
Los comienzos del banco no fueron muy boyantes, como reflejan las crónicas de aquellos años. Muy pronto perdió el privilegio de emitir papel moneda, reservado con carácter exclusivo al Banco de España. Don Emilio Botín López, el iniciador de la saga Botín, un hombre con pocas dotes para las finanzas y que a buen seguro no sabia distinguir una letra de cambio de un pagaré, no fue presidente hasta 1909, debido al carácter rotatorio del cargo, por lo que su trayectoria bancaria resultó tan fugaz como anodina. De ahí que la teoría del pedigrí obedezca al denodado esfuerzo hagiográfico de cronistas interesados. El primer apellido ilustre de la familia lo aporta el bisabuelo del actual presidente del Santander, Marcelino Sanz de Sautuola, pero su gloria no se debe tanto a sus habilidades financieras sino al casual hecho de haber sido descubridor, con su hija María de las cuevas de Altamira, en 1879. Los Sanz de Sautuola heredaron la fastuosa finca de Puente San Miguel, en donde, al casarse doña María con Emilio Botín López, el matrimonio fijó su residencia. En esta casa, el profesor Cartailhac, de la Universidad de Toulouse, hubo de acudir a disculparse en 1905, por haber cuestionado la autenticidad de las pinturas rupestres, ante la abuela del actual Emilio Botín, una dama con fama de espíritu caritativo que, según se cuenta, recibía diariamente en la finca a numerosos lugareños para darles de comer. Quienes la conocieron alaban sin disimulo sus dotes de administración, y su capacidad ahorradora, hasta el punto de que cuando el hijo del carnicero le llevaba la carne, la pesaba ella misma para comprobar que la ración se ajustaba escrupulosamente a lo solicitado, y si faltaban unos gramos devolvía el pedido.
La
finca de Puente San Miguel ha sido lugar de celebración de bodas y
bautizos de toda la Familia, oficiadas bajo las especies arbóreas
exóticas y preciadas, cuyo inventariado incluye desde una meta secuoya
(única en España que doña Ana García de los Ríos -la madre de Emilio y
Jaime Botín- se trajo de Londres en una sombrerera, hasta cedros
dorados, arces airosos, araucarias frondosas y tejos de Hokkaido. El
verdadero impulsor de aquel hermoso rincón fue Emilio Botín padre, don
Emilio, sin duda mucho más preocupado por sus plantas que por los
problemas industriales de la región, la endémica asignatura pendiente de
los Botín. Allí, en aquel paradisiaco rincón, solía recibir también a
sus colegas bancarios, a los que sometía a su particular tercer grado en
sesiones reposadas, en las que casi siempre conseguía sus expansivos
propósitos. De aquellas conversaciones surgieron anécdotas sin
desperdicio. En una ocasión se hallaba en el jardín hablando con Ignacio
Villalonga, dueño y presidente del Banco Central, cuando Pablo Tarrero,
vicepresidente ejecutivo del Santander, interrumpió la velada para
decirles que otro grupo de banqueros que habían sido citados ya estaban
esperando en la casa. Tarrero se acercó a los otros dos y les dijo: “Bueno, qué, ¿estáis subiendo la bolsa?”, a lo que a Villalonga replicó: “No, Pablo, hoy nos toca bajarla”. Esas
eran las maneras que gastaban los banqueros en la época franquista para
enriquecerse de la forma más indecorosa, sin que nadie del régimen se
atreviera a ponerles en su sitio aunque, claro esta que, de aquellos
polvos vienen estos lodos.Sangre de banquero en las venas
Quizás
el secreto del éxito de los Botín estaba justamente en los orígenes
ancestrales de la familia. El secreto de los Botín, guardado bajo siete
llaves, reside en sus ancestros judíos, vinculados a los chuetas
mallorquines convertidos al cristianismo, y que desde la isla fueron
emigrando a distintas partes de la península. Es verdad que sus rasgos
fisonómicos, tez oscura y rasgos orientales, en nada coinciden con la
tipología habitual de las gentes de Cantabria. No hay raíces del
apellido Botín en tierras cantabras. Los tratados de genealogía están en
blanco cuando alguien quiere saber algo sobre el apellido Botín. Así,
en los más prestigiosos tratados de heráldica y genealogía, no aparece
una sola línea acerca del apellido, a pesar de los esfuerzos de don
Emilio, y sus ínfulas aristocráticas, por alargar su linaje mediante una
ristra interminable de ancestros. Su pasión innata por la banca
hace de don Emilio el primer banquero español que vislumbró el potencial
del negocio al otro lado del Atlántico. Empezó por Puerto Rico, después
fue Argentina, mas tarde Venezuela. Al principio sólo se trataba de
simples oficinas de representación, aunque no tardó en abrir sucursales
propias. Después vino la compra de otros bancos y la red se extendió por
todo el continente americano, en el que cuentan y no acaban de las mil
marrullerías cometidas por los responsables de la entidad cántabra en
aquel continente. A la par, la expansión del Santander en España, a
pesar del statu quo bancario pregonado por el patriarca de los
Botín, encontró las condiciones idóneas en la década de los sesenta, a
