jueves, 2 de junio de 2016

Brexit: la mejor arma que tenemos

Brexit: la mejor arma que tenemos

 

Las personas progresistas no votarían quedarse dentro del antidemocrático TTIP para reformarlo, así que ¿por qué defienden quedarse dentro de la Unión Europea?
Durante casi dos décadas, las personas progresistas del Reino Unido han luchado, con poderosas razones, a brazo partido contra todo tipo de acuerdos comerciales no democráticos y los organismos transfronterizos autoproclamados. Luchamos contra este batiburrillo de organismos porque invalidan las decisiones de nuestros representantes elegidos, sustituyendo la democracia nacional por la gobernanza internacional ejercida por burócratas no elegidos, abogados comerciales y jueces.
El Tratado Transatlántico para el Comercio y la Inversión (TTIP) entre Estados Unidos y la Unión Europea y su hermano pequeño, el Acuerdo Integral de Economía y Comercio (CETA) entre Canadá y la Unión Europea, son los intentos más recientes de establecer o fortalecer los llamados mecanismos de solución de diferencias entre Estados e inversores. Éstos confieren a las compañías una nueva herramienta para demandar a cualquier Gobierno en tribunales comerciales a puerta cerrada por la posible pérdida de beneficios ocasionados por las legislaciones nacionales.
El mismo derrocamiento de la democracia a causa de un tratado fue lo que provocó la rebelión zapatista del sur de México en 1994 después del paso del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (Nafta). Las protestas que tuvieron lugar consiguieron derrotar el Acuerdo Multilateral sobre Inversiones propuesto por la OCDE a finales de los años 90 que trataba asuntos parecidos. Y lo que los medios acuñaron como el movimiento antiglobalización nació en las calles empapadas de gas lacrimógeno de Seattle en 1999, cuando los activistas luchaban contra la Organización Mundial de Comercio y su defensa de los derechos de los inversores que pretendían conceder a las corporaciones un veto contra la democracia.
Actualmente hay cientos de tratados internacionales de este tipo que rigen determinados aspectos de nuestras economías, abarcándolo todo desde el comercio a la pesca, la proliferación nuclear o las emisiones de dióxido de carbono; al mismo tiempo, en cada uno de estos casos, serían aplicables distintos grados de penalización. Muchas políticas que en otro tiempo se decidirían en un Parlamento democráticamente elegido –bajo amenaza de derrota en las siguientes elecciones si no se cumplían los deseos de los votantes– se confeccionan ahora a puerta cerrada por personas no elegidas. Y estas mismas personas ostentan cada vez más poder para utilizar en contra de los electorados que más tarde pudiesen “votar indebidamente”.

Desconfiar de la chusma

Yanis Varoufakis, el exministro de Finanzas griego, ha señalado que esta tensión entre demócratas y las personas que prefieren que nos gobiernen expertos, es decir señores de bien, no es nueva, puesto que ya existía en la República de Platón un tratado en contra de la democracia y a favor del gobierno por parte de ciudadanos de renombre. Asimismo, uno de los fundadores de los Estados Unidos, Alexander Hamilton, prefería el gobierno de los mercaderes, mostrando así su desconfianza hacia la chusma.
Cada vez que un Senado, una Cámara de los Lores o un consejo de expertos se inmiscuye en el proceso democrático, asistimos al ya clásico artefacto antidemocrático impuesto por un grupo de élite que en algún momento puede haberse opuesto a un rey, pero al que también le aterrorizaba la turba. Como dice Varoufakis, la democracia es muy frágil. A lo largo de la historia, a las élites les ha aterrorizado de manera sistemática el avance de la democracia. Los sociólogos Colin Crouch y el difunto Peter Mair han defendido que en Occidente, mientras el espectáculo de la democracia prosigue regularmente con elecciones formales, cualquier posibilidad real de cambio, sobre todo dentro del campo económico, se excluye sistemáticamente ya que las leyes se hacen cada vez más fuera de los canales democráticos reglamentarios.
Y hoy, la delimitación de la voluntad popular –que Crouch llama postdemocracia– encuentra su máxima encarnación en la Unión Europea. Ninguna organización transnacional está compuesta de forma tan antidemocrática como la Unión Europea. Por muy antidemocráticos que sean el TTIP, la OIT y organismos de su calaña, ninguno puede describirse como un gobierno, y mucho menos un Estado, como lo es la Unión Europea. De manera que no tiene sentido luchar por el desmantelamiento del TTIP mientras sólo se pida la reforma de un organismo más perverso como la UE. Para ser consecuentes, los activistas deberían revisar su oposición al TTIP para quedarse dentro del acuerdo de comercio con el fin de cambiarlo.

