Criminología Cultural: Crear miedo para sacar provecho
Impulsor
de la “criminología cultural”, Keith Hayward critica las corrientes
teóricas dominantes, que giran en torno de la policía, las cárceles, la
vigilancia y las cámaras. Analiza cómo las dinámicas culturales se
articulan con las prácticas del delito y su control. Y en ese marco,
advierte, los medios juegan un papel fundamental. Las “soluciones” que
se importan sin analizar las características de cada caso. El ejemplo
paradigmático de las revueltas londinenses y las llamadas “pandillas”.
–¿De qué se trata la criminología cultural?
–La
criminología cultural tiene que ver con cierta sensibilidad, con un
estado de ánimo; no se trata de una simple posición teórica. Cómo
entender la noción de criminología cultural o cómo abordarla tiene que
ver con la posición que uno toma en lo que hace a cuestiones
relacionadas con el crimen, el delito, y el castigo, pero también con la
situación política –el capitalismo– y, especialmente, el consumismo, la
justicia y la moralidad. Creo que gran parte de la criminología de hoy
carece de moralidad.
–¿En qué sentido?
–En
que sólo promueve la justicia criminal. Y creo que el mundo necesita
menos de justicia criminal y más de justicia social. Esta idea se
contrapone a la organización de formas de justicia penal y a la
criminología que las respalda. Se trata de un reto a esas posiciones,
que, a menudo, tienen muy poco que ver con la justicia en la forma en
que yo la percibo. Es en ese sentido que la criminología cultural se
opone a las corrientes teóricas dominantes: la criminología
institucional establecida gira en torno de la policía, las cárceles, la
vigilancia, las cámaras, el control.
–¿Sugiere,
entonces, que la distinción entre las nociones dominantes de
criminología y la idea de criminología cultural responde a distintas
categorías de justicia social?
–Sí,
aunque no digo que toda la criminología corriente descarte la justicia,
que no se preocupe por ella o que sea inmoral. Creo que el problema es
lo limitado de su radio. Por ejemplo, cualquiera puede observar el
estado de las cárceles y sostener que es necesario mejorar las
condiciones en la prisión. Estoy de acuerdo con la mejora de los
regímenes penitenciarios, especialmente en esta parte del mundo, pero la
preocupación mayor es estudiar de qué modo promover el cambio social.
–Desde
una perspectiva teórica, ¿de qué modo se relacionan el crimen y su
control, con la representación simbólica y la interpretación cultural?
–En
las últimas dos décadas hemos visto lo que podría describirse como
criminología sociológica y el surgimiento de estudios enfocados en la
justicia criminal. La criminología cultural está muy alineada con las
interpretaciones sociológico-culturales del delito. En distintos lugares
se capacita a la policía con el propósito de hacerla más eficiente en
un sistema que está contento con funcionar en un marco dado por el
incremento en la cantidad de cárceles, el aumento de la población
carcelaria y un estado policial presente en muchos sitios. Más que
criminología, en algunos de mis trabajos describo este cambio como el
aumento de la “contrología”.
–¿A qué alude el término?
–Que
la gente, los sociólogos o criminólogos renuncian a la tarea de buscar
las causas que derivan en la ocurrencia de delitos, los fundamentos
culturales, sociales y económicos que se esconden detrás de ellos, o
aquellas cuestiones que hacen que la delincuencia sea diferente en
distintos lugares. La cuestión es tratar de entender las causas del
delito en individuos y grupos, y explicar por qué sus niveles son
diferentes en diversos lugares, culturas, países y ciudades. Estos son
los objetivos originales de la criminología como disciplina. Y creo que
en las últimas dos décadas hemos visto que se ha renunciado a ello.
–¿Por qué cree que sucede eso?
