Alejandro Teitelbaum
Argenpress/CEPRID
En
el año centenario del “Imperialismo fase superior del capitalismo”
escrito por Lenin en 1916, ya se han publicado sobre el mismo algunos
ensayos más o menos académicos, algunos interesantes y otros no tanto.
Nosotros
preferimos oponer el pensamiento de Lenin, no al de sus contradictores
que fueron sus contemporáneos (tarea sin duda importante), sino a
quienes actualmente ponen en cuestión sus ideas. Pretendemos así
contribuir al debate necesario en los medios de izquierda, donde, a
nuestro modo de ver, impera una profunda confusión ideológica.
Esta
última cuestión, nada trivial si se tiene en cuenta la ausencia de una
propuesta alternativa coherente a la crisis económica, política,
económica, social y ambiental que padece el mundo, me impulsó a escribir
un libro al respecto (*), en el que, entre otras cosas, pongo como
contrafigura de las ideas de Lenin sobre el imperialismo a Hannah
Arendt, regularmente citada y celebrada por no pocos intelectuales
autodefinidos como de izquierda. He aquí el párrafo pertinente del
libro.
Escribe Arendt: “El imperialismo debe
comprenderse como la primera fase de la dominación política de la
burguesía, más que como la última etapa del capitalismo”. No es el lugar
para argumentar una evidencia: que El imperialismo…de Lenin conserva
plena vigencia y actualidad. Hace algunos años –en 2006– escribimos un
artículo publicado en Argenpress, en Rebelión y en otros sitios con el
título “Actualidad de ‘El imperialismo, fase superior del capitalismo’,
de Vladimir I. Lenin”.
He aquí algunos párrafos:
“Lenin escribió “El Imperialismo…” en Zurich entre enero y julio de
1916, es decir hace 90 años, aunque se publicó por primera vez en
Petrogrado recién en abril de 1917. El trabajo de Lenin sigue siendo un
instrumento indispensable para el análisis de la sociedad capitalista
contemporánea. Aunque muchos se obstinan en llamar “mundialización
neoliberal” al sistema socioeconómico actualmente dominante, como si se
tratara de una enfermedad pasajera y curable del capitalismo, dicha
“mundialización neoliberal” no es otra cosa que el sistema capitalista
real, es decir el resultado de la evolución del capitalismo hasta su
etapa actual, imperialista y guerrerista. La actual guerra de agresión
emprendida por Israel contra Palestina y El Líbano con el apoyo político
y logístico (bombas de enorme poder destructivo) que le proporciona
Estados Unidos, no es una “reacción desproporcionada de Israel”: es la
quinta guerra imperialista (si no contamos la invasión a Panamá en 1989)
en sólo 15 años: guerra del Golfo, guerra contra Yugoslavia, guerra de
Afganistán y guerra contra Irak. Esta agresión ha sido cuidadosamente
planificada con el mentor estadounidense, su objetivo es el control de
toda la región y tiene en la línea de mira Siria e Irán. El capitalismo
en su etapa imperialista necesita guerras a repetición con fines
geoeconómicos y geopolíticos expansionistas y para dar salida a sus
crisis periódicas, que tienden a hacerse permanentes, mediante la
producción de armamentos y la reconstrucción de cada posguerra. Es la
“destrucción creativa” de que hablaba Schumpeter.
El
sistema actual no es simplemente una etapa indiferenciada de un “sistema
mundo moderno” que existiría desde hace 500 años (Wallerstein). Es la
expresión contemporánea, cualitativamente diferente, del capitalismo. Es
una falacia la idea de Wallerstein (La Jornada, México 01/06/2003) de
que Bush es un accidente “militarista macho” y que el gran capital (por
lo menos aquel representado por gente como Bill Gates y Soros) quiere un
sistema capitalista estable que Bush no les brinda, que puede ejercer
su hegemonía con eficiencia económica y ser capaz de crear un orden
mundial que garantice un “sistema mundo” que funcione con fluidez, así
sea para permitir una desproporcionada tajada de acumulación de capital.
