jueves, 2 de agosto de 2018

Geopolítica china: continuidades, inflexiones, incertidumbres


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Geopolítica china: continuidades, inflexiones, incertidumbres

 

 


Para Pekín, la época durante la que las potencias europeas han dominado el mundo no ha sido más que un paréntesis antes de que la historia recupere su curso normal, sinocéntrico. China se ha convertido en la segunda potencia mundial. La geopolítica china, sin embargo, ha entrado en una fase de adaptación a un mundo incierto. El conflicto entre EE UU, potencia establecida, y China, potencia ascendente, estructura hoy, en gran medida, la geopolítica mundial. El despliegue de la potencia china se produce en tres espacios históricos y geoestratégicos diferentes y a la vez interdependientes:
• Extremo Oriente/Pacífico Norte. Una zona privilegiada para las ambiciones imperialistas de EE UU en el siglo XIX, frente a Japón. El actual conflicto coreano se inscribe justamente en este espacio histórico, en particular con dos diferencias importantes: la desaparición de las potencias europeas y el papel propio de China.
• La marcha al Oeste. Iniciada por Xi Jinping y concretada en las nuevas Rutas de la Seda, su horizonte se sitúa en la totalidad de Eurasia, Oriente Medio y África del Norte y del Noreste. Simbólicamente, el nuevo imperialismo chino recorre a contrapelo las vías de la expansión inicial, desde el Viejo Mundo, de los imperialismos europeos tradicionales.
• El espacio mundial. La China capitalista se ha convertido estos últimos años en un actor principal en todos los continentes y en (casi) todos los terrenos, diplomáticos o económicos. La ambición se pretende global, incluida la influencia del modelo político y cultural del que China es, a los ojos de Xi Jinping, portadora.
Vista desde China, la época durante la que las potencias europeas han dominado el mundo no ha sido más que un breve paréntesis antes de que la historia recupere su curso normal, a saber, la centralidad china. Esta visión sinocéntrica que prevalece en China constituye una base cultural sólida para el expansionismo del nuevo imperialismo chino, a imagen y semejanza de la visión eurocéntrica para los imperialismos conquistadores de hace dos siglos. Se trata de proyectar la civilización china como antaño la civilización europea. Para Xi Jingping, el siglo XXI será el siglo chino.
I. La geopolítica de Asia Oriental
Desde que accedió al poder, Xi Jinping se propuso como objetivo fundamental afirmar la hegemonía china en Asia Oriental en todos los terrenos: económico y financiero, diplomático, político y militar. La expansión internacional ha de basarse en la consolidación de su poder regional. La influencia china puede afirmarse en su frontera septentrional (Mongolia), aunque se ve limitada por la potencia rusa (Siberia), mientras que en el oeste choca con la competencia de India, que es bastante ruda en todo el subcontinente (especialmente en Sri Lanka).
Xi Jinping ha abandonado las concepciones estratégicas defensivas que prevalecían durante la era maoísta: cualquier invasor se enfrentaría a una guerra popular en la inmensidad del territorio chino; entonces la clave estaba en el ejército de tierra y en la capacidad de movilización popular. Ahora se han vuelto ofensivas: para asegurar la expansión del nuevo imperialismo, la clave está en la fuerza naval, la marina, tanto por razones generales (toda gran potencia necesita asegurar su presencia marítima en el mundo) como específicas: China posee una inmensa fachada marítima y necesita asegurarse un acceso seguro a los océanos Pacífico e Índico, y este no es el caso actualmente. De la península coreana a la península malaya, una serie de archipiélagos (japonés, filipino, indonesio) constituyen otros tantos obstáculos. Los estrechos de salida al océano se hallan bajo la estricta vigilancia de EE UU.
El espacio marítimo llamado mar de China (un término que rechazan los demás países ribereños) es, desde este punto de vista, vital para Pekín. Una de las primeras decisiones estratégicas de Xi Jinping fue la de hacerse con el control de su parte meridional, declarando que se trata de un mar interior bajo autoridad china. Cabe distinguir tres fases en la batalla por el control del mar de China.