–Muchos
piensan que es demasiado complicado o no están interesados en estas
diferencias culturales. Lo que les interesa es controlar el crimen y
aceptar el hecho de que tengamos que adjudicar grandes presupuestos para
hacer frente a los altos índices de delincuencia, sosteniendo que es
parte de vivir en una sociedad capitalista. Esa es la posición oficial,
desde la cual se dice: “¿Qué vamos a hacer? No nos vamos a preocupar por
las causas del delito o de por qué varía de un lugar a otro. Vamos a
controlarlo usando técnicas de vigilancia y prisiones pobladas,
ampliando los presupuestos destinados a la prisión, la militarización de
la policía, mediante técnicas dirigidas a controlar la situación”. Esta
es la razón por la cual marco la distinción entre justicia criminal o
penal y criminología. A través de los estudios sobre justicia criminal,
podemos observar este aumento en términos de contrología, es decir, el
estudio del control.
–¿Y en cuanto a la representación simbólica del crimen?
–Creo
que la comprensión o la interpretación que la gente tiene de la
delincuencia viene dada, en gran medida, por dispositivos culturales
simbólicos, historias culturales que se producen en los diarios,
aparecen en la televisión e, incluso, en la música. La mayoría de las
personas no ha estado nunca dentro de una cárcel, por lo que no tiene
idea de cómo es, aunque ahora haya programas de televisión que te llevan
dentro de las prisiones, que le dan a la gente una idea sobre cómo es
la cosa.
–¿Cree que realmente logran “dar a la gente una idea” acerca del sistema carcelario?
–Estos
programas son conducidos ideológicamente. Entonces, lo que quieren
mostrar es lo peligrosa que es la cárcel o lo deshumanizante de la gente
que las habita. Muchos se niegan a escuchar interpretaciones o
explicaciones de manos de expertos porque creen que entienden la
situación. En el Reino Unido, por lo menos, cantidades de famosos hablan
sobre los problemas de la delincuencia, acerca de “volver a instaurar
la pena de muerte”. Creen que pueden guiarnos y dar pautas sobre
castigos penales. Y esto es muy frustrante. Por lo que uno de nuestros
objetivos es desacreditar estereotipos, desafiar esta narrativa
mono-ideológica de los medios de comunicación. No es que me interesen
sólo los medios, pero la realidad es que los medios son muy importantes,
porque cambiar la comprensión de la gente implica atender el modo en
que el crimen y su castigo se retratan en los medios de comunicación.
–¿Cómo lograrlo?
–Elaborar
historias que desafíen la norma y, más importante aún, poner de relieve
la hipocresía que existe en los medios de comunicación. El delito
vende. Así es que de un lado aparecen estas narrativas que demonizan al
delincuente y las percepciones de la derecha, y del otro están los
medios que utilizan el delito para vender sus productos.
–Algunos
autores sostienen que la forma en que los medios cubren estos hechos
terminan generando cierto “pánico moral” en la gente.
–La
cuestión del pánico moral tiene cuarenta años, es una vieja teoría,
pero buena; aún funciona. Cada tanto, cuando surge una nueva droga o
alguna cuestión que sorprende, reaparece nuevamente el pánico moral
clásico. Yo creo que los medios de comunicación funcionan más
sofisticadamente en estos días, hasta el punto en que el pánico moral
resulta bueno para los negocios. Así, lo que se hace es crear miedo y
luego sacar provecho de eso. Por consiguiente, emergen grandes delitos y
se benefician de vuelta del pánico moral en un proceso cíclico al modo
de una escalera de caracol que parece hacer referencia a uno y otro
constantemente. Hay cientos de reality shows policiales muy populares en
televisión que encarnan siempre una misma posición ideológica. Nunca
hablan sobre políticas o la situación del delito, sino que se refieren a
un particular delito callejero. Entonces, antes teníamos el famoso
pánico moral causado por la delincuencia callejera, todavía lo tenemos,
pero lo que se estudia ahora es el tipo de miedo que el delito genera en
la imaginación.
–¿Qué rasgos tiene la lógica narrativa de esos programas de TV?