No hay un capitalismo enfermo de la mundialización neoliberal y de
guerrerismo y otro capitalismo “posible” o utópico, estable y eficiente
que pueda funcionar con fluidez, libre de las crisis, del militarismo y
la guerra y de brotes neofascistas.
Escribía Lenin en
1916: “El capitalismo se ha transformado en un sistema universal de
opresión colonial y de estrangulación financiera de la inmensa mayoría
de la población del planeta por un puñado de países “avanzados”. Este
“botín” se reparte entre dos o tres potencias rapaces de poderío
mundial, armadas hasta los dientes (Estados Unidos, Inglaterra, Japón)
que, por el reparto de su botín arrastran a su guerra a todo el mundo”
(El imperialismo…Prólogo a las ediciones francesa y alemana de julio de
1920, párrafo II).
En la frase plena de ambigüedad
“otro mundo es posible” que se ha hecho tan popular, está latente la
idea de que “otro capitalismo es posible”, si se contienen los “excesos”
del “neoliberalismo” y se introducen algunas reformas para lograr “un
mundo mejor”.
Lenin ya respondió en 1916 a este
pseudo reformismo en el libro que comentamos, cuando escribió en el
Capítulo IX (La crítica del imperialismo): “Las cuestiones esenciales en
la crítica del imperialismo son las de saber si es posible modificar
con reformas las bases del imperialismo, la de saber si hay que seguir
adelante desarrollando la exacerbación y el ahondamiento de las
contradicciones engendradas por el mismo o hay que retroceder, atenuando
dichas contradicciones.
Como las particularidades
políticas del imperialismo son la reacción en toda la línea y la
intensificación del yugo nacional como consecuencia del yugo de la
oligarquía financiera y la supresión de la libre concurrencia a
principios del siglo XX, en casi todos los países imperialistas aparece
una oposición democrática pequeñoburguesa al imperialismo…En los Estados
Unidos, la guerra imperialista de 1898 contra España provocó una
oposición de los “antiimperialistas”, los últimos mohicanos de la
democracia burguesa, los cuales calificaban de “criminal” dicha guerra y
consideraban como una violación de la Constitución la anexión de
tierras ajenas…Pero mientras toda esa crítica tenía miedo de reconocer
el lazo indisoluble existente entre el imperialismo y los fundamentos
del capitalismo, mientras temía unirse a las fuerzas engendradas por el
gran capital y su desarrollo, no pasaba de ser una “aspiración
inofensiva”.
Como resultado de la concentración y
acumulación del capital se formaron los grandes oligopolios y monopolios
cuya base financiera se consolidó desde finales del siglo XIX y
principios del siglo XX con la fusión del capital industrial y el
capital bancario.
“Lenin escribió en “El
Imperialismo…”: “Traducido al lenguaje común esto significa: el
desarrollo del capital ha llegado a un punto tal que, aunque la
producción de mercancías siga “reinando” como antes y siga siendo
considerada como la base de toda la economía, en realidad se halla ya
quebrantada, y las ganancias principales están destinadas a los “genios”
de las combinaciones financieras” (Capítulo I, La concentración de la
producción y los monopolios). Y más adelante comienza citando a Marx:
“Los bancos crean en escala social la forma, y nada más que la forma, de
la contabilidad general y de la distribución general de los medios de
producción”, escribía Marx hace medio siglo en El Capital.
Los
datos que hemos reproducido referentes al incremento del capital
bancario, al aumento del número de oficinas de cambio y sucursales de
los bancos más importantes, de sus cuentas corrientes, etc., nos
muestran concretamente esa “contabilidad general” de toda la clase de
los capitalistas y aún no sólo de los capitalistas, pues los bancos
recogen, aunque no sea más que temporalmente, toda clase de ingresos
monetarios de los pequeños propietarios, de los funcionarios, de la
reducida capa superior de los obreros, etc.”. (Capítulo II, Los bancos y
su nuevo papel).En el Capítulo III (El Capital financiero y la
oligarquía financiera) Lenin agregaba: “El capital financiero,
concentrado en pocas manos y que goza del monopolio efectivo, obtiene un
beneficio enorme, que se acrece sin cesar, de la constitución de
sociedades, de la emisión de valores, de los empréstitos del Estado,
etc.”.
