Aunque
pensábamos que la situación económica había mejorado y que los peores
años de la crisis habían quedado atrás, es posible que lo peor aún esté
por venir. Es lo que sugiere un demoledor nuevo informe sobre comercio
publicado por el principal órgano de la Asamblea General de la ONU en el que advierte sobre los peligros que acechan a la vuelta de la esquina. Como ocurrió en 2010, se trata de una crisis de deuda,
pero el alcance puede ser mucho mayor, puesto que afecta a un gran
número de los países en vía de desarrollo, cada vez más económicamente
vulnerables.
“Durante los últimos años se ha planteado la preocupación sobre la fragilidad financiera en las economías emergentes debido a una avalancha de flujo financiero y crédito barato desde 2009, alimentado hasta un punto considerable por programas de expansión cuantitativa en los países desarrollados”, señala el informe ‘Trade and Development Report 2016’. “Las señales de alarma se han disparado desde hace un tiempo por la explosión de deuda corporativa en las economías emergentes del mercado”.
El documento publicado por la UNCTAD, la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo, se sumerge en un panorama global “frágil”, en el que las economías desarrolladas se recuperan mucho más lentamente de lo esperado y el comercio global se ha ralentizado, lo que ha detenido el crecimiento de muchos países pobres, excesivamente dependientes del capital extranjero. “A medida que el capital empieza a manar, hay un verdadero peligro de entrar en una tercera fase de la crisis financiera que comenzó en el mercado inmobiliario americano a finales del año 2007”. Ya ha empezado en Brasil, Rusia y Sudáfrica, países al borde de la recesión en los cuales puede producirse “una dañina espiral deflacionaria”.
El informe señala como culpable a la trampa económica que la globalización ha creado, y que se ha acentuado en la última década. Son más de 25 billones de dólares los que deben las empresas privadas de los países en vías de desarrollo (a finales de 2008, la cifra se encontraba en 9 billones), y la mayor parte de esta deuda probablemente nunca se pague. “No se puede descartar una dañina espiral deflacionaria”, añade el documento. “Nuestra experiencia pasada nos muestra que si gran parte de la deuda del sector privado es grande y está emitida en moneda extranjera, como en Latinoamérica, termina en las cuentas de balance públicas, con el riesgo una crisis de deuda externa soberana”.
El posible efecto contagio
Como ocurre en una economía globalizada, un estornudo en un rincón del mundo puede terminar contagiando al planeta de gripe. Solo que en este caso, a juzgar por los términos empleados en el informe, puede tratarse de una enfermedad mortal. “El mediocre rendimiento de los países desarrollados desde la crisis económica de 2008-2009 y la crisis financiera va a durar, con el riesgo añadido que supone la pérdida de impulso en los países en vías de desarrollo durante los últimos años, que será mayor de lo que se pensaba”, explica el documento.
Como recuerda Evans-Pritchard, este escenario es la consecuencia previsible en los países en vías de desarrollo de las medidas de estímulo en EEUU, Europa y Japón: “Una inundación de crédito barato que descompone su química y los conduce a una trampa”. Sin embargo, a pesar de que se pensaba que ello podía ocurrir, no se sospechaba que los efectos fuesen tan devastadores. El informe es un tirón de orejas a “una cultura de recompra de acciones y una incansable extracción de beneficios” en la cual las ganancias obtenidas por las empresas no se reinvierten en puestos de trabajo o crecimiento sostenible.
En contra de la economía ortodoxa
Si el informe resulta relevante, señala el economista, es porque contradice muchas de las visiones populares sobre los beneficios de la globalización, “las que llevan enseñándose en universidades y escuelas de negocios desde hace dos generaciones”. La justificación moral a la que recurren las naciones desarrolladas es que las inversiones extranjeras “han mejorado el estándar de vida de miles de millones de personas en Asia”. Sin embargo, el documento de la ONU señala que, en realidad, esta relación económica no ha funcionado en muchos países, que se enfrentan a una posible “desindustrialización prematura”.
En los últimos años, muchos países han visto cómo su sector industrial se estancaba y dejaba de producir puestos de trabajo. Es lo que ha ocurrido en India, México y muchos países del sureste asiático. Aún peor ha sido en el África subsahariana, donde el desarrollo de las manufacturas se ha detenido incluso antes de la industrialización del país. Pero aún más grave es la desindustrialización, acompañada por una caída de la productividad, en países como Sudamérica o los del norte de África desde los años 80. En muchos casos, este proceso está ligado a “drásticos cambios hacia políticas macroeconómicas más restrictivas y una reducción de la intervención del Estado para apoyar las transformaciones estructurales”.
“En las economías más pobres, los beneficios de las iniciativas para el alivio de deuda de los 90 y principios de los 2000 y de la rápida integración en los mercados financieros después de 2008 se están evaporando rápidamente”, advierte el informe. La situación ha cambiado en apenas un par de años, cuando la deuda emitida por los países en vías de desarrollo en forma de bonos parecía infinita (de 2.000 millones en 2009 a 18.000 millones en 2011). Sin embargo, factores como una peor proyección de crecimiento han provocado que su financiación salga mucho más cara.
“Durante los últimos años se ha planteado la preocupación sobre la fragilidad financiera en las economías emergentes debido a una avalancha de flujo financiero y crédito barato desde 2009, alimentado hasta un punto considerable por programas de expansión cuantitativa en los países desarrollados”, señala el informe ‘Trade and Development Report 2016’. “Las señales de alarma se han disparado desde hace un tiempo por la explosión de deuda corporativa en las economías emergentes del mercado”.