Ningún mecanismo de reforma

Quizá los activistas respondan que no hay mecanismo que permita la reforma del TTIP. Lo que nos lleva a preguntarnos: ¿y cuál es el mecanismo para reformar la Unión Europea?
La Comisión Europea no se elige. Como tampoco el BCE. Aunque el Parlamento Europeo es la única institución elegida directamente de la Unión Europea, no es un verdadero parlamento porque no puede poner en marcha ninguna ley; sólo puede realizar enmiendas a la legislación que le llegue. No lo dirige la mayoría; existe más bien un acuerdo entre caballeros por el cual el centro-derecha y el centro-izquierda se turnan cada dos años para regir el Parlamento. El Consejo Europeo/Consejo de Ministros es una cámara legislativa (o una sucesión de cámaras legislativas) que no elige nadie y está cerrada a la prensa y al público. Es como si eligieras a tu diputado para la Cámara de los Comunes sin que hubiera nunca una elección general. En su ausencia, se crea un consenso muy difícil de romper por parte de cualquier diputado recién llegado.
Las elecciones locales y nacionales permiten al pueblo no sólo ‘derrocar’ a su diputado local, sino a todo el Gobierno. El pueblo europeo no tiene un mecanismo para derrocar al Gobierno europeo. No hay un sendero formal de reforma.
Y sin embargo, nos encontramos en un aprieto. Por muy poco democrática que sea la Unión Europea, en una economía globalizada en la que miles de millones en divisas salen de cualquier país en una fracción de segundo, la democracia social en un país dado ya no es posible, dentro o fuera de la Unión Europea. Las economías más grandes pueden tener más libertad de maniobra, como hemos visto desde 2008, cuando Washington y Beijing consiguieron evitar la domesticación impuesta por el capital que sí sufrieron Grecia o Chipre, pero la economía de Gran Bretaña es demasiado pequeña y abierta como para que le vaya mucho mejor que a estos dos países.
De manera que si la Unión Europea no puede reformarse y la salida no brinda necesariamente una rendición de cuentas más democrática, la única salida que potencialmente ofrece más libertad legislativa es la búsqueda de un bloque económico de mayor envergadura. Como argumenta Varoufakis con respecto a la eurozona (un dilema esencialmente igual para toda la Unión Europea): nos encontramos en una situación “que se llama en matemáticas histéresis. En otras palabras, salir no nos devolverá donde estábamos, donde hubiéramos estado antes de entrar o donde estaríamos de no haber entrado”.
Y mientras argumenta que la Unión Europea es antidemocrática y que el proceso de democratización “tiene muy poca posibilidad de éxito”, en cuanto al tema de Brexit, también dice: “El Reino Unido debería quedarse dentro de la Unión Europea para luchar con uñas y dientes contra las instituciones antidemocráticas de la misma”.

El camino hacia adelante

Si no hay un mecanismo formal de reforma, ¿cuál es el camino a seguir? En febrero, Varoufakis lanzó en Berlín DiEM 25, una organización que pretende construir un movimiento paneuropeo en defensa de la democracia. Unas semanas más tarde, fue a España, hogar de una de las mayores resistencias a la austeridad europea, para participar en una convergencia de partidos políticos y otros grupos y fundar el Plan B, comprometido asimismo con la democracia europea. Lo interesante de este espacio es que une a personas tanto a favor como en contra del euro y a las que están a favor de la reforma de la Unión Europea y a las que la rechazan. Estos grupos emitieron un llamamiento a la movilización en las calles el 28 de mayo contra la austeridad de la Unión Europea.
Y quizá sea aquí donde el taco cuadrado pueda introducirse en el orificio redondo. Si no hay un mecanismo formal por el que la Unión Europea pueda reformarse, entonces esto sólo podría ocurrir mediante un mecanismo informal: un movimiento popular masivo en defensa de la democracia. Si la salida de la Unión Europea y el regreso al Estado nación no ofrece un escenario con más posibilidades legislativas que el de la Unión Europea, pero unos Estados Unidos de Europa auténticamente democráticos con una economía más grande pudiesen ofrecer más libertad, entonces un movimiento paneuropeo en defensa de la democracia es necesario para construirla, ya que sólo puede construirse la democracia desde abajo. De manera que se podría pensar que el Plan B proporciona el mecanismo para que trabajen juntas las personas a favor de la salida y las que estén a favor de su reforma.
El problema es que la amenaza para la Unión Europea que pueda plantear un movimiento de cariz tan democrático deberá ser superior a la generada por las múltiples huelgas generales y revueltas que tienen lugar en Grecia, España, Portugal e Italia desde la crisis. Porque, seamos honestos: a pesar de su gran número y beligerancia, la agitación social no ha conseguido todavía intimidar a las élites de la Unión Europea para que cambien sus formas.
En el medio y largo plazo, un movimiento paneuropeo para la democracia es exactamente lo que se necesita para construir desde abajo el demos que pueda expresarse por medio de un Parlamento Europeo soberano y plenamente democrático y organizar una asamblea constituyente que pueda dar lugar a los Estados Unidos de Europa. Todos deberíamos unirnos a DiEM 25 y participar en el Plan B.
Pero esto no basta. Ahora mismo, la única posibilidad que tenemos de meter en vereda a la Unión Europea, la única amenaza que vale la pena pronunciar, la única arma de la que disponemos –la oportunidad que sólo aparece una vez en cada generación– es el Brexit.

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