La futura derrota de Trump por Hillary
Es prácticamente un hecho: la elección presidencial estadounidense de noviembre 2016 tendrá como los principales contendientes a la demócrata Hillary Clinton y al republicano Donald Trump. La primera ha tenido que batallar mucho más de lo esperado en contra del socialista Bernie Sanders, pero nunca hubo muchas dudas de que ella sería finalmente la candidata. En cambio, su racismo, xenofobia, machismo, vulgaridad y analfabetismo económico, aparte de la constante arrogancia, llevaron a muchísimos a creer a que Trump finalmente sería derrotado por un político medianamente serio y centrista. Lo increíble fue no sólo que Trump se coronara en las primarias republicanas, sino que su contendiente más cercano fuese un ultraconservador como Ted Cruz.
El impresionante logro de Trump ha llevado ahora a muchos al extremo opuesto: antes era imposible que obtuviera la candidatura, pero la alcanzó. Por ende, ahora creen que derrotará a Clinton de la misma manera en que durante meses destrozó a rivales que parecían sólidas opciones ante el electorado, desde Jeb Bush hasta Marco Rubio. Trump demostró ser invencible y así quedará, una vez más, demostrado en noviembre.
Se puede argumentar con mayor fundamento exactamente lo contrario: sólo las más imprevisibles circunstancias hacen imaginable una derrota de Clinton. Únicamente un escándalo de proporciones gigantescas la llevaría a perder frente al abanderado del partido de Abraham Lincoln (quien debe estar revolcándose en su tumba). La derrota de Trump es hoy prácticamente un hecho. En el último siglo sólo dos elecciones se antojan tan previsibles: el candidato demócrata Franklin D. Roosevelt frente al impopular presidente Herbert Hoover (1932) y el candidato republicano Barry Goldwater ante el entonces popularísimo Lyndon B. Johnson, quien había sucedido al asesinado John F. Kennedy (1964). Quizá habría que agregar los dos encuentros electorales entre Dwight D. Eisenhower (republicano) y Adlai Stevenson (1952 y 1956).
En dos ocasiones ha habido una dupla padre-hijo en la Casa Blanca (Adams y Bush). Nunca una dupla formada por pareja matrimonial. Esposas políticamente poderosas hubo en la Casa Blanca (Edith Wilson, Eleanor Roosevelt, Nancy Reagan) pero jamás, ni remotamente, ocuparon un cargo de elección popular y menos aspiraron a la presidencia por su cuenta. Mucho se puede hablar de dinastías políticas en Estados Unidos, pero Hillary Clinton siempre fue una política formidable por derecho propio, si bien durante años mantuvo un perfil relativamente bajo para no causar problemas a su conyugue, fuese como Gobernador de Arkansas o, sobre todo, como Presidente. El lapso intermedio es significativo, pues hace 16 años que Bill Clinton dejó el Despacho Oval.
El ideal para Hillary habría sido ganar la presidencia en 2008, pero emergió un competidor formidable que le arrebató la nominación demócrata que estuvo a punto de lograr. Si un obstáculo tiene Hillary a estas alturas es su edad, pero la ironía es que Trump es todavía mayor que ella. Nunca ambos contendientes habían sido de una edad tan avanzada. Clinton tendrá 69 años el día de la elección, mientras que Trump es un año mayor. Ronald Reagan fue electo con 69 años (y ocupó el Despacho Oval por dos períodos). Por otra parte, Bernie Sanders tendrá 75 años cuando la elección tenga lugar.
¿Por qué se puede afirmar con contundencia que Hillary va enfilada a la silla que hace 16 años desocupó su esposo? La primera es simple: es casi imposible de concebir que los millones que hoy la prefieren sobre Trump vayan a cambiar su opinión. Prácticamente todas las encuestas muestran una sólida preferencia por la otrora senadora por Nueva York y ex titular del Departamento de Estado. Clinton no generará pasión, pero sí representa una persona con una sólida trayectoria. Trump es literalmente famoso por su prepotencia, arrogancia y exabruptos. Sin duda su estilo es llamativo para millones, pero igualmente repelente para muchos más.
Por otra parte, Trump se ha especializado en ofender a varios segmentos importantes de votantes, destacadamente mujeres e hispanos. Su búsqueda de votos chocará en los próximos meses chocará de frente con todas las ofensas pasadas. Sin duda habrá ocasiones en que hará declaraciones buscando congraciarse con esos grupos a los que ofendió una y otra vez; por otra parte puede esperarse que su personalidad lo llevará de nuevo, como tantas veces, al exabrupto y la ofensa. Provocador e indisciplinado por naturaleza, no podrá transformarse en un ejemplo de moderación. Esto aparte de que la campaña de Clinton recordará a los electores, como de hecho ya está haciendo, de las numerosas sandeces que pronunció desde que inició su campaña.
Trump no puede contar, por otra parte, con un respaldo monolítico por parte de su partido. Una deserción importante de republicanos hacia Hillary, parecida a la que recibió Ronald Reagan por parte de votantes demócratas, es previsible. Una revuelta de cierta magnitud, no mayoritaria, pero revuelta al fin, puede esperarse entre líderes republicanos, y sobre todo entre un segmento importante de votantes tradicionales. Clinton puede esperar que algunos partidarios de Sanders se abstengan, pero muy raro será el que decida mostrar su rechazo hacia ella votando por Trump.
Además, están la experiencia y el dinero. Hillary ha sido parte esencial, y en ocasiones como la presente, central, de campañas políticas a nivel local (Arkansas, Nueva York) o nacional, desde hace casi 40 años. Vivió derrotas en la persona de su marido y en carne propia. Tiene una formidable maquinaria electoral, además de impresionantes cantidades de dinero. A esto hay que agregar una sólida disciplina personal. Trump es tan pagado de sí mismo que le cuesta reconocer que necesita del conocimiento y experiencia de otros, además de que sin duda está llevándose una sorpresa sobre el dinero, incluyendo mucho que tendrá que venir de su bolsillo, que tendrá que desembolsar en los próximos meses a cambio de buscar un trabajo con inmenso poder y prestigio, pero paradójicamente una paga (para sus estándares) miserable. Y, por supuesto, Hillary podrá contar para su campaña con dos personas que tienen el carisma para electrificar a los demócratas y votantes razonablemente neutrales, aparte de atraer enormes cantidades como donativos: Bill Clinton y Barack Obama.
Habrá una cierta justicia poética en la derrota de Donald Trump en noviembre: le ganará una mujer que habrá gastado mucho más dinero.
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