El 5 de septiembre de este año, el Washington Post publicó que, a petición suya, el Buró Federal de Investigaciones, FBI
por sus siglas en inglés, desclasificó 137 páginas de una investigación
desarrollada durante más de dos décadas (1961-1985) donde vigiló a Gabriel García Márquez.
La
investigación comenzó en 1961, cuando el escritor colombiano llegó a
Nueva York y se hospedó en el Hotel Webster de Manhattan, junto con su
esposa Mercedes y su hijo Rodrigo, para fundar la agencia de noticias
cubana “Prensa Latina”.
Aunque según el Washington Post
las 137 páginas desclasificadas “no dan pistas de que al premio Nobel
de Literatura se le abriera una investigación criminal”, no es de
extrañarse que en el contexto de la guerra fría, a un periodista de un
país comunista se le investigara y hasta se le espiara e, incluso, puede
esperarse que las 133 páginas de documentos aún sin desclasificar
contengan más información pues, durante la década de 1970 y 1980, el
escritor colombiano no sólo entabló amistad con Fidel Castro y otros
líderes contrarios al régimen capitalista, sino que, además, sirvió de
puente y negociador entre diversas guerrillas y sus estados.
Según
refiere el diario norteamericano, “la orden de que se le abriera un
expediente interno al colombiano habría provenido del propio director
del FBI en aquellos años, Edgar J. Hoover, quien
instruyó de que la agencia sea avisada de inmediato si el escritor
‘entra a Estados Unidos por cualquier propósito’ […] y que el FBI mantuvo contacto con por lo menos ‘nueve informantes confidenciales’ que detallaban los pasos del escritor y periodista’”.
A
pesar de dicha vigilancia, en septiembre de 1977, tan sólo dos años
después de terminada la guerra de Vietnam, considerada como la primera
derrota bélica de Estados Unidos, en medio de la Guerra Fría y con un
muro que, además de atravesar Berlín, hacía patente la intolerancia
hacia el diferente, George Bush, director de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) de Estados Unidos y el FBI
que ya vigilaba a García Márquez, fueron incapaces de prevenir al
presidente de ese país, Jimmy Carter, de la burla que el presidente de
Panamá, general Omar Torrijos, le había preparado antes de firmar los
tratados que pondrían en orden la administración del canal de Panamá y
las bases militares que Estados Unidos tenía en el país de Centro
América.
En vísperas del viaje a
Washington para la firma de los tratados, al general Torrijos —que según
algunos fue asesinado en 1981 por miembros de la política
estadunidense— se le ocurrió la idea de meter de contrabando a Estados
Unidos al escritor británico Graham Greene y al colombiano Gabriel García Márquez,
puesto que el gobierno estadunidense, como a muchos otros escritores,
intelectuales y artistas, les tenía negada la entrada a su territorio.
Así, García Márquez
y Graham Green llegaron a la base militar de Andrews, Maryland, en el
avión del general Torrijos, con pasaportes oficiales panameños e
integrados a esa delegación. Ambos, según el Nobel colombiano, “llevaban
pantalones de vaqueros y camisas de mezclilla en medio de una
delegación de caribes vestidos de negro y aturdidos por el estampido de
veintiún cañonazos de júbilo y las notas marciales del himno
norteamericano, que parecían formar parte de la burla”: obligar, por la
fuerza de los tratados internacionales y los pasaportes diplomáticos, al
gobierno de Estados Unidos a respetar los derechos de ese par de
escritores, a pesar de que sus ideas, según ese gobierno, podría
representar una amenaza al país norteamericano.
La burla del general Torrijos, Grahan Greene y García Márquez
que, según algunos periódicos norteamericanos había respondido a una
maniobra de Torrijos para “adornar su delegación con los nombres de dos
escritores famosos”, pudo haber terminado en un grave incidente
diplomático si la CIA o el FBI hubiese
informado al presidente Carter de aquellos dos polizones y éste hubiese
negado la entrada al par de escritores o, incluso, al avión
presidencial panameño. Sin embargo, gracias a la ineficiencia de estas
agencias o a la diplomacia de Jimmy Carter, éste “no puedo menos que
sonreír con sus dientes luminosos de anuncio de televisión cuando el
general Torrijos le contó su travesura”, y Grahan Green le dijo a García Márquez: “Dios mío, qué cosas las que le suceden a Estados Unidos”.
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