Apenas
habían transcurrido cuatro años desde que Kemal llegase a la gran
ciudad procedente de un pueblo de la Anatolia interior cuando, un día,
el director de la escuela pública a la que asistía entró en el aula y
dijo: “Tú, tú y tú. Venid conmigo”. Kemal, de 13 años, fue uno de los
tres alumnos elegidos por su brillante currículo para recibir clases
extraescolares. “Después del colegio íbamos a un piso donde unos
universitarios nos daban lecciones de refuerzo en física, matemáticas y
otras asignaturas.”. Tanto el director de la escuela como los
estudiantes formaban parte de la misma organización: Hizmet, que se
presenta como una “iniciativa transnacional que aboga por los derechos
humanos, la democracia, la no violencia y la aceptación de la diversidad
cultural y religiosa”. En principio, una loable misión.
El golpe de Estado de 1980 borró de un plumazo el rico panorama asociativo existente hasta entonces en Turquía, cuyo lugar lo fueron tomando poco a poco las cofradías y hermandades islámicas: cerradas las puertas de la participación política, los turcos se volvieron más y más hacia la religión. Y entre estas comunidades religiosas que crecieron durante los ochenta y noventa pronto comenzó a despuntar Hizmet, cuyos miembros establecieron una importante red de escuelas privadas, academias extraescolares o simples pisos donde alumnos cuidadosamente seleccionados intentaban ser captados para engrosar el movimiento. “A un cierto número de alumnos nos asignaban un abi(hermano mayor) que se encargaba de nosotros. Además de las clases, nos hablaban sobre moral y tras varias semanas comenzaron a darnos libros sobre religión y cintas con discursos de Fetulá Gülen”, relata Kemal. En dichos casetes, el predicador turco exponía su visión del Islam, muy conservadora, que combina con un apoyo a la democracia liberal y el capitalismo, hechos por los que varios estudiosos han comparado Hizmet al Opus Dei cristiano.
A los estudiantes –muchos de ellos de extracción humilde-
les prometían ayuda en los difíciles exámenes que dan acceso a los
liceos científicos y a las academias militares, o ascender en la
burocracia estatal, sin, en principio, pedir dar nada a cambio, pero
sabiendo que llegado el momento tendrían mucho que agradecer a la
comunidad Hizmet. “Yo dejé de asistir a sus clases unos meses después,
porque sentí que intentaban lavarnos el cerebro”, asegura Kemal, quien
al cabo de los años, por razones de trabajo, volvería a tener que lidiar
con los miembros de Hizmet: “Me di cuenta entonces de que tenían una
fijación especial por cuestiones de dinero y de poder”.
El movimiento Hizmet controla una amplia red educativa y cultural que se extiende desde Afganistán o Sudáfrica a Estados Unidos -donde posee unos 140 colegios- pasando por España y Argentina, que se caracteriza por su alto nivel educativo. Diversos gobiernos turcos se han apoyado en ella para incrementar su influencia en el extranjero y, de hecho, sus escuelas en Asia Central han sido celebradas por actuar como freno al radicalismo islámico.
Pero además, alrededor de Hizmet han surgido numerosas empresas y medios de comunicación. Fetulá Gülen asegura que este emporio, que se cree que maneja miles de millones de euros, no es parte de Hizmet sino que son negocios autónomos, pertenecientes a sus seguidores. Sin embargo, existen pruebas de que el propio clérigo se interesa personalmente por la marcha de estos negocios. “Controla absolutamente todo”, afirma el periodista Hüseyin Gülerce, un antiguo miembro.
Además, los miembros de Hizmet donan parte de su salario a la organización, aunque trabajen para el Estado o en el extranjero. Su número de fieles, que las autoridades turcas estimaban hace unos años en un millón, es un misterio: “Te podría decir 800.000, un millón u otros números que circulan por internet, pero sería incorrecto, porque no lo sabemos con certeza”, reconoce a EL PAÍS un gülenista que pide el anonimato. Desde luego, resulta difícil encontrar en Turquía a alguien que no tenga un familiar o un conocido que haya estudiado en sus academias o que haya tenido algún tipo de contacto con los gülenistas.