–Se
filma la captura de un individuo, luego estos videos se utilizan como
técnicas de promoción para conseguir más fondos para la policía, obtener
herramientas de formación y crear nuevos cuerpos policiales. La gente
mira programas como SWAT, un show que muestra a una policía altamente
militarizada, existente en varias ciudades de los Estados Unidos, y
entonces siente el temor que provoca el pánico moral. Luego demanda este
tipo de fuerzas policiales militarizadas en su ciudad.
–Algunos
expertos plantean que el delito y su control son funcionales al sistema
político. ¿Cree que la criminología y su abordaje responden a intereses
específicos?
–El
crimen y el delito se han politizado, sobre todo en el Reino Unido y en
los Estados Unidos. Allí –y me imagino que en otras partes del mundo
también– pareciera que en tiempos electorales los asuntos relacionados
con el delito y el crimen, y su castigo, resurgen con fuerza en las
agendas. Aparecen los discursos con frases como “necesitamos más
policías”, “tenemos que ser duros”, “hay que implementar nuevas medidas
como los ataques en Irak”. La mayoría de estos modelos no ha funcionado,
pero se pretende exportarlos a estas partes del mundo. Lo que es
sorprendente es que los políticos alegremente importan modelos de
sistemas judiciales de lugares donde el sistema de justicia no funciona.
Por ejemplo, los disturbios de Londres del año pasado fueron descriptos
inicialmente como un problema de pandillas. Por eso, los políticos
inmediatamente fueron a los Estados Unidos para buscar a los expertos en
bandas norteamericanas y llevarlos a Londres. Pero lo que se hizo en
esos lugares empeoró el problema de las pandillas, que se arraigaron en
sus culturas como nunca antes. Por tanto, ¿por qué buscar a alguien que
sistemáticamente ha fracasado en eliminar el problema en su país y luego
tratar de llevarlo al Reino Unido, una cultura sobre la que no sabe
nada? Este es el tipo de cosas que surgen en términos de crimen y
castigo, nociones absurdas.
–¿Cómo cree que deberían encararse esos episodios desde la criminología cultural?
–Se
suele tomar la vía más sencilla: “pandillas”, “personas negras
marginadas provenientes de zonas pobres causaron los disturbios”. Eso
vende votos. Entonces, la criminología cultural trata de poner de
relieve este tipo de situaciones y la locura política que las acompaña.
Se hacen estas cosas que no siempre han funcionado, aunque es muy
difícil hacer otra cosa. ¿Alguien puede imaginar a un político en los
Estados Unidos decir: “aquí está mi programa electoral para el problema
de la delincuencia: voy a reducir el número de cárceles, voy a tratar de
cambiar las clasificaciones de los delitos por drogas? Voy a hacer todo
lo contrario del resto”? La historia parece decir que así nadie sería
elegido. En este contexto político, el crimen es abordado de una sola
manera: ponerse duros y más rígidos, y a los políticos que no lo hacen
los matan en las urnas.
–¿Usted cree que habría que hacer todo lo contrario?
–Bueno,
¿por qué toman ciertas medidas? Porque quieren ser elegidos para
gobernar. ¿Y por qué son elegidos? Porque la gente cree algunas de las
historias que se le cuentan. Muchos creen que existe un problema
sistemático de pandillas en Londres, y que la persona que están trayendo
ayudará a resolver la situación. Lo que tendríamos que hacer es ver por
qué la gente cree estas cosas, de dónde viene esta ideología: de
historias difundidas por los medios. La criminología cultural se
interesa mucho por el modo en que los medios presentan estas historias y
por presentar historias alternativas.
–¿Qué diría acerca de la relación entre delito, crimen y fanatismo?
–Es
una pregunta muy compleja. Una de las cosas que diría es que pensar en
la delincuencia o en el crimen como un fenómeno unitario, como un
“delito” a secas, es muy problemático. Es el modo en que se lo suele
considerar al implementar o pensar prácticas de seguridad. Los
criminólogos culturales conciben la delincuencia o el crimen como algo
muy complicado. Por tanto, tendemos a mirar la delincuencia desde la
fenomenología. Así que cuando me preguntan sobre la relación entre
crimen y fanatismo advierto que existen diversos tipos de delitos, en
momentos, contextos y lugares particulares. Una de las áreas donde el
fanatismo se vincula con distintas formas de delito o crímenes sería en
el terrorismo. Pero, incluso allí, el terrorista es demonizado por ser
visto como este tipo de fanático monomaníaco.
