El imperialismo, fase superior del capitalismo. La vigencia del escrito de Lenin cien años más tarde.
Imagen: detalle de Lenin en la obra El hombre en el cruce de caminos (1934) de Diego Rivera |
Ref. documental
Original en alemán. Dietmar Dath: "Vorabdruck. Die fortlebende Herausforderung von Lenins Buch über den Imperialismus". Publicado en Junge Welt, 18-3-2016.
Traducción al español para blogdelviejotopo: Tucholskyfan Gabi.
Imágenes y pies de foto: son del original, salvo la imagen de cabecera.
Nota del editor del blog
Hay
textos y/o autores cuya traducción del alemán al castellano resulta
especialmente complicada. Es el caso del texto que presentamos. En
castellano no resulta usual recurrir a largas encadenaciones de
oraciones subordinadas, pero en este caso -por las características del
texto- no ha sido posible adaptar más su traducción. Es de agradecer el
laborioso esfuerzo realizado por la traductora, Gabi.
El
texto nos presenta una argumentación más a sumar a todas aquellas
argumentaciones que muchos defendemos a la hora de afirmar la vigencia
del pensamiento de Lenin. Ésta es una de las razones por la que se ha
considerado de interés reproducir el artículo. Por otra parte, se trata
de un texto que tiene una característica que nos gusta: permite una
fructífera discusión en grupo y nos obliga a pensar en algunos aspectos
del capitalismo que nos permiten comprenderlo mejor.
____________
TEXT und TAT (Del texto a la acción). El persistente reto de lo que Lenin nos dejó escrito sobre el imperialismo. Un avance editorial.
Dietmar Dath
Es el movimiento/giro del pensamiento en su conjunto, con su agudeza visual casi inalterada y sorprendentemente útil al cabo de 100 años, el que a Lenin le permitió mirar a la izquierda y la derecha (El Lissitky, Tribuna de Lenin, 1920). Ver imagen completa aquí. |
Nota editorial del Junge Welt, previa al artículo
Mientras en 1916 Hugo Ball y sus amigos, reunidos en el Cabaret Voltaire de Zurich, creaban
el dadaísmo, un emigrante ruso, en la casa de al lado, se dedicaba a
crear una de sus obras más poderosas. En los primeros meses del tercer
año de guerra, V. I. Lenin, habitando un modesto cuartito en la
Spiegelgasse 14, redactaba su famoso ensayo titulado EL IMPERIALISMO,
FASE SUPERIOR DEL CAPITALISMO cuya publicación, debido a la censura, no se produjo hasta el verano del 1917, tras la caída del zar en Petrogrado.
Con
motivo del centenario de este manuscrito y el 145 aniversario del
nacimiento del autor en abril de este año, contaremos con una comentada y
acotada reedición que será prologada por sendos ensayos escritos por
Dietmar Dath y Christoph Türcke.
Basados
en los principios editoriales modernos, los editores Wladislaw Hedeler y
Volker Külow nos presentan una serie de datos de investigación nuevos. Por
vez primera, se nos revela la historia del origen y la publicación de
la obra, así como el círculo de personas con quienes Lenin sostenía
contacto, y todo ello avalado por fuentes seguras y al margen de
cualquier instrumentalización partidista. Los editores nos documentan
además las fuentes y la bibliografía que a Lenin le sirvieron en su
investigación.
Tanto la presentación y los comentarios de otros textos escritos por Lenin en los años 1915/1916 como la
reproducción del Manifiesto de Basilea de la reunión extraordinaria de
la II Internacional celebrada en 1912, nos permiten ubicar este ensayo
de Lenin dentro del discurso teórico-(anti)imperialista en vísperas de
la primera GM. Un extenso registro y 61 imágenes
– entre ellas 34 publicadas por primera vez y procedentes de sendos
archivos de Moscú y Zurich – nos facilitan el uso y aportan una alta
claridad.
Los editores:
- Dr. Wladislaw Hedeler (nacido en 1953), historiador y publicista, Berlín.
- Dr. Volker Külow (nacido en 1960), historiador y publicista, Leipzig.