A finales de la década de 1990, los gülenistas se habían infiltrado ampliamente en la Policía y otras instituciones del Estado y gozaban de buenas relaciones con diversos partidos políticos, incluso con el primer ministro socialdemócrata y en nada religioso Bülent Ecevit, aunque ello no libró a Gülen de la caza de brujas desatada contra todo lo que oliese a islamista tras la intervención militar de 1997. Entonces, el clérigo buscó cobijo en Estados Unidos, donde logró un permiso de residencia gracias, entre otros, a las cartas de recomendación de dos empleados de la CIA, George Fidas y Graham Fuller, y un exembajador estadounidense, Morton Abramowitz, hecho este que ahora utilizan algunos círculos gubernamentales turcos para acusar a Washington de estar tras la conspiración golpista.
Exiliado en Pensilvania, Gülen trató de reorganizar su grupo y moderó su discurso –que antaño había sido fuertemente antisemita y reaccionario-, pero su mejor oportunidad no tardaría en llegar: tras vencer las elecciones de 2002, el Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP) de Recep Tayyip Erdogan se encontró con una Administración cuyos altos escalafones estaban copados por burócratas muy hostiles a los islamistas por lo que necesitaba de los bien preparados cuadros gülenistas para acabar con ese antiguo establishment kemalista (nacionalistas laicos). “Para Erdogan, los gülenistas eran los tontos útiles; para los gülenistas, el Gobierno de Erdogan era el tonto útil”, escribe el analista Burak Bekdil.
Por ejemplo, la reforma constitucional de 2010, promovida
por Erdogan, abrió de par en par las puertas de las altas esferas de la
Judicatura a magistrados gülenistas, lo que estos aprovecharon para
iniciar procesos como Ergenekon
o Balyoz, en los que, mezclando acusaciones ciertas sobre la guerra
sucia de pasadas décadas con pruebas burdamente manipuladas, encausaron a
cientos de oficiales de las Fuerzas Armadas, cuyos puestos fueron
tomados por militares leales a Hizmet.
“Le advertí (al Gobierno): hoy vienen a por nosotros, pero mañana irán a por vosotros –recordó recientemente el exjefe del Estado Mayor Ilker Basbug, condenado en uno de estos juicios farsa- pero Erdogan me respondió que exageraba”. Entonces, el enemigo a batir eran los kemalistas y, sin importar los métodos, Erdogan quería acabar con ellos.
La infiltración de los gülenistas en el Ejército había comenzado ya a finales de los ochenta, hecho que no pasó inadvertido al mando de las Fuerzas Armadas, que periódicamente expulsaba del cuerpo a todo aquel que se saliese de la ortodoxia kemalista. Sin embargo, con el paso de los años, los gülenistas adoptaron una postura más discreta en el estamento castrense, llegando incluso a beber alcohol o retirando el velo de sus mujeres para evitar ser identificados como islamistas, según han explicado algunos de los detenidos tras el golpe.
“Cuando estaba en la academia militar, (los gülenistas) me dijeron que mi única misión era no ser identificado”, explicó ante el fiscal el teniente coronel Levent Türkkan, tras admitir su participación en el golpe del 15 de julio y su adscripción a Hizmet. Y así fue hasta que el joven oficial ascendió a ayudante de campo del jefe del Estado Mayor, momento en el cual se le encomendó grabar todas las conversaciones, que luego entregaba a su abi o “hermano mayor” gülenista. El testimonio de este militar da cuenta del secretismo dentro de la estructura de Hizmet: a semejanza de las organizaciones terroristas, cada gülenista infiltrado en el Ejército solo conoce a su abi -en algunos casos ni siquiera sabe el nombre real de esta persona- y estos a su vez responden ante el imán, o líder local del Hizmet en una determinada población. “No es fácil luchar contra ellos, porque en el escalafón (de Hizmet), un simple profesor puede tener mayor rango que un general y darle órdenes”, asegura Oguz Kaan Salici, un diputado opositor que forma parte de la delegación parlamentaria que ha acudido a EEUU a pedir la extradición de Gülen.
