jueves, 11 de octubre de 2012

LOS TORCIDOS CAMINOS HACIA LA JUSTICIA: MAIRANDA DE WALLACE

Los torcidos caminos hacia la justicia: Isabel Miranda de Wallace

 

  • Fuente: César Gaytán
  • 11 octubre 2012 
Esta es la historia de una mujer a quien la vida convirtió en una férrea luchadora de las causas sociales y la búsqueda siempre interminable de ese concepto tan subjetivo y frágil que parece ser la verdad en este País.
  • Foto: Vanguardia/ Omar Saucedo
Saltillo.- Al final de este relato, una mujer atravesará los pasos del crimen, corrupción e impunidad, para descubrir en sangre y lágrimas propias que los caminos que en México parecen conducir a la justicia se extienden por brechas torcidas y oscuras, lejos de la legalidad, donde es difícil distinguir aliados de enemigos.
Esta es la historia de Isabel Miranda Wallace, a quien la vida convirtió en una férrea luchadora de las causas sociales y la búsqueda siempre interminable de ese concepto tan subjetivo y frágil que parece ser la verdad en este País.
Fortaleza de mujer
Fue con el secuestro de su hijo Hugo Alberto el 11 de julio de 2005 que todo inició. Para entonces ella se describe como una madre de familia y maestra comprometida con la educación. Él habría salido de su casa alrededor de las 8:00 horas para dirigirse a su trabajo, y nadie volviera a saber sobre su paradero al menos durante ese día.
El primer indicio de que algo andaba mal, recuerda su madre, fue cuando no llamó por la noche para despedirse como hacía a diario. Ella insistió desde las 23:00 horas hasta la una de la madrugada del siguiente día sin respuesta. Habló incluso a Locatel para reportar el vehículo y saber si se involucró en accidente alguno, pero no.
Entonces por la mente de Miranda de Wallace cruzó la posibilidad de que su rutina, que califica de predecible, lo haya condenado. Partía temprano a la oficina, salía a comer al mediodía, y por la tarde se iba a hacer ejercicio o entrenar futbol americano, su deporte favorito según cuenta. Los fines de semana gustaba de ir al cine o quizá algún restaurante.
Le sorprendió también que al día siguiente no se presentara a trabajar, pero fue un acto más bien simbólico la cúspide de su preocupación. Su abuelo, el padre de Isabel, sería intervenido quirúrgicamente la soleada mañana del día 12 de julio de hace siete años. Se trataba de una operación de la iliaca derecha e izquierda, y por lo cual donaría sangre; jamás llegó.
La fémina que hoy pronuncia estas palabras, cuenta también que llamó a conocidos, amigo y familiares, pero no encontró mucha información. En una de esas charlas, un amigo de Hugo le comentó que iría al cine de Plaza Universidad al cual tampoco acudió.
Como ella tenía el control de sus cuentas de banco, tarjetas de crédito y NIP de teléfono celular, llamó a la compañía para pedir el registro de llamadas de dos semanas atrás para descartar posible contacto con extraños, y fue ahí donde su vida dio un giro que siquiera imaginaba.
La mayoría de los números era de familiares salvo dos, que después se enteraría pertenecieron a los secuestradores de su hijo, y de los cuales uno era el particular de Juana Hilda González Lomelí, quien participara en la coacción de su libertad.
En un ligero descanso para su memoria —donde no deja pesar la perdida—de Wallace hace una pausa y cuenta que su pecado fue llegar muy rápido a la verdad, pues en 24 horas ya sabía donde había metido a Hugo Alberto,  que González Lomelí era de Guadalajara, era bailarina, estaba implicada con la policía judicial y que tenía un mustang amarillo.
También había conseguido una orden de cateo para ingresar al domicilio que identificaron primero en las calles Félix Cuevas y Miguel Ángel Mancera, donde al muchacho le fue apagado el celular. Tras vigilar la colonia entre su familia, en calles, restaurantes y supermercados, encontraron una pista sólida en la colonia Noche Buen, en las calles Perugino y Cerrada de Empresa: la camioneta.
En busca de testimonios logró saber que la noche anterior la camioneta se alojó una calle antes, donde los maleantes se reunían continuamente, pero hasta ahí no le fue posible avanzar por un largo tiempo.
Pidió ayuda a la Procuraduría General de la República, que entonces estaba  a cargo de la SIEDO, con José Luis Santiago Vasconcelos como titular. El caso, sin embargo, no avanza, pues dijo comprobar que las autoridades en vez de atender lo necesario, muy apenas se encargaban de lo urgente.
“Fue una lucha contra la autoridad que no hacía su trabajo, ni buscaba a los secuestrados de mi hijo; nadie se hacía cargo”, platica con una voz que en lo inquebrantable lleva escondido el dolor que cualquier padre o madre sentiría.
Cada segundo que pasaba, cada instante sumida en esa incertidumbre diluida entre la desesperanza y la voluntad para no rendirse fue terrible, sin embargo, más o menos a los 20 días tuvo una sensación indescriptible.
En un sobre cerrado le enviaron fotografías donde Hugo Alberto aparecía desnudo y vendado. Casi como un reflejo, entregó dicho material a la policía para que realizasen actos periciales y saber cómo y desde dónde las tomaron. A los dos días, recibió un nuevo comunicado de los secuestradores quienes le reclamaron por haber entregado las fotos a la autoridad.
