jueves, 6 de octubre de 2016

Una interpretación de la crisis del PSOE desde la crítica a la democracia


alasbarricadas.org

Una interpretación de la crisis del PSOE desde la crítica a la democracia

Por J. M. del Colectivo Germinal
el-rotoHa habido pocos intentos de explicar la crisis del PSOE desde una perspectiva crítica con la ideología como representación y crítica con la democracia. Hemos visto diferentes explicaciones, algunas aludiendo a la conformación de dos partidos o tendencias históricas, la del reacomodo y la de la restauración1, otras aludiendo a elementos más meramente coyunturales. Para nosotros la crisis del PSOE debe ser explicada desde una perspectiva más cercana a los estudios de mercado, pero que a la par sea una perspectiva crítica con estos.
Nunca antes la democracia ha tenido una dimensión más claramente mercantilizada, nunca antes esta ha supuesto una atomización tan profunda de los votantes, nunca antes su dimensión de consumidores de representaciones ideológicas y de gestión ha sido tan aguda.
El votante como tal está atomizado. Más tarde este es unido de nuevo por el Estado, en forma de representación democrática en la comunidad imaginada del Estado. El capital debe integrar a la fuerza de trabajo, por medio del salario, por medio del consumo. El voto es la integración política del ciudadano por medio del consumo de la ideología y gestión.
Los partidos2 son aparatos de Estado, que en periodo de la subsunción real del capital, integran a la amplia masa de votantes, como consumidores de ideología y de gestión política. Ahora bien, como aparatos de Estado, esta integración, debe llevarse a cabo de tal modo que la propia lógica democrática siga operando. Todo partido aparece como representante de un sector de la población, ya sea étnico, social, cultural, etc. Pero por otra parte el Estado, no sólo reúne lo que está separado, sino que también tiene como función reproducir el orden existente, articular la reproducción del capital3.
El moderno PSOE es un aparato de Estado surgido de la transición. Su función fue posibilitar a la masa de votantes consumir la ideología y las políticas de gestión de la modernización, así como la consolidación de libertades y derechos civiles. A la par se lo consideraba representante de las capas populares, las cuales temían un nuevo gobierno de la derecha, heredera del viejo aparato franquista.
El PSOE y los sindicatos han sido los máximos vertebradores del patriotismo constitucional de izquierdas. El PSOE ha vertebrado y encuadrado desde el punto de vista de la representación ideológica a las capas populares de la población española a través de la garantía –a veces precaria– del acceso de las masas a la comunidad del capital en la formación social española.
Conocemos la historia de cómo se produjo esta integración en España4, primero a través de la modernización económica del país dirigida por los tecnócratas del Opus, que más tarde tuvo que ir acompañada por la introducción de libertades, la democracia y la modernización política, la cual fue en gran parte realizada por el PSOE. Más tarde, una vez se deslocalizó y externalizó de parte del sector productivo español, comenzaron las políticas de inversión en infraestructuras y especulación inmobiliaria.
La burbuja inmobiliaria se convirtió en una palanca esencial de valorización del capital ficticio que por una parte reforzó un potente bloque inmobiliario-financiero-partidista, que a su vez fue capaz de construir una lealtad de masas al régimen a través de convertir la vivienda en un activo financiero que servía de recurso de compra de las propias familias endeudadas con una hipoteca (Llamados al liderazgo (I). La crisis de régimen).
La experiencia nos muestra que con la consolidación de la democracia, la desindustrialización del país y la introducción de las políticas de fácil crédito y microfinanciarización de las familias por medio de la vivienda y otros activos, el PSOE fue larvando la base material de su hegemonía, a la par que la de los sindicatos, lo cual supuso hasta cierto punto cierto transformación de las bases del régimen del 78´, que más tarde llevarían al PP de Aznar al poder.
