Tres lecciones desde Kurdistán
A
caballo entre la crisis de los refugiados made in Berlín, la guerra en
Siria, -que les ha llevado a las portadas internacionales-, la situación
con el gobierno de Turquía y los esfuerzos por avanzar en su
autoorganización política e institucional, el Kurdistán no se puede
entender leyendo un par de entradas en Wikipedia.
A
medida que se acercan las elecciones del 1 de Noviembre, la tensión va
en aumento en la región. Pocos días antes de aterrizar, las crónicas de
prensa hablaban de detenciones de activistas, de las batallas que se
libraban en el barrio de Sûr entre las fuerzas especiales turcas y las
YDG-H, -las unidades de defensa juvenil-, y de los muertos que se
cobraba cada manifestación. Cuando llegamos, Amed (Diyarbakir) nos
recibía con su bullicio y su amabilidad: no parecía una ciudad donde al
caer la noche se impusiera el toque de queda y la realidad cambiase
radicalmente. Pero así era, aunque a menudo te enteres antes por tu
Smartphone que por el ruido de las ambulancias.
Moría
gente tras cada enfrentamiento, se detenía a activistas sin pruebas
todos los días, a pocos kilómetros de nuestro hotel, sin ruido alguno
para nosotros. Era una sensación extraña, de calma tensa, de no entender
mucho pero si lo suficiente –cuando cruzas conversaciones, cuando
paseas por las calles, si observas sus muros, si te topas con las
barricadas en las comisarías- para saber que en Amed hay un pueblo digno
que está sufriendo una represión feroz.
Al
marcharnos, el 12 de Octubre, arrancaba la huelga general convocada
tras el asesinato de casi 100 militantes de la izquierda prokurda en
Ankara. Esas bombas sabían bien a quién reventaban y la amenaza que
suponía para el status quo –y no sólo el turco- la fuerza de un
movimiento progresista en la región. Volábamos hacia Estambul cuando
ocurrió. Nada indicaba que eso – el atentado más sangriento de la
historia moderna turca- hubiera pasado, ni en las pantallas del
aeropuerto ni en la radio del taxi. Seguimos a través la ciudad el
rastro de furgones blindados y helicópteros hasta la manifestación
espontánea de miles de personas que se dirigía a la plaza Taksim,
actualmente abierta en canal por unas oportunas obras (¡qué
casualidad!). No entendíamos los eslóganes, ni los gritos, ni algunos de
los gestos, pero se sentía muy cercana. Supongo que hay sentimientos
que son universales. La rabia, tristemente, es uno de ellos.
Con
este panorama, y siendo alguien que se topaba por vez primera con el
Kurdistán –en todos los sentidos-, profundizar ha sido una asignatura
pendiente. Pero contando con ayuda de locales y también de voces
expertas que habían cogido la mochila para vivir en Amed, estos días han
servido para aprender al menos tres lecciones que difícilmente pueden
olvidarse. Lecciones para mujeres, para activistas y para valientes en
general.
Organización, acción, revolución.
En
mi enorme suerte de conocer el trabajo del KJA en su espacio comprendí
lo mucho que nos queda por aprender. El KJA o Congreso de Mujeres Libres
hereda las cuatro décadas de lucha, historia y experiencia de las
mujeres kurdas. De los logros y de los fracasos, de las torturas y
violaciones en prisión, de las compañeras caídas, de las 1000 que aún
están encarceladas, pero también de las que han sobrevivido y hoy son
ejemplo para contarlo, de todo eso son herederas y transmisoras. KJA es
una organización paraguas y confederal de mujeres, basada en el
autogobierno, la autodeterminación y la solidaridad de y entre éstas.
Reúne personas con diferentes creencias y culturas, de diferentes
comunidades de la geografía mesopotámica, fruto del contexto de
diversidad cultural donde ellas pretenden expresarse y trabajar. El KJA
cuenta con diferentes comités y órganos de decisión bajo el principio de
comunas y asambleas a niveles regionales, distritales, vecinales o
comunales.