lo que no fue ajeno el boom de la construcción.Así, hasta levantar un imperio que, según se jactaba el propio don Emilio, se había acumulado “peseta a peseta”. Su obsesión por la acumulación de activos llegó a convertirse en leyenda. Esas pesetas que ganaba el banco (el banco y la familia), otros las perdían, y don Emilio, cuando tenía que defenderse de acciones discutibles, no dudaba en decir que todo lo hacia “en defensa de sus accionistas”. Este escudo protector le servia para desenvainar la espada, siempre esgrimida con determinación, bajo el lema “atacar antes de ser atacado”, una sabia dicotomía entre la defensa y el ataque como el producto más acabado de otra variante en la que llego a ser un virtuoso: “Devora antes de que te devoren”, implacable doctrina que corresponde a la herencia genética de la familia. La verdad es que se lanzaba al ataque con decisión pero no sin cautelas previas, conociendo de antemano el potencial del adversario y, si sé me apura, hasta el desenlace de la contienda. Juan Abelló, íntimo amigo de los Botín, los describe diciendo que, en trance de buscar solución a cualquier controversia susceptible de tres posibilidades para acabar con el conflicto, ellos siempre eligen la que más daño puede hacer a su contrincante. Con esta óptica de los negocios, don Emilio Botín tuvo que enfrentarse a innumerables batallas. Sus adversarios, más bien sus enemigos -y este carácter concurría para él en cualquiera que intentara hacer sombra a su reinado- eran borrados del mapa de un plumazo. Su concepto del capitalismo erigido en dogma moral y fundamento de una verdadera cruzada financiera, se basaba en la máxima eficacia en los resultados y la obediencia ciega prestada por sus colaboradores, desde el consejo de administración al último botones.
Peligro de caída
Sobran
ejemplos de este código de conducta fundamentalista. Jesús Fiochi,
empresario cántabro, hizo fortuna con el negocio de la construcción. La
época dorada de la promoción inmobiliaria fue la panacea para Fiochi, y
el dinero corría raudo hacia sus cuentas bancarias. El empresario,
además, mantenía una excelente relación con don Emilio, era de los pocos
privilegiados de este mundo al que se le permitía el tuteo con el
prócer del Santander. La fortuna acumulada por Fiochi le hizo pensar en
convertirse en banquero, por lo que propuso al cántabro la creación de
un banco en Burgos, idea que no cayó en saco roto, por lo que Botín
decidió apoyarle. Las cosas no discurrieron como estaban previstas: el
banco burgalés empezó a tambalearse, y a las primeras de cambio don
Emilio abandonó a su amigo y levanto el vuelo. Hasta entonces todo
habían sido parabienes y la financiación del Santander cubría lo
necesario. Pero cuando las cosas se torcieron, el novato en las lides
bancarias tuvo que apechugar, él solito, con el descalabro. Fiochi acabó
arruinado cuando el Santander le fue ejecutando, una a una todas sus
propiedades. Botín no se reparó en gastos, ni siquiera ante la
vivienda de la familia Fiochi; la humillación fue tal que acabó con la
vida de Fiochi seis meses después del embargo. Don Emilio tenía por
costumbre, quizá una caritativa obsesión, consistente en recordarle a
cualquiera que estuviese a su lado que bajara las escaleras sin llevar
las manos en los bolsillos, porque, según él, en caso de caída podía
defenderse mejor si llevaba las manos sueltas. Se ve que en el caso de
su amigo Fiochi, se le olvidó recomendar tan prudente cautela, porque el
infortunado cayó rodando por las escaleras sin poner las manos a
tiempo.Pero la lista de los accidentados es mucho más amplia. Otro de los amigos más dilectos de don Emilio era Antonio Escalante Huidobro terrateniente extremeño, que a raíz de algunos avatares adversos en sus negocios agrícolas y ganaderos, suscribió determinados créditos con el Banco Santander. En cierta ocasión don Emilio le propuso que se presentara a las primeras elecciones generales, con el fin de añadir un político más a su cuadra. A Escalante no le seducía la idea, habida cuenta de la marcha irregular de sus actividades, pero el patriarca le convenció “de eso no te preocupes, Antonio, lo importante es que no salgan elegidos los rojos”, le espetó. Con dicha doctrina, a Escalante le pareció que el tiempo que iba a hurtar a sus asuntos estaría sobradamente compensado con las ayudas que sin duda iba a recibir del banquero. El terrateniente no tuvo suerte en su empeño contra las “hordas izquierdistas”. Se presentó, claro esta, por las listas de Alianza Popular en las legislativas de 1979, y quinientos votos escasos le separaron del ansiado escaño. Don Emilio, tras la derrota sufrida por su mandado amigo, sencillamente lo borro del mapa, y el Santander ejecutó de inmediato todos los créditos dejándolo en la miseria. Vamos a dejar aquí las vicisitudes del círculo de amistades del prócer de los Botín y las conectaremos con las de su sucesor para poder asegurar que de tal palo tal astilla. Esto será en la próxima entrega.