Al mismo tiempo que ascendían a puestos clave, los
seguidores de Gülen buscaron asegurarse los mecanismos de control de las
promociones en el Ejército, por ejemplo introduciendo a su gente en los
hospitales militares. “Es un lugar crucial porque es donde se emiten
los informes de salud que indican si un militar es apto o no para el
puesto. Y tenemos pruebas que sugieren que los gülenistas se infiltraron
en esta institución para obstaculizar los ascensos de sus rivales y
acelerar los de sus seguidores”, asegura una fuente del Ejecutivo turco a
EL PAÍS.
Otro de los métodos utilizados para desembarazarse de adversarios fueron las campañas sistemáticas de acoso contra jóvenes oficiales y cadetes, destinadas a forzarles a abandonar la carrera militar. Cientos de oficiales han denunciado esta situación a lo largo de los últimos años sin que se les prestase suficiente atención hasta ahora, como es el caso de los exsargentos Mehmet Çakir y Erhan Yilmaz a los que se coaccionó para firmar un documento en el que se autoinculpaban por “uso de drogas”, llevar a cabo “orgías” y haberse acostado con “600 chicas”, faltas por las cuales fueron expulsados de las Fuerzas Armadas y obligados a abonar unos 8.000 euros. Más grave fue el caso de Nazligül Dastanoglu, una teniente que se suicidó tras ser expulsada de la Fuerza Aérea acusada por su superior –un general presuntamente gülenista- de “indisciplina y conducta inmoral”.
En cambio, como han reconocido varios de los militares procesados tras el golpe, a aquellos cadetes que prometían lealtad a Gülen, los abi de Hizmet les suministraban los resultados de los exámenes de acceso, una práctica que se ha repetido también en las oposiciones a plazas en la Administración Pública. Pese a que el Gobierno islamista mantuvo hasta hace unos años que estos exámenes se realizaban con total transparencia, una vez Erdogan cortó los lazos con Gülen se inició una investigación sobre las acusaciones hechas por sindicatos y partidos de oposición de que los adeptos de Hizmet habían robado las preguntas y respuestas de las pruebas durante más de una década. El propio Erdogan, probablemente por primera vez en su carrera, accedió tras el golpe a reconocer su error de apoyarse en Hizmet: “Yo, como otros, les ayudé. Durante un largo periodo no nos dimos cuenta que este grupo fue un instrumento con objetivos siniestros. Pido perdón a Dios y al pueblo”.
Fetulá Gülen se defendió de estas acusaciones el pasado 31 de julio en una entrevista en la cadena CNN. El clérigo, si bien no negó la infiltración de su gente en la Administración turca, alegó que es “imposible” que sigan sus órdenes: “Yo no puedo saber quién está en cada posición”.
“¿Cuál es el principal problema de la comunidad de Gülen? –se pregunta en un artículo el columnista Mustafa Akyol, que también colaboró con Hizmet durante un largo periodo- Tienen una causa sagrada, un líder al que atribuyen sabiduría sobrehumana y unos seguidores devotos que sacrifican sus vidas y mentes por su utopía. Su rectitud y agresividad termina por volverse destructiva”.
El golpe de Estado de 1980 borró de un plumazo el rico panorama asociativo existente hasta entonces en Turquía, cuyo lugar lo fueron tomando poco a poco las cofradías y hermandades islámicas: cerradas las puertas de la participación política, los turcos se volvieron más y más hacia la religión. Y entre estas comunidades religiosas que crecieron durante los ochenta y noventa pronto comenzó a despuntar Hizmet, cuyos miembros establecieron una importante red de escuelas privadas, academias extraescolares o simples pisos donde alumnos cuidadosamente seleccionados intentaban ser captados para engrosar el movimiento. “A un cierto número de alumnos nos asignaban un abi(hermano mayor) que se encargaba de nosotros. Además de las clases, nos hablaban sobre moral y tras varias semanas comenzaron a darnos libros sobre religión y cintas con discursos de Fetulá Gülen”, relata Kemal. En dichos casetes, el predicador turco exponía su visión del Islam, muy conservadora, que combina con un apoyo a la democracia liberal y el capitalismo, hechos por los que varios estudiosos han comparado Hizmet al Opus Dei cristiano.