Esta descripción que hizo Lenin en 1916 tiene
ahora plena vigencia…”. Con la frase: “El imperialismo debe comprenderse
como la primera fase de la dominación política de la burguesía, más que
como la última etapa del capitalismo”, Arendt parece ignorar que el
comienzo de la dominación política (y económica) de la burguesía no es
un producto del imperialismo sino que puede situarse entre los siglos
XVII y XVIII (las revoluciones burguesas) se consolidó con las guerras
de conquista coloniales y la explotación de los recursos (humanos y
materiales) de las colonias y delos países periféricos. Y que el
imperialismo como “mundialización” de la dominación económica y política
del capitalismo monopolista (la reproducción ampliada del capital a
escala mundial) es un fenómeno posterior, pues comenzó a manifestarse
entre fines del siglo XIX y comienzos del siglo XX, como sostuvo Lenin,
basándose en un estudio riguroso de los hechos y no en una mera
especulación.
Pero Arendt no se queda en esta
afirmación, manifiestamente contraria a los hechos históricos, y en el
Prólogo a la sección de su libro dedicada al imperialismo– claramente
inspirada en algunos aspectos de la obra de John Hobson El imperialismo:
un estudio, (1902) escribe: “Rara vez pueden ser fechados con tanta
precisión los comienzos de un período histórico y raramente fueron tan
buenas las posibilidades de los observadores contemporáneos para ser
testigos de su preciso final como en el caso de la era imperialista.
Porque el imperialismo, que surgió del colonialismo y tuvo su origen en
la incongruencia del sistema Nación-Estado con el desarrollo económico e
industrial del último tercio del siglo XIX, comenzó su política de la
expansión por la expansión no antes de 1884, y esta nueva versión de la
política de poder era tan diferente de las conquistas nacionales en las
guerras fronterizas como del estilo romano de construcción imperial. Su
fin pareció inevitable tras “la liquidación del Imperio de Su Majestad”
que Churchill se había negado a “presidir” y se tornó un hecho consumado
con la declaración de la independencia india. El hecho de que los
británicos liquidaran voluntariamente su dominación colonial sigue
siendo uno de los acontecimientos más trascendentales de la historia del
siglo XX. De esa liquidación resultó la imposibilidad de que ninguna
nación europea pudiera seguir reteniendo sus posesiones ultramarinas.
La
única excepción es Portugal, y su extraña capacidad para continuar una
lucha a la que han tenido que renunciar todas las demás potencias
coloniales europeas puede ser más debida a su atraso nacional que a la
dictadura de Salazar; porque no fue sólo la mera debilidad o el
cansancio debido a dos asesinas guerras en una sola generación, sino
también los escrúpulos morales y las aprensiones políticas de las
Naciones-Estados completamente desarrolladas, los que se pronunciaron
contra medidas extremas, la introducción de “matanzas administrativas”
(A. Carthill) que podían haber destrozado la rebelión no violenta en la
India y contra una continuación del “gobierno de las razas sometidas”
(lord Cromer) por obra del muy temido efecto de boomerang en las madres
patrias. Cuando finalmente Francia, gracias a la entonces todavía
intacta autoridad de De Gaulle, se atrevió a renunciar a Argelia, a la
que siempre había considerado tan parte de Francia como el département
de la Seine, pareció haberse llegado a un punto sin retorno.
