alemania le llevó a convencer a EEUU de que lanzara un bombardeo conjunto con la Fuerza Aérea británica el 13 de febrero de 1945, en el que murieron entre 18.000 y 25.000 civiles en la ciudad de Dresde.
La cantidad de bombardeos lanzados sobre poblaciones civiles en la Segunda Guerra Mundial es lo que explica, precisamente, que a Hiroshima le tocara la bomba atómica: la ciudad apenas había sido atacada, y Estados Unidos no sabía el alcance de una deflagración nuclear, porque solo había llevado a cabo una antes, en Alamogordo (Nuevo México), el 17 de julio. Los habitantes de Hiroshima fueron, literalmente, conejillos de indias de la era atómica.
La bomba atómica hoy
Hoy, sin embargo, el mundo tiene experiencia en lo que significa una explosión atómica. Desde 1945, se han llevado cabo 2.045 ensayos nucleares. El mayor de ellos fue el de la bomba denominada, paradójicamente, ‘Zar’, detonada por la URSS sobre el archipiélago de Nueva Zembla, en el Ártico, con una potencia aproximadamente equivalente a 1.500 veces la de Hiroshima.
Hoy el mundo tiene unas 15.695 cabezas nucleares –aunque la cifra exacta es imposible de determinar–, según el Centro Ploughshares, una organización sin ánimo de lucro contra la proliferación nuclear dirigida por el experto en armas atómicas Joseph Cirinccione. Con 7.500, Rusia es el país con más cabezas atómicas, seguido de cerca por EEUU, con unas 7.100. Los últimos ensayos fueron llevados a cabo por Francia, India, Pakistán y Corea del Norte.
Se estima que cada una de las dos grandes potencias cuenta con alrededor de 1.800 bombas listas para ser lanzadas en cualquier momento. En cualquier caso, el número de cabezas atómicas es hoy menos del 25% del que había en el momento álgido de la Guerra Fría, a mediados de la década de los ochenta.
Hoy, al igual que entonces, el eje de la defensa nuclear de las grandes potencias no son los bombarderos o los misiles, a pesar de que éstos ocupan el centro de la imaginación popular, sino los submarinos nucleares, indetectables y que, en el caso de la clase Ohio de EEUU, pueden llevar cada uno más de 200 bombas de Hidrógeno, cada una de ellas con una potencia decenas –o cientos– de veces superior a la de Hiroshima. Aunque, en el caso de EEUU, la clave del programa nuclear no es la potencia, sino la precisión.
Con la bomba bajo la almohada
Setenta años después de Hiroshima, el mundo se ha acostumbrado a dormir con una bomba atómica bajo la almohada. Las bombas nucleares ya forman parte de nuestra cultura. Las pruebas atómicas subterráneas de EEUU en la isla de Amchitka, en Alaska, que provocaron en 1971 el derrumbe de un acantilado en el que criaban miles de focas fueron el catalizador del nacimiento de Greenpeace. Una década y media más tarde, el presidente francés, François Mitterrand, ordenó hundir el barco ‘Rainbow Warrior‘, de ese grupo ecologista, que estaba llevando a cabo una campaña contra las pruebas nucleares francesas en sus colonias –en todo menos en el nombre– en el Pacífico. La central de Chernóbil, que se fundió en la URSS en 1986, tenía entre sus cometidos fabricar bombas atómicas.
EEUU, sin embargo, no produce este tipo de dispositivos desde los años ochenta. Y su Comando Nuclear se ha visto plagado por problemas de disciplina y baja moral debido, en parte, a que se ha quedado con pocas funciones desde el final de la Guerra Fría.
Barack Obama, el presidente que ha expresado su visión de un mundo sin armas nucleares, ha lanzado un ambicioso plan para modernizar el programa de defensa atómica de EEUU, que da empleo a 40.000 personas, y prevé que su país gaste 900.000 millones de euros (un billón de dólares) en las próximas tres décadas para ello.
Entretanto, el debate nuclear sigue, ahora con Irán, y con el temor de que un grupo terrorista deslice un arma de este tipo en una gran ciudad, algo de lo que ya advirtió uno de los padres de la bomba atómica, Robert Oppenheimer. Mientras tanto, Rusia ha declarado que, si entra en guerra, no consideraría el uso de sus 7.500 bombas atómicas como un último recurso.
La política nuclear se ha convertido en politiqueo. Como parte de su política de rearme contra la Unión Soviética, Ronald Reagan ordenó construir los gigantescos misiles MX –10 bombas de hidrógeno cada uno, lo que significa que uno solo de esos misiles era miles de veces más destructivo que Hiroshima– para que su sucesor, George H. W. Bush, los desmantelara cuando aún estaban nuevecitos.
Pero el mejor ejemplo del uso partidista de las armas nucleares son, precisamente, los ‘Minuteman’, unos misiles que se deben a la promesa electoral de John F. Kennedy en la campaña de 1960, de cerrar ‘la brecha nuclear’ entre la URSS y EEUU. Era una brecha que no existía. Pero el entonces presidente, Dwight D. Eisenhower no desmintió a Kennedy porque él no se presentaba a la reelección y no quería divulgar cifras que indicaran a Moscú que EEUU sabia con precisión cómo era el arsenal de la URSS. Kennedy ganó las elecciones. Y construyó los misiles. Unos misiles que seguirán apuntando a Rusia y a China hasta, al menos, 2040, cuando se cumplan 95 años de Hiroshima.
(Fuente: elmundo.es)
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