El movimiento Hizmet controla una amplia red educativa y cultural que se extiende desde Afganistán o Sudáfrica a Estados Unidos -donde posee unos 140 colegios- pasando por España y Argentina, que se caracteriza por su alto nivel educativo. Diversos gobiernos turcos se han apoyado en ella para incrementar su influencia en el extranjero y, de hecho, sus escuelas en Asia Central han sido celebradas por actuar como freno al radicalismo islámico.
Pero además, alrededor de Hizmet han surgido numerosas empresas y medios de comunicación. Fetulá Gülen asegura que este emporio, que se cree que maneja miles de millones de euros, no es parte de Hizmet sino que son negocios autónomos, pertenecientes a sus seguidores. Sin embargo, existen pruebas de que el propio clérigo se interesa personalmente por la marcha de estos negocios. “Controla absolutamente todo”, afirma el periodista Hüseyin Gülerce, un antiguo miembro.
Además, los miembros de Hizmet donan parte de su salario a la organización, aunque trabajen para el Estado o en el extranjero. Su número de fieles, que las autoridades turcas estimaban hace unos años en un millón, es un misterio: “Te podría decir 800.000, un millón u otros números que circulan por internet, pero sería incorrecto, porque no lo sabemos con certeza”, reconoce a EL PAÍS un gülenista que pide el anonimato. Desde luego, resulta difícil encontrar en Turquía a alguien que no tenga un familiar o un conocido que haya estudiado en sus academias o que haya tenido algún tipo de contacto con los gülenistas.
A finales de la década de 1990, los gülenistas se habían infiltrado ampliamente en la Policía y otras instituciones del Estado y gozaban de buenas relaciones con diversos partidos políticos, incluso con el primer ministro socialdemócrata y en nada religioso Bülent Ecevit, aunque ello no libró a Gülen de la caza de brujas desatada contra todo lo que oliese a islamista tras la intervención militar de 1997. Entonces, el clérigo buscó cobijo en Estados Unidos, donde logró un permiso de residencia gracias, entre otros, a las cartas de recomendación de dos empleados de la CIA, George Fidas y Graham Fuller, y un exembajador estadounidense, Morton Abramowitz, hecho este que ahora utilizan algunos círculos gubernamentales turcos para acusar a Washington de estar tras la conspiración golpista.
Exiliado en Pensilvania, Gülen trató de reorganizar su grupo y moderó su discurso –que antaño había sido fuertemente antisemita y reaccionario-, pero su mejor oportunidad no tardaría en llegar: tras vencer las elecciones de 2002, el Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP) de Recep Tayyip Erdogan se encontró con una Administración cuyos altos escalafones estaban copados por burócratas muy hostiles a los islamistas por lo que necesitaba de los bien preparados cuadros gülenistas para acabar con ese antiguo establishment kemalista (nacionalistas laicos). “Para Erdogan, los gülenistas eran los tontos útiles; para los gülenistas, el Gobierno de Erdogan era el tonto útil”, escribe el analista Burak Bekdil.
“Le advertí (al Gobierno): hoy vienen a por nosotros, pero mañana irán a por vosotros, pero Erdogan me respondió que exageraba”
Ilker Basbug, exjefe del Estado Mayor
“Le advertí (al Gobierno): hoy vienen a por nosotros, pero mañana irán a por vosotros –recordó recientemente el exjefe del Estado Mayor Ilker Basbug, condenado en uno de estos juicios farsa- pero Erdogan me respondió que exageraba”. Entonces, el enemigo a batir eran los kemalistas y, sin importar los métodos, Erdogan quería acabar con ellos.
La infiltración de los gülenistas en el Ejército había comenzado ya a finales de los ochenta, hecho que no pasó inadvertido al mando de las Fuerzas Armadas, que periódicamente expulsaba del cuerpo a todo aquel que se saliese de la ortodoxia kemalista. Sin embargo, con el paso de los años, los gülenistas adoptaron una postura más discreta en el estamento castrense, llegando incluso a beber alcohol o retirando el velo de sus mujeres para evitar ser identificados como islamistas, según han explicado algunos de los detenidos tras el golpe.