–¿Un modo de cerrar la cuestión y evitar mirar a fondo?
–Sí:
“son fanáticos, a otra cosa”. Este es sólo un ejemplo. Desde la
criminología cultural se pretende instar a considerar el crimen desde
una mirada cultural, en diferentes contextos. Porque la delincuencia o
el crimen son diferentes aquí que en Inglaterra. No hay que limitarse a
importar modelos de justicia penal del Norte y las técnicas de la
criminología positivista, con métodos criminológicos. Es preciso crear
técnicas propias, específicas, y atendiendo a lo cultural, aunque eso no
significa ignorar el buen trabajo que se ha hecho en otros sitios, como
en los Estados Unidos o Europa.
–¿De qué modo presentaron los medios de comunicación las protestas sociales en Londres y en otras ciudades del mundo?
–En
efecto, hubo muy buenos artículos que trataron de explicar los
disturbios, prácticas como el saqueo o los robos, a partir del
consumismo; algo con lo que concuerdo y a lo que he dedicado mi trabajo
de los últimos diez años. Lamentablemente, a la vez, hubo otros
comentarios muy obvios y predecibles. Y creo que lo más predecible y
deprimente fue la respuesta política: en lugar de buscar y entablar un
debate serio, en lugar de consultar a los expertos en criminología,
hablaron de la decadencia moral y el incremento de las pandillas
callejeras. Probablemente se podría discutir esto a través de la lente
de la decadencia moral, pero no se refirieron a su decadencia moral, la
que los políticos exhibieron cuando estuvieron involucrados en delitos
por fraude. De este modo, la decadencia moral es utilizada y rotulada
sobre grupos marginados, personas de barrios pobres. En esta decadencia
moral de la prensa y de los políticos también estuvo involucrada la
policía. No creo que las personas a cargo de escribir las historias no
supieran todo esto, conocen bien esta decadencia moral, el tema es que
la forma en que la presentan siempre alude a “su” decadencia moral, la
de esos fanáticos agitadores. Muchos están enojados, frustrados, y la
diferencia entre unos y otros es que algunos, al menos, conocen o tienen
las vías para expresar sus preocupaciones políticas a través de
protestas no violentas o de organizaciones, e incluso algunos tienen
cierto entendimiento en medios de comunicación; entonces pueden
presentar bien sus sensaciones de la explotación capitalista. En cambio,
estos grupos en Londres no tienen esa habilidad, no tienen ese
conocimiento político.
–¿Por qué señala esa diferencia?
–Muchos
de ellos (en Londres) no son capaces de descifrar el modo en que el
capitalismo los está explotando porque no cuentan con educación o tienen
una mala escolarización. No son capaces de manifestarse si no es a
través de la protesta violenta. Lo que resulta interesante es que
evidencian sus sentimientos en el mercado, llevándose los artículos que
quieren: zapatillas, ropa deportiva, televisores de pantalla plana, etc.
A la vez, muchos de los sentimientos que el capitalismo trata de
engendrar entre los más jóvenes para hacerlos consumir pueden también
utilizarse para explicar por qué provocaron los disturbios. Si se piensa
en el consumismo, lo que se requiere en los jóvenes, especialmente, es
una demanda constante por tener más, una demanda insaciable. La idea del
consumismo está diseñado para que se diga: “lo voy a tener ahora, en
realidad no puedo afrontar su costo, pero lo voy a conseguir”. Esta
especie de suspensión de la racionalidad normal, las prácticas
irracionales, y la excitación consumista y demandante generan excitación
y estimulación. En cierto modo, algunos de los rasgos que mostraron los
disturbios fueron sentimientos o emociones similares: gente impulsiva,
actuando por fuera del proceso de toma de decisiones, sin ser
conscientes de que estaban siendo captados por las cámaras. Muchos
pueden lidiar con esto y controlar la situación con eficacia. No
obstante, algunas personas, y muy a menudo las más pobres dentro la
sociedad, reciben la mayoría de los mensajes.
