viernes, 22 de abril de 2016

Cómo ayuda la Unión Soviética a España, Harry Gannes (Primera Parte)

Cómo ayuda la Unión Soviética a España, Harry Gannes (Primera Parte)

Harry Gannes (1900 – 1941), fue un periodista norteamericano editor del diario Daily Worker en los años 30. Fue uno de los fundadores de la Liga de Jóvenes Comunistas, de la que sería también Secretario General. Visitó  China durante algunos años en tiempo de la revolución, relato que contaría en su libro When China Unites An Interpretive History Of The Chinese Revolution, en 1937; igualmente dedicaría gran parte de su trabajo a denunciar el movimiento de No Intervención creado por las potencias capitalistas, Inglaterra y Francia, para beneficio de los rebeldes fascistas y sus sostendedores y amos, Alemania e Italia, y que dejó a la España Republicana aislada internacionalmente, con el único apoyo efectivo de la Unión Soviética.

En este último contexto escribiría en 1936 por encargo de la Internacional Comunista el libro que Cuestionatelotodo, está traduciendo a nuestra lengua. en vista de que hasta ahora nunca había sido publicado en español: How the Soviet Union Helps to SpainCómo ayuda la Unión Soviética a España.

A continuación, publicamos la primera entrega:

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CÓMO AYUDA LA UNIÓN SOVIÉTICA A ESPAÑA (I)

Geográficamente, España es el país de Europa más alejado de la Unión Soviética. Sin embargo, en la batalla contra el fascismo, por la democracia, la libertad y la paz mundial, la Rusia soviética y la España democrática y revolucionaria están inseparablemente la una al lado de la otra.

Cuando se desencadenó en España la salvaje guerra civil para derrocar al gobierno democrático legalmente elegido, simultáneamente, recayeron sobre la Unión Soviética las más acerbas calumnias.

Siendo como es el más activo adalid de la libertad de España, la URSS se convirtió en el blanco principal de los ataques de Hitler y Mussolini.

Relataremos aquí la gloriosa ejecutoria de la Unión Soviética en ayuda de la España democrática y contra la actuación conjunta de las potencias fascistas del mundo.

El vendaval belicista desatado en el ámbito diplomático y propagandístico por los enemigos de la clase obrera, la democracia y la paz mundial contra el más leal amigo de España, la Unión Soviética, no amainó ni por un instante. Pero, sola entre todas las naciones en su valerosa defensa de España contra sus poderosos agresores fascistas de dentro y fuera, la URSS no fue únicamente el blanco exclusivo de las potencias fascistas.
También los hubo, entre quienes se hacen llamar amigos de España e incluso “revolucionaristas”, que criticaron a la Unión Soviética, si bien cada vez con menos fuerza.

Algunos no supieron ver la peligrosa situación que, de intento, habían creado las potencias fascistas, las vacilaciones del Reino Unido y Francia, así como la indecisión y la desastrosa política errática de la Internacional Obrera y Socialista, la dirigencia del Partido Laborista y del Primer Ministro francés Leon Blum. Otros creyeron quiméricamente que, por arte de birlibirloque, la Unión Soviética podría modificar todos los factores políticos, geográficos y militares de Europa y desplazar a España el gran dispositivo defensivo que había erigido en el interior de sus propias fronteras para emplearlo contra la colusión de los dictadores fascistas y contra otras potencias que los toleran y alientan.

Cuando los dictadores fascistas y sus apologistas, como William Randolph Hearst, acusan a la Unión Soviética de “instigar” los sangrientos acontecimientos de España, deberían tener presentes dos hechos fundamentales:

En primer lugar, ¿por qué habría de elegir la URSS al país de Europa que está más alejado de ella, al menos accesible a su ayuda militar, para lo que los fascistas llaman su “vil complot”?