“Cuando estaba en la academia militar, (los gülenistas) me dijeron que mi única misión era no ser identificado”, explicó ante el fiscal el teniente coronel Levent Türkkan, tras admitir su participación en el golpe del 15 de julio y su adscripción a Hizmet. Y así fue hasta que el joven oficial ascendió a ayudante de campo del jefe del Estado Mayor, momento en el cual se le encomendó grabar todas las conversaciones, que luego entregaba a su abi o “hermano mayor” gülenista. El testimonio de este militar da cuenta del secretismo dentro de la estructura de Hizmet: a semejanza de las organizaciones terroristas, cada gülenista infiltrado en el Ejército solo conoce a su abi -en algunos casos ni siquiera sabe el nombre real de esta persona- y estos a su vez responden ante el imán, o líder local del Hizmet en una determinada población. “No es fácil luchar contra ellos, porque en el escalafón (de Hizmet), un simple profesor puede tener mayor rango que un general y darle órdenes”, asegura Oguz Kaan Salici, un diputado opositor que forma parte de la delegación parlamentaria que ha acudido a EEUU a pedir la extradición de Gülen.
“Cuando estaba en la academia militar, (los gülenistas) me dijeron que mi única misión era no ser identificado”
Teniente coronel Levent Türkkan
Otro de los métodos utilizados para desembarazarse de adversarios fueron las campañas sistemáticas de acoso contra jóvenes oficiales y cadetes, destinadas a forzarles a abandonar la carrera militar. Cientos de oficiales han denunciado esta situación a lo largo de los últimos años sin que se les prestase suficiente atención hasta ahora, como es el caso de los exsargentos Mehmet Çakir y Erhan Yilmaz a los que se coaccionó para firmar un documento en el que se autoinculpaban por “uso de drogas”, llevar a cabo “orgías” y haberse acostado con “600 chicas”, faltas por las cuales fueron expulsados de las Fuerzas Armadas y obligados a abonar unos 8.000 euros. Más grave fue el caso de Nazligül Dastanoglu, una teniente que se suicidó tras ser expulsada de la Fuerza Aérea acusada por su superior –un general presuntamente gülenista- de “indisciplina y conducta inmoral”.
En cambio, como han reconocido varios de los militares procesados tras el golpe, a aquellos cadetes que prometían lealtad a Gülen, los abi de Hizmet les suministraban los resultados de los exámenes de acceso, una práctica que se ha repetido también en las oposiciones a plazas en la Administración Pública. Pese a que el Gobierno islamista mantuvo hasta hace unos años que estos exámenes se realizaban con total transparencia, una vez Erdogan cortó los lazos con Gülen se inició una investigación sobre las acusaciones hechas por sindicatos y partidos de oposición de que los adeptos de Hizmet habían robado las preguntas y respuestas de las pruebas durante más de una década. El propio Erdogan, probablemente por primera vez en su carrera, accedió tras el golpe a reconocer su error de apoyarse en Hizmet: “Yo, como otros, les ayudé. Durante un largo periodo no nos dimos cuenta que este grupo fue un instrumento con objetivos siniestros. Pido perdón a Dios y al pueblo”.
Fetulá Gülen se defendió de estas acusaciones el pasado 31 de julio en una entrevista en la cadena CNN. El clérigo, si bien no negó la infiltración de su gente en la Administración turca, alegó que es “imposible” que sigan sus órdenes: “Yo no puedo saber quién está en cada posición”.
“¿Cuál es el principal problema de la comunidad de Gülen? –se pregunta en un artículo el columnista Mustafa Akyol, que también colaboró con Hizmet durante un largo periodo- Tienen una causa sagrada, un líder al que atribuyen sabiduría sobrehumana y unos seguidores devotos que sacrifican sus vidas y mentes por su utopía. Su rectitud y agresividad termina por volverse destructiva”.
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