En primer lugar, la fase de conquista, en que Pekín aprovechó la parálisis temporal de Washington. Barack Obama quiso recentrar la potencia estadounidense convirtiendo el espacio de Asia-Pacífico en su pilar, pero no pudo librarse del cenagal de Oriente Medio. Poco después de la elección de Donald Trump, Washington se retiró de la asociación transpacífica (TPP), un acuerdo multilateral en curso de constitución, dejando el campo aún más libre para las ambiciones chinas. En esta situación, Pekín ha sabido utilizar todos los registros disponibles para atraer y/o neutralizar a los países ribereños del mar de China Meridional: potencia militar aplastante, dependencia económica objetiva, incitaciones financieras, influencia política (el modelo de desarrollo capitalista dirigista y autoritario conviene a varios regímenes de la región).
Pekín ha construido pieza a pieza siete islas artificiales que albergan actualmente importantes instalaciones (pistas de aterrizaje, baterías de misiles tierra-aire y antinavales, hangares fortificados, radares, sistema de distorsión de las comunicaciones…). En conjunto constituyen un complejo coherente que controla toda aproximación desde todos los puntos cardinales. Allí ya han aterrizado bombarderos estratégicos H-6K (con capacidad nuclear), un gesto político en respuesta a los B-52 de EE UU. La militarización del mar de China Meridional es una realidad, y lo es en beneficio de China. Sin duda, Pekín no puede prohibir el paso a la VIIª flota de EE UU y bloquear el tránsito internacional, pero Washington tampoco puede hacer retroceder la presencia china sin poner en marcha un conflicto de muy alto voltaje.
Pekín ha ido más allá. El régimen ha reivindicado posesiones históricas más al norte, contestando de manera muy activa el control ejercido por Japón sobre el pequeño archipiélago de Senkaku/Diaoyu (con el envío a la zona de navíos y aviones, la creación de zonas de exclusión aérea…), con el fin de probar al mismo tiempo los medios de resistencia de Tokio y la determinación de EE UU.
Trump ha elevado finalmente la apuesta en el terreno militar, utilizando con este fin la cuestión norcoreana: amenaza de intervención (incluso nuclear), implantación de baterías de misiles antimisiles THAAD en Corea del Sur (que neutralizan la parte principal del dispositivo nuclear desplegado en China continental), refuerzo de la VIIª flota y utilización de la base de Jeju en el sur de la península… China ha tenido que retroceder efectivamente en el terreno militar de esta parte del Pacífico Norte. Ha estado marginada durante mucho tiempo, política y diplomáticamente, en relación con la crisis coreana, que ha sido gestionada entre Washington, Pyongyang y Seúl.
La nueva configuración del conflicto regional
Washington quiere ahora aprovechar su superioridad. Para Jim Mattis, secretario de Estado de Defensa de EE UU, el conflicto se cristaliza en torno a tres cuestiones: Taiwán, el mar de China Meridional y el comercio. Al mencionar el comercio, envía un mensaje a los países de la región (de Filipinas a Tailandia): Washington no dejará sin respuesta la voluntad de hegemonía regional, económica y financiera, de Pekín; pero ¿con qué medios piensa rechazar esa hegemonía? EE UU no ha dejado de repetir que el mar de China Meridional es una vía de navegación internacional, enviando a la VIIª flota a navegar cerca de las zonas consideradas por Pekín particularmente sensibles; pero ¿qué más puede hacer en el contexto actual?
El embajador de Pekín en el Reino Unido, Liu Xiaoming, acaba de recordar la posición de su gobierno.[1] Penetrar en el mar de China Meridional equivale, salvo en los márgenes, a penetrar en aguas territoriales chinas. Los barcos que lo hagan deberán atenerse al Derecho del Mar (convenio de la ONU) y a las leyes chinas correspondientes, a saber, anunciar de antemano su paso inocente u obtener permiso. Sin embargo, en el plano internacional el mar de China Meridional no se considera territorio chino; el paso es libre y no depende de la buena voluntad de Xi Jinping.