Cualesquiera que pudieran haber sido los términos de esta esperanza si
la guerra caliente contra la Alemania nazi no hubiese sido seguida por
la guerra fría entre la Rusia soviética y los Estados Unidos, se siente
retrospectivamente la tentación de considerar las dos últimas décadas
como el período durante el cual los dos países más poderosos de la
Tierra pugnaron por lograr una posición en una lucha competitiva por el
predominio en aquellas mismas regiones aproximadamente que habían
dominado antes las naciones europeas. De la misma manera, se siente la
tentación de considerar a la nueva y difícil distensión entre Rusia y
América como el resultado de la aparición de una tercera potencia
mundial, China, más que como la sana y natural consecuencia de la
destotalitarización de Rusia tras la muerte de Stalin. Y si evoluciones
posteriores confirmaran estas incipientes interpretaciones, significaría
en términos históricos que hemos vuelto, en una escala enormemente
ampliada, al punto en el que comenzamos, es decir, a la era imperialista
y a la carrera de colisiones que condujo a la primera guerra mundial.
Se ha dicho a menudo que los británicos adquirieron su imperio en un
momento de distracción, como consecuencia de tendencias automáticas,
aceptando lo que parecía posible y resultaba tentador, más que como
resultado de una política deliberada. Si esto es cierto, entonces el
camino al infierno puede no estar empedrado de intenciones como las
buenas a que alude el proverbio. Y los hechos objetivos que invitan a
retornar a las políticas imperialistas son, desde luego, tan fuertes
hoy, que uno se inclina a creer mínimamente en la verdad a medias de la
declaración, en las vacuas seguridades de buenas intenciones por parte
de ambos bandos, de un lado, los “compromisos” americanos con un
inviable statu quo de corrupción e incompetencia y, de otro, la jerga
seudorrevolucionaria rusa acerca de las guerras de liberación nacional.
El proceso de construcción nacional en zonas atrasadas, donde a la
ausencia de todos los prerrequisitos para la independencia nacional
corresponde un chauvinismo creciente y estéril, ha determinado unos
enormes vacíos de poder en los que la competición entre las
superpotencias resulta tanto más fiera cuanto que parece definitivamente
desechado con el desarrollo de las armas nucleares el enfrentamiento
directo”. Los subrayados son nuestros.
Hobson en su
obra hace una distinción entre el colonialismo que se aplica a
territorios poblados de inmigrantes de la sociedad de origen como es el
caso de Australia, Canadá y Nueva Zelandia y el imperialismo “la anexión
pura y simple de territorios sin voluntad de integración”, como ocurrió
a fines del siglo XIX.Hasta aquí Arendt lo sigue al pie de la letra,
que la lleva a hablar de “la expansión por la expansión”. “La expansión
por la expansión” de los imperialistas no es un hallazgo de Arendt sino
que está inspirado en las tautologías heideggerianas como la “cosidad de
la cosa” o que “el acontecimiento acontece”. Arendt –para ser más fiel a
su maestro– podría haber dicho que la expansión del imperialismo se
debe a que el imperialismo se expande porque es expansivo. Pero Hobson
hizo también un estudio económico del imperialismo y de sus móviles
reales, que fueron los intereses financieros y la búsqueda de beneficios
y no un simple móvil (¿psicológico?) de “la expansión por la
expansión”.
El trabajo de Hobson es muy importante
para el estudio del imperialismo, pero tiene sus límites, señalados por
Lenin en El imperialismo…y por otros autores, por ejemplo el no haber
distinguido la ocupación de territorios para la explotación de los
recursos naturales y humanos, propio del colonialismo y la exportación
de capitales (inversiones) característico del imperialismo. Que hemos
llamado más arriba “reproducción ampliada del capital a escala mundial”.