La política, o el arte de apostar a caballo ganador y colocado
Hay
que reconocer el ojo clínico del patriarca de los Botín, no tan sólo
fue el primero en vislumbrar el negocio bancario al otra lado del
Atlántico sino otro más próximo y lucrativo: el pupilaje de sus
políticos, una casa de huéspedes con hospitalidad asegurada mientras
rinda, con la salvedad que si el pupilo no aporta negocio se le deja
caer. En política, la familia Botín siempre ha mantenido un pragmatismo
maquiavélico, defendido de puertas para a fuera que “hay que estar de parte del gobierno de turno”,
por lo que don Emilio no dudó en respaldar la intervención de Rumasa
dispuesta por Felipe González en 1983; claro que sus barbas, en aquel
momento, estaban en remojo. Pero lo cierto es las inclinaciones
derechistas de la familia han sido evidentes, a pesar de algunos guiños
estratégicos y transitorios que no han tenido mas remedio que hacer a
los socialistas. Hasta el punto de que don Emilio Botín se rodeo de
patricios del régimen franquista, como Manuel Fraga Iribarne y Juan
Hormaechea, que en los inicios de la democracia llegaron a pasar por su
nómina. Se cuenta que; cuando el Rey optó por nombrar presidente del
Gobierno a Adolfo Suárez, en 1976, provocó, como se sabe, un profundo
disgusto en Manuel Fraga, aspirante también al sillón. Don Emilio
recibió una llamada personal del monarca porque tenia interés en que
siguiera ocupando el cargo de ministro de la Gobernación con categoría
de vice-presidente del nuevo Gobierno, añadiendo algo que parece
increíble: parece que el monarca había llamado personalmente a Fraga a
su casa y su mujer le dijo que permanecía encerrado en habitación y no
se le podía molestar por nada ni por nadie, incluido el Rey. Botín no
dudó en decir a Carmen, la mujer del irascible político, que “estaba dispuesto a ponerse de rodillas delante de su marido para que aceptase el encargo de la Zarzuela”. Así lo hizo tres veces consecutivas; el banquero intento infructuosamente que el gallego, ciego de rabia, se pusiese al
teléfono para tratar de una cuestión delicada que implicaba al mismísimo monarca. Botín,
no quería perder la oportunidad que un patrocinado suyo, por decirlo
suavemente, renunciara por un cabreo a un puesto en el Gobierno. No
obstante lo cual, a pesar del feo gesto del entonces líder de la derecha
española, los Botín tiraron la casa por la ventana (a costa del banco,
naturalmente), cuando las primeras elecciones democráticas, apostando
fuerte por Alianza Popular, aunque el empeño por aupar la derecha al
poder resultó tan baldío como aquellas insistentes llamadas para que
Fraga formara parte del Gobierno Suárez. Desde entonces, ese pupilaje
de políticos ha pasado de la modesta casa de huéspedes al hotel de
cinco estrellas dado el rendimiento obtenido, por unos y otros –patrón y
huéspedes-) bajo el pragmatismo maquiavélico impulsado por don Emilio, de que “hay que estar de parte del gobierno de turno”, se
puede traducir que hay que apostar a caballo ganador y colocado y así
nunca se pierde: gobierno y oposición pertenecen a la misma cuadra.