Aparte de esta cuestión, parece probable que la siguiente partida del encuentro entre China y EE UU en Asia Oriental girará en torno a la cuestión de Taiwán. ¿Por qué Taiwán? La diplomacia internacional todavía se rige por el principio de una sola China. Cuando Taipei (capital de la República de China, Taiwán) se sentaba en el Consejo de Seguridad de la ONU, representaba a toda China (incluida la continental); fue sustituida por Pekín, en 1971, pero se mantuvo este principio. Pekín considera que Taiwán es una provincia china. En realidad, la cuestión taiwanesa es compleja. El repliegue en Taiwán (antes llamada Formosa) de las tropas del Guomindang (GMD) que huían del ejército rojo en 1949 fue, a los ojos de la población de la isla (que había sufrido la colonización japonesa) como una invasión. La dictadura de Chiang Kai-check se ejerció en contra de ella, en beneficio de los llegados del continente. Desde entonces ha llovido mucho.
El régimen de la República Popular se ha convertido en una forma particular de capitalismo burocrático, como ya era el caso de la República de China. El Partido Comunista Chino (PCC) y el GMD (una vez muertos Mao y Chiang) comenzaron a colaborar estrechamente, lo que permitió a Pekín influir profundamente en el juego político de Taiwán… y echar leña al fuego, desencadenando el movimiento estudiantil y cívico del Girasol y dando pie a la elección, en enero de 2016, de una presidenta con convicciones independentistas, Tsai Ing-wen. Para Pekín, con ello se puso en tela de juicio el principio de una sola China, a pesar de la prudencia de la nueva presidenta.
Donald Trump llamó de inmediato por teléfono a Tsai para felicitarle por su elección, cosa que China denunció como una provocación. Washington había roto a comienzos de la década de 1970 las relaciones diplomáticas oficiales con Taipei, pero no dejó de desarrollar relaciones oficiosas, amparadas a partir de 1979 en la Taiwan Relations Act. El pasado 16 de marzo entró en vigor, previa aprobación por el Congreso estadounidense, una nueva ley que ha provocado las iras de Pekín: la Taiwan Travel Act. Esta ley autoriza los intercambios en un nivel sin precedentes entre los miembros de ambos gobiernos y estipula una serie de obligaciones, entre ellas el apoyo militar de EE UU a la isla. Echando una pizca más de sal en las llagas de Xi Jinping, el halcón Mike Pompeo, ex director de la CIA, muy amigo de Taiwán, ha sido nombrado secretario de Estado de EE UU (el equivalente de un ministro de Asuntos Exteriores).
El gobierno chino desarrolla una campaña sostenida para aislar diplomáticamente a Taipei, utilizando tanto el palo (amenazas de sanciones económicas) como la zanahoria (promesa de inversiones). Últimamente, Burkina Faso y la República Dominicana han anunciado la ruptura de sus relaciones diplomáticas con Taiwán. Suazilandia es el único país africano que las mantiene, y en todo el mundo no son más de 18 Estados los que lo hacen, entre ellos el Vaticano, países del Pacífico y de América Latina (Honduras, Guatemala o Kiribati). Además, en marzo Pekín anunció 31 medidas para conceder a los taiwaneses que se instalen en China un estatuto y unas ventajas similares a las de los chinos del continente. Esta iniciativa ha provocado airadas reacciones en Taipei, donde el gobierno estudia sus propias contramedidas para frenar la fuga de cerebros.
Xi Jinping adopta actualmente medidas sin precedentes contra Taipei. Por ejemplo, las compañías aéreas que indican Taiwán –como si se tratara de un país– en la lista de sus destinos han sido amenazadas con la prohibición de penetrar en el espacio chino (la australiana Quantas ha cedido). El 23 de abril, China llevó a cabo las maniobras navales más amplias de su historia[2] con el Liaoning, su segundo portaviones (el primero de fabricación china) en el estrecho de Formosa, un gesto espectacular “para proteger la soberanía y la integridad territorial” de la patria. Taiwán también ha realizado sus propios ejercicios militares a lo largo de su costa oriental, presenciadas por su presidenta Tsai Ing-wen: “Tenemos plena confianza y estamos decididos a defender a nuestro país y nuestra democracia”, tuiteó ella, sin dejar de precisar ante la prensa que no había que ver en ello una respuesta a las maniobras de la República Popular.
Washington se propone hacer lo mismo, dando así garantías a la República de China de que la protegerá. Si lo hace, esta zona se convertirá en un foco de tensión militar permanente entre las dos potencias, con todos los riesgos de accidente que encierra. A diferencia de la crisis coreana, en este caso el enfrentamiento es directo. Ahora bien, Xi Jinping no puede aceptar una solución de compromiso en esta cuestión. El fundamento ideológico de su poder es el nacionalismo de gran potencia, que incluye la invocación del carácter sagrado de la integridad territorial de la China una, sin olvidar que la isla de Formosa se halla en el centro del espacio estratégico marítimo cuyo control le parece vital.
