sábado, 25 de octubre de 2014

¡Todos somos ayotzinapos! ¡Todos podemos ser 44!





¡Todos somos ayotzinapos! ¡Todos podemos ser 44!

2014-10-24



Julio Boltvinik, La Jornada

La nación está indignada y llena de ira. Otra vez, como en Tlatelolco, se ha cometido una matanza de estudiantes indefensos. De personas muy pobres, de los “condenados de la tierra”, como en Aguas Blancas, Acteal y Tlatlaya. No podemos y no debemos quedarnos callados. Tenemos que tener siempre presente el poema de Bertolt Brecht: “Primero vinieron a buscar a los comunistas y no dije nada porque yo no era comunista. Luego vinieron por los judíos y no dije nada porque yo no era judío. Luego vinieron por los sindicalistas y no dije nada porque yo no era sindicalista. Luego vinieron por los católicos y no dije nada porque yo era protestante. Luego vinieron por mí pero, para entonces, ya no quedaba nadie que dijera nada”. Los más enojados y con menos miedos (y con más libertad) salieron a las calles a expresar sus encendidas emociones. La inmensa mayoría fueron estudiantes, como (eran) los de Ayotzinapa. Además de la muy concurrida manifestación de Reforma al Zócalo y de manifestaciones en 18 entidades federativas, hubo una, apenas notada en los medios, en las instalaciones de El Colegio de México, que fue convocada conjuntamente por los dos sindicatos (el de trabajadores administrativos y el de profesores investigadores) y además por los estudiantes que, aunque no están formalmente organizados conservan los lazos que se forjaron cuando algunos de ellos militaron el #yo soy 132. Como resultado de la manifestación se formó una comisión para redactar un desplegado (publicado en La Jornada de ayer, p. 13) y plantear próximas actividades. Del desplegado destaco una frase: “Estamos hartos de la indiferencia, impunidad y represión estatales y de que la pobreza y la violencia prevalezcan en nuestra vida cotidiana. La libertad, felicidad y realización personal y social estarán limitadas mientras estas atroces prácticas depreden a nuestra nación”.

En el mitin, primero tomaron la palabra Sergio Aguayo (ombudsman de la comunidad de El Colegio), un estudiante, y las secretarias generales de ambos sindicatos. Después se abrió el micrófono a quien quisiera hablar. La mayoría fueron estudiantes. Algunos son de lugares del país que, desde siempre, han sido brutalmente atacados por la violencia económica y que, sobre todo (pero no sólo) en años recientes, lo son también por la violencia física (fruto de la colusión entre el narcotráfico y los aparatos estatales) la cual han vivido de cerca. Los escuché conmovido y vi a quienes estaban cerca de mí en el mitin con los ojos húmedos. Todos nos advirtieron que no podemos, que no debemos, quedarnos callados ni inactivos. Algunos nos conminaron al paro (y querían que lo votásemos ahí mismo, a mano alzada) para lo cual los sindicatos de El Colegio, por razones estatutarias, tienen que seguir un difícil procedimiento. Uno de los estudiantes conminó a que tomaran la palabra más profesores. Ello llevó a las intervenciones de Lorenzo Meyer (profesor jubilado) y a la mía.

En su intervención, Araceli Damián, secretaria general del Sindicato de Profesores, situó la matanza en el contexto de la neo-colonización neoliberal que vive el país (encabezada por los mestizos neoliberales, en cuyas frentes fueron marcados con “hierro candente” los principios de “equilibrio fiscal, austeridad, mercados internacionales, competencia y achicamiento del Estado”) y de los fracasos de los intentos democratizadores del 68, 88, 94 y 2006. Aludiendo al notable prólogo que escribiera Jean Paul Sartre al libro de Franz Fanon, Los condenados de la tierra (Fondo de Cultura Económica, 1ª edición, 1963; tercera edición, 2007) señaló: “Como decía Sartre, al no poder llevar la matanza hasta el genocidio y la servidumbre hasta el embrutecimiento animal, las élites pierden el control, la operación se invierte, una implacable lógica lo llevará hasta la descolonización, dice Sartre, pero Damián parafrasea y sustituye por “posiblemente nos lleve a la democratización”. Esas agresiones, continúa Damián parafraseando a Sartre, “han creado hombres que ahora tienen más temor a la vida que a la muerte. Si se resisten, los soldados disparan, si ceden se degradan. Después de eso el dolor y el hambre provocarán en sus cuerpos una rabia volcánica, cuya fuerza quizás nos lleve a la soñada democracia”.

Lorenzo Meyer señaló que el crimen de Ayotzinapa expresa contundentemente el fracaso de la transición del sistema autoritario priísta a la democracia, centrando dicho fracaso en la descomposición de la nueva institucionalidad (definida en el Cofipe, hoy Legipe y LGPP) que fundaba nuestra ilusión de normalidad democrática, de que habíamos superado la dictadura perfecta. Es decir, no es sólo la vuelta al poder del PRI, sino al autoritarismo y a la represión reinantes en medio de la descomposición institucional. Sergio Aguayo destacó el carácter inusitado del mitin por reunir a trabajadores, estudiantes y profesores por primera vez en la historia de la institución; lo comparó con la experiencia de El Colegio en el movimiento de 1968 que fue casi sólo estudiantil; se refirió a la guerra sucia de los años setenta y como lo ocurrido ahora parece una repetición. En el video que él y yo grabamos (véase), refutó las acusaciones que a los profesores de El Colegio se nos hacen de ser apáticos, conservadores, engreídos y sangrones, argumentando que tenemos otras maneras de participar como académicos y sólo somos una minoría (como él y yo) los que salimos a dar nuestros puntos de vista en los medios de difusión. En mi intervención, destaqué que la mayor participación de los estudiantes en el mitin se explica porque ellos llevan menos años llenándose de miedo que los profesores; cité de memoria, mal, el poema de Brecht reproducido arriba, para expresar mi convicción de que no nos podemos quedar callados; en el video expresé, además, que en estos casos quedarse callados es ser cómplices de los criminales. Ahora añado que el delito de encubrimiento configurado en el derecho penal expresa, inversamente, la obligación ciudadana de informar lo que se sabe de la comisión de un delito. Si ello es así en un delito de particular a particular, con mucho mayor razón lo es en el caso de un crimen de Estado. También expresé la hipótesis de que los 43 fueron asesinados (y probablemente quemados) y que el Estado está escondiendo o negando los cadáveres porque los altos mandos sienten terror a la reacción ciudadana cuando se confirme la verdad del genocidio. Coincido en ello con Adolfo Sánchez Rebolledo, quien en su artículo el día de ayer en La Jornada nos recuerda que la localización de las fosas con 28 cuerpos calcinados fue resultado, según se nos dijo, de la confesión de varios miembros de Guerreros Unidos que los llevaron a ese lugar. ¿O se confundieron con un crimen anterior similar?

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