Y en segundo lugar, ¿pueden explicar los fascistas y sus partidarios por qué “Moscú” habría de desear una guerra civil en un país en el que el Frente Popular antifascista había resultado vencedor; en una tierra en la que un levantamiento cruento sólo podría despertar infames esperanzas en el corazón sanguinario de los fascistas españoles e inflamar las mentes calenturientas de los belicistas fascistas de otros países?
Los enemigos exteriores de España son, esencialmente, los adversarios de la Unión Soviética. Desde su mismo inicio, la guerra civil en España no fue un asunto “nacional”. En su fase embrionaria, conspirativa, también se trató de antisovietismo. A sabiendas de que no podrían derrotar o esclavizar a la mayoría del pueblo español, que en las elecciones de 16 de febrero de 1936 había expulsado a la camarilla gobernante monárquico-fascista-feudal de los Lerroux, Gil Robles y Calvo Sotelo, los militaristas y reaccionarios españoles recurrieron, antes de nada, a la ayuda extranjera para derrocar al gobierno constitucionalmente elegido. Desde el primer momento de la conspiración, la guerra civil española fue un asunto internacional. Y sólo puede resolverse como cuestión internacional que es.

Los verdaderos conspiradores para aplastar la democracia española fueron los dictadores Hitler, Mussolini y Salazar. Para Hitler en especial, los preparativos de la guerra civil en España formaban parte de sus planes bélicos contra Francia, Checoslovaquia y la Unión Soviética. Para Mussolini, se trataba de un paso importante para arrebatar a Inglaterra el control del Mediterráneo.

No nos proponemos en estas páginas ahondar en hechos ampliamente conocidos, como la complicidad fascista extranjera en los planes de la conspiración para derrocar al legítimo gobierno español, ni investigar en profundidad el hecho, sobre el que ha dado abundante testimonio la prensa burguesa, de que el general Franco y su junta de fascistas y secuaces monárquicos, terratenientes y capitalistas hubieran prometido a Hitler y a Mussolini cuantiosas concesiones coloniales y bases militares en diversas posesiones españolas, en islas del Mediterráneo y el Atlántico, y en la propia península ibérica.

Tan sólo es necesario recalcar una cuestión innegable en este momento: el objetivo de las potencias fascistas en España era consolidar los preparativos bélicos contra Francia, apoderarse de colonias africanas y en otros continentes, destruir la Unión Soviética y extender el fascismo a los países democráticos.

Desde el primer momento, pues, la Unión Soviética empleó hasta la última gota de su energía, de su poder, de sus posibilidades de acción mundial y de su enorme capacidad para movilizar y dirigir a los trabajadores del mundo y a todas las fuerzas del socialismo y el progreso, para ayudar a España a derrotar al fascismo y a los pirómanos de una nueva guerra mundial.

El principio rector de la URSS en defensa de la España revolucionaria y su gobierno legal y democrático quedó expresado en las encendidas palabras de José Stalin al Comité Central del Partido Comunista de España en los días en que se libraba la más decisiva batalla por Madrid.

El 16 de octubre el camarada Stalin telegrafió el siguiente mensaje a José Díaz, Secretario del Partido Comunista de España:

“Los trabajadores de la Unión Soviética, al prestar toda su ayuda a las masas revolucionarias de España, no hacen otra cosa que cumplir meramente con su deber. Están persuadidos de que liberar a España de la opresión de los fascistas reaccionarios no es un deber que corresponde solamente a los españoles sino una tarea común que atañe a toda la humanidad avanzada y progresista”.

Armas y fascismo

Los primeros disparos que realizaron los fascistas en la guerra civil española fueron efectuados con fusiles suministrados previamente por Hitler y Mussolini. Los conspiradores que querían asesinar la democracia española recibieron un contundente revés y fueron inicialmente derrotados. En Barcelona, Madrid y la Sierra de Guadarrama, fueron repelidos los primeros recios ataques de los experimentados militaristas fascistas, armados con pertrechos de muerte alemanes e italianos.