- Vladímir Illich Lenin: “Der Imperialismus als höchstes Stadium des Kapitalismus”. Nueva edición crítica y acotada, con sendos ensayos de Dietmar Dath y Christoph Türcke, editada y comentada por Wladislaw Hedeler y Volker Külow, Berlín 2016, 375 págs. XX Euro, publicación prevista para abril 2016.
* * *
Dentro de pocas semanas, la editorial ‘8. Mai’
lanzará la reedición crítica de “EL IMPERIALISMO, FASE SUPERIOR DEL
CAPITALISMO” escrito por Lenin. En este lugar, anticipamos la primera
parte del ensayo con el que Dietmar Dath introduce la reedición (jW).
TEXT und TAT – Del texto a la acción.
Por Dietmar Dath
Por Dietmar Dath
(Super)-Mercados y (Super)-Poderes.
El
hecho de que las cuentas anuales de la cadena americana de
supermercados Walmart ya reflejen más ingresos que casi todos los
estados del mundo juntos – tan sólo 25 ingresan más -, no significa en
absoluto que éstos (los estados) hayan dejado de ser importantes para el
desarrollo y la suerte de este gigante. Qué tipo de impuestos en qué
cuantía semejante empresa deba liquidar según dónde, qué reglas haya que
observar o pueda burlar, para ser breve, dónde y cómo realice sus
beneficios, a sus contables sí les interesa y mucho. Por lo que también
les debe importar a sus enemigos.
Para Walmart trabajan más personas que los habitantes de casi cien estados juntos. Por consiguiente, Walmart
no solo es una empresa, sino también un poder sociopolítico de
categoría o rango mundial. Podemos calificarla de “transnacional”, toda
vez que su poder alcanza más allá de las fronteras geográficas.
Tanto
un aspecto como el otro en lo que nos ocupa (a saber, el alcance de los
actos/omisiones de las élites funcionales representantes del capital
concentrado, por un lado, y por otro, la persistencia de las condiciones
políticas regionales, a las que este capital les debe su existencia, y a
las que penetra en todos los niveles, al igual que es penetrado por
ellas), son aspectos que debemos entender si pretendemos romper el poder
del capital.
Quien
se proponga a hacerlo, tendrá a mano unas razones más que plausibles.
Ese poder estropea las bases vitales y ecológicas de la especie humana;
mantiene a la gente en todas partes en un estado de dependencia y
estupidez; viola las estructuras que con mucho esfuerzo han venido
estableciendo las generaciones anteriores, usurpando o abandonándolas,
si dejan de satisfacer su exagerado apetito de rendimiento; se apodera
de las últimas regiones del globo que aún no ha llegado a explotar y
expoliar, para abandonarlas a su suerte, una vez que estén agotadas o
resulten inservibles para la explotación, dejándolas en la ruina. Y para
que pueda proceder de este modo, el poder compra la política que se
muestre conforme. Ese poder exige, facilita e instrumentaliza guerras y
guerras civiles. El vínculo entre el capital y los órganos políticos,
integrados por mandatarios electos para ejercer funciones de control
nacional e internacional, ha mutado completamente; ya no corresponde a
la propaganda clásica, a la loa del capitalismo que el llamado
liberalismo quería venderle a la humanidad en el siglo XIX. Entonces se
proclamaba que el resultado económico de los más exitosos había de
redundar necesariamente también en beneficio de la comunidad; que la
recaudación fiscal que el capital proporcionaba iba a pasar a
inversiones públicas que beneficiarían por igual a los que tienen como
los que no poseen nada, desde la educación hasta la defensa, pero
también la contratación (pública) que, dirigida por personas, debe
rendir cuentas al estado nacional (más tarde a las alianzas y los
organizaciones supraestatales en virtud de un contrato o pacto).