Quizás
fueron estas limitaciones de Hobson en el análisis del imperialismo de
la economía capitalista en general que lo llevaron, pese a las profundas
críticas que hizo al mismo, a proponer para ciertos casos una especie
de “buen imperialismo” consistente en que las naciones imperialistas
podrían ejercer una suerte de fideicomisos en las naciones “más
atrasadas”. Esta idea del “buen imperialismo” parece haber estado en la
cabeza de Arendt cuando escribe: … “El proceso de construcción nacional
en zonas atrasadas, donde a la ausencia de todos los prerrequisitos para
la independencia nacional corresponde un chauvinismo creciente y
estéril, ha determinado unos enormes vacíos de poder…” Que habría que
llenar con un “buen imperialismo”. Vale la pena recordar que las
potencias occidentales, con Estados Unidos a la cabeza, se han ocupado
de crear “enormes vacíos de poder “desintegrando varios países, ahora
sumidos en el caos, como son los casos de Irak, Libia, Siria y
Afganistán. Arendt habla de “la incongruencia del sistema Nación-Estado
con el desarrollo económico e industrial del último tercio del siglo
XIX”. Arendt no comprendió la congruencia de un sistema mundial
imperialista donde hay Estados-naciones desarrollados que tienden a
reproducir sus capitales locales a escala mundial (que así devienen
capitales transnacionales), ocupando, dominando, sojuzgando, oprimiendo y
explotando a otros pueblos y otros Estados. Contando para ello con su
potencial económico, financiero, militar, político e ideológico.
La
idea del “buen imperialismo” también parece haber sido adoptada por
Arendt cuando escribe que los británicos liquidaran voluntariamente su
dominación colonial y… “Cuando finalmente Francia, gracias a la entonces
todavía intacta autoridad de De Gaulle, se atrevió a renunciar a
Argelia”, de “los escrúpulos morales y las aprensiones políticas de las
Naciones-Estados completamente desarrolladas”, de la “jerga
seudorrevolucionaria rusa acerca de las guerras de liberación nacional”.
De modo que guiadas por sus “escrúpulos morales” Gran Bretañaliquidó
“voluntariamente” su dominación colonial y Francia “renunció “a Argelia,
después de cometer reiterados crímenes contra la humanidad, entre ellos
las matanzas de Sétif y Guelma el 8 de mayo de 1945 para “celebrar”, la
victoria contra el nazismo (entre más de 1000 y 40000 muertos, según
las fuentes). Arendt se olvidó de decir también que Francia “renunció “a
Indochina en Dien Bien Phu. Para Arendt, las guerras de liberación
nacional fueron “jerga revolucionaria rusa”.
Todo
esto la lleva a formular la tesis de que el “verdadero” imperialismo que
subsiste en el tiempo está originado en regímenes totalitarios y no
puede tener base de sustentación en el largo plazo en Estados
democráticos como, por ejemplo, Estados Unidos.
Que
la teoría del “buen imperialismo” de las potencias occidentales, llenas
de “escrúpulos morales” y de que el imperialismo sólo puede sustentarse
en el largo plazo en un régimen totalitario y no puede durar mucho
tiempo en una democracia no es, de nuestra parte, una extrapolación
abusiva de la obra de Hannah Arendt, lo demuestran los párrafos
siguientes del trabajo del conocido ensayista David Harvey “El “nuevo
“imperialismo: acumulación por desposesión” (http://www.cronicon.
net/paginas/ Documentos/No.22. pdf):… “En todos estos casos, el viraje
hacia una forma liberal de imperialismo (asociada a una ideología de
progreso y a una misión civilizatoria) no resultó de imperativos
económicos absolutos sino de la falta de voluntad política de la
burguesía para resignar alguno de sus privilegios de clase, bloqueando
así la posibilidad de absorber la sobreacumulación mediante la reforma
social interna. Actualmente, la fuerte oposición por parte de los
propietarios del capital a cualquier política de redistribución o de
mejora social interna en EUA no deja otra opción que mirar al exterior
para resolver sus dificultades económicas. Este tipo de políticas de
clase internas forzaron a muchos poderes europeos a mirar al exterior
para resolver sus problemas entre 1884 y 1945, y esto imprimió su
particular tonalidad a las formas que adoptó entonces el imperialismo
europeo. Muchas figuras liberales e incluso radicales se volvieron
imperialistas orgullosos durante estos años, y buena parte del
movimiento obrero se persuadió de que debía apoyar el proyecto imperial
como un elemento esencial para su bienestar. Esto requirió, sin embargo,
que los intereses burgueses comandaran ampliamente las políticas
estatales, los aparatos ideológicos y el poder militar.
