Algunos son sobrecogedores, claustrofóbicos, por su inmensidad, por su oscuridad. Galerías excavadas en el cerro de la Concepción, en Cartagena; kilómetros y kilómetros de trincheras, abrigos de tropa y puestos de tirador en el Little Gallipolli de Mediana de Aragón, las ruinas que quedaron tras la destrucción total de Belchite.
Otros tienen unas vistas privilegiadas, sobre cerros, cornisas, o en los acantilados frente al mar. La línea de defensa sobre el Ebro en la Punta del Duc, en la frontera catalanoaragonesa; los bunkers del Cinturón del Hierro construidos por el Euzko Gudarostea para defender Bilbao, las nidos de ametralladora en las sierras del Sistema Central.
También están bajo espacios que pisamos cada día, sin que reparemos en ellos. La 'Posición Jaca', cuartel general del Ejército Popular Republicano del Centro, hoy bajo el Parque del Capricho, en Madrid. Incluso frente a lugares por los que pasamos para ir al trabajo, por los que transitamos a diario.
Los cráteres, trincheras y bunkers de la Ciudad Universitaria, el Parque del Oeste y la Casa de Campo en Madrid, huellas de todo un frente de batalla estable durante tres años en la primera ciudad europea en ser sitiada por un ejército industrializado. Todos tienen algo en común: fueron el escenario de una historia de violencia increíble que hoy debería ser investigada, conservada, divulgada y recordada. Pero sólo en unos pocos se ha hecho.
González-Ruibal: “Muchos no están dispuestos a financiar estos proyectos para evitarse problemas”
El equipo de Alfredo González-Ruibal, científico titular del Instituto de Ciencias del Patrimonio, con base en Santiago de Compostela y vinculado al Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), es uno de ellos. En el currículum de este investigador se encuentran, proyectos y excavaciones en los frentes de Aragón, el Ebro, León, Guadalajara y el Alto Tajuña, así como campos de concentración y de trabajos forzados en Castuera (Badajoz) y Bustarviejo (Madrid).
Sus trabajos descubren, además del lógico material bélico, toda una serie de evidencias que tienen que ver con las historias cotidianas, personales, que narran el día a día en una trinchera, en un campo de concentración. "Es una forma de llegar a historias de la guerra de las que en los libros no se habla". Un ejemplo, el estado de salud de los soldados: "Encontramos medicinas para tratar enfermedades respiratorias que tienen que ver con lo dura que era la vida al aire libre, sobre todo en invierno, en las trincheras".
También objetos que hablan de los afectos de la gente, "elementos femeninos, pendientes, frascos de perfume que daban las mujeres a los solados y, en el caso de campos de concentración, no sólo evidencias de lo mal que lo estaban pasando, sino de la forma que tenían de sobrevivir psicológicamente, desde piezas de juegos como el dominó hechas como podían, con un trozo de azulejo o hueso como hemos encontrado en Castuera, hasta trozos de cerámicas o cacharros en los que los familiares de los presos les llevaban comida".
Una visión similar ofrece Xurxo Ayán, del Grupo de Investigación en Patrimonio Construido de la Universidad del País Vasco. "En el estudio de los conflictos que ha habido en Estado español desde el XIX prima una visión historiográfica muy a la antigua, de grandes batallas y grandes movimientos de tropas. La arqueología del conflicto recupera la voz de los seres anónimos que los protagonizaron, que fueron víctimas muchas veces sin que les fuese nada en ello. Permite recuperar esas historias olvidadas, pero también generar herramientas que nos permitan gestionar esos paisajes en el presente, evitar su destrucción, resignificarlos".
Si la situación se compara con la de países como Francia o Alemania en relación a la I Guerra Mundial, el profesor tacha la diferencia de "abismal", ya que allí existen, por ejemplo, servicios de arqueología pública establecidos y másters de arqueología del conflicto en la universidad.