Su objetivo es claro:
“una sociedad libre solo puede serlo con la libertad de la mujer”, por
eso la lucha del pueblo kurdo es una lucha de mujeres.
Lo
tienen muy claro y hablan sin ambages, sin hipocresías ni ambigüedades
tácticas. Quizá esa sea una de sus fuerzas: la lucha organizada,
admiten, es la única vía para acabar con las ideologías racistas,
sexistas y militarizadas. Les inspiran mujeres bravas, bravísimas, como
Sakine Cansiz o Binevs Agal, pioneras en los complejísimos años 80.
Ellas son el símbolo de la resistencia en Kobane, la revolución social y
también de la lucha contra el ISIS –sí amigas, había kurdas antes del
ISIS, aunque no estuvieran de moda, cuando eso del PKK sonaba anticuado,
militarizado y comunista, antes de que la vanguardia de la
posmodernidad feminista hubiera reparado en ellas-.
Entienden
la dominación masculina como ejercida en todos los ámbitos: familia,
sociedad, Estado. Sólo en 1992 pudieron acabar con la ley que exigía el
permiso paterno o conyugal para que una mujer pudiera acceder a
actividades públicas –similar al que sometía a las mujeres del
nacionalcatolicismo franquista-. Si podían hacer la guerrilla en las
montañas, había que hacerla también en los hogares, en las ciudades, en
las instituciones. Y se pusieron manos a la obra.
Por
eso toman muy enserio su espacio en los partidos políticos. Todos los
sectores militantes cuentan con Comisiones de Mujeres, se establecen
cuotas en los partidos y medidas tan interesantes como expulsar al
compañero que se descubre polígamo o maltratador de inmediato de sus
filas. Y todo esto se ha fijado en el papel. El peso de su voz y voto
está diseñado para evitar bloqueos y sabotajes.
El
HDP, que canaliza gran parte de este movimiento por la vía
institucional es el primero en el mundo en haber establecido un sistema
de representación equitativo, el co-chair. Los kurdos nos lo han
recordado a menudo estos días: es un motivo de orgullo, no en vano le
llaman “el partido de las mujeres”. Cuando establece candidaturas, el
partido emplea una cuota de 10% para la comunidad LGBT y una cuota de
50% para las mujeres.
Pero no es
sólo una cuestión partidista: Las mujeres kurdas se han autoorganizado
en partidos políticos, pero también y desde hace tiempo en otras
estructuras como agencias de noticias, centros culturales, cooperativas
de economía femenina, espacios propios para la Mujer, y paralelamente
desarrollando, por ejemplo, políticas públicas en torno a información
para la violencia de género, a la conciliación y al empleo femenino. Hay
academias, cooperativas, eventos, acciones, campañas. Una envidiable
red de solidaridad y trabajo diario.
La
lucha en Kobane les ha puesto en el punto de mira –nunca mejor dicho-
pero insisten en que no es sólo lucha armada.[1] Esta autodefensa
femenina se articula a través de estructuras militares, económicas,
políticas. La revolución Social de Rojava está siendo también clave para
el desarrollo de las mujeres de la región y ha servido para empoderar
entornos rurales y cuestionar estructuras que llevan siglos enraizadas
en esos espacios. Las guerrillas de mujeres que se instalan influyen en
estas comunidades, generan sistemas comunales y ecológicos de
convivencia, echan raíces para poder crecer.
La Jineología: de nosotras, para nosotras
El
concepto de Jyneology no es solo una abstracción: es una realidad
encarnada en la Academia de la Mujer en Diyabakir que funciona a pleno
rendimiento. Y es también una práctica: La Jyneologia representa la base
conceptual para la revolución que está teniendo lugar en Rojava.