Hong Kong
Taiwán es un país de hecho independiente, no así Hong Kong, pero de todos modos el principio de una sola China es uno de los aspectos de la crisis por la que atraviesa el territorio. Antigua colonia británica, en 1997 fue retrocedida por el Reino Unido a China. Así paso a convertirse (como Macao) en una Región Administrativa Especial (RAE). La declaración conjunta preveía que durante 50 años, por lo menos, Hong Kong gozaría de un estatuto especial conforme a la fórmula de un país, dos sistemas. De acuerdo con la Declaración común, Hong Kong no puede tener una política independiente en materia de Defensa y Asuntos Exteriores, pero el sistema económico y jurídico debe permanecer igual, además de otras muchas particularidades: conducción por la izquierda, selección propia en torneos internacionales, dominio de internet propio, etc. Deng Xiaoping pensó probablemente que en 50 años por lo menos los “dos sistemas” se fundirían sin mayores escollos, una vez la República Popular hubiera completado su mutación capitalista. El problema es que el capitalismo a la Xi no es el que imaginara Deng.
Con motivo del vigésimo aniversario de la retrocesión, Xi hizo saber, por boca del ministerio chino de Asuntos Exteriores, que la Declaración sinobritánica de 1984, que sentó las bases de la retrocesión de 1997, ya no era “pertinente”. Para Pekín no era más que un “documento histórico” carente de “toda significación concreta” ’y “de toda fuerza obligatoria”.[3] De acuerdo con la voluntad de Xi, en el futuro se aplicarán en Hong Kong las leyes chinas. Una perspectiva que choca con fuertes resistencias entre la población de Hong Kong, cuyos derechos ciudadanos y políticos (pluripartidismo, independencia de la justicia o de los sindicatos…). Estas resistencias no solo han de atribuirse a la izquierda, sino también a la derecha (xenofobia contra la “inmigración china” venida del continente).
Xi Jinping ha advertido contra todo atentado “inadmisible” a su autoridad, apelando a la seguridad nacional: “Todo intento de cuestionar la soberanía y la seguridad de China, de desafiar al poder del gobierno central y la autoridad de la ley fundamental de la región administrativa especial de Hong Kong o de servirse de Hong Kong para llevar a cabo actividades de infiltración y de sabotaje contra el continente constituye un acto que transgrede la línea roja”. Son expresiones contundentes que hasta ahora no había utilizado nunca.[4] Las acusaciones de “infiltración” y de “sabotaje” también se esgrimen frente a Taiwán.
En Hong Kong existen asociaciones de defensa de la condición obrera y de los derechos de los trabajadores y trabajadoras, de allí y también del continente, y en la ciudad tienen su sede redes que impulsan actividades de solidaridad regional. Ahora la represión política se hace sentir: Edward Leung, de 27 años, figura destacada del independentismo (un posicionamiento muy contestado en la izquierda) acaba de ser condenado a seis años de cárcel. Una sola China significa en este caso que no se tolerará ni la idea de la independencia ni el estado de autonomía anterior. Muchas libertades están en el alero, sin que el mundo de los negocios ni las multinacionales establecidas en el territorio se sientan concernidas, por supuesto.
Pekín y la crisis coreana
Desde un punto de vista general, Corea del Sur es mucho más importante para China que Corea del Norte, y no solo en el plano económico. No obstante, la suerte del régimen norcoreano tendrá implicaciones considerables. Si desaparece, el ejército estadounidense podría campar justo al otro lado de la frontera china, una perspectiva que sin duda es inaceptable para Pekín. El resultado de las negociaciones emprendidas el 12 de junio de 2018 en Singapur tendrá consecuencias estratégicas para Pekín. En el momento álgido de la crisis, en 2016-2017, el gobierno de Xi no fue capaz de tomar iniciativas significativas, por mucho que siempre pudiera modular en función de sus intereses las sanciones de la ONU contra Pyongyang (a favor de las cuales ha votado), lo que no es poco.