Francesc Xavier Hernández: “Ha habido muy poco desarrollo de la arqueología del conflicto de todos los tiempos"
El mismo panorama describe Francesc Xavier Hernández, catedrático de Didáctica de las Ciencias Sociales y director del Grup de Recerca Didàctica i Patrimoni (DidPatri), vinculado a la Universidad de Barcelona, un equipo que no sólo ha excavado los campos de aviación y el frente de la Batalla del Ebro, sino que ha realizado proyectos, centrados siempre en la didáctica, sobre siglos anteriores y de diversas temáticas, de la recuperación del Borne barcelonés a la recreación histórica de la Guerra de Sucesión en Catalunya pasando por excavaciones en yacimientos romanos: "Vamos bastante atrasados y ha habido muy poco desarrollo de la arqueología del conflicto de todos los tiempos. En concreto, de la guerra civil ha habido muy poco".
Los factores para que se dé esta situación son varios. A las resistencias del mundo académico, donde la falta de interés por la arqueología del conflicto es evidente, la escasez de fondos es un claro problema. "En España hay muy poco dinero para investigar comparado con cualquier otro país europeo, y en humanidades menos que nada. La cantidad es ridícula", denuncia González-Ruibal.
Las convocatorias públicas son limitadas y se reducen a las del Plan Nacional de Investigación, y a algunas abiertas por las escasas Comunidades Autónomas que destinan partidas a proyectos arqueológicos, en muchos casos sin criterios de adjudicación transparentes.
Por último, tan sólo queda la negociación directa con ayuntamientos para conseguir fondos, pero ahí entra en juego otra variable: "Muchos no están dispuestos a financiar este tipo de proyectos para evitarse problemas, ya que la arqueología de la guerra civil se suele percibir como un tema que divide a la sociedad", señala el investigador del CSIC.
Dos ejemplos que él conoce bien: Galicia y el País Vasco. En la primera surgieron numerosos proyectos de memoria histórica durante la época del gobierno bipartito del PSOE y BNG, pero desde la vuelta del PP al gobierno regional "no hay ningún tipo de política pública de memoria, ni interés por la investigación, ni se financia nada".
En la parte contraria, la vanguardia es el País Vasco. "Allí hay un consenso político, con una administración pública, en este caso el Gobierno vasco, aunque también las diputaciones forales, que ha creado el Instituto Gogora (Instituto de la Memoria, la Convivencia y los Derechos Humanos) por el cual se busca 'verdad, justicia y reparación' de todas las víctimas de la violencia política del siglo XX y XXI".
Xurxo Ayán: “La arqueología del conflicto recupera la voz de los seres anónimos que protagonizaron los conflictos”
Catalunya es otro de los polos con más actividad. La creación del Memorial Democràtic en 2007, una institución de la Generalitat dedicada al fomento y la conservación de la memoria histórica, contribuyó a la recuperación de algunos espacios.
Sin embargo, el director del DidPatri es crítico y ve una falta de proyecto general: "La política patrimonial y de museos en Catalunya ha sido muy pobre de mentalidad. Hemos tenido una política cultural lamentable en los últimos años y eso se ha manifestado de manera particular en el patrimonio, donde se ha intervenido con muy poco criterio científico y con mucho criterio político subsidiario de una tradición caciquil en muchos casos". Sin embargo, destaca actuaciones que considera acertadas, como el Museo de'l Exili, en La Jonquera.
Un claro ejemplo de dónde se han hecho mal las cosas para González-Ruibal es la Comunidad de Madrid, "donde durante mucho tiempo ha habido un parón y un bloqueo institucional a cualquier tipo de iniciativa que tuviese que ver con la guerra civil".
A pesar de ello, poco a poco se están realizando alguna iniciativas, como la próxima reapertura de la Posición Jaca anunciada por el Ayuntamiento de Madrid o la recuperación del Frente del Agua en la sierra de Guadarrama. También hay consistorios que han realizado inventarios del patrimonio de la guerra, como Brunete.
Así, para él, "las administraciones prefieren contratar a personas que simplemente vayan a ofrecer un inventario, sin meterse en camisas de once varas, mejor que hacer investigaciones que puedan tratar de utilizar ese patrimonio para pensar sobre la historia". En cualquier caso, destaca que existen algunas corporaciones municipales conservadoras que han financiado proyectos de inventario y gestión del patrimonio de la guerra civil.