Pero
resulta que en el imperialismo las cosas evolucionaron/derivaron en
otra dirección bien distinta. Sirva de ejemplo la fundación creada por
Bill Gates, cofundador del gigante de software Microsoft, y su esposa
Melinda para paliar su cargo de conciencia, que ya gasta más dinero en
sanidad global que la misma OMS, la Organización Mundial de la Salud de las Naciones Unidas. En esta Bill and Melinda Gates Foundationno
hay nadie elegido por nadie y que podría ser controlado por medios
públicos, ya que estos puestos suelen asignarse en función de una lógica
estrictamente empresarial. Más aún: el clásico lema de los liberales
(“Dejad que el capital produzca beneficio, ya que mediante la mano de
santo del estado burgués nacional y sin rechistar pasará a financiar a
su vez todo lo que los que no poseen nada puedan necesitar”) ha llegado
a ser hasta contrario a la verdad. Los que no tienen nada o los últimos
que aún poseen algo pero poco, pagan impuestos y entregan plusvalía/s,
que los estados van invirtiendo en ámbitos militares o civiles, pero
ante todo en contextos de investigación financiados con medios públicos,
como por ejemplo la web (Internet), al que una vez establecida, el
capital le echa el guante para beneficiar o hundirse. ¿Economía privada?
¿Estados o Supraestados?
Ambos aspectos,
se nota enseguida, han de resultar contradictorios: las relaciones del
capital tienen carácter económico y jurídico que presupone
contratos/pactos desiguales que él mismo (el capital) no es capaz de
formalizar ni de garantizar. Siendo así, nunca hubo un capital sin
estado, al igual que no hubo nunca ningún estado que fomentara y
protegiera los contratos específicamente capitalistas e injustos, sin
capital que lo sostuviera y dirigiera por los medios que fueran. El
capital evoluciona tal como nos documenta Lenin en su breve libro “El
Imperialismo, fase superior del capitalismo”. En base al material
estadístico que tuvo a mano, Lenin llega a la conclusión abstracta
acerca de la funcionalidad causal del desarrollo del capital. A saber,
que diferido en el tiempo y repartido en diferentes territorios
concretos (geográficos) y abstractos (nacional-económicos), ha de
conducir obligatoriamente a la lucha por los espacios de actuación del
capital, tanto concretos (geográficos) como abstractos (mercados de
venta, “Battle Space” [Espacio de batalla], demografía).
Si realmente estuviéramos ante un monoestado global -
tal y como afirman algunos, que ven en las tendencias algo proyectable
mediante una simple regla para prever el infausto final que
ya no cabe contrarrestar. Si realmente ya no existiera la seria
competencia y batalla por aquellos espacios y si ya no tuviéramos que
ver con un mundo donde miles de millones de personas dependen de cómo
evoluciona la relación de fuerzas entre: el eurocapitalismo
franco-alemán-escandinavo; el capitalismo mancomunado (“Commonwealth”)
transatlántico-británico; el capitalismo americano tipo Enron-Lehman
que implosiona burbujas y su gemelo, que también opera en virtud del
derecho americano, y que llamamos el capitalismo financiero dominante
tipo Black-Rock; el capitalismo indio con sus residuos de agrupaciones
híbridas estado/empresa privada; el tambaleante capitalismo
pequeño-burgués de Singapur; el capitalismo de los jeques del petróleo
en Arabia Saudita, y unas cuantas menudencias como China y Rusia... Si
todo eso fuese así, entonces podríamos ignorar el desfase, la
asincronía. Pero los referidos actores siguen allí.
Incluso
suponiendo que todos ellos ya no estuvieran allí y que tuviéramos que
subsistir sometidos a algo que cubriese el mundo entero, repartiendo y
retirándonos los bienes como en una cárcel, algo organizado como un
estado que nos explotara como una empresa, la lectura del libro de Lenin
no resulta obsoleta en absoluto. Nos enseña en pocas páginas cómo el
mundo pudo llegar a una situación en la que crece el número de personas
que creen que la referida asincronía en el desarrollo ya no existe. El
libro nos enseña otra cosa, a saber, que en realidad las contradicciones
se siguen agravando, y de modo acelerado, mientras los medios y las
academias de los estados más potentes dedicados a interpretarnos el
proceso ya han alcanzado tal grado de estupidez que ya no son capaces de
percibir cómo están las cosas, lo que Lenin llama la “podredumbre del
capitalismo”, lo cual es un efecto intelectual de esa podredumbre, y ni
siquiera el más nefasto. Por mi, qué impugnen esa podredumbre
diagnosticada al capitalismo señalando, por ejemplo, que él mismo no
solo destruye cada vez más requisitos para su existencia, sino que
además los reproduce iguales o similares a partir de esa destrucción. Y
es que si las cosas se contemplan desde muy arriba, puede que se vea un
círculo donde en realidad hay una espiral que gira hacia dentro y abajo.