EI diario de la discordia
El
ojo clínico de Botín padre una vez que empezó a fichar “caballos para
su cuadra” emprendió, primero, la compra de periodistas para después
pasar a la compra de medios de comunicación. El prócer, más listo que el
hambre, participaba rodeado siempre de otros interesados para no
despuntar, pero seguro de la fuerza que iba a tomar la comunicación en
España a través de la prensa y la televisión. Él iba a estar ahí, de una
forma o de otra, y como anécdota este episodio del que curiosamente
nunca se han ocupado los medios de comunicación, es el relativo a la
incursión de don Emilio en el negocio periodístico que emprendió a
través de sus amigos Víctor y Jesús de la Serna. Se trataba de resucitar
el viejo vespertino madrileño Informaciones,lo que se logró por la suma de esfuerzos de Emilio Botín padre, el marqués de Deleitosa, el conde de Cadaguay los March. El director, Jesús de la Serna, reunió en torno a él a un plantel de periodistas que luego, curiosamente, formaron la base de El País.
Pero a poco de comenzar el rotativo su andadura, los banqueros -siempre
proclives a la división entre si- nunca estaban de acuerdo con
cualquier cosa que se publicaba, incluso la más nimia; ya por supuesto,
se sucedieron también las presiones políticas, hasta llegar a los
extremos mas ridículos que cabe imaginar: por ejemplo Gonzalo Fernández
de la Mora, entonces ministro de Obras Públicas, llegó a quejarse ante
el editor, de que en la primera página del periódico se había dado
cuenta de un descarrilamiento en el que murieron seis personas; para el
ministro de Obras Públicas resultaba escandalosa la publicación de
semejante noticia, que mejor podía haber quedado reducida, a fin de no
limitar el derecho de información, a un par de líneas en cualquier hoja
par del interior del número. Lo cierto es que ante las incertidumbres
del cambio político, las desavenencias entre los socios capitalistas
procedentes del sector bancario subieron de tono y provocaron la caída
del periódico de la peor manera posible, sin preocuparse en lo más
mínimo del destino de la plantilla: así, a Víctor de la Serna, el gran
amigo de los Botín, ni siquiera le concedieron la menor indemnización
por el despido.EI otoño del patriarca
En
noviembre de 1986, después de 36 años en la presidencia del banco, don
Emilio cedió el mando del buque insignia, el Santander, a su
primogénito. Otro banco, el Bankinter, del que también era presidente
desde su constitución hacia 21 años, se lo encomendó a su otro hijo
Jaime. El patriarca todavía permaneció como administrador, pese a sus 83
años, de suerte que el cambio generacional quedaba tutelado bajo su
sombra protectora, una sombra un tanto incómoda para sus vástagos, todo
hay que decirlo. Durante los 56 años que don Emilio permaneció en el
banco, su actividad fue frenética, pero al transferir el cetro a sus
hijos, el patriarca se dedicó a la vida contemplativa. Mantuvo la cabeza
despierta, aunque se acentuó su padecimiento tradicional, la aguda
flebitis. En esta etapa de su vida, ya con el deber cumplido, entró en
fase ascética, solo interrumpida de vez en cuanto para recibir al joven
financiero Javier de la Rosa, con el que siempre mantuvo una relación
cordial, antes de su caída en desgracia. La verdad es que los vínculos
postreros con el empresario catalán no le fueron demasiado bien al
cantabro, como ocurrió en el asunto de la azucarera Ebro; se trataba de
dar un golpe de mano en esta sociedad para hacer en tan formidable y
valiosa empresa lo que les viniera en gana en detrimento de los socios
minoritarios, a los que intentaban acorralar mediante el ejercicio de
una opa limitada al 51% del capital social.Botín y de la Rosa, asesorados por Ramón Hermosilla, se las prometían muy felices, pero llevaron a efecto la operación tan rematadamente mal que Francisco Lozano y Santiago Foncillas, -presidente y vicepresidente de la sociedad, respectivamente, asistidos en derecho por Rafael Pérez Escolar, pusieron a los opantes en un serio compromiso, hasta el punto de que tuvieron que tirar la toalla y respetar íntegramente el derecho de todos los accionistas de la azucarera sin limitación alguna. E incluso, gracias a la generosidad de los opados, Botín y de la Rosa no tuvieron que sentarse en el banquillo. De esta forma, con más pena que gloria; acabaron los devaneos financieros de don Emilio. En sus últimos años, Botín Sanz de Sautuola oía misa a diario con devoción, lo que solía hacer en la iglesia de los Redentoristas. El trayecto que separa el templo de El Promontorio lo hacia a pie. Quienes se percataban de su presencia veían a un venerable anciano, rosario en mano y apoyado en el sempiterno bastón, con el mismo porte elegante de toda su vida. Quien sabe si buscaba la admonición del único que podía perdonarlo.
Próximo post: La historia secreta de los Botín (y 3)
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