La partida se ha jugado a tres bandas: las dos Coreas y EE UU, sin China, Rusia ni Japón. A partir de enero de 2018, Pyongyang y Seúl han llevado el mando de la operación, más que Washington. El contenido del comunicado común Kim-Trump del 12 de junio de 2018 así lo atestigua. Los halcones del gobierno de EE UU deseaban una rendición rápida y sin condiciones. El proceso de negociación iniciado en Singapur va a ser largo, como quería Pyongyang, poniendo en el horizonte un acuerdo de paz y ya no un cambio de régimen puro y duro.
El futuro de las conversaciones depende de una multitud de factores y resulta aleatorio, pero no se trata de un remake de las negociaciones anteriores.[5] En Corea del Norte ha nacido una elite social con el desarrollo tolerado de una economía de mercado; la idea de una transición capitalista al estilo chino no es descabellada. En Corea del Sur, la extrema derecha ha quedado marginada. Ambos regímenes coinciden en abrir un proceso de aproximación progresiva, rechazando la brutalidad del modelo alemán. Ya no es cuestión del todo (la reunificación) o nada (el estado de guerra). A su vez, Washington puede negociar, no en vano se ha reafirmado la hegemonía militar de EE UU en el Pacífico Norte.
Esta situación permite a China volver a intervenir en el juego diplomático coreano; es una buena noticia para Xi Jinping. ¿Distensión en la península coreana, tensión en torno a Taiwán? ¿Durante cuánto tiempo podrán Washington y Pekín alentar al mismo tiempo el frío y el calor en la región?
II. La marcha al Oeste
El proyecto de nuevas Rutas de la Seda se presentó en 2005, pero no ha comenzado a ponerse en práctica más que recientemente, y por tanto es demasiado pronto para valorar hasta qué punto se va a llevar a cabo realmente. Es un proyecto sumamente ambicioso. La vía terrestre (la Ruta) comunicará China con Europa a través de Asia continental. La vía marítima (el Cinturón) parte del sudeste asiático para llegar hasta el este de África y el Magreb. Seis corredores regionales permitirán vincular a más países a estos dos ejes principales.[6]
Se trata, en primer lugar, de desarrollar de un modo coherente un conjunto de infraestructuras, de multiplicar las inversiones, de abrir mercados a sectores industriales que experimentan sobreproducción en el plano nacional (cemento, acero) y de emplear una mano de obra sobrante (utilizada en obras de construcción en el mundo entero), de abrir y mejorar las vías de comunicación, así como de reforzar la influencia política y cultural de la potencia china (incluso en el ámbito social, con la construcción de hospitales y escuelas). A fin de cuentas, la ambición es contribuir a hacer de China un polo de referencia civilizatorio mundial, alternativo a EE UU.
Las consideraciones geoeconómicas y geoestratégicas están en la base de esta política de expansión multidimensional. Para Pekín se trata de asegurar sus abastecimientos de materias primas y de reducir el coste del transporte, como ilustra, con respecto a los productos petroleros de Oriente Medio, la construcción del gigantesco puerto chino-paquistaní de Gwadar; de penetrar mejor en mercados dominados, según el lugar, por Japón o Corea del Sur, por Rusia o por EE UU; de multiplicar las pasarelas que permitan evitar el estrecho de Malaca, que podría quedar bloqueado en unas situación de crisis aguda con Washington, pasando por Bangladesh, Birmania o Pakistán… Las inversiones abarcan todos los sectores (del turismo a la minería, de la electrónica a la energía solar), la creación de polígonos industriales y zonas portuarias, grandes obras públicas (vías de ferrocarril, puentes, túneles, presas) o equipamientos energéticos (oleoductos y gasoductos, centrales eléctricas, campos eólicos…).
Desde el punto de vista financiero, el proyecto costaría 800.000 millones de euros, que se reunirían gracias a la creación del Nuevo Banco de Desarrollo, del Fondo de la Ruta de la Seda y del Banco Asiático de Inversión en Infraestructuras (BAII). China echa la mano al bolsillo para contribuir al proyecto, pero no deja de invitar a otros países a invertir en el mismo. A pesar de la oposición declarada de EE UU, países como Alemania, Australia, Francia y el Reino Unido, en particular, han respondido positivamente al llamamiento. Los países ricos no quieren perderse el pastel, y los países pobres no tienen más remedio que participar, pues para ellos es una ocasión única para iniciar su desarrollo (aunque sea a riesgo de la subordinación).
