Israel lleva años en esa labor
A veces ha obtenido logros, a veces fracasos. Una cosa tenemos clara: Mahmud Abbas es un corrupto, un traidor a su pueblo.
¿Promueve Israel una guerra civil palestina?
La división
en el seno de la sociedad palestina ha alcanzado niveles sin
precedentes y se ha convertido en un obstáculo determinante en cualquier
estrategia unificada para poner fin a la violenta ocupación de Israel o
para unir a los palestinos en una sola meta.
El recién
nombrado ministro de Defensa israelí, el ultranacionalista Avigdor
Lieberman, lo comprende muy bien. Su táctica desde que ascendió al cargo
en mayo pasado se centra en invertir al máximo en esas divisiones como
medio de fracturar la sociedad palestina aún más.
Al lado de
los militares israelíes, Lieberman resulta más “extremista” aún. Su
legado anterior está plagado de declaraciones violentas y racistas.
Entre sus hazañas más recientes destaca el haberse referido al difunto
Mahmoud Darwish, el poeta más célebre de Palestina. Llegó a comparar la
poesía de Darwish –que reclama la libertad de su pueblo– a la
autobiografía de Adolph Hitler, Mein Kampf. Aunque esa no es la
declaración más escandalosa de Lieberman.
Las
provocaciones anteriores de Lieberman son muchas. Hace poco, en 2015,
amenazó con decapitar con un hacha a los ciudadanos palestinos de Israel
que no fueran totalmente fieles al “Estado judío”, propugnó la limpieza
étnica de los palestinos de Israel, y lanzó un ultimátum de muerte
contra el ex primer ministro palestino, Ismail Haniya.
Sin
embargo, declaraciones escandalosas aparte, la última estratagema de
Lieberman, resulta más extravagante aún. El ministro de Defensa de
Israel tiene previsto imponer un código de colores a las comunidades
palestinas en Cisjordania ocupada, que los divida en verde y rojo,
siendo el verde para “los buenos” y el rojo para “los malos”; así, a los
primeros los recompensará por su buen comportamiento y a los segundos
los castigará colectivamente aunque sólo sea uno de los miembros de la
comunidad el que se atreva a resistir al ejército de ocupación israelí.
Una versión
de este plan se intentó aplicar hace casi 40 años pero fracasó
totalmente. Que propósitos aberrantes como este se propongan bien
entrado el siglo XXI sin que concurra la protesta internacional es
incomprensible.
Los códigos
de color de Lieberman irán acompañados de una campaña para resucitar
las llamadas “Liga de los Pueblos”, otro experimento fallido de Israel
ideado para imponer un liderazgo palestino “alternativo” que vincule a
“notables” palestinos y no a los dirigentes elegidos democráticamente.
La solución
de Lieberman es fabricar un liderazgo que, como en el caso de la “Liga
de los Pueblos” de los años 70 y 80, será sin duda considerado por la
mayoría de la sociedad palestina como traidor y colaboracionista.
Pero, ¿qué es exactamente la “Liga” y cómo funcionará en esta ocasión?
En octubre
de 1978, los alcaldes electos palestinos junto a los concejales y
diversas instituciones nacionalistas pusieron en marcha una campaña de
movilización popular bajo el paraguas del Comité de Dirección Nacional
cuyo principal objetivo era dar respuesta al Tratado de Camp David,
firmado entre Egipto e Israel, y contestar sus consecuencias políticas
que marginaban a los palestinos.
En aquel
momento, el movimiento cuajó como la red mejor entretejida y más
unificada que los palestinos habían logrado nunca en el territorio
ocupado. Israel inmediatamente tomó medidas contra los alcaldes,
sindicalistas y nacionalistas de diversas instituciones profesionales.
La
respuesta nacional insistió en la unidad de los palestinos de Jerusalén,
Cisjordania y Gaza, de los cristianos y los musulmanes, y de los
palestinos sobre el territorio de Palestina y los de la shattat o la
diáspora.
