sábado, 5 de septiembre de 2015

El dogma como fundamento del orden social

 
 
 
“Los hombres no vivirían mucho tiempo en sociedad si no se dejaran engañar unos a otros” (François de La Rochefoucault, Máximas, 87)

La clave del éxito de una organización social que aspire a perpetuarse reside en su capacidad para extender entre sus miembros un conjunto de ilusiones y esperanzas que den cohesión a la misma, que sirvan para homogeneizar las muchas diferencias individuales de sus miembros, pues, de lo contrario, se desintegraría (algo que, por otra parte, debería de empezar a dejar de ser visto como negativo). Se podría hablar de una especie de ideales colectivos. La Roma imperial, la Europa ilustrada, la Rusia estalinista, la actual sociedad globalizada, todas las sociedades han necesitado unos ideales que ilusionaran a la mayoría de sus miembros con el fin de conseguir que una masa heterogénea de individuos caminara unida hacia un fin común, supuestamente benéfico para la misma. Debido a la importancia de la función de tales ideales (la supervivencia de la vida social), éstos han tendido habitualmente a convertirse en dogmas.

Cuando el cuestionamiento teórico de una determinada idea muy asentada en una sociedad despierta una virulenta y masiva reacción social de estigmatización de tal cuestionamiento y de la persona que lo realiza, es, sin duda, el más claro indicio de que esa idea ha alcanzado la categoría de dogma.

Estos cuestionamientos teóricos de los pilares de una organización social dada son percibidos de un modo inconsciente por todos sus miembros como una amenaza para su propia supervivencia, por lo que éstos, al ver peligrar los cimientos del grupo del que forman parte (la masa homogeneizada) reaccionan (en su mayoría) de forma virulenta contra todo aquello que pueda ponerlo en riesgo (1).

Se podría decir que sin la capacidad de extender dogmas e ilusiones entre los seres humanos (ideales colectivos), es decir, sin la capacidad de engañarles (y de que, a su vez, éstos se dejen engañar), nunca habría sido posible la existencia de una organización social duradera. Por contrapartida, los efectos nocivos que tiene vivir engañado son fácilmente comprensibles: manipulación de la mayoría por parte de un pequeño grupo de individuos sin escrúpulos en provecho propio; una manipulación que acaba provocando todo tipo de trastrornos psicológicos (ansiedad, estrés, depresión...) y fisiológicos en los sujetos manipulados.

La causa de que una comunidad humana mantenga su orden social se debe a que la mayoría ha preferido el engaño a los riesgos para la salud individual que éste suele conllevar.

Toda organización social, para poder sobrevivir como tal, se dotará siempre de un conjunto de dogmas e ilusiones que sirvan para homogeneizar los diferentes caracteres de los individuos que lo conforman con el fin de conseguir el mayor grado de unidad posible. En caso de que estos dogmas perdieran fuerza, pero el deseo de vivir en sociedad (toda sociedad implica en mayor o menor grado vida de masa) supere al de gozar de una plena salud psíquica, inmediatamente, serían sustituidos por otros. Ante ello, la persona que haya adquirido un cierto grado de consciencia de tal estado de cosas puede optar por dos opciones: o volverse loco buscando lo imposible (“salvar al mundo” del engaño) o tomárselo con un cierto sentido “deportivo”.

Cualquier crítica que pueda hacer el más erudito librepensador al Estado, al capitalismo o a otros dogmas actuales es fácilmente perceptible hasta para la más obtusa de las mentes, otra cosa es que quiera aceptarla por todo lo que ello conllevaría, es decir, salir de la opiácea realidad con la que el capitalismo y el Estado la seducen (La Trampa Astuta, como le llamaba Bernard Mandeville en su Fábula de las Abejas). Por eso, creo que poner demasiado empeño en conseguir que dicha mayoría cambie de opinión es, además de un ejercicio de intolerancia, un enorme absurdo. La forma más inteligente de emplear nuestro conocimiento sería compartiéndolo exclusivamente con aquellas personas a las que les pueda interesar, así como en beneficio propio; ir más allá es tan sólo una forma de suicidio. “Los pocos que supieron algo y descubrieron a la plebe sus sentimientos y sus ideas, fueron desde siempre crucificados o quemados.” (Goethe, Fausto)

NOTAS:
(1) Esto es a lo que el sociólogo Vilfredo Pareto denominó persitencia de los conglomerados. Para Pareto, como para muchos otros sociólogos, las masas son siempre conservadoras por naturaleza. Las investigaciones de Pareto no tuvieron precisamente como finalidad la liberación de la humanidad (como demuestra su apoyo al Fascismo italiano), sino todo lo contrario, pero podrían ser de gran utilidad para ser utilizadas a la inversa. Los esfuerzos de Pareto y de otros (Bernays o Le Bon) por conocer la naturaleza humana para someterla a los caprichos de una élite, pueden sernos de ayuda para conocernos mejor a nosotros mismos y no caer así, con tanta facilidad, en las garras de dicha élite.

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