lunes, 2 de marzo de 2015

El Ejército del pueblo es el de la Revolución Mexicana

El Ejército del pueblo es el de la Revolución Mexicana

En su discurso del 5 de febrero durante la ceremonia de aniversario del Día de la Lealtad, el general secretario de la Defensa Nacional, Salvador Cienfuegos Zepeda, se refirió a la perversidad de quienes pretenden apartar al pueblo de las Fuerzas Armadas de México. La perversidad no viene de quienes no pueden controlar los medios de comunicación, sino de quienes tienen en su poder las televisoras y los medios a sueldo del Poder Ejecutivo. La perversidad es de quien olvida el origen revolucionario del Ejército Mexicano. Es un error creer que las apariencias físicas de los soldados denotan la igualdad con quienes los mandan. No. Negativo. Lo que hace la diferencia son las acciones de mando: el generalato que mal conduce a los históricos y venerados Juanes, son quienes los llevaron al descrédito, la humillación, al odio de la gente que los idolatraba, que les confió sus armas para que los defendieran, armas de la nación para la protección del pueblo. Los altos mandos de la Secretaría de la Defensa Nacional y la Secretaría de Marina los usan para imponer al Ejecutivo federal, que no demostró legitimidad, para resguardarlo pretorianamente de la indignación de los ciudadanos, de la gente que exige su renuncia por haber destrozado la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, proclamada el 5 de febrero de 1917 por la Revolución Mexicana; máxima ley a la que los altos mandos juraron defender y las leyes que de ella emanen.
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Ciertamente, el gran muro de la historia de México distingue a los traidores, a los desleales: “la verdadera lealtad siempre es perpetua, absoluta y total”. Es por eso que los altos mandos no deben olvidar el juramento ante la patria y la tropa formada. No pueden alegar la servil “lealtad a las instituciones” corruptas, impunes al saqueo de las arcas públicas, narcoludidas, deshonestas, inmorales, cínicas y discriminadoras sin tener que confesar ineptitud o complicidad. Los altos mandos tendrán que explicar a la nación de qué poderoso ardid se valió el comandante supremo para que no se percataran de los propósitos aviesos de los pactos por México y las reformas estructurales, que llevaron a México a la encrucijada en que se encuentra, al Ejército Mexicano bajo el mando de los políticos y, peor aún, sujeto a los planes del imperio estadunidense contra la soberanía y la seguridad nacional.
Es un error pensar que los soldados mexicanos, del raso al general, no son capaces de tomar conciencia del interés de los mandos de llevarlos contra su propia gente, su familia, sus parientes, a cambio de apoyar a las clases económicamente poderosas. Vale recordar a la tropa del Ejército federal de Porfirio Díaz, que desertaba en la primera oportunidad para engrosar las filas revolucionarias; el Ejército es la tropa, el pueblo, no los generales.
La maldad, la corrupción, son privilegios de los poderosos; caen de arriba sobre las clases inermes, desprotegidas a merced de los funcionarios que creen ser la ley. Tlatlaya y Ayotzinapa son pruebas irrefutables. Los altos mandos han demostrado y expresado en su oportunidad que están con los poderosos, cumplirán la amenaza de defender a las putrefactas instituciones, pero no olviden que la tropa se levanta; dos veces venció al Ejército federal de los tiranos, primero a Porfirio Díaz y luego a Victoriano Huerta. La patria es primero.

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