La
respuesta de Israel fue igualmente contundente. A partir del 2 de julio
de 1980 lanzó una campaña de asesinatos contra los alcaldes elegidos
democráticamente. Sin embargo, Camp David y los intentos de eliminar a
los dirigentes nacionalistas del territorio ocupado, así como el
incremento de la violencia de los extremistas judíos en Cisjordania
inspiraron protestas populares, huelgas generales y enfrentamientos
violentos entre jóvenes palestinos y las fuerzas israelíes. El gobierno
israelí actuó para acabar con los alcaldes electos de Cisjordania poco
después de haber establecido, en noviembre de 1981, una “Administración
civil” para gobernar el territorio ocupado directamente a través de su
ejército. La administración militar tenía como objetivo mantener al
margen a toda dirección palestina verdaderamente representativa y
consolidar aún más la ocupación. Una vez más, los palestinos
respondieron con una huelga general y con la movilización popular.
Israel
siempre se ha afanado en la creación de una dirección alternativa para
los palestinos. Estos esfuerzos culminaron en 1978, con el
establecimiento de la “Liga de los Pueblos” que otorgaba a sus miembros
amplios poderes relativos, incluido el de aprobar o denegar los
proyectos de desarrollo en el territorio ocupado. Podían ir armados y
contaban con protección militar israelí.
Pero
también eso estaba condenado al fracaso porque las comunidades
palestinas consideraron a los miembros de la Liga como
colaboracionistas.
Unos años
más tarde, Israel tuvo que reconocer la naturaleza artificial de esa
creación y admitir que a los palestinos no se les puede movilizar para
que acepten la visión israelí de la ocupación militar permanente a
cambio de una autonomía superficial. En marzo de 1984, el gobierno
israelí decidió disolver la “Liga de los Pueblos”.
Ya sabemos
que Lieberman no es un avezado estudiante de la Historia pero, ¿qué es
lo que pretende conseguir con esta estratagema? Las elecciones
municipales de 1976 estimularon las energías palestinas en pos de la
unidad; se unieron en torno a las ideas comunes y hallaron una
plataforma unificadora en la Organización para la Liberación de
Palestina (OLP). Ahora la discordia palestina es inequívoca. El
enfrentamiento prolongado entre Fatah y Hamas ha transformado
radicalmente el discurso nacionalista sobre Palestina convirtiéndolo en
una forma de tribalismo político.
Cisjordania
y Gaza están divididos no sólo geográficamente sino geopolíticamente
también. Fatah, asediada ya en más de un frente, está sufriendo más
divisiones internas entre los partidarios de su envejecido líder actual,
Mahmud Abbas, y el apartado aunque omnipresente Mohammed Dahlan.
Más
peligroso que todo ello es que el sistema de castigos o recompensas de
Israel haya creado clases entre los palestinos: los extremadamente
pobres, que viven en Gaza y en la zona C de Cisjordania, y los
relativamente prósperos, la mayoría de ellos afiliados a la Autoridad
Palestina, en Ramala.
Desde el
punto de vista de Lieberman, ha llegado el momento de perfeccionar y
restablecer la “Liga de los Pueblos”. Que funcione según su forma
original o no, no es relevante, lo que importa es generar mayor división
entre los palestinos, sembrar el caos social, el conflicto político y,
quizá, que se repita la breve guerra civil que se produjo en Gaza
durante el verano de 2007.
La
comunidad internacional debe rechazar categóricamente esos planes
arcaicos y ese ideario destructivo, y obligar a Israel a respetar el
derecho internacional, los derechos humanos y las decisiones
democráticas de la población palestina.
Esas
potencias que se han impuesto a sí mismas como “agentes de la paz” y
garantes del derecho internacional deben entender que Israel sabe muy
bien cómo provocar incendios pero casi nunca es capaz de apagarlos. Y
entre todos ellos, a Lieberman, el gorila de discoteca ruso reconvertido
en político y en ministro de Defensa, no se le debe permitir que
imponga un código de colores a las comunidades palestinas que premie y
que castigue según le convenga.
Un rápido vistazo a la historia nos dice que las tácticas de Lieberman fracasarán; la pregunta, no obstante, es: ¿a qué precio?
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