En
mi opinión, Hannah Arendt interpreta este imperialismo eurocéntrico
correctamente como “la primera etapa del dominio político de la
burguesía y no la última fase del capitalismo”, como había sido
descripta por Lenin”.
Y más adelante prosigue
Harvey:…”En ausencia de una fuerte revitalización de la acumulación
sostenida a través de la reproducción ampliada, esto implicará una
profundización de la política de acumulación por desposesión en todo el
mundo, con el propósito de evitar la total parálisis del motor de la
acumulación. Esta forma alternativa de imperialismo resultará
difícilmente aceptable para amplias franjas de la población mundial que
han vivido en el marco de (yen algunos casos comenzado a luchar contra)
la acumulación por desposesión y las formas depredadoras de capitalismo a
las que se han enfrentado durante las últimas décadas.
La
treta liberal que propone alguien como Cooper es demasiado familiar
para los autores postcoloniales como para resultar atractiva. Y el
militarismo flagrante que EUA propone de manera creciente, sobre el
supuesto de que es la única respuesta posible al terrorismo global, no
sólo está lleno de peligros (incluyendo el precedente riesgoso del
“ataque preventivo”) sino que también está siendo gradualmente
reconocido como una máscara para tratar de sostener una hegemonía
amenazada dentro del sistema global. Pero tal vez la pregunta más
interesante se refiere a la respuesta dentro de EUA. En este punto, una
vez más, Hannah Arendt plantea un contundente argumento: el imperialismo
no puede sostenerse por mucho tiempo sin represión activa, o incluso
tiranía interna. El daño infligido a las instituciones democráticas
internas puede ser sustancial (como lo aprendieron los franceses durante
la lucha por la independencia de Argelia). La tradición popular dentro
de EUA es anticolonial y antiimperialista y durante las últimas décadas
han sido necesarios muchos ardides, cuando no el engaño declarado, para
disimular el rol imperial de Norteamérica en el mundo, o al menos para
revestirlo de intenciones humanitarias grandilocuentes. No resulta claro
que la población estadounidense vaya a apoyar en el largo plazo un giro
abierto hacia un imperio militarizado (no más que lo que terminó
avalando la guerra de Vietnam)”.
Sin desconocer los
méritos de Harvey, se manifiesta en su trabajo una evidente
contradicción: por un lado da la razón a Arendt y por el otro su
análisis del imperialismo se basa fundamentalmente en el que hizo Lenin,
aunque con algunas concesiones al subjetivismo como cuando habla de la
falta de voluntad política de la burguesía para resignar alguno de sus
privilegios de clase, bloqueando así la posibilidad de absorber la
sobreacumulación mediante la reforma social interna. Y cuando da rienda
suelta a su imaginación al escribir acerca de que “la tradición popular
dentro de EUA es anticolonial y antiimperialista” contradiciéndose con
lo que escribió algunos párrafos más arriba: “Muchas figuras liberales e
incluso radicales se volvieron imperialistas orgullosos durante estos
años, y buena parte del movimiento obrero se persuadió de que debía
apoyar el proyecto imperial como un elemento esencial para su
bienestar”.