El PSOE ha representado maneras distintas de gestionar el capitalismo en la era de la subsunción real. Ha llevado a cabo políticas progresistas y modernizadoras; incluso, a corto plazo, ha podido realizar políticas de redistribución, aunque fueran generalmente escasas. También es cierto que ha sido el primero en introducir formas de gestión neoliberal, a la par que lanzaba las primeras políticas de especulación inmobiliaria. En todo caso, no negamos que el PSOE haya hecho políticas, haya gestionado el país de una manera determinada. Decimos, al contrario que esta gestión ha significado siempre, una forma de separación entre aquellos que lo votaban, y los instrumentos políticos que debían llevar a cabo el mandato. Instrumentos políticos, por otra parte, totalmente subyugados a las lógicas del capital. Por ello el PSOE es una forma de consumo ideológico y de gestión de políticas. El PSOE, históricamente, como hoy Podemos, son la expresión de las capas proletarizadas, en su expresión cosificadas, mercantilizada, dominada, subsumida. No es la clase queriendo dejar de ser clase, es el proletariado queriendo seguir siendo sometido, pero con mejores condiciones.
La explosión de la crisis interna que se produce ahora mismo en el PSOE responde a la contradicción que existe entre su capacidad de seguir siendo aparato del consumo ideológico y de gestión política de los votantes de izquierdas y la necesidad de que el régimen democrático tal y como ha sido configurando pueda funcionar, también y sobre todo en su carácter ideológico y de gestión. Dicho de otra manera, lo que entra en crisis es la pervivencia del PSOE como partido, o la pervivencia de la democracia parlamentaria como la hemos conocido hasta hoy.
Es por ello que tenía que ser una persona como Pedro Sánchez el que defendiera finalmente la postura del PSOE como representación de los votantes y una persona como Susana Díaz la que defendiera una postura que pusiera por delante la continuidad del régimen tal y como lo conocemos. No representan partidos históricos, representan las tácticas de una empresa que distribuye políticas de gestión y distribuye ideología electoral. El primero mantiene la defensa de un NO rotundo a Rajoy porque sabe que su fuerza está en la capacidad de seguir haciendo creer al votante socialista que el PSOE puede ser una herramienta de las capas populares.
Pedro Sánchez llegó a la secretaría general del PSOE por medio de unas primarias, aupado por la propia Susana Díaz, pero con escasos vínculos en el aparato. ¿Para calentar la silla? Quizás. Si bien, zigzagueó entre derecha e izquierda del PSOE, su giro ha sido radical cuando ha visto que la única fuerza que le quedaba era en representar a los votantes del PSOE.
Susana Díaz es la presidenta de Andalucía, región donde el PSOE ha perdido menos peso durante los últimos años. Región donde el PSOE parece todavía tener fuerza para activar el consumo ideológico de sus votos. Es lógico que ella sea una de las personas que mejor representan una perspectiva de continuidad del régimen. Y esto por dos cosas muy sencillas, la primera, porque el PSOE de Andalucía es el que menos erosión siente, por tanto, no se vive con tanta agudeza la propia supervivencia del aparato. Por otra parte, porque en su posicionamiento en contra de cualquier proceso de nuevo arreglo territorial, ella ha defendido una postura de defensa de los intereses de Andalucía –por supuesto dentro de las lógicas internas del régimen, nadie dice aquí que haya mejorado las condiciones de vida de los andaluces.
Las crisis ideológicas tienen profundos efectos; sólo una lectura politicista le niega su capacidad de influencia. La ideología es la objetivación de los fetiches que sustancializan nuestra forma–conciencia; para decirlo más sencillo: ideología también es creer que el dinero tiene valor, y que representa tiempo de trabajo. La ideología naturaliza la realidad de nuestra existencia, aunque muchas veces sea a través de una posición pasiva de consumo.
No es inexacto decir que la actual crisis del PSOE es la expresión de la propia crisis de régimen. Pero es impreciso dejar esa afirmación sin llevar a cabo más profundo de lo que es el mercado de la representación y de la gestión. Sin duda alguna este mercado tiene fuertes bases materiales –concretamente, las del capital– y por ello entra en crisis con la propia crisis económica, porque el PSOE no puede seguir apareciendo como el partido que representa los intereses de una buena parte de los españoles y gestionar políticas moderadas, sin hacer a la vez entrar en crisis la propia representación de la democracia parlamentaria –y monárquica– surgida de la transición.