Así, la disparidad es la nota dominante en lo que se refiere a la arqueología del conflicto. Lugares perfectamente conservados y musealizados contrastan con la dejadez de múltiples pequeños y grandes escenarios de la contienda.
Pero no siempre el tiempo puede con la memoria y estos grupos continúan trabajando para investigar y conservar la memoria. González-Ruibal vuelve en julio a Madrid, donde excavará en las posiciones de defensa republicanas de la Ciudad Universitaria y en cerro Garabitas, la posición más alta de la Casa de Campo desde donde los sublevados bombardeaban la ciudad. El grupo de Ayán hará lo propio el mismo mes en Monforte de Lemos, donde en 1949 150 guardias civiles masacraron a la plana mayor de la II agrupación del Ejército Guerrillero de Galicia. Y Hernández excavará en septiembre un puesto de mando de la XV Brigada Internacional, en Corbera de Ebro, junto a un grupo de arqueología del conflicto de la Universidad de Glasgow.
Mientras tanto, a la espera de mejores tiempos y de la llegada de estos soldados de la memoria, restos de la contienda en todos los rincones del Estado seguirán sepultados y olvidados, a pesar de lo mucho que tienen que enseñarnos. El tiempo, y la voluntad humana, decidirá cómo acaban.
Otros tienen unas vistas privilegiadas, sobre cerros, cornisas, o en los acantilados frente al mar. La línea de defensa sobre el Ebro en la Punta del Duc, en la frontera catalanoaragonesa; los bunkers del Cinturón del Hierro construidos por el Euzko Gudarostea para defender Bilbao, las nidos de ametralladora en las sierras del Sistema Central.
También están bajo espacios que pisamos cada día, sin que reparemos en ellos. La 'Posición Jaca', cuartel general del Ejército Popular Republicano del Centro, hoy bajo el Parque del Capricho, en Madrid. Incluso frente a lugares por los que pasamos para ir al trabajo, por los que transitamos a diario.
Los cráteres, trincheras y bunkers de la Ciudad Universitaria, el Parque del Oeste y la Casa de Campo en Madrid, huellas de todo un frente de batalla estable durante tres años en la primera ciudad europea en ser sitiada por un ejército industrializado. Todos tienen algo en común: fueron el escenario de una historia de violencia increíble que hoy debería ser investigada, conservada, divulgada y recordada. Pero sólo en unos pocos se ha hecho.
El primer paso para recuperar la memoria de estos espacios es la investigación, y ahí es donde entra la arqueología del conflicto, una disciplina que estudia los campos de batalla, así como los restos infraestructuras militares y de represión política. Sin embargo, para contar los grupos profesionales que se dedican en el Estado a esta tarea en el ámbito de la guerra civil y el franquismo sobran los dedos de la mano.
González-Ruibal: “Muchos no están dispuestos a financiar estos proyectos para evitarse problemas”
El equipo de Alfredo González-Ruibal, científico titular del Instituto de Ciencias del Patrimonio, con base en Santiago de Compostela y vinculado al Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), es uno de ellos. En el currículum de este investigador se encuentran, proyectos y excavaciones en los frentes de Aragón, el Ebro, León, Guadalajara y el Alto Tajuña, así como campos de concentración y de trabajos forzados en Castuera (Badajoz) y Bustarviejo (Madrid).
Sus trabajos descubren, además del lógico material bélico, toda una serie de evidencias que tienen que ver con las historias cotidianas, personales, que narran el día a día en una trinchera, en un campo de concentración. "Es una forma de llegar a historias de la guerra de las que en los libros no se habla". Un ejemplo, el estado de salud de los soldados: "Encontramos medicinas para tratar enfermedades respiratorias que tienen que ver con lo dura que era la vida al aire libre, sobre todo en invierno, en las trincheras".