Si se incluyen los corredores laterales, son nada menos que unos 70 países los abarcados por este proyecto. Después de haber invertido en todos ellos, ante el aumento de las tensiones con EE UU, Pekín trata ahora ante todo de consolidar su influencia en su periferia asiática, consagrando a esta región la mitad de sus préstamos concedidos en el marco del proyecto. China es el primer socio comercial de la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático (Asean). Su influencia es preponderante en Laos y Camboya, considerable en la cuenca del Mekong, incluida Tailandia, donde se construye la línea de ferrocarril que va de Kunming (en la provincia de Yunan) a Singapur. Y controla efectivamente un número creciente de puertos en Birmania, Bangladesh, Sri Lanka, Pakistán, Maldivas, Omán…
Más allá, está previsto que la nueva Ruta de la Seda llegue, en Europa occidental, hasta Venecia y Rotterdam; se llevan a cabo adquisiciones e implantaciones hasta en Francia, Gran Bretaña, Suiza, Italia, Portugal o Grecia (¡el puerto del Pireo!)… Un tren de mercancías que parte de Yiwu, situada al sur de Shanghái, recorre más de 12.000 kilómetros para enlazar directamente China con 32 ciudades europeas, entre ellas Londres, Madrid, Kavala (Finlandia), Duisburgo (Alemania) y Lyon (Francia). Es más barato que el avión y más rápido que el barco…
En la mayoría de países de Europa Oriental ya se han realizado, o se están negociando, grandes inversiones. En Asia central, la ruta terrestre pasa por Kazajistán, Turkmenistán, Uzbekistán y Azerbaiyán. Una asociación, lanzada en 2012, no deja de reforzarse: el Formato 16 + 1 entre China y 16 países de Europa Central y Oriental: Estonia, Letonia, Lituania, Polonia, República Checa, Eslovaquia, Hungría, Rumanía, Bulgaria, Eslovenia, Croacia, Serbia, Bosnia y Herzegovina, Montenegro, Albania y Macedonia. En Oriente Medio y África del Norte, el cinturón conduce a Yibuti, Etiopía, Egipto, Argelia y Marruecos; actualmente se negocian acuerdos reforzados con el Irán sometido al embargo estadounidense. En noviembre de 2017 se firmó un acuerdo entre China y Panamá, el último adherente a este proyecto de Ruta de la Seda, creando formalmente el tercer ramal marítimo de esta iniciativa.
Semejante esfuerzo de expansión mundial concentrado en un periodo de tiempo tan limitado no tiene precedentes. Su coste social, cultural y ecológico será, como es de temer, considerable, al igual que los riesgos económicos y financieros, agravados por los avatares políticos: posibles cambios de alianzas de gobiernos nacionales, operaciones emprendidas en zonas de conflicto como los aledaños del Himalaya (desde Cachemira hasta Arunachal Pradesh) u Oriente Medio, contraofensiva de potencias competidoras (como en Birmania). El caso del puerto de Gwadar es emblemático. Se halla en la costa de Beluchistán, en el sudoeste de Pakistán, donde tiene lugar una lucha independentista en la que se interfieren varios Estados (India, Afganistán…). El ejército paquistaní es incapaz de proteger eficazmente sus propios cuarteles de los ataques talibanes; por mucho que su influencia acabe siendo preponderante en Pakistán, Pekín no puede confiar en un Estado fallido para garantizar la seguridad de sus inversiones estratégicas…
III. La potencia mundial
Se considera que el ejército chino es el segundo más poderoso del mundo, si bien este juicio se basa en gran medida en datos cuantitativos. La experiencia real de su personal y su material es muy limitada. Países imperialistas menores, como Francia, pueden disponer de un bagaje (operaciones de infiltración y de comandos) o de tecnologías punteras (como el buque de proyección y mando de la clase Mistral) que China no tiene. En gran medida la suplanta Rusia en cuanto a la flota estratégica oceánica de submarinos (que no es fácil poner en práctica)…
Despliegue militar
No obstante, habiendo partido de cero, el dispositivo militar internacional de China progresa a un ritmo acelerado. Su capacidad naval se refuerza continuamente. Pekín multiplica los acuerdos por los que se autoriza a sus buques de guerra a atracar en puertos extranjeros (a efectos de avituallamiento, reparación, etc.). Participa de modo importante en operaciones de mantenimiento de la paz de la ONU con 35.000 soldados (cifra de 2015), que constituye un despliegue blando. Lleva a cabo sus propias maniobras de evacuación de sus nacionales en zonas de crisis (como en Yemen).