–¿Podría ampliar este último aspecto?
–Algunos
estudios realizados en los Estados Unidos sugieren que las personas más
vulnerables de los barrios más pobres son quienes están más expuestas a
los avisos publicitarios, porque están mirando televisión todo el
tiempo, no leen libros ni van al colegio, constantemente reciben el
bombardeo de mensajes publicitarios. Incluso, los habitantes de algunos
barrios pobres de los Estados Unidos ni siquiera pueden firmar o
escribir su nombre, aunque conocen marcas muy exclusivas como Prada o
Gucci, porque son bombardeados seis horas al día con promociones o
publicidades. Son los más expuestos a la lógica que marca la cultura del
consumo. No siempre, pero muy a menudo, fueron quienes estuvieron
involucrados en los disturbios en Londres; con frecuencia, eso estuvo
vinculado con lo que denomino la “mercantilización de la violencia” o el
“marketing de la transgresión”. Esa mercantilización de la violencia
alude a violar la ley o transgredir. No me sorprende que causaran
disturbios y saqueos, sí me habría sorprendido si esos grupos hubieran
salido a la calle intentado frenar todo para tener una protesta no
violenta. Una de las características de estos disturbios fue su forma
líquida: irrumpieron aquí, se movieron allá.
–Para finalizar, ¿cómo contrarrestar las historias dominantes que se difunden sobre el crimen y la delincuencia?
–Los
argumentos sobre el consumismo y el crimen aparecen en mi primer libro:
City Limits: Crime, Consumer Culture and the Urban Experience (Sobre
los límites de la ciudad, la delincuencia, la cultura del consumo y la
experiencia urbana). Allí detallo el surgimiento de la cultura del
consumo y el incremento del delito. Framing Crime: Cultural Criminology
and the Image (Sobre la construcción simbólica del crimen y la imagen),
otro de mis escritos, proporciona herramientas orientadas a captar la
sensibilidad acerca de lo que es la criminología cultural, su posición y
su política. Asimismo, trata de transmitir un mensaje metodológico muy
simple: si quieren tratar de hacer lo que digo, esto es, desafiar o
cuestionar las percepciones que tienen los medios o la política de la
delincuencia, una forma de hacerlo es criticar esos mensajes pero
también contrarrestarlos, presentando mensajes diferentes.
–¿Como cuáles?
–Por
ejemplo, documentando la filmación de películas, publicando videos en
YouTube con lo que vemos en las protestas. Mientras los medios de
comunicación presentan estas protestas de una manera, estas personas
tratan de difundir su mensaje de otro modo, para eso utilizan formas de
comunicación alternativas. En este libro tomo el caso de una protesta de
ciclistas que tuvo lugar en Nueva York hace unos años. En el medio de
los reclamos por la recuperación de espacios se dieron fuertes
enfrentamientos entre los manifestantes y la policía. Un oficial salió a
decir que uno de los ciclistas lo había golpeado. Consecuentemente,
arrestaron al ciclista. Pero alguien que filmó el incidente pudo dar
cuenta de que había ocurrido lo contrario. Evidentemente, ése fue un
ejemplo de cómo invertir el espectáculo de los medios. Hay que
asegurarse de contar con las técnicas para presentar las historias,
porque si se toma la criminología como disciplina, la voz dominante es
en general proporcionada por las técnicas de la metodología
criminológica, que son básicamente positivistas: sondeos, encuestas o
estudios gubernamentales, que a menudo están erróneamente diseñados y
toman el crimen como un paradigma uniforme. En un mundo lleno de
imágenes, pleno de ideología y retórica política, deberíamos crear
nuestras herramientas para desafiar estas cuestiones.
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