Este último es un dato objetivo que
corresponde a la realidad del sistema mundial imperialista. Como lo
describió hace algunos años Ronald Mc Kinnon, profesor titular del
Departamento de Ciencias Económicas de la Universidad de Stanford, en un
artículo publicado en el Boletín del Fondo Monetario Internacional
(Fondo Monetario Internacional, Finances et Developpement junio 2001)
refiriéndose a cómo una buena parte del pueblo estadounidense vive a
expensas del resto del mundo: “Durante el último decenio, el ahorro de
las familias (en los Estados Unidos) ha disminuido más de lo que el
ahorro público (expresado por los excedentes presupuestarios) ha
aumentado en el mismo período. El enorme déficit de la balanza de pagos
(exportaciones versus importaciones) de las transacciones corrientes de
Estados Unidos, de alrededor de 4,5% del producto nacional bruto de
2000, refleja ese desequilibrio del ahorro. Para financiar un nivel
normal de inversión interior –históricamente alrededor del 17% del
producto nacional bruto– Estados Unidos ha debido utilizar ampliamente
el ahorro del resto del mundo. “Malas” reducciones de impuestos –las que
reducen el ahorro público sin estimular el ahorro privado– podrían
incrementar esa deuda con el extranjero. Desde hace más de veinte años
(es decir desde antes de 1980), Estados Unidos recurre ampliamente a las
reservas limitadas del ahorro mundial para sostener su alto nivel de
consumo– el de la administración federal en los años 80 y el de las
familias en los años 90. Las entradas netas de capitales son actualmente
más importantes que en el conjunto de los países en desarrollo. Es así
como Estados Unidos, que era acreedor del resto del mundo a comienzos de
1980, se ha convertido en el más grande deudor mundial: unos 2 billones
300 mil millones de dólares en 2000.Los balances de las familias y de
las empresas en Estados Unidos muestran el efecto acumulado de los
préstamos privados obtenidos en el exterior desde hace diez años. La
deuda de las empresas es también muy elevada con relación a su flujo de
caja. Sin embargo, no tienen por qué inquietarse. Estados Unidos se
encuentra en una situación única y es que disponen de una línea de
crédito prácticamente ilimitada, en gran parte en dólares, frente al
resto del mundo. Los bancos y otras instituciones financieras de Estados
Unidos están relativamente al abrigo de las tasas de cambio: sus
activos […] y sus pasivos son en dólares. En cambio, otros países
deudores deben acomodarse a las disparidades de las monedas: los pasivos
internacionales de sus bancos y de otras empresas son en dólares y sus
activos en moneda nacional”.
No hay pues, un “nuevo
imperialismo”, sino un imperialismo que se adapta a las circunstancias,
entre otras, a las relaciones de fuerzas, pero que mantiene su esencia
depredadora, agresiva, militarista, explotadora y totalmente contraria a
los derechos fundamentales del ser humano. Por cierto que a la gran
mayoría del pueblo estadounidense no le agrádala idea de poner sus
muertos en las guerras de agresión. Para evitar tal inconveniente, la
doctrina militar estadounidense se ha enriquecido con la estrategia del
“cero muerto” (zero killer: ok [1]), consistente en evitar el uso de
tropas de tierra y recurrir a bombardeos aéreos masivos, perfeccionados
con el bombardeo por medio de drones (aviones no tripulados dirigidos
electrónicamente –como un videojuego– desde los Estados Unidos), con los
consiguientes “daños colaterales”.
Consistentes
éstos en la destrucción indiscriminada de las infraestructuras civiles y
en la masacre, también indiscriminada, de la población del país
agredido. Hannah Arendt, para formular sus tesis, ha debido omitir por
completo en su trabajo mencionar la política imperialista de Estados
Unidos en América Latina en los últimos 170 años, que incluye anexiones,
comenzando por la de una parte de México en 1845, promoción de golpes
de Estado para instalar y sostener dictaduras sanguinarias, invasiones
armadas, presiones económicas, etc.
Y guardar
silencio sobre el hecho de que en África en el momento dela
descolonización y de los movimientos de liberación nacional surgieron
líderes como Patrice Lumumba, Kwame Nkrumah, Amílcar Cabral, Jomo
Kenyatta y más tarde Thomas Sankara, que bregaron por una vía
independiente para sus pueblos, contraria a los intereses de las ex
metrópolis de sus grandes empresas. Todos ellos fueron derrocados o
asesinados, como fueron los casos de Lumumba, Cabral y Sankara, y
reemplazados por dirigentes dictatoriales, corruptos y fieles a las
grandes potencias neocoloniales. Quizás haya sido también superfluo para
Arendt recordar que las potencias europeas, como culminación de las
guerras coloniales que emprendieron en África en el siglo XIX, en la
Conferencia de Berlín de1885 se distribuyeron dicho continente como una
tierra de nadie, creando fronteras artificiales, y se la redistribuyeron
después de la guerra 1914-1918. Todavía se sufren los resultados de
esas fronteras artificiales con las guerras interétnicas, fomentadas por
las grandes potencias para seguir saqueando los recursos naturales del
continente.