“Podredumbre” es un término que, puestos a hacer gimnasia semántica,
puede resultar discutible, cuando remitimos a las cortas fases de ágil
renacimiento de la pequeña burguesía en los nuevos sectores de IT y
Biotech. Pero hay que ver que en estos sectores la fase desde la libre
competencia – el sustrato clásico del capitalismo, que fomenta el
cultivo de nuevas fuerzas productivas – hasta el monopolio - que entra a
paralizar estas mismas fuerzas por puro instinto de poder - se ha
mostrado más corta que nunca en la historia de las relaciones del
capital. El hecho de que entre el auge, el valor añadido en flor, y la
lucha final por el pastel, esto es, las purificaciones del mercado con
sus gigantescos daños colaterales en forma de valor destruido en los
nuevos ramos, tan sólo distan unos pocos años, no me gustaría
calificarlo de próspero y sano ecosistema metafórico.
Pero
no deja de ser una cuestión de gustos y términos. No cabe discutir,
empero, que el “mercado justo” hoy día se observa con mucha menos
frecuencia que el campo de batalla económica (y real), donde ya no se
trata de la “vía libre para todo el se aplique”, sino de conflictos
cuyos resultados se sustraen a la influencia de la gran mayoría.
Pero ¿cómo pudo saber Lenin de Walmart, Black Rock Incorporated
o de los estragos que delante de nuestras narices, y forzados desde
Berlín, se están gestando en forma de los “Estados Unidos de Europa”
para con los estados miembros periféricos? Todos ellos, aspectos y cosas
que Lenin no nombra, pero sí ya detalla al máximo según su origen y
configuración. ¿Qué
prisma más maravilloso pudo descomponerle a este hombre la luz en
colores tan nítidos, capaces de trazar tanto el mundo suyo como el
nuestro?
Dialéctica en lugar de magia.
Tras
su escrito “Qué hacer” (1902) – su inalcanzado análisis de reciprocidad
entre conciencia de clase económica y estrategia y táctica política
conforme al programa marxista - y su
“El estado y la revolución” (1917) - el mejor resumen del pensamiento
marxista clásico sobre el aspecto de estructura funcional que se plantea
el poder - su
ensayo escrito en Zurich en 1916 y publicado en Rusia en 1917, es ante
todo una escuela del pensamiento dialéctico. Tras ello no se esconde
nada misterioso, puesto que en este caso “dialéctica” no significa, como
murmuran algunos, un procedimiento cuasi místico para llegar a la
esencia, un oficio que, como hiciera Harry Potter, habría que aprender
en una escuela de magia. Para Lenin, la “dialéctica” era la simple, a
veces exigente facultad/capacidad, que siempre se debe adquirir y cuidar
practicándola, esto es, al mirar lo que sucede en el mundo, tener
presente que la realidad – ver arriba – se viene desarrollando en
contradicciones/opuestos, por lo que no hay que incurrir en el falso
intento de casar/desambiguar las posibles ambivalencias y
contradicciones, tal y como los demagogos Benito Mussolini, Gerhard
Schröder o Donald Trump, cada uno en su momento, hicieron con éxito ante
un público idiota.
Quien
pretenda hacer política sensata y realista (!) contra la explotación,
supresión, marginación, cercamiento e idiotización, tendrá que proceder
con un mínimo de dialéctica. Si pensamos en contradicciones, y no por el
placer que nos pueda causar la paradoja, sino en estrecho contacto con
los datos controvertidos del caso o la situación, no solo evitamos que
nos ofusque o venza ninguna aberración trasnochada o precipitada,
fatalista o triunfalista, sino algo más importante aún, evitamos
incurrir en el segundo error, igual o mayor, que supone optar por lo
contrario, para evitar el primero.