Puede ser la crisis definitiva del capitalismo globalizado, el deceso de la ortodoxia del libre mercado promovida en los últimos 40 años
Este informe ha llamado la atención de medios de comunicación globales. El editor de economía de ‘The Telegraph’, Ambrose Evans-Pritchard, explicaba que “la tercera ola de esta depresión global sin cura aún está por venir”. La escala, esta vez, será mucho mayor que en anteriores ocasiones (lo de Lehman Brothers o Grecia es una broma a su lado): “Puede ser la crisis definitiva del capitalismo globalizado, el deceso de la ortodoxia del libre mercado liberal promovida durante los últimos 40 años por las instituciones de Bretton Woods, la OCDE y la fraternidad de Davos”. Poca broma.El documento publicado por la UNCTAD, la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo, se sumerge en un panorama global “frágil”, en el que las economías desarrolladas se recuperan mucho más lentamente de lo esperado y el comercio global se ha ralentizado, lo que ha detenido el crecimiento de muchos países pobres, excesivamente dependientes del capital extranjero. “A medida que el capital empieza a manar, hay un verdadero peligro de entrar en una tercera fase de la crisis financiera que comenzó en el mercado inmobiliario americano a finales del año 2007”. Ya ha empezado en Brasil, Rusia y Sudáfrica, países al borde de la recesión en los cuales puede producirse “una dañina espiral deflacionaria”.
El informe señala como culpable a la trampa económica que la globalización ha creado, y que se ha acentuado en la última década. Son más de 25 billones de dólares los que deben las empresas privadas de los países en vías de desarrollo (a finales de 2008, la cifra se encontraba en 9 billones), y la mayor parte de esta deuda probablemente nunca se pague. “No se puede descartar una dañina espiral deflacionaria”, añade el documento. “Nuestra experiencia pasada nos muestra que si gran parte de la deuda del sector privado es grande y está emitida en moneda extranjera, como en Latinoamérica, termina en las cuentas de balance públicas, con el riesgo una crisis de deuda externa soberana”.
El posible efecto contagio
Como ocurre en una economía globalizada, un estornudo en un rincón del mundo puede terminar contagiando al planeta de gripe. Solo que en este caso, a juzgar por los términos empleados en el informe, puede tratarse de una enfermedad mortal. “El mediocre rendimiento de los países desarrollados desde la crisis económica de 2008-2009 y la crisis financiera va a durar, con el riesgo añadido que supone la pérdida de impulso en los países en vías de desarrollo durante los últimos años, que será mayor de lo que se pensaba”, explica el documento.
El informe es un tirón de orejas a “una cultura de recompra de acciones y una incansable extracción de beneficios”
La amenaza es clara: “Sin un cambio de dirección en este aspecto, el entorno externo al que se enfrentan estos países será peor, con consecuencias potencialmente dañinas para su prosperidad y estabilidad a corto y medio plazo”. No solo para la de los países pobres y en desarrollo, sino también a escala global: “No se puede descartar un contagio más amplio por los ‘shocks’ imprevistos que golpeen de manera más fuerte el crecimiento global”. El documento se refiere explícitamente al ‘brexit’, que provoca maremotos en una corriente ya bastante turbulenta de por sí.Como recuerda Evans-Pritchard, este escenario es la consecuencia previsible en los países en vías de desarrollo de las medidas de estímulo en EEUU, Europa y Japón: “Una inundación de crédito barato que descompone su química y los conduce a una trampa”. Sin embargo, a pesar de que se pensaba que ello podía ocurrir, no se sospechaba que los efectos fuesen tan devastadores. El informe es un tirón de orejas a “una cultura de recompra de acciones y una incansable extracción de beneficios” en la cual las ganancias obtenidas por las empresas no se reinvierten en puestos de trabajo o crecimiento sostenible.
En contra de la economía ortodoxa
Si el informe resulta relevante, señala el economista, es porque contradice muchas de las visiones populares sobre los beneficios de la globalización, “las que llevan enseñándose en universidades y escuelas de negocios desde hace dos generaciones”. La justificación moral a la que recurren las naciones desarrolladas es que las inversiones extranjeras “han mejorado el estándar de vida de miles de millones de personas en Asia”. Sin embargo, el documento de la ONU señala que, en realidad, esta relación económica no ha funcionado en muchos países, que se enfrentan a una posible “desindustrialización prematura”.
En los últimos años, muchos países han visto cómo su sector industrial se estancaba y dejaba de producir puestos de trabajo. Es lo que ha ocurrido en India, México y muchos países del sureste asiático. Aún peor ha sido en el África subsahariana, donde el desarrollo de las manufacturas se ha detenido incluso antes de la industrialización del país. Pero aún más grave es la desindustrialización, acompañada por una caída de la productividad, en países como Sudamérica o los del norte de África desde los años 80. En muchos casos, este proceso está ligado a “drásticos cambios hacia políticas macroeconómicas más restrictivas y una reducción de la intervención del Estado para apoyar las transformaciones estructurales”.
“En las economías más pobres, los beneficios de las iniciativas para el alivio de deuda de los 90 y principios de los 2000 y de la rápida integración en los mercados financieros después de 2008 se están evaporando rápidamente”, advierte el informe. La situación ha cambiado en apenas un par de años, cuando la deuda emitida por los países en vías de desarrollo en forma de bonos parecía infinita (de 2.000 millones en 2009 a 18.000 millones en 2011). Sin embargo, factores como una peor proyección de crecimiento han provocado que su financiación salga mucho más cara.
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