No puede haber paz con el Imperio Norteamericano post-humano
por P.T. Carlo
– El mundo está siendo testigo actualmente de algunos de los
acontecimientos geopolíticos más dramáticos e importantes desde la caída
de la Unión Soviética. El imperio norteamericano, que se suponía iba a
actuar como el policía de la Paz Mundial marcando el comienzo del final
de la historia, ha comenzado a desmoronarse. Las fuerzas del
nacionalismo y de la identidad se han levantado para desafiar el
totalitarismo universalista predicado por los tecnócratas globalistas
que viven en Bruselas y Washington. Al
frente de esta revuelta está la nueva Rusia, que, aunque no tan poblada
como China o celosa como Irán, sigue siendo el líder ideológico de esta
guerra de resistencia contra el totalitarismo occidental.
Esto puede ser una
buena noticia no deseada para los rusos moderados que buscan un
compromiso con el imperio americano basado en el respeto mutuo y los
intereses compartidos. La pretensión de los realistas es que, puesto que
en un sentido pragmático de realpolitik, los EE.UU. y Rusia
tienen muy pocas áreas de fricción real y de hecho comparten muchas
áreas de interés mutuo, la coexistencia pacífica debe ser una elección
obvia. Aunque es superficialmente cierto, este análisis no entiende, tal
vez a propósito, la naturaleza real de los Estados Unidos como actor
político y la mentalidad de las élites que lo controlan.
El moderno imperio
americano es un régimen impulsado por una ideología pura sin adulterar.
Muy pocas de las élites se consideran a sí mismas “realistas” en algún
sentido de la palabra. Incluso la política exterior de la administración
Obama, que es, por supuesto, menos violenta y de confrontación que la
que preconiza Hillary Clinton y sus aliados del estado profundo, sigue
siendo extremadamenta agresiva. La estrategia de Obama para mantener y
expandir la hegemonía liberal se centra principalmente en el subterfugio
(revoluciones de color, vigilancia masiva, aviones no tripulados,
financiación de los yihadistas de Siria, etc.). Esta estrategia es
significativamente más matizada y sofisticada de lo que lo sería con un
gobierno de Clinton, y por lo tanto, en la superficie, parece más
pragmática. Pero este enfoque pragmático al parecer no está alimentado
por un cálculo realista de su propio interés racional, sino por la
ideología de la hegemonía liberal.
Los EE.UU.
están casados con el concepto de su primacía en el orden mundial
neoliberal, un orden que conlleva la imposición de los valores
occidentales tales como el dominio de lo individual sobre el bien común,
la supremacía de las empresas transnacionales y la legitimación de la
desviación sexual. Cualquier nación o pueblo que se interpone en el
camino de estos objetivos es considerado, desde el principio, un enemigo
al que hay que destruir.
Esto es más que
evidente si uno se toma el tiempo para leer la propaganda neo-liberal
producida ahora y lanzada por los medios de “noticias” a través de
Occidente. Por ejemplo, el New York Times publicó recientemente
un ataque abierto contra la Iglesia ortodoxa rusa, que ahora ha sido
identificada como un enemigo de su profesada ideología de totalitarismo
liberal. El artículo es una pieza calumniosa y desvergonzada que está
llena de desinformación, como es de esperar, pero lo que es más
interesante es su énfasis. Dice el artículo:
“Cuando los activistas
homosexuales realizaron un desfile este verano en el centro de la
capital de Moldavia, Chisinau, el Sr. Dodon reunió a sus propios
partidarios para un evento contrario dedicado a los valores
tradicionales, mientras que un grupo de sacerdotes ortodoxos se
reunieron en las inmediaciones para recitar oraciones y maldecir a los
homosexuales.
El desfile gay, que
fue acompañado por una serie de diplomáticos occidentales, fue
suspendido después a sólo unas pocas manzanas cuando se encontró con una
multitud de manifestantes ondeando banderas religiosas y lanzando
huevos”.
La acusación primaria
dirigida contra la iglesia no es que sea corrupta o hipócrita en un
sentido ordinario, sino que se opone al proyecto neo-liberal de fomentar
la difusión mundial de la desviación sexual. Así que en un sentido
extraño, orwelliano, la acusación dirigida es que la corrupción de la
iglesia reside en su misma falta de corrupción. En cierto sentido, la
Iglesia ortodoxa rusa simplemente no es lo suficientemene corrupta.
Este tipo de
resistencia a los dictados de Occidente, esta negativa a participar de
las patologías occidentales, es simplemente inaceptable para la clase de
las élites dirigentes de Washington. Estas élites consideran con razón a
la Iglesia ortodoxa rusa, y por extensión, a los propios rusos, como
obstáculos a su programa y, por lo tanto, como enemigos a aplastar. Esta
es la psicología que explica la increíble agresividad de la política
estadounidense hacia Rusia. Cada movimiento promulgado por Washington,
desde la expansión de la OTAN hasta el borde de las fronteras de Rusia a
la tentativa de derribar al gobierno ruso durante las protestas contra
Putin de 2012, se ha basado en esta idea.
