Rajoy no se va
Foto: EPA
No se ha producido ni el reconocimiento de la
participación en la presunta trama de financiamiento ilegal, ni la
dimisión como presidente del gobierno, ni la anticipación de las
elecciones generales, a pesar de que la mayoría de los grupos
parlamentarios se lo han pedido explícitamente. Mariano Rajoy ha optado
por capear el temporal y esperar a que amaine.
Mariano
Rajoy se ha aferrado al mantra que últimamente repite todo su ejecutivo
de la inminente salida la recesión, de la mejora en la delicada
situación de la economía española, de la estabilidad en los mercados
financieros conseguida con tantos trabajos para enlazarlo con el
elemento desestabilizador que han tenido todos los rumores en torno al
asunto de la corrupción en su partido. Ha acusado a la oposición de
sembrar la zozobra en la vida política, económica e institucional del
país, algo que perjudica a la ya deteriorada imagen que tiene España en
el mundo. “Toda una insidiosa campaña de acoso, calumnia y
desacreditación de los medios y de los grupos parlamentarios”, se
quejaba el presidente.
Rajoy: “No voy a dimitir porque no me considero culpable”
El presidente del gobierno se ha limitado a
repetir lo que ya había declarado en sus anteriores ruedas de prensa al
respecto, su inocencia y la de su partido. Lo único que ha reconocido es
haber confiado en una persona que le engañó. Nada nuevo en la postura
del presidente del Partido Popular, que ha montado su defensa
centrándose en que lo único real, lo único que la justicia ha demostrado
es la existencia de unas cuentas de dinero ilegal en Suiza
pertenecientes al ex tesorero del Partido Popular, Luis Bárcenas. Todo
lo demás está siendo investigado.
En su contra juega
una montaña de indicios de sobra conocidos y una serie de implicaciones
que remiten a la corrupción en el seno del Partido Popular. Todos los
portavoces parlamentarios se han lanzado como una jauría a desacreditar
las palabras del presidente, llamándole mentiroso, sacándole datos,
documentos, correos electrónicos. Son muchas las sospechas, grande la
sombra de la duda. Al parecer, las confesiones del contable Luis
Bárcenas remiten a una contabilidad en negro que no es creíble que fuera
inventada para cubrirse las espaldas en el futuro, veinte años después.
Él no podía prever lo que iba a ocurrir en el futuro, cuando fuera
defenestrado por sus manejos financieros.
Durante
varios años, determinadas personas del Partido Popular, entre las cuales
se menciona al propio presidente del gobierno, supuestamente estuvieron
recibiendo sobresueldos irregulares en sobres de dinero en efectivo. Un
dinero no sujeto a declaración fiscal. Un dinero procedente de
determinadas empresas que con su aportación financiera vigorizaban al
partido a cambio de concesiones y ventajas en proyectos y obras
públicas. Toda una trama de corrupción que se dejó entrever con el caso
Gürtel pero que está por demostrar en toda su dimensión. El problema es
que no se puede condenar a nadie solo con indicios, sin pruebas
objetivas.
Pero como apuntaba el diputado de CiU, Duran
i Lleida, el parlamento y la opinión pública necesita creer al
presidente, pero no puede o no quiere. Sin embargo, en política las
cosas son como parece que son. Y hoy la opinión pública le da más
crédito a lo que dice el ex tesorero del Partido Popular que a lo que
dice el presidente. Una encuesta de Sigma Dos le da un 82 % a favor del
ex tesorero.
Mariano Rajoy no ha dimitido y no lo va a
hacer. El presidente del gobierno agotará su mandato. Es un
superviviente y un contemporizador al que llegar al poder le costó una
eternidad. Sin embargo, este asunto le va a pasar demasiada factura. La
dureza de la crisis económica y la trama Bárcenas, se demuestre o no, ya
han acabado con su futuro político. Las próximas elecciones dictarán
sentencia.
En cualquier caso, todo este escándalo, todo
este revuelo ha tenido gran parte de su origen y magnitud en los
medios. Cabe preguntarse ¿quién gana con todo este circo de trapos
sucios? El que sale claramente perjudicado es el Estado Español.
jg/kg
Nota: Las opiniones expresadas por el autor no necesariamente coinciden con los puntos de vista de la redacción de La Voz de Rusia.
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