Pero
¿qué significa? Quizá para entenderlo es mejor comenzar por preguntarse
por qué lo necesitamos. Entendiendo que la dominación masculina se ha
perpetuado a través del Estado y sus estructuras como marco de la misma,
el acceso al conocimiento y las ciencias ha estado siempre
masculinizadas: religión, filosofía, economía, filosofía, todo ha sido
enfocado a perpetuar las estructuras de hegemonía del hombre sobre la
mujer en la construcción de un sistema social que sirviese al
capitalismo. Pero las mujeres ya estaban escribiendo la historia antes
de que el hombre, a través de la violencia y la acumulación de poder,
sometiera a la mujer esclavizándola en el hogar, convirtiéndola en
cautiva de su propia casa. Ellas fueron las primeras científicas del
mundo: testaron las primeras medicinas, también fueron las primeras
diosas de un culto a la vida y la naturaleza y no a dioses temibles y
vengativos. Ellas fueron las encargadas de organizar las primeras
comunas neolíticas en una suerte de socialismo primitivo claramente
matricéntrico. Esas sociedades no se basaban en una división del trabajo
enraizada en las relaciones de poder y propiedad privada, sino en la
solidaridad y el respeto a lo común.
La
jineología propone desprenderse de las dicotomías que han servido para
justificar esta dominación, empezando por la de hombre y mujer,
reproduciendo el sexismo social. Literalmente, la “ciencia de la mujer”
–la raíz jin significa mujer, vida, vitalidad- es también la ciencia de
la vida. Su objetivo es convertir los valores de lo femenino en ciencia,
algo que se nos ha negado históricamente. Se articula así un
acercamiento crítico a todas las ciencias y estructuras de aprendizaje,
desarrollando una epistemología propia que genere conocimiento y
conciencia. Llama especialmente la atención su vindicación de una fuerte
conciencia económica de las mujeres y su concepción de la Economía en
origen como algo genuinamente femenino a través de una teoría del
valor-trabajo de la mujer para la superación del monopolio “de los
brokers, banqueros, los stake holders, y el propio Estado”.
Así
pues, la jineología es una sociología de la liberación, que estructura
una dialéctica para un nuevo campo, una “ilustración” femenina, que
ayuda además a establecer cuadros académicos que salten de las aulas al
activismo en un constante flujo de teorización y práctica.
Etnocentrismo no, gracias. (hay que dejarnos crecer)
Y
con crecer me refiero a nosotras y nosotros, los occidentales. Las
kurdas no se consideran a sí mismas feministas. Puede que sea un
concepto demasiado occidental y lejano a la realidad que vive este
pueblo. Consideran al feminismo “the rebel of the oldest colony”, y pese
a comprender que están en una constante interrelación con el mismo que
es esencial para su desarrollo, desde la Jineología ponen de manifiesto
su estructura fragmentada, su imposibilidad para superar los límites del
patriarcado occidental, y la alianza de determinados sectores en pro
del liberalismo.
Hay quien criticará
que las mismas que articulan la Jineología atribuyan en gran parte su
origen a su líder cautivo, Abdulla Ocalan, al que tienen como un
referente esencial por el marco que estableció en torno a la lucha por
la liberación femenina. En su obra “Liberating life: Women’s Revolution”
Occalan hace un análisis histórico muy interesante sobre los orígenes
de la dominación masculina y las claves para la liberación femenina en
el contexto kurdo. En una sociedad como la kurda, el papel de Occalan no
puede entenderse desde el paternalismo sino desde un compromiso sólido,
revolucionario, de un hombre con la liberación de la mujer.
Igualmente,
me afirmaron, que fueron los padres de las milicianas los que las
instaron a marcharse a la montaña, donde se sabrían protegidas y
entrenadas por otras mujeres en espacios mucho más seguros que su propio
hogar.
Volviendo a Ocalan y su
teoría sobre la mujer, esta visión filosófica y social no es en absoluto
una maniobra táctica ni política para mantener la mujer ligada a la
lucha, afirma el propio autor. [2] El recorrido ideológico del líder
kurdo ha pasado del marxismo leninismo ortodoxo a ser influido por
neomarxistas como Wallerstein y su teoría del sistema-mundo y por el
socialismo libertario de Bookchin[3], (ejem) integrando las ideas de los
movimientos feministas y ecológicos en su “confederalismo democrático”
que articula a principios del s.XXI . En torno a este giro ideológico
hay un enorme debate, especialmente en el entorno militante. Pero yo he
venido a hablar de mi libro y prefiero no hablar sobre lo que, con
sinceridad, no tengo conocimiento suficiente pero si muchos prejuicios.