Sabemos
que a la hora de pensar y actuar los errores son inevitables, pero
hacerlo de un modo no dialéctico acaba por corregir con demasiada
rapidez y avidez los errores detectados sustituyéndolos por lo
contrario, por lo que en ocasiones uno pueda ir de mal en peor.
Así por ejemplo cuando la Izquierda alemana, en su celoso afán por conservar su autonomía ante los diversos movimientos y organizaciones más tradicionalistas, venía defendiendo durante décadas un antiimperialismo mecanicista del que -de repente- impactados por la anexión de la R.D.A. por la R.F.A. y fiel al su lema “Contra Alemania” - pasó a caer en la más que sorprendente ceguera por ignorar hasta las más llamativas desventajas/errores de otros estados imperialistas (entre ellos los obviamente cometidos por los EEUU), (nos) será permitido advertirles que con algo de dialéctica materialista (como método y no como catecismo albanés) se habrían podido ahorrar el camino que otros emprendieron más tarde en sentido contrario/opuesto, sustituyendo ese dogmatismo antialemán por una vehemente enemistad contra Norteamérica y cualesquiera conspiraciones banqueras de Nueva York; por una enemistad que algunos no tardaron ni un minuto en sustentar por los “intereses del pueblo alemán”, como si en nuestra tierra ya no existieran las clases (me refiero a aquellos otros que acabarán por querer “proteger las fronteras alemanas”; menos mal que por ahora solo las quieran proteger y no volver a extender). La enemistad contra el estado y el capital alemán sólo resultaría contraria al antiimperialismo, si el imperialismo alemán hubiese dejado de existir. Pero ahí sigue, aunque esto le parezca más obvio a una pensionista griega que a los universitarios alemanes (y me refiero por igual a los docentes como a los estudiantes, y a todos los niveles de radicalidad auténtica o pretendida).
A quien sabe discurrir entre contradicciones, no se le olvidará que en la fórmula de (Karl) Liebknecht contra el imperialismo alemán, que sigue siendo muy útil, cuando reza “el enemigo principal está en nuestro país”, no debemos suprimir “principal” (y ya puestos, como tampoco debemos suprimir la palabra “partido” en el inmortal título del “Manifiesto del Partido Comunista”).
El panorama actual, visto desde el campo del partido hasta el ámbito nacional y supranacional; desde la falta de claridad en las mentes hasta las instituciones tremendamente frágiles e insuficientes de la comunicación transnacional de la izquierda resulta más que alarmante. Lo determinan la debilidad, la confusión y el desánimo.
Para nada quiero defender que de ello se pueda salir con sólo leer a Lenin. Pero sí me consta que entre los políticos, sindicalistas, escritores, profesores, programadores y taxistas (masculinos y femeninos) que he encontrado y que considero capaces de encontrar la salida de lío hacia la operatividad, una significativa mayoría ha leído a Lenin.
Acerca de las guerras presentes y por venir, esta gente, de la que ya pude aprender mucho y quiero aprender aún más, no quiere saber quiénes son “los buenos”. Ya Lenin, quien les sirve de guía en este sentido, escribió su libro sobre el imperialismo entre otras cosas para avalar su tesis de que la palabra “imperialismo” como recurso conceptual es más que el insulto que una parte beligerante profiere a la otra en esa guerra por repartirse el mundo, y que llega a connotar “agresor”. Lenin pudo ver que esta palabra, si contemplamos la Historia de los imperios precapitalistas para ir separando cuidadosamente lo comparable de lo diferente, se presta para servir dentro de unos imperativos de ordenamiento geográfico bien definidos; para hacernos comprender lo que a todos los poderes que participaron en ella los condujo a la “Primera Guerra Mundial”.
