viernes, 23 de febrero de 2018

Oxfam, símbolo de lo que nunca debe ser una ONG


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Oxfam, símbolo de lo que nunca debe ser una ONG

 


Helen Evans tenía una misión importante en sus manos a partir de 2012. Oxfam le encargó que pusiera en marcha un mecanismo para recibir y tramitar denuncias sobre casos de explotación sexual y todo tipo de abusos como los ocurridos en 2010 en Haití y varios años antes en Chad.
Todo ese proceso debía servir además para mejorar los códigos de conducta del personal de la la organización humanitaria británica cuando trabajara en el extranjero.
Evans hizo su trabajo y no tardó mucho tiempo en descubrir que las relaciones con prostitutas y acusaciones de violación ocurridas en Haití no eran un caso aislado. Hubo más denuncias, precisamente por la misma razón por la que aumentan en cualquier institución donde se establecen cauces para presentarlas. De 12 denuncias en el periodo 2012-2013, se pasó a 39 en 2013-2014. De esas 39, en 20 casos las alegaciones resultaron ser ciertas total o parcialmente. Cuanta más transparencia interna y menos temor a represalias, más posibilidades de que salgan a la luz casos hasta entonces ocultos.
Cuando Evans supo de varios casos de presuntos abusos a menores en las tiendas de Oxfam en el Reino Unido —donde pueden colaborar como voluntarios los chicos a partir de 14 años—, reclamó más medios y fue entonces cuando se topó con los mismos obstáculos que existen en las grandes corporaciones en el momento de presentar quejas sobre el funcionamiento interno: la burocracia (escriba un informe, ya nos ocuparemos) y el desinterés (los casos más graves eran antiguos, se habían solventado y cualquier publicidad extra sería negativa).
Después de tres años en Oxfam, Helen Evans tiró la toalla y abandonó la organización. Hoy es concejal laborista en Oxford ( Channel 4 la entrevistó en la noche del lunes).
Fue en ese momento cuando los responsables de Oxfam demostraron su escasa talla moral e intelectual para dirigir la organización. Precisamente por ser una de las mayores Organizaciones No Gubernamentales (ONGs) del mundo, recibir millones de euros de instituciones británicas y europeas, y contar con la confianza de miles de personas que también hacen aportaciones económicas. Ya ha habido una dimisión, pero ninguno de ellos debería seguir en sus puestos si estaban en ellos en esa época. No vale con pedir perdón y prometer que no volverá a ocurrir. No pueden alegar desconocimiento.
Las grandes ONGs no están libres de los mismos pecados de las grandes corporaciones que envían a parte de su personal a países pobres. Para las empresas, la prioridad siempre es la cuenta de resultados. Todo lo demás se puede enterrar u obviar con la típica apelación a las manzanas podridas.
En el caso de las ONGs, el dinero es importante, pero lo es aún más su reputación. Y la de Oxfam ha quedado tan maltrecha que sólo puede sobrevivir si establece nuevas normas de conducta y formas de aplicarlas que sean creíbles.
“No hay  nada más vergonzoso que un depredador sexual que utiliza una catástrofe como forma de explotar a los vulnerables en sus momentos de mayor fragilidad”, ha dicho el presidente de Haití, Jovenel Moise. “Lo que refleja todo esto es una violación de la decencia humana más básica”.
Desde que los conservadores volvieron al poder en Reino Unido en 2010, ha habido un debate permanente entre los tories sobre la ayuda al desarrollo. David Cameron (ex primer ministro británico) decidió que el recorte de gasto público no afectaría a la sanidad y al presupuesto de cooperación en un intento de modernizar la imagen del partido. Desde entonces, la presión del ala más conservadora de los tories para reducir esos fondos ha sido constante con el apoyo de algunos periódicos tabloides, como The Sun y Daily Mail.
Hace sólo unos días, Jacob Rees-Mogg –un diputado tory en alza por su posición radical en favor del Brexit– presentó en Downing Street una petición con miles de firmas promovida por el periódico sensacionalista Daily Express en favor del recorte de la ayuda al desarrollo. Fuentes cercanas a Theresa May informaron que  no tiene la intención de aplicar la tijera.
La Administración tampoco puede alegar que no sabía nada. Después de dejar Oxfam, Evans comunicó sus conclusiones a la  Charity Commision (organismo público que fiscaliza a las ONG y organizaciones benéficas) y al Ministerio de Cooperación a través de un diputado. Sin ningún éxito.
El escándalo de Oxfam será utilizado a buen seguro por todos aquellos que creen que esa ayuda es un derroche, en especial si sirve para financiar abusos. No es extraño que el presidente de Save the Children, Kevin Watkins, haya admitido que  “los efectos tóxicos del escándalo nos debilitan a todos” en el sector de las ONGs.
El encubrimiento existió. Quedó demostrado cuando el hombre que organizaba fiestas con prostitutas en Haití pactó su salida y pudo encontrar empleo en otra ONG que también le envió al extranjero, en concreto a Bangladesh. Aún hay más. Siete años antes de los hechos de Haití, ese mismo hombre,  Roland van Hauwermeiren, había sido  responsable de actos similares trabajando en Liberia para otra ONG.
Siempre es igual. Hombres que se aprovechan de su posición de poder para cometer abusos. Otros hombres les protegen, restan importancia a esa conducta o, si lo anterior no es suficiente, encubren lo sucedido. Las ONGs, con independencia de su función e importancia, no parecen inmunes a ese mecanismo de control que garantiza la impunidad y castiga o ignora a los que se atreven a denunciarla.