Los rebeldes españoles dieron un grito de alarma en demanda de ayuda a sus protectores alemanes e italianos. Necesitaban más armas. El pueblo oponía una resistencia que jamás llegaron a imaginar. La lucha iba a ser más encarnizada y se iba a prolongar en el tiempo más de lo inicialmente previsto. El pueblo había perdido el miedo a sus antiguos amos.

Se produjo entonces una terrible decisión contra la democracia española adoptada por el gobierno tory inglés con el respaldo de la política acomodaticia del Primer Ministro socialista francés, Blum.

Mientras las potencias fascistas enviaban todo tipo de armas y municiones a los rebeldes españoles, que se encontraban contra las cuerdas y en riesgo cierto de caer derrotados, el gobierno británico, secundado por el socialista Leon Blum, cortó el suministro de armas al pueblo español.

En julio y agosto, el Primer Ministro Leon Blum, con el propósito, según pensaba, de evitar una guerra mundial, consiguió levantar en realidad un bloqueo contra el legítimo gobierno español, privándolo de un derecho jamás desmentido por las normas internacionales, a saber, el de comprar armas para defenderse de una insurrección. Ni que decir tiene que, hasta ese momento, los gobiernos reaccionarios habían ejercido siempre ese derecho para defenderse de los levantamientos populares revolucionarios. Sin embargo, en el momento en que el pueblo, representado por el legítimo gobierno español, intentó adquirir armas para defenderse de una rebelión fascista, fue el Primer Ministro socialista Leon Blum quien sentó las bases para crear lo que posteriormente se conoció como la farsa de la “no intervención”.

Al mismo tiempo, los fascistas que estaban al corriente de la fecha de la rebelión fijada por sus conmilitones en España acusaron también a la Unión Soviética de enviar armas al legítimo gobierno español, a pesar de que, a todas luces, los fascistas contaron con el efecto sorpresa y la ventaja geográfico-militar.

El 1 de agosto, los gobiernos británico y francés acordaron colaborar para establecer lo que más tarde se llamó el Comité Internacional para la Aplicación del Acuerdo de No Intervención en España.

El Reino Unido insistió en la participación de Alemania, Portugal, Rusia e Italia.

Blum dio su visto bueno de inmediato. Los fascistas italianos y, en especial, los alemanes, pusieron en marcha a partir de ese momento las típicas maniobras dilatorias que les caracterizan.

Francia finalmente fijó la fecha de 17 de agosto como plazo de adhesión al pacto de neutralidad. Las dos potencias fascistas no respetaron la fecha tope; aun así, Blum no permitió que los cargamentos de armas llegaran al gobierno constitucional de España. Siguió negociando con Roma y Berlín hasta el 24 de agosto, día en que Hitler anunció un “embargo” en Alemania de armas para España.

Entretanto, las potencias fascistas, como condición para su adhesión al acuerdo de “no intervención”, exigieron la de la Unión Soviética.

La URSS y la “no intervención”

La Unión Soviética era absolutamente contraria a un acuerdo de “no intervención”. Si hubiera contado con la ayuda necesaria de los partidos socialistas, de los movimientos obrero y antifascista de todo el mundo, además del apoyo de los partidos comunistas, la URSS habría podido parar en seco el movimiento por la “no intervención”. Maxim Litvinov, comisario soviético de Asuntos Exteriores, en su alocución de 28 de septiembre a la Asamblea de la Sociedad de Naciones, expresó con toda firmeza las posiciones de la Unión Soviética contra la “neutralidad” y la “no intervención” como formas de ayuda a los agresores fascistas.

La actuación inicial de Blum a instancias de Londres no sólo creó un peligroso precedente; también contribuyó a enredar y complicar las relaciones, poniendo a la Unión Soviética en una situación difícil y comprometida.

Distinguirse en solitario contra el pacto de “no intervención” en las condiciones creadas por el gobierno francés, encabezado por el socialista Blum, y el gobierno tory británico que dirigía el conservador Stanley Baldwin, era en ese momento lo que precisamente deseaban los fascistas. La URSS dejó clara cuál era su postura.