También objetos que hablan de los afectos de la gente, "elementos femeninos, pendientes, frascos de perfume que daban las mujeres a los solados y, en el caso de campos de concentración, no sólo evidencias de lo mal que lo estaban pasando, sino de la forma que tenían de sobrevivir psicológicamente, desde piezas de juegos como el dominó hechas como podían, con un trozo de azulejo o hueso como hemos encontrado en Castuera, hasta trozos de cerámicas o cacharros en los que los familiares de los presos les llevaban comida".
Una visión similar ofrece Xurxo Ayán, del Grupo de Investigación en Patrimonio Construido de la Universidad del País Vasco. "En el estudio de los conflictos que ha habido en Estado español desde el XIX prima una visión historiográfica muy a la antigua, de grandes batallas y grandes movimientos de tropas. La arqueología del conflicto recupera la voz de los seres anónimos que los protagonizaron, que fueron víctimas muchas veces sin que les fuese nada en ello. Permite recuperar esas historias olvidadas, pero también generar herramientas que nos permitan gestionar esos paisajes en el presente, evitar su destrucción, resignificarlos".
Atracción popular, desinterés institucional
A pesar de la atracción que despiertan estos espacios, a menudo ésta no se corresponde en las instituciones. Tal como apunta González-Ruibal, "hay un interés popular bastante grande por este tema, incluso muy grande en algunas zonas, pero este no tiene su eco en las administraciones, tanto por parte de políticos en general, aunque hay excepciones, como de las instituciones encargadas de gestionar el patrimonio".Si la situación se compara con la de países como Francia o Alemania en relación a la I Guerra Mundial, el profesor tacha la diferencia de "abismal", ya que allí existen, por ejemplo, servicios de arqueología pública establecidos y másters de arqueología del conflicto en la universidad.
Francesc Xavier Hernández: “Ha habido muy poco desarrollo de la arqueología del conflicto de todos los tiempos"
El mismo panorama describe Francesc Xavier Hernández, catedrático de Didáctica de las Ciencias Sociales y director del Grup de Recerca Didàctica i Patrimoni (DidPatri), vinculado a la Universidad de Barcelona, un equipo que no sólo ha excavado los campos de aviación y el frente de la Batalla del Ebro, sino que ha realizado proyectos, centrados siempre en la didáctica, sobre siglos anteriores y de diversas temáticas, de la recuperación del Borne barcelonés a la recreación histórica de la Guerra de Sucesión en Catalunya pasando por excavaciones en yacimientos romanos: "Vamos bastante atrasados y ha habido muy poco desarrollo de la arqueología del conflicto de todos los tiempos. En concreto, de la guerra civil ha habido muy poco".
Los factores para que se dé esta situación son varios. A las resistencias del mundo académico, donde la falta de interés por la arqueología del conflicto es evidente, la escasez de fondos es un claro problema. "En España hay muy poco dinero para investigar comparado con cualquier otro país europeo, y en humanidades menos que nada. La cantidad es ridícula", denuncia González-Ruibal.
Las convocatorias públicas son limitadas y se reducen a las del Plan Nacional de Investigación, y a algunas abiertas por las escasas Comunidades Autónomas que destinan partidas a proyectos arqueológicos, en muchos casos sin criterios de adjudicación transparentes.
Por último, tan sólo queda la negociación directa con ayuntamientos para conseguir fondos, pero ahí entra en juego otra variable: "Muchos no están dispuestos a financiar este tipo de proyectos para evitarse problemas, ya que la arqueología de la guerra civil se suele percibir como un tema que divide a la sociedad", señala el investigador del CSIC.
La política, siempre la política
Y es que como en todo lo que tiene que ver con la memoria de la contienda y el franquismo, la política está muy presente. "Las implicaciones políticas ayudan a explicar la disparidad de actitudes hacia este tema", comenta por su parte Ayán. "Desde la derecha no hay ningún tipo de interés ni promoción no sólo a la investigación, sino que no existe una política de memoria".Dos ejemplos que él conoce bien: Galicia y el País Vasco. En la primera surgieron numerosos proyectos de memoria histórica durante la época del gobierno bipartito del PSOE y BNG, pero desde la vuelta del PP al gobierno regional "no hay ningún tipo de política pública de memoria, ni interés por la investigación, ni se financia nada".