 “Cada vez que alcé la voz sobre un problema, yo me convertí en el problema”,  ha contado una mujer que trabajó 15 años en organizaciones humanitarias.
 “Esta epidemia (de denuncias sobre delitos sexuales en distintos ámbitos profesionales) tiene sus raíces en las relaciones de poder desequilibradas que permiten a hombres poderosos y depredadores explotar a mujeres y niños a través de las presiones, el acoso sexual y la violencia”, escribe Kevin Watkins. “El único antídoto es una cultura de tolerancia cero apoyada por claras normas de conducta y reclutamiento, y liderazgo”.
Justamente lo que no ocurrió en Oxfam
Anexo: Como extrabajadora de varias ONG, las revelaciones de Oxfam no me han sorprendido en absoluto-  Por Shaista Aziz
En las agencias de todo el mundo predomina una cultura de abuso, acoso y racismo. Es necesario reformar el sector
Cuando leí las revelaciones de que trabajadores de Oxfam pagaron por sexo en Haití, quizás a niñas menores de edad, mientras el país intentaba recuperarse de un terremoto, no me sorprendí en absoluto. Tampoco me sorprendí cuando se supo que el hecho había sido encubierto, ni cuando luego salieron a la luz acusaciones de abuso sexual, acoso e intimidación en el sector del trabajo humanitario. Que quede claro: estas noticias son horrorosas, pero la mayoría de las personas que trabajan en este sector al menos han oído rumores sobre este tipo de comportamiento.
Fui más de 15 años trabajadora humanitaria especializada en comunicación para diferentes organizaciones, incluida Oxfam, donde trabajé durante cinco años como especialista en comunicaciones de emergencias y coordinadora de medios. Mi trabajo me llevó a Haití, Siria, Líbano, Bangladesh, Tayikistán y Jordania. Tuve el privilegio de conocer personas increíbles y trabajé con gente brillante y otros no tan brillantes.
Predominaba una cultura de acoso, en la que las mujeres a menudo eran menospreciadas y el racismo era habitual. Y no solo en Oxfam. Esto sucedía en muchas de las organizaciones en las que trabajé. Cada vez que alcé la voz sobre un problema, yo me convertí en el problema.
Cuando hablé oficialmente con la oficina de Recursos Humanos de Oxfam y de otras agencias sobre mis experiencias, no hicieron nada. Con los años, aprendí cuán similares son las culturas dentro de este tipo de organizaciones. Existe una suerte de “puerta giratoria” entre muchas de las agencias, de forma que los hombres que han sido marcados como “no amables” por las mujeres van pasando de una agencia a otra.
No es casualidad que la ONG más grande del Reino Unido esté dominada por hombres blancos y algunas mujeres blancas en puestos directivos. Las mujeres la han descrito como una cultura “masculina”.
Y no lo digo solo yo. En el último año he estado en contacto con mujeres que trabajan en instituciones de trabajo humanitario que me han contado que sufrieron acoso sexual. Contacté mujeres del sector como cofundadora de Política Exterior Feminista Interseccional, una plataforma que lucha por la creación de una política exterior que no perjudique a las mujeres y niñas de todo el mundo. Esto incluye crímenes cometidos por fuerzas de paz de la ONU y trabajadores humanitarios acusados de explotación sexual y abuso a mujeres y niñas vulnerables.
La cultura del silencio es muy fuerte y se ponen en juego los temores habituales que impiden a las mujeres alzar la voz (por ejemplo, los que han filtrado información de la ONU en Haití han recibido amenazas). Pero, además, en el trabajo humanitario existe un estigma añadido. Existe el temor de que si decimos la verdad, el daño a la reputación de la agencia beneficiará a parte de la prensa y de la política que quiere reformar el sector.
El mensaje para los directores y miembros de las juntas directivas de las organizaciones de trabajo humanitario es claro: no disparéis a los mensajeros. Asumid la responsabilidad de lo que haya sucedido y seguid haciéndolo, e intentad transformar una industria que necesita cambiar urgentemente si quiere erradicar de raíz las causas de estos problemas endémicos.
Gracias a los valientes que alzan la voz y a aquellos que se han enfrentado a Oxfam, muchos de ellos mujeres, se han abierto las puertas. Será imposible a partir de ahora impedir que salga a la luz información de otras organizaciones sobre las sombrías y perjudiciales culturas que han permitido que potencial actividad criminal, explotación sexual, acoso y otros comportamientos espeluznantes existan. Y no solo eso, sino que estos delitos se han premiado ascendiendo a aquellos que los llevaban a cabo. Al menos hemos visto una dimisión, y podríamos ver otras.
Desde que se hicieron públicas las revelaciones sobre Oxfam, me han contactado aún más mujeres que están comenzando a liberar su silenciosa y contenida furia. Casi todas las mujeres del sector con las que hablo no quieren dar a conocer su identidad por miedo a que eso afecte a sus carreras o para no ser acusadas de promover una guerra contra el sector humanitario, ya que cada vez más gente reclama que se cancelen donaciones a organizaciones del Reino Unido.
Claramente, esta no es la respuesta, ya que el sector realiza un trabajo muy importante. Pero es necesario que una organización independiente con financiación apropiada investigue las acusaciones de acoso y abuso sexual. Las agencias humanitarias no deben llevar a cabo sus propias investigaciones. Las mujeres necesitan saber que se les creerá y que no serán culpadas por los problemas que genera un puñado de privilegiados.
Escrito por Iñigo Sáenz de Ugarte

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