domingo, 2 de abril de 2017

Mentiras y corrupción política







Mentiras y corrupción política
Por Domingo Sanz


A lo largo de la historia, millones de embusteros han sido lo suficientemente inteligentes, o cobardes, como para tomar sabias decisiones que les mantuvieron alejados del dinero de los otros.


Por Domingo Sanz

Las enfermedades, tanto individuales como colectivas, se pueden curar cuando están declaradas o, en algunos casos, vacunar antes al posible paciente para evitar que se produzcan.

En el grupo de los que se limitan a considerar la corrupción política como un mal con el que hay que convivir están los del gobierno del PP que, para minimizar los daños que se tienen más que bien merecidos, suelen repetir ese argumento para conseguir que incluso cualquier hijo de vecino que haya pagado alguna vez a un fontanero sin IVA se sienta tan delincuente como esos políticos que reciben millones en negro para llevárselos a Suiza y, con lo que les sobra, ganar las elecciones en España con la caja B más llena de dinero negro que la sangre de Lance Amstrong de anabolizantes.

¿Cómo no recordar a la vicepresidenta Soraya, durante su paraíso de la mayoría absoluta, acusando a cientos de miles de parados de cobrar por hacer chapuzas en el peor momento de la crisis, cuando muchos despedidos con hijos pequeños no tenían un trozo de pan que llevarse a la boca?

¿Cómo no recordar que el dato real que le había pasado el INEM sobre ese número de desesperados a quienes se había detectado alguna irregularidad era diez veces menor, o cien, que no voy a consultarlo ahora, del que ella dijo en la rueda de prensa?

¿Cómo no recordar también a Rajoy cuando afirmó que “la corrupción ha hecho mucho daño al partido”, como si robar a manos llenas fuera cosa de un ser extraño que secuestrara las voluntades de presuntos como Bárcenas, Rato, Matas y tantos y tantos tan del PP, mayoritariamente, algunos ya condenados?

Así como ni siquiera la pena de muerte impidió jamás que se siguieran cometiendo crímenes, está igualmente demostrado que ni el escarnio público, ni la cárcel, ni incluso la posible devolución de lo robado a la sociedad, que nunca ocurre, están impidiendo que la corrupción siga funcionando, oculta, pero a sus anchas.

Estaba pensando que ninguna de las reformas legales que se aprueban para castigar estos delitos está ni estará jamás libre de la trampa necesaria que permitirá engañar a la ley pues, a fin de cuentas, las aprueban los compañeros de los propios delincuentes. Entonces, durante uno de esos momentos creativos que visitan regularmente a cualquier persona que no pierda la costumbre de ducharse, me vino a la cabeza la idea de que, siendo los aspirantes a políticos personas con nombres y apellidos, bien podríamos aplicar, únicamente a ellas, alguna vacuna, o quizás una “prueba del algodón”, que permita reducir en origen esta corrupción que tanto nos rodea. Entonces recordé que el 20 de abril de 2016 había publicado “Mentiras y corrupción 1”, artículo del que este podría ser la segunda parte, a partir de la idea de que la mentira es una “cualidad” que no puede faltar en el ADN de todo corrupto, pues quien sea del escaso grupo de personas que solo sabe decir la verdad será pillado a la primera de cambio.

Se me ha ocurrido ahora, tras aumentar sin descanso el volumen de la basura que se va descubriendo para terminar en los juzgados, que se podría someter a todo/a aspirante a cargo público, tanto si es mediante elección demo o dedocrática, a una prueba privada ante la Máquina de la Verdad, el único artefacto al que no se le puede engañar. De esta manera, todos los atrevidos serán plenamente conscientes de sí mismos antes de sucumbir a la tentación de poder tocar lo que no es solo suyo. Realizado el examen, cada candidato recibiría una calificación que, por ejemplo, podría incluirlo en alguno de los siguientes cuatro grupos de personas:

Mentiroso compulsivo.

Mentiroso calculador.

Mentiroso ocasional.

Rara avis.

No parece necesario explicar el significado de cada título, toda vez que para la psicología es un lugar común el hecho de que, por término medio, todos mentimos dos veces cada día.

Por supuesto que el trámite que se propone debería realizarse respetando todas las normas de confidencialidad establecidas. Es más, aunque debe ser obligatoria, lo que se pretende en realidad es que el interesado disponga de una información que le permita decidir si la ilusión por la política que se le supone, y de la que tantos delincuentes han presumido antes de ser condenados, le merece la pena si le sale un riesgo elevado de ser pillado con las manos en la masa. Se aplicaría a miles de candidatos a ostentar cargos públicos retribuidos y no cabe la menor duda de que, tras una prueba de estas, más que avalada científicamente, muchos renunciarían. Por poner un ejemplo, al ser conocida su realización obligatoria, aunque fueran secretos los resultados de cada osado, siempre habrá un cuñado, un amigo de confianza o hasta el propio cónyuge que, sin maldad, pregunte “en qué grupo te ha colocado la máquina”. Y si no, que levante la mano el primero que no tenga en el debe con alguien cercano alguna pregunta impertinente disparada en el pasado. El 90% de los “examinados” solo podrá mentir o mentir.

En resumen, si la interacción entre la inteligencia artificial y la natural es hoy un proceso imparable, cuanto antes nos atrevamos a aplicar los avances que han demostrado su eficacia más dinero, disgustos y juicios nos ahorraremos. Hay muchas profesiones y muy dignas en las que no hay que tocar más euros que los del salario recibido. Y si lo que gusta es tocar dinero, siempre puede uno hacerse autónomo y auto proclamarse emprendedor.

A lo largo de la historia, millones de embusteros han sido lo suficientemente inteligentes, o cobardes, que en este caso también vale, como para tomar sabias decisiones que les mantuvieron alejados del dinero de los otros.

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