Eso no sólo le sirvió para entender que los enemigos –así los llama ella– estaban en ambos bandos, sino para decidirse en actuar por su cuenta de manera definitiva; meses más tarde se enteraría que las fotos fueron montadas, pues su hijo ya estaba muerto para entonces, de hecho desde el primer día de secuestro.
A ello se le sumaron diversas amenazas, extorsiones, dos intentos de emboscarla en diversos mercados, y otra en que balearon su camioneta.
Ardua labor
A varios meses, la situación no había cambiado mucho. Miranda de Wallace presentó información en varias ocasiones, como nombres, fotografías y direcciones de quienes podrían estar involucrados: “nunca fueron ni por un testigo de los que vieron cuando mi hijo entró al edificio”.
Se presentó también ante el procurador del Distrito Federal Bernardo Batiz, de quien dice no tenía idea siquiera de lo que ocurría en la dependencia que encabezaba, y no en lo particular de su caso, sino en general.
Un general encargado de la policía también se vio involucrado, cuenta, pues supo con el tiempo que él tenía contacto con la gente que la estaba extorsionando desde hace tiempo atrás.
De esta manera Isabel platica que investigó hasta donde le fue posible, se disfrazó,  discutió con policías y militares, llegó a la presidencia a pedir ayuda, cruzó la frontera.
En cierta forma, dio con el paradero de Brenda, en Lusby, Kentucky, una de las responsables por el secuestro. Ella trabajaba como mesera, y al sospechar de ella pidió ayuda al FBI, quien logró detenerla y extraditarla. Otro de los culpables y que ya fue detenido en 2010 es Jacobo Tagle Dobín.
Según la información que recabó, y los testimonios de las personas aseguradas, hay dos versiones de la muerte de Hugo: Jacobo lo amenazó con un arma, forcejearon, Alberto le quitó el arma por lo que todos se arrojan contra él sobre un colchón y muere asfixiado; la segunda indica que le dieron un golpe con la cacha de la pistola, y después fue asfixiado.  César Freiré es el líder de la banda que atacó a su hijo.
Siguen las dudas
Como haya sido, hoy es fecha que Isabel Miranda de Wallace no ha podido dar con el paradero del cuerpo de su hijo, y al pronunciarlo el gesto se vuelve tan duro como si desde entonces no hubiese descansado un solo segundo, pero a la vez tan sincero como si estuviera a punto de romper en llanto. Hace 9 meses realizaron la última búsqueda en un barrio de Xochimilco. Nada.
A raíz de lo anterior, la mujer creó la asociación civil “Alto al Secuestro” que se h acercado a las familias para darles el apoyo moral y legal que necesitan. Así mismo, en 2011 ella presentó a la Cámara de Diputados una iniciativa de ley antisecuestros que fue aprobada por todas las fracciones parlamentarias.
De los mayores cambios, confiesa, se encuentra que las víctimas ya tienen acceso a los expedientes, lo que antes no era posible. Lo mismo ocurre con las unidades anti secuestro (que en Coahuila aún no existen) y la defensoría de oficio. “Éramos la basura bajo el tapete porque nadie nos dejaba hablar ni nos hacían caso, pero ahora eso ha cambiado”.
La mujer de pelo castaño y ojos grandes que le hacen juego, dice que el presidente Felipe Calderón ha sido el primero en recibir de manera pública los reclamos de la sociedad, y que no se ha valorado aún lo trascendente que esto ha sido para las víctimas.
El nuevo gobierno de Enrique Peña Nieto tiene la tarea, afirma, de reconocer la realidad, ya que muchos gobernadores no tomaron la responsabilidad correspondiente, y responsabilizaron únicamente a la federación.
Aunque se han debilitado a las organizaciones criminales, por ejemplo con la presunta muerte de Heriberto Lazcano (en cuyo caso hay aún muchas dudas), Isabel considera que no es realmente algo de impacto, pues al tener una estructura definida, siempre habrá alguien que pueda ocupar el nuevo puesto.
El reto, explicó, está en reconstruir el tejido social, inculcar valores en la casa y en la escuela, recuperar espacios públicos, crear un programa eficiente que prevenga, no que reacciones, ante el consumo de drogas y el combate a las fuerzas armadas.
De igual forma, precisó, es necesario edificar cuerpos policiales acreditados. “El presidente Calderón dijo que el ejercito estaría en la calle hasta que la policía sea confiable, y al término del sexenio, eso no ha sucedido”. Aseguró que hay un programa que exige se dé seguimiento a expolicías por dos años, el cual no se cumple.
Temas como la legalización de drogas (con la cual no está de acuerdo), se deben poner en la mesa para discutirse, aunque sí está segura que la prohibición de venta de alcohol clandestino, clausura de casinos o table dance ayudan a prevenir los delitos.
Sobre la realidad que acontece en Coahuila, relacionado a la muerte del hijo del exgobernador Humberto Moreira, dio condolencias y espera que tanto él como el actual mandatario se sensibilicen y atiendan a las víctimas.
Fue una lucha contra la autoridad que no hacía su trabajo, ni buscaba a los secuestradores de mi hijo; nadie se hacía cargo”.

 

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