Ahora bien, independientemente de la profunda fragmentación electoral y las dificultades de gobernabilidad, el capital sigue funcionando. La ansiedad que crea entre los altos funcionarios del gran capital las dificultades de gobernabilidad no se deriva de unas luchas que pudieran poner en jaque las actuales relaciones de producción. Incluso se puede decir, que sólo una parte de este funcionariado teme una transformación del régimen actual –PRISA lo único que hace es defender sus intereses, con la estupidez típica del que ha mandado durante mucho tiempo sin haber sido cuestionado, ni obligado a dar cuentas. Lo que teme el funcionarado del gran capital es estar abocados a una descomposición del régimen que no pueda ser controlada por ellos mismos. Temen el descontrol al igual que temen que emerjan nuevas fuerzas de cualquier signo que sean incontroladas. No porque defiendan el capitalismo, sino porque defienden sus intereses más inmediatos y a corto plazo. De hecho, las formas de socialización típicas de una buena parte de los estratos dominantes de este país provoca que estén acostumbradas a hacer uso a menudo de la coacción como medio para imponerse5, de tal modo que habría que plantearse como hipótesis de trabajo, si las únicas fuerzas con proyectos capitalistas alternativos sólidos, con mirada a largo plazo, habitualmente hayan sido las fuerzas de izquierda en los últimos 50 años en el Estado español, a diferencia de lo que ha podido suceder en otros países, como Alemanía, donde la Democracia Cristiana ha tenido una mayor mirada a largo plazo.
De hecho, el único posible proyecto de país, si existe algo parecido a eso, si existe lapso suficiente de tiempo hasta que la crisis secular que vivimos se lo trague definitivamente todo, era aquél planteado en base a una coalición entre Podemos y PSOE y con algunas fuerzas soberanistas, que posibilitara una reforma de la constitución y un arreglo territorial con una carácter más inclusivo de las mayorías sociales. Nosotras y nosotros, en todo caso somos reacios a tal arreglo, tome la forma que tome, porque no deja de significar un proyecto subyugado por el capital. Pero aun así, queremos señalar, que si la izquierda es capaz de proponer nuevos proyectos de régimen, se debe a que ésta es la que única que piensa los problemas desde la democracia, que de facto significa, que es la única que piensa las relaciones sociales de la integración de los asalariados a la comunidad del capital.
El proyecto histórico de la derecha quizás sea actualmente más adaptativo, por realista, y éste es la exclusión definitiva de la comunidad del capital de una parte cada vez mayor de la población, que deriva por tanto en la represión de aquellas y aquellos que quedan fuera, excluidos6. Dos proyectos, que en realidad son uno mismo, porque al final el primero sólo puede ser relativamente efímero. La división es por tanto más sencilla: el único proyecto de régimen viable es el de la progresiva exclusión y precarización de la comunidad del capital. Las diferencias entre organizaciones políticas son las cristalizaciones inconscientes de cuáles son las mejores vías para llegar allí, para que ese camino no sea incontrolado. Lo que queda a la izquierda de este proyecto, representado por una parte del PSOE, por las fuerzas del cambio y por algunas fuerzas soberanistas de izquierda, expresa a ese proletariado, que vive de manera cada vez más clara el peligro de exclusión de la comunidad del capital y se agarra a ella con fuerza, queriendo creer en la eternidad de esta comunidad, pero a la par, sintiendo que el barco se está hundiendo, aunque no tiene muy claro porqué. Que el barco se hunde, pero que todo parece espectacularizado, como con cierto retardo en la imagen derivada de nuestra posición de espectadores atomizados y explotados. Extraña que la comunidad del capital pueda estar disolviéndose, o esté dando a luz nuevas formas aterradoras, como las comunidades de la droga, como el EI, que tienen algo de viejo, de muy viejo, pero también algo de novedoso.
Es sobre estas condiciones que debemos analizar el fenómeno del populismo actual en la formación social española. No toca tratarlo en este artículo, pero cabe señalar brevemente, que en esta formación social, lo más significativo es el carácter cada vez más implosivo del populismo, como una proyección hacia fuera de los ciudadanos atomizados de un chivo expiatorio de sus males. Ellos luchan por recuperar la comunidad del capital, y consideran culpables a los políticos y en algunos casos, a las élites financieras, desconociendo que este proceso tiene mucho más que ver con la lógica interna del capital. El carácter implosivo que produce tan profunda crisis ideológica deriva de la apatía hacia cualquier proyecto histórico. Parece que no existe, y es que no existe, porque el único proyecto viable a día de hoy es que dejen de ser espectadores, que dejen de ser representados, es acabar con la división entre economía y política, es suspender el fetiche de la democracia. Atrapados en la forma–conciencia democrática, imputamos a los chivos expiatorios lo que es culpa de todas y todos, que este barco, el del trabajo abstracto y el valor, el de la comunidad del capital, se hunde.

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