Las personas que hoy leen el libro de Lenin con atención, si así lo tienen presente, no van a caer en la trampa que acecha siempre cuando nos decidimos por “los buenos”, en vez de criticar el casi siempre más criticable aspecto que suele ser el imperialismo dentro del propio país, y combatirlo en tanto y cuanto sea posible incluidas sus posibles alianzas. Quienes así lean a Lenin seguro que no sufrirán cargo de conciencia ni se molestarán en buscar aquella organización o movimiento único, verdadero y auténtico que surta sus efectos contra el imperialismo y que esté a la altura de sus preferencias morales; estos lectores tratarán de ponderar el participar o abstenerse, respectivamente, de esas prácticas, eligiendo en todo momento unos pasos y alianzas diferentes conforme a unos criterios genuinamente políticos como todos aquellos que con Lenin hayan comprendido que, ya en su momento y durante el resto de este nefasto siglo XX, el capital, según su antojo, se venía acomodando ora a un gobierno liberal y flexible, ora a un dominio autoritario y violento. Como aquellos que aprendieron que, en tanto que enemigos de este capital, no deben dejarse atontar nunca hasta el extremo de quedarse atrapados por la situación cambiante y de tan solo reaccionar en lo referente al cambio concreto en su día a día. Para recordar brevemente lo que Lenin se había encontrado en su momento: en el caso de la variante liberal del dominio capitalista, esta reacción irreflexiva, de reflejo puro, obedeciendo las premisas del capital, pudo adoptar la forma del reformismo socialdemócrata; y en la variante autoritaria, la del sindicalismo anarquista.
Quienes con Lenin hayan aprendido cómo apagar el automatismo de nuestros reflejos para llegar a operar sopesando de modo realista los peligros y los retos, sabrán qué pensar sobre los adversarios más o menos organizados para oponerse a la globalización, a Internet; los ‘blockupy’ y demás movimientos que defienden causas medioambientales, de paz, de migración, etc.; sabrán lo que al antiimperialismo ilustrado les une a ellos y lo que no.
N.B.: Ningún criterio aislado se encuentra en los escritos de Lenin – era su discurso y pensamiento en su conjunto, que con esa agudeza visual le permitía mirar hacia la izquierda y la derecha que al cabo de un siglo no deja de sorprender. Así las cosas, debemos señalar con honradez y rigor, en lo que discrepa nuestra alabanza aquí reflejada sobre el referido escrito de Lenin distanciándonos irreconciliablemente de cierta otra manera de alabar a los clásicos socialistas en la actualidad.
Así por ejemplo cuando la Izquierda alemana, en su celoso afán por conservar su autonomía ante los diversos movimientos y organizaciones más tradicionalistas, venía defendiendo durante décadas un antiimperialismo mecanicista del que -de repente- impactados por la anexión de la R.D.A. por la R.F.A. y fiel al su lema “Contra Alemania” - pasó a caer en la más que sorprendente ceguera por ignorar hasta las más llamativas desventajas/errores de otros estados imperialistas (entre ellos los obviamente cometidos por los EEUU), (nos) será permitido advertirles que con algo de dialéctica materialista (como método y no como catecismo albanés) se habrían podido ahorrar el camino que otros emprendieron más tarde en sentido contrario/opuesto, sustituyendo ese dogmatismo antialemán por una vehemente enemistad contra Norteamérica y cualesquiera conspiraciones banqueras de Nueva York; por una enemistad que algunos no tardaron ni un minuto en sustentar por los “intereses del pueblo alemán”, como si en nuestra tierra ya no existieran las clases (me refiero a aquellos otros que acabarán por querer “proteger las fronteras alemanas”; menos mal que por ahora solo las quieran proteger y no volver a extender). La enemistad contra el estado y el capital alemán sólo resultaría contraria al antiimperialismo, si el imperialismo alemán hubiese dejado de existir. Pero ahí sigue, aunque esto le parezca más obvio a una pensionista griega que a los universitarios alemanes (y me refiero por igual a los docentes como a los estudiantes, y a todos los niveles de radicalidad auténtica o pretendida).
A quien sabe discurrir entre contradicciones, no se le olvidará que en la fórmula de (Karl) Liebknecht contra el imperialismo alemán, que sigue siendo muy útil, cuando reza “el enemigo principal está en nuestro país”, no debemos suprimir “principal” (y ya puestos, como tampoco debemos suprimir la palabra “partido” en el inmortal título del “Manifiesto del Partido Comunista”).