Esta marca de
fanatismo ideológico es lo que mata en el útero todos los intentos
embrionarios de acercamiento EE.UU.-Rusia. La verdad es que una
distensión tal ya no es posible; esta es la dura realidad que los que
abogan por el realismo no ven. Ahora es un juego de suma cero, una
guerra de aniquilación – una guerra que enfrenta a los defensores del
totalitarismo liberal, dirigido por el Imperio de los Estados Unidos,
por un lado, contra las fuerzas de los valores humanos tradicionales,
encabezados por Rusia, en el otro.
Este es el estado de
la cuestión lo deseen o no los líderes de Rusia. Para mejor o peor, este
es el curso que ha tomado la historia, y Rusia ahora es el líder y el
principal símbolo de esta resistencia. Esta no es una elección
consciente hecha por los gobernantes de Rusia en el Kremlin, sino más
bien el rol que le ha sido designado por su propia existencia y por la
historia.
Al igual
que el disciplinado poder de la tierra de Roma, por su propia
existencia, era el contraste natural y el eterno enemigo del poder
marítimo cosmopolita de Cartago, también ahora Rusia es el eterno
enemigo del imperio norteamericano.
Esta lucha es el
conflicto que define el siglo XXI. Pero no va a jugarse a la manera de
un estilo de juego geopolítico del siglo XIX entre grandes potencias,
como muchos parecen creer. Este conflicto es más bien, por su propia
naturaleza, una lucha existencial y espiritual entre dos narrativas de
la humanidad totalmente opuestas. Es una batalla entre las fuerzas de la
humanidad y las fuerzas de la post-humanidad.
Podemos ver los
contornos de esta visión del mundo post-humana con mucha claridad. La
notoria degenerada rusa Masha Gessen declaró, como es sabido, que el
objetivo explícito de la ideología LGBT (la misma ideología del imperio
americano), es la abolición de la familia tradicional, como Gessen dijo:
“Es una obviedad que la institución del matrimonio no debería existir…
no veo por qué ellos (sus hijos) no deberían tener cinco padres
legalmente. No veo por qué tenemos que elegir dos de esos padres y
hacerlos una pareja sancionada”. Ese objetivo declarado de Gessen de la
destrucción del matrimonio tradicional que arrancó aplausos, debería ser
poco sorprendente para cualquiera que esté familiarizado con la cultura
occidental moderna, ya que tales sentimientos se han vuelto ordinarios
entre sus élites gobernantes. De hecho, la aprobación de las dementes
creencias de Gessen sin duda contribuyó a su obtención de un empleo como
colaboradora habitual de la página editorial del New York Times, donde publica regularmente propaganda venenosa dirigida a su país de nacimiento.
Pero los
objetivos del imperio norteamericano post-humano se extienden mucho más
allá de simplemente destruir la familia tradicional. El objetivo final
es la destrucción de la concepción misma de la persona humana.
Esto se ilustra claramente en las páginas de una edición reciente de la revista Time,
en un artículo titulado: “El embarazo de mi hermano y la conformación
de la nueva familia norteamericana”. La fotografía principal muestra una
imagen de lo que parece ser un hombre obeso y barbudo dando de mamar a
un niño. Normalmente, una imagen así, a los ojos de la humanidad
tradicional, parecería ser, a lo sumo, una broma grotesca y de mal
gusto, y en el peor caso como una especie de profanación cuasi satánica
de la forma humana. Esta última es una mejor lectura para los autores
del artículo escrito en una de las revistas más influyentes
históricamente en los EE.UU., la imagen impresa y el artículo que la
acompaña, sin ningún sentido de la ironía. Ellos presentan este
esperpento, no como un horror o una farsa, sino como algo que debe ser
elogiado y emulado.
Como es bien conocido
ya, esta no es una excepción a la regla, sino más bien la propia regla.
El transgénero, incluso más que la sodomía, se ha convertido en una de
las principales causas defendidas por el Imperio Norteamericano. Muchos
críticos confunden este proyecto meramente como una búsqueda de
libertinaje, por hedonismo en el sentido clásico, libertino, el cual es
simplemente el resultado de la decadencia y de la riqueza. Esta es una
mala lectura potencialmente desastrosa de la situación. Aunque
ciertamente no hay escasez de hedonismo practicado en la cultura
norteamericana contemporánea, la búsqueda del placer no es el impulso
principal detrás del movimiento transgénero.
Después de todo, la
cirugía de “reasignación sexual” es un proceso que implica la
manipulación del cuerpo humano mediante el uso de inyecciones de
hormonas y la mutilación quirúrgica de los órganos sexuales del sujeto.