Otras “perlas” de Arendt en su análisis
del imperialismo.… “la era del llamado imperialismo del dólar, la
versión específicamente americana del imperialismo anterior a la segunda
guerra mundial, que fue políticamente la menos peligrosa, está
definitivamente superada. Las inversiones privadas –“las actividades de
un millar de compañías norteamericanas operando en un centenar de países
extranjeros” y “concentradas en los sectores más modernos, más
estratégicos y más rápidamente crecientes”-crean muchos problemas
políticos aunque no se hallen protegidas por el poder de la nación, pero
la ayuda exterior, aunque sea otorgada por razones puramente
humanitarias, es política por naturaleza precisamente porque no está
motivada porra búsqueda de un beneficio. Se han gastado miles de
millones de dólares en eriales políticos y económicos en donde la
corrupción y la incompetencia los han hecho desaparecer antes de que se
hubiera podido iniciar nada productivo, y este dinero ya no es el
capital “superfluo” que no podía ser invertido productiva y
beneficiosamente en la patria, sino el fantástico resultado de la pura
abundancia que los países ricos, “los que tienen” en comparación con
“los que no tienen”, pueden permitirse perder. En otras palabras, el
motivo del beneficio, cuya importancia en la política imperialista del
pasado llegó a ser sobreestimada frecuentemente, ha desaparecido ahora
por completo; sólo los países muy ricos y muy poderosos pueden
permitirse soportar las grandes pérdidas que supone el
imperialismo”.(Arendt, Los orígenes del totalitarismo. Prólogo a la
segunda parte: Imperialismo, pág. 13. Editorial Taurus, 1998).Un
verdadero himno al carácter humanitario y desinteresado del capital
monopolista transnacional y una crítica inmisericorde (por cierto en no
pocos casos justificada) en lo que se refiere a los dirigentes
corruptos, pero totalmente falsa en cuanto concierne a los pueblos
presuntamente “beneficiarios”, víctimas del imperialismo y de sus
cómplices locales.
Y en la página siguiente, esta
frase con cierto tufillo malthusiano: “Las tasas de crecimiento
demográfico en los países menos desarrollados son ahora dobles de las de
los países más avanzados”, y cuando este factor bastaría para que fuera
imperativo asistirles con excedentes alimenticios y con excedentes de
conocimiento tecnológico y político, es ese mismo factor el que invalida
toda ayuda. Obviamente, cuanto mayor sea la población, menor ayuda per
cápita recibirá, y la verdad de la cuestión es que después de dos
décadas de programas de ayuda masiva, todos los países que para empezar
no han sido capaces de ayudarse a sí mismos”…En la página 273 Arendt
escribe: … “Lo que el populacho (“mob”, en el original inglés) quería y
lo que Goebbels expresó con gran precisión era acceder a la Historia
incluso al precio de la destrucción”. Y dos páginas más adelante: “El
gran intento de Marx de reescribir la historia del mundo en términos de
luchas de clases fascinó incluso a aquellos que no creían en su tesis,
pero que se sentían atraídos por su intención de hallar un medio por el
cual empujar hasta el recuerdo de la posteridad a los destinos de los
excluidos de la historia oficial”.
(*) El papel
desempeñado por las ideas y culturas dominantes en la preservación del
orden vigente. Editorial Dunken, Buenos Aires, diciembre 2015.
[1]
Algunos sostienen que la expresión OK (okey) se originó hace mucho
tiempo cuando después de una acción militar de tropas estadounidenses,
si no había habido muertos del lado estadounidense se decía “OK” para
significar “zero killer”
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