Para la Unión Soviética no se trataba de que el proyecto de “no intervención” fuera justo o útil para España, si bien consideraba que, de detener efectivamente los envíos de armas de Alemania e Italia a los rebeldes españoles, el pueblo español podría ajustarles las cuentas a sus agresores.

La Unión Soviética no podía enfrentarse directamente a Blum por el pacto de “no intervención”, pues tal decisión habría significado hacer el juego a Hitler y a la facción pronazi del gobierno tory de Londres, que estaba tratando de provocar justamente ese estado de cosas.

De este modo, para enviar armamento a España en las difíciles condiciones creadas, la Unión Soviética dependía del grado de apoyo que se pudiera recabar del Partido Laborista Británico, del Congreso de Sindicatos Británicos, del Partido Socialista francés y de la Internacional Socialista, es decir, de todas las fuerzas antifascistas en unidad de acción con los comunistas. De haber actuado sola, con el movimiento laborista inglés y la Internacional Socialista comprometidos en apoyo del acuerdo de “no intervención”, la URSS no habría estado en condiciones de doblegar a los fascistas en una pugna abierta de envío de armas a España.

Estaba claro que ni el Reino Unido ni Francia habrían participado en el suministro de armas al gobierno legítimo y democrático de España.

El resultado habría terminado siendo una carrera desenfrenada entre la Unión Soviética, por un lado, e Italia, Alemania y Portugal, por otro.

Alemania e Italia no sólo están mejor situadas para suministrar cargamentos de armas a España, sino que también controlan las dos únicas rutas que unen la Unión Soviética con dicho país: Alemania, la del norte, e Italia, la del sur. Además, las armadas de ambos países, construidas para la conquista imperialista, dan a esas dos potencias fascistas una más que considerable superioridad en caso de zafarrancho de envío de armas como el que se habría desatado entre la URSS, sola, y dichas potencias, de consuno.

Cuando el Primer Ministro socialista Leon Blum decretó el acuerdo de “no intervención”, privó a España de la fuente natural de armas y suministros más inmediata y amplia de que disponía para defenderse.

La política británica en España

Entre las potencias imperialistas, el Reino Unido está sumamente interesado en el futuro de España. Cuando los dictadores fascistas planearon instaurar el fascismo en la península ibérica, al Reino Unido se le plantearon una serie de cuestiones contradictorias:

¿Suponía ello una mayor amenaza para su control del Mediterráneo?

¿Cómo afectaría una victoria del Frente Popular en España a las maquinaciones de la política británica de equilibrio de poderes en Europa y al estímulo dado por el gobierno tory al rearme de Hitler?

Si Mussolini se hacía con el control de España y Portugal, ¿qué pasaría con el secular dominio inglés de esas zonas?

Si los antifascistas vencieran a los rebeldes españoles y a sus valedores alemanes e italianos, ¿cómo afectaría ello a las maniobras de los tories para crear un frente reaccionario europeo basado en su propio modelo?

¿No sería cierto que una victoria contra el fascismo en España no sólo consolidaría a las fuerzas de la democracia sino que aumentaría también la influencia de la Unión Soviética en la lucha por la paz y la marcha hacia el socialismo?

Fue principalmente el imperialismo británico el que decidió respaldar al bando de la reacción en España y bloquear los esfuerzos de la URSS por preservar la democracia en ese país.

Preocupado por la posición británica en el Mediterráneo occidental y con la perspectiva de un futuro fortalecimiento de su vieja alianza con la antigua camarilla gobernante en España, el gobierno de Baldwin supeditó su acción internacional a obtener la buena disposición de los venideros dictadores fascistas de España. Al mismo tiempo, los tories ingleses adoptaron medidas para impedir una victoria del Frente Popular que le diera acceso al gobierno legal de España sobre los fascistas.

Una ojeada a las líneas dominantes de la política imperialista británica, trazada por el sector profascista mayoritario del gobierno de Baldwin, explica por qué los tories ingleses lograron convencer a Leon Blum, Primer Ministro socialista de Francia, de plantear la cuestión de la “neutralidad” como un soborno a los fascistas.