El placer no es, obviamente, el objetivo principal de los individuos
mentalmente inestables que optan por someterse a un procedimiento tan
brutal. Ellos buscan más bien su propia versión del “sueño americano”,
que es la búsqueda, por cualquiera y todos los medios disponibles, de
una “auto-realización” individual.
Esta auto-realización
es el epítome de lo que el sociólogo Philip Rieff, escribiendo en la
década de 1960, llamó la “anticultura” de Estados Unidos. Según Rieff,
en su brillante libro The Triumph of the Therapeutic, “cada
cultura es un sistema institucionalizado de exigencias morales, la
elaboración de la conducta de las relaciones personales, una clase de
símbolos convincentes”. Símbolos de peso que se unen para formar una
“gran cadena de significado “. Esta cadena de sentido ha sido la base
sobre la que se han construido y mantenido todas las sociedades humanas
históricas. El Occidente moderno está ahora unido en su rechazo a estas
formas tradicionales de cultura.
La
anti-cultura norteamericana es un culto al individuo que busca rechazar
todas las normas tradicionales de la conducta humana que previamente
habían sido impuestas por la cultura.
En su lugar, la
anti-cultura tiene como objetivo garantizar “la libertad” para todos.
Como el juez del Tribunal Supremo estadounidense, Anthony Kennedy, opinó
en su dictamen de 1992 en el caso Planned Parenthood contra Casey, “En
el corazón de la libertad está el derecho a definir el propio concepto
de la existencia, del significado, del universo y del misterio de la
vida humana”. Esta es la esencia del moderno American Dream, la
liberación de la voluntad del individuo de todas las restricciones
morales y culturales, y el permitir a la voluntad perseguir sus deseos
siempre multiplicados, independientemente de cuán perversos, criminales o
dementes puedan ser.
Este sueño americano,
como señala Elizabeth Lasch-Quinn en su introducción al libro de Rieff,
es en última instancia uno gnóstico: “La cultura terapéutica elevada de
una auto-obsesión a una pseudo-religión, haciéndola una versión de la
centenaria creencia gnóstica de que el ser auténtico, divino, necesitaba
ser liberado de la corrupción y de la restricción de la sociedad para
que el orden real del mundo pudiera ser revelado”.
Es importante recordar
que la mayoría de los estadounidenses creen que este sueño no es
simplemente un deseo que es un artefacto único del desarrollo histórico
particular de su sociedad, sino más bien, que es un deseo universal que
es compartido por todos los seres humanos, independientemente de la
religión, la cultura o la etnia. Esta peligrosa ilusión es la que anima
el deseo de Estados Unidos por la guerra perpetua. y es el mito mediante
el cual se entiende a sí misma y a sus oponentes. Es el combustible que
impulsa no sólo la política exterior del gobierno de EE.UU., sino
también las políticas de las ONGs alineadas con EE.UU., como la infame
Open Society Foundation de George Soros.
Los que esperan que
una victoria de Trump en las elecciones presidenciales cambiará este
estado de cosas serán tristemente decepcionados. Mientras que una
victoria de Trump sería sin duda un importante revés para los
globalistas post-humanistas, esto no establecerá su derrota. A lo sumo,
comprará un tiempo precioso, y espacio para preparar sus defensas, a los
que se oponen a la hegemonía liberal. Los recursos que poseen los
post-humanistas son realmente formidables, y sólo será cuestión de
tiempo antes de que lanzen un contraataque para retomar la presidencia y
purgar a sus oponentes, ya que poseen fondos prácticamente ilimitados y
también conservarán el control total de casi todas las palancas del
poder en el mundo académico, los medios de comunicación y los ámbitos
gubernamentales. Este, por supuesto, es un escenario optimista, basado
en la premisa de que Trump puede ganar en noviembre. Aunque Trump ha
crecido recientemente en las encuestas, un resultado más realista es una
estrecha victoria de Clinton, cuyas consecuencias serían
significativamente más sombrías.
El
conflicto entre las fuerzas de la humanidad y de la post-humanidad ya ha
comenzado y no puede ser detenido. Uno u otro lado finalmente
triunfará, en tanto controle las palancas del poder en el Imperio
norteamericano.
Los ideólogos de la
post-humanidad nunca cesarán sus guerras de conquista y sometimiento.
Estas guerras sólo desaparecerán cuando los propios post-humanistas
dejen de existir, y sólo cuando su imperio se desmantele y el futuro de
su ideología sea aplastado, la humanidad estará segura. Hasta ese
momento, el fantasma del totalitarismo post-humano seguirá amenazando el
mundo, independientemente del número de reveses temporales que sufra.
La opción ofrecida por
la élite fanática liberal de Washington a Rusia y a todos los que se
oponen al futuro post-humano que sueña es simple: rendirse a sus edictos
o afrontar la aniquilación. Cuando nos enfrentamos a una elección tal,
sólo hay una conclusión válida que se pueda extraer:
El imperio norteamericano debe ser destruido.
Fuente: Katehon.
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