El panorama actual, visto desde el campo del partido hasta el ámbito nacional y supranacional; desde la falta de claridad en las mentes hasta las instituciones tremendamente frágiles e insuficientes de la comunicación transnacional de la izquierda resulta más que alarmante. Lo determinan la debilidad, la confusión y el desánimo.
Para nada quiero defender que de ello se pueda salir con sólo leer a Lenin. Pero sí me consta que entre los políticos, sindicalistas, escritores, profesores, programadores y taxistas (masculinos y femeninos) que he encontrado y que considero capaces de encontrar la salida de lío hacia la operatividad, una significativa mayoría ha leído a Lenin.
Acerca de las guerras presentes y por venir, esta gente, de la que ya pude aprender mucho y quiero aprender aún más, no quiere saber quiénes son “los buenos”. Ya Lenin, quien les sirve de guía en este sentido, escribió su libro sobre el imperialismo entre otras cosas para avalar su tesis de que la palabra “imperialismo” como recurso conceptual es más que el insulto que una parte beligerante profiere a la otra en esa guerra por repartirse el mundo, y que llega a connotar “agresor”. Lenin pudo ver que esta palabra, si contemplamos la Historia de los imperios precapitalistas para ir separando cuidadosamente lo comparable de lo diferente, se presta para servir dentro de unos imperativos de ordenamiento geográfico bien definidos; para hacernos comprender lo que a todos los poderes que participaron en ella los condujo a la “Primera Guerra Mundial”.
Las personas que hoy leen el libro de Lenin con atención, si así lo tienen presente, no van a caer en la trampa que acecha siempre cuando nos decidimos por “los buenos”, en vez de criticar el casi siempre más criticable aspecto que suele ser el imperialismo dentro del propio país, y combatirlo en tanto y cuanto sea posible incluidas sus posibles alianzas. Quienes así lean a Lenin seguro que no sufrirán cargo de conciencia ni se molestarán en buscar aquella organización o movimiento único, verdadero y auténtico que surta sus efectos contra el imperialismo y que esté a la altura de sus preferencias morales; estos lectores tratarán de ponderar el participar o abstenerse, respectivamente, de esas prácticas, eligiendo en todo momento unos pasos y alianzas diferentes conforme a unos criterios genuinamente políticos como todos aquellos que con Lenin hayan comprendido que, ya en su momento y durante el resto de este nefasto siglo XX, el capital, según su antojo, se venía acomodando ora a un gobierno liberal y flexible, ora a un dominio autoritario y violento. Como aquellos que aprendieron que, en tanto que enemigos de este capital, no deben dejarse atontar nunca hasta el extremo de quedarse atrapados por la situación cambiante y de tan solo reaccionar en lo referente al cambio concreto en su día a día. Para recordar brevemente lo que Lenin se había encontrado en su momento: en el caso de la variante liberal del dominio capitalista, esta reacción irreflexiva, de reflejo puro, obedeciendo las premisas del capital, pudo adoptar la forma del reformismo socialdemócrata; y en la variante autoritaria, la del sindicalismo anarquista.
Quienes con Lenin hayan aprendido cómo apagar el automatismo de nuestros reflejos para llegar a operar sopesando de modo realista los peligros y los retos, sabrán qué pensar sobre los adversarios más o menos organizados para oponerse a la globalización, a Internet; los ‘blockupy’ y demás movimientos que defienden causas medioambientales, de paz, de migración, etc.; sabrán lo que al antiimperialismo ilustrado les une a ellos y lo que no.
N.B.: Ningún criterio aislado se encuentra en los escritos de Lenin – era su discurso y pensamiento en su conjunto, que con esa agudeza visual le permitía mirar hacia la izquierda y la derecha que al cabo de un siglo no deja de sorprender. Así las cosas, debemos señalar con honradez y rigor, en lo que discrepa nuestra alabanza aquí reflejada sobre el referido escrito de Lenin distanciándonos irreconciliablemente de cierta otra manera de alabar a los clásicos socialistas en la actualidad.
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