Simplemente
recordar que visibilizar a Occalan no invisibilice a otras voces
esenciales: Sakine Cansiz, alias Sara, asesinada en 2013 a tiros en su
centro de información del Kurdistán en París, es una fuente esencial
para aprender del movimiento kurdo. Su crónica sobre la fundación del
PKK[4] es un texto en el que no solo afronta la coyuntura política del
momento –los turbulentos 70 en Turquía- sino que habla de sus
dificultades como mujer a la hora de militar. Por cierto, no tienen
desperdicio los cables de Wikileaks que la diplomacia americana ha
dedicado al PKK como organización terrorista y que tenían a Sakine
Cansiz muy localizada: este de 2007 por ejemplo [5].
A
partir de estas tres lecciones extraídas surgen más y más preguntas. Mi
fascinación y admiración hacia la autoorganización de las mujeres
kurdas –con un poquito de envidia sana y frívola, lo admito- ha crecido
exponencialmente. Ver la movilización social de Estambul ante la masacre
de Ankara y la fuerza del HDP ha sido un revulsivo político de
esperanza en medio del escepticismo político cotidiano.
Pero
sigue habiendo cuestiones que chirrían, como la instrumentalización
paralela a la visibilización, consentida o no, de este movimiento. Esta
tendencia simplifica y sesga su lucha, que, por poner un ejemplo, ha
sido objeto de culto de la revista Marie Claire[6] , y abordada en
artículos que aparecen en medios dudosamente afines a sus valores
originarios, como BBC o El Mundo –el nuevo mejor amigo del Kurdistán-
por no mencionar el paternalismo con que se les ha abordado en otros,
-como las crónicas de Russia Today- que enfocan la cuestión con tanta
admiración como condescendencia. En resumen, una instrumentalización que
no es nueva, de la potente imagen de la mujer combatiente, para fines
espúreos y bastante menos nobles, muy en consonancia con el baile de
alianzas regional.
Es muy atractivo
retratar un ejército redentor de hermosas amazonas que atormenta al
DAESH, pero convendría andarse con cautela, porque con la misma
dialéctica de la “liberación femenina” frente a la represión del
coco-islamista justificó EEUU su intervención en Afganistán o Irak.
Ahora, habiendo encontrado quien le hiciera el trabajo sucio, parecía
que ganábamos todos, -o casi- excepto Erdogan, que ya tomaba cartas –y
otras cosas que no son cartas- en el asunto. De ahí la preocupación por
definir y comprender el papel de las YPG e YPJ en la guerra de Siria y
las contradicciones que generan, desde fuera, sus alianzas con el
Ejército Libre Sirio, sumada a la dificultad de las informaciones
cruzadas y sesgadas que se alejaban mucho de los testimonios que se
escuchan allí.
La realidad avanza
muy rápido y a menudo a golpes muy dolorosos, como vimos en Ankara. Es
paradógico terminar sentenciando algo así estando a 5000 kilómetros de
Rojava, frente al ordenador, leyendo crónicas que otros escriben y
escribiendo de guerras que matan a otras. Por ello vuelvo a decir que
este acercamiento es un aprendizaje que ha sido un revulsivo personal y
político, pero que se ha hecho desde la inexperiencia y la posición
privilegiada de quien lo interpreta desde Madrid. Por ello es mejor
terminar dando voz a quienes siguen en el terreno:
Si
queréis estar al día, aquí están las crónicas de las compañeras de
Rojava Azadi que están viviendo de cerca la revolución social:
Y si queréis informaros sobre la actualidad internacional en torno a Kurdistan con voz de mujer, aquí tenéis:
Y otro artículo fundamental:
Fuente: http://www.riotandroll.com/#!Tres-lecciones-desde-Kurdist%C3%A1n/c11it/5624d49d0cf2c3576e65fdb9
http://www.alasbarricadas.org/noticias/node/35114?utm_source=twitterfeed&utm_medium=twitter
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