En la parte contraria, la vanguardia es el País Vasco. "Allí hay un consenso político, con una administración pública, en este caso el Gobierno vasco, aunque también las diputaciones forales, que ha creado el Instituto Gogora (Instituto de la Memoria, la Convivencia y los Derechos Humanos) por el cual se busca 'verdad, justicia y reparación' de todas las víctimas de la violencia política del siglo XX y XXI".
Xurxo Ayán: “La arqueología del conflicto recupera la voz de los seres anónimos que protagonizaron los conflictos”
Catalunya es otro de los polos con más actividad. La creación del Memorial Democràtic en 2007, una institución de la Generalitat dedicada al fomento y la conservación de la memoria histórica, contribuyó a la recuperación de algunos espacios.
Sin embargo, el director del DidPatri es crítico y ve una falta de proyecto general: "La política patrimonial y de museos en Catalunya ha sido muy pobre de mentalidad. Hemos tenido una política cultural lamentable en los últimos años y eso se ha manifestado de manera particular en el patrimonio, donde se ha intervenido con muy poco criterio científico y con mucho criterio político subsidiario de una tradición caciquil en muchos casos". Sin embargo, destaca actuaciones que considera acertadas, como el Museo de'l Exili, en La Jonquera.
Un claro ejemplo de dónde se han hecho mal las cosas para González-Ruibal es la Comunidad de Madrid, "donde durante mucho tiempo ha habido un parón y un bloqueo institucional a cualquier tipo de iniciativa que tuviese que ver con la guerra civil".
A pesar de ello, poco a poco se están realizando alguna iniciativas, como la próxima reapertura de la Posición Jaca anunciada por el Ayuntamiento de Madrid o la recuperación del Frente del Agua en la sierra de Guadarrama. También hay consistorios que han realizado inventarios del patrimonio de la guerra, como Brunete.
Ignorancia institucional
El investigador del CSIC señala que aunque es evidente que a nivel general la cuestión política es un factor importante, no hay que poner todo el énfasis en él. "Creo que muchas veces es por ignorancia de lo que es la arqueología profesional", lo que implica un problema añadido: a quién contratar para hacer esos trabajos. "Es muy común que ayuntamientos encarguen proyectos sobre el patrimonio de la guerra a no profesionales, con todos los problemas que ello conlleva, que en el peor de los casos es la destrucción de patrimonio".Así, para él, "las administraciones prefieren contratar a personas que simplemente vayan a ofrecer un inventario, sin meterse en camisas de once varas, mejor que hacer investigaciones que puedan tratar de utilizar ese patrimonio para pensar sobre la historia". En cualquier caso, destaca que existen algunas corporaciones municipales conservadoras que han financiado proyectos de inventario y gestión del patrimonio de la guerra civil.
Así, la disparidad es la nota dominante en lo que se refiere a la arqueología del conflicto. Lugares perfectamente conservados y musealizados contrastan con la dejadez de múltiples pequeños y grandes escenarios de la contienda.
Pero no siempre el tiempo puede con la memoria y estos grupos continúan trabajando para investigar y conservar la memoria. González-Ruibal vuelve en julio a Madrid, donde excavará en las posiciones de defensa republicanas de la Ciudad Universitaria y en cerro Garabitas, la posición más alta de la Casa de Campo desde donde los sublevados bombardeaban la ciudad. El grupo de Ayán hará lo propio el mismo mes en Monforte de Lemos, donde en 1949 150 guardias civiles masacraron a la plana mayor de la II agrupación del Ejército Guerrillero de Galicia. Y Hernández excavará en septiembre un puesto de mando de la XV Brigada Internacional, en Corbera de Ebro, junto a un grupo de arqueología del conflicto de la Universidad de Glasgow.
Mientras tanto, a la espera de mejores tiempos y de la llegada de estos soldados de la memoria, restos de la contienda en todos los rincones del Estado seguirán sepultados y olvidados, a pesar de lo mucho que tienen que enseñarnos. El tiempo, y la voluntad humana, decidirá cómo acaban.
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