lunes, 17 de abril de 2017

El régimen mágico


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El régimen mágico

 

 

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Gerardo Tecé | Ctxt
En Andalucía las vírgenes y los santos son cosa transversal. Un ateo como yo vive con la misma naturalidad con la que toca un interruptor y se enciende una bombilla que la pancarta de capirotes y el luminoso de pollos asados convivan en armonía en la entrada a Puerta Carmona; o que el bar cool de turno japo-sevillano esté presidido por un gigantesco cuadro de la Virgen Macarena. Una tablita de sushi y dos cervezas, Naoki. Van malchando, se pone manos a la obra bajo la mirada de la virgen, que aplaude la habilidad del dueño del bar multiplicando pescado crudo. No es religión, les explicamos los ateos andaluces a los ateos visitantes, es costumbrismo pero es global y vive en muchos rincones de esta tierra durante lo que dura la temporada baja. Cincuenta y una semanas al año en las que un ateo de buena fe se relaciona con normalidad con un mundillo de figuras y símbolos mágicos.
Sin embargo, en esta semana que acaba, la de la temporada alta de lo mágico, uno siente que el costumbrismo deja de ser amable, transversal y globalizado. El marco de la virgen se baja de la amable pared para golpearte la cara y convertirse en algo tan reconcentrado como una sauna de costaleros tras la faena. La convivencia en armonía deja paso a la dictadura de lo sagrado. Queda decretado el estado de magia, los disidentes pueden unirse al ejército o, como en toda guerra, exiliarse, rezan (por supuesto) los bandos municipales. No, en esta semana uno se da cuenta de que, a pesar de su ateísmo de convivencia, el régimen mágico se reserva una semana para recordarle quién manda. Este pasado Domingo de Ramos, en el bar de Naoki, un amigo anarko-capillita me contaba su última discusión con los hermanos de su cofradía. ¿Cómo puede ser, cómo permitimos, que al principio de la procesión, la banda toque el himno de España? Estoy solo en esto, me contaba. El cristianismo, me explicaba que defendía él ante una mayoría absoluta que lo miraba con ganas de clavarlo en un madero, no tiene país y los himnos sobran. Que toquen en un acto católico el himno de España es una barbaridad, levantaba la voz cabreado. Más calmado, tras llegar el sushi y las cervezas, me razonaba su queja desde el cristianismo que practica, un cristianismo que venía a coincidir con mi ateísmo: mi religión es de convivencia y es global, no nacional, lo que aquí tenemos es nacionalcatolicismo y yo no soy eso, seguía quejándose sin esperanza de que ni Naoki ni la virgen del cuadro le acercasen una hoja de reclamaciones por lo del himno.
Semanas como esta le hacen a uno replantearse su ateísmo buenista. El Ministerio de Defensa ordena izar la bandera a media asta en todos los cuarteles del país por la muerte de Jesucristo;  el del Interior condecora un nuevo Cristo por su mérito policial; los legionarios son los encargados de animar a niños con cáncer cantándoles el novio de la muerte como parte del costumbrismo malagueño; un concejal de Coruña acude al juzgado, imputado por ofender los sentimientos religiosos con un cartel de carnaval en el que un borracho va disfrazado de Papa. Mi amigo tenía razón. No es cristianismo, sino nacionalcatolicismo. El de siempre. El de usar la religión de algunos para crearles referentes. Para creárnoslos a todos. Si es usted creyente, es nacionalista. Y si es usted nacionalista su voto es mío. El mismo nacionalcatolicismo que pide tolerancia en temporada baja para su mundo mágico y se reserva el derecho a ofenderse y ofendernos en temporada alta, que puede ser, dice la letra pequeña, cualquier día y a cualquier hora. Si este estado laico nos impone el mundo mágico, los ateos tendremos que revisar nuestro concordato buenista. A pesar del pobre Naoki.

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