Los tories británicos demostraron que estaban dispuestos a sacrificar la paz y la democracia en Europa y aun a poner en peligro sus propios intereses nacionales debido a su posición reaccionaria y profascista, que conllevaba el apoyo encubierto al general Franco.

El examen de los acontecimientos acaecidos desde el estallido de la guerra civil en España pone de relieve que el espíritu que ha inspirado la política dominante del gobierno británico hacia España se basa, principalmente, en los siguientes objetivos:

1. Los tories están empeñados en la derrota a toda costa del gobierno español del Frente Popular. Aunque no son partidarios de una dictadura respaldada en exclusiva por las bayonetas alemanas e italianas, consideran tal posibilidad un mal menor.

2. La abundante información publicada en los periódicos ingleses, franceses y de los Estados Unidos permite afirmar que el Reino Unido ha llegado a un acuerdo particular con Franco, sobre cuyo alcance concreto sólo cabe especular.

3. Cualesquiera sean las concesiones que los fascistas españoles hayan hecho a Roma y Berlín, los tories ingleses dan por seguro que a ellos se las harán mayores.

4. A juicio del gobierno inglés, la prolongación de los combates –aun cuando los fascistas españoles terminaran resultando vencedores– dejaría a España en tal situación de postración económica, que habría de recurrir a los créditos ingleses para sostener su dictadura. Las dos potencias fascistas, Alemania e Italia, no estarían en condiciones de proporcionar a Franco el dinero que éste pudiera necesitar. A cambio de esos créditos, los gobernantes británicos dan por hecho que podrán revocar algunas concesiones ya otorgadas y perjudiciales para sus intereses.

5. Los tories saben perfectamente que una victoria del gobierno del Frente Popular en España no sólo impulsaría el frente popular antifascista en todo el mundo, sino que daría tal ímpetu a las fuerzas de la paz y el socialismo, que debilitaría rápidamente en sus respectivos países a Hitler y Mussolini y desbarataría el juego tory de contar con Hitler como “estabilizador” del continente.

No obstante, una actuación rápida del Partido Laborista y del Congreso de Sindicatos Británicos equivaldría a ponerle gruesos palos en las ruedas a la maquinaria profascista tory.

Blum, convencido de que estaba impidiendo a los dictadores alemán e italiano enviar armas a los insurgentes españoles, consiguió tan sólo, en una decisión sin precedentes, privar al gobierno legal del derecho reconocido a comprar armas para su defensa, que era la defensa de la democracia mundial, de la paz en Francia y de la paz en el mundo.

So color de apaciguar a la facción derechista del Partido Radical Socialista, integrado el Frente Popular francés, que sostenía que el “aislamiento” de la guerra civil española era el mejor medio para preservar la paz, Blum cayó en la trampa que le tendieron los imperialistas británicos.

Londres estimó oportuno que Blum inaugurara el acuerdo de no agresión por muchas buenas razones, las más importantes de las cuales eran las siguientes:

Francia era el país mejor situado para suministrar las armas y municiones necesarias al gobierno constitucional de España. Si Francia llevaba la iniciativa de la “no intervención”, ella misma, en especial, se ataba de pies y manos.

Leon Blum, como dirigente socialista y Primer Ministro de un gobierno apoyado por el Frente Popular, podía influir sobre los dirigentes del Partido Laborista Británico y del Congreso de Sindicatos Británicos, así como de la Internacional Obrera y Socialista y de la Federación Internacional de Sindicatos para que apoyaran la política oficial del imperialismo británico.

De este modo, los británicos pudieron ocultar sus maniobras de ayuda a los fascistas españoles y continuar sus negociaciones secretas con Hitler, Mussolini, Salazar y el general Franco.

Debido al pacto franco-soviético de asistencia mutua, factor de paz tan importante, Blum pudo presionar para que la URSS participara en el acuerdo de “no intervención”.

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