La guinda de esta expansión militar es evidentemente la base de Yibuti, concebida para recibir a 10.000 soldados. Pekín ha obtenido este contrato a cambio de financiar la construcción de una zona franca industrial y de una línea ferroviaria que comunica el puerto internacional de Doraleh con Adis Adeba, la capital etíope. La importancia estratégica de Yibuti es considerable (razón por la cual este territorio alberga asimismo una base estadounidense y otra francesa). Se halla junto a una de las rutas marítimas más frecuentadas del mundo y constituye una plataforma comercial para favorecer la penetración de los productos chinos en el África subsaheliana, en Oriente Medio y en África del Norte. Dicen que se está planificando la implantación de 18 bases militares chinas en el extranjero.
Conflictos de influencia
La expansión mundial de China hace que compita de forma directa, en sus respectivas zonas de influencia, con todas las potencias existentes: Rusia en Asia Central y en Bielorrusia, India en el sur de Asia, EE UU en América Latina, los europeos en su propia casa y todo el mundo en África.
Ártico: China busca los medios para participar en la apertura de las vías polares, que son accesibles debido al cambio climático, y a la explotación de recursos hasta ahora inaccesibles.
África: China se ha puesto a la cabeza de la competición general por el control de las riquezas africanas (especialmente en el Congo), hasta el punto de que hoy ya se habla de la Chináfrica imitando la conocida Françafrique, aunque con una diferencia de calado: su influencia no se limita a una zona de influencia tradicional, como es el caso de Francia.
Asia Central: Moscú y Pekín pueden hacer frente común contra EE UU o la Unión Europea. La Organización de Cooperación de Shanghái (OCS), fundada en 2001, ofrece un marco permanente de alianza en materia de seguridad, influyente en Asia Central, en Afganistán y en Oriente Medio. Así, el pasado 8 de junio tuvo lugar una cumbre entre Moscú, Pekín y Teherán. Sin embargo, a medida que la penetración china avance hacia la periferia rusa, el conflicto latente se tornará estructural. Hoy se concreta en particular en torno a la construcción de oleoductos y gasoductos, y por tanto en torno al control de las riquezas petroleras de la región.
Región indopacífica: Aparecen nuevas alianzas para contrarrestar el ascenso de China, como el Quad (por Quadrilateral Security Dialogue), creado en noviembre 2017 por EE UU, Australia, Japón e India y que abarca un teatro de operaciones indopacífico (superponiéndose al teatro de operaciones del Pacífico Norte).
América Latina: Es probable que China no se plantee conseguir en América Latina una hegemonía similar a la que pretende en África o en gran parte de Asia. Sin embargo, desde mediados de la década de 2000 aspira a lograr objetivos muy importantes de orden:
• político: consolidar su influencia global, ser una vía de recurso (oferta de financiación) frente a la hegemonía de EE UU, aislar diplomáticamente a Taiwán, integrarse en los organismos multilaterales –China tiene (como muchos otros países) un estatuto de observadora en la Organización de Estados Americanos (OEA) y es miembro del Banco Interamericano de Desarrollo–...
• geoeconómico: extender por todo el mundo su control de los recursos minerales, energéticos o agrícolas, encontrar nuevos mercados para sus productos industriales, invertir en infraestructuras… El caso de Bolivia es en este sentido ilustrativo: China ha instalado recientemente una central hidroeléctrica en la provincia de Cochabamba. Además, participa en la construcción de factorías de azúcar, minas de potasio, siderurgias, carreteras, así como en la modernización del sistema de seguridad pública y de las telecomunicaciones. Codicia una de las mayores reservas de litio del mundo.
• geoestratégico: cuando se presenta la ocasión, China enarbola la bandera también en este continente, como cuando envió un contingente a Haití en el marco de las operaciones de la ONU. Ha adquirido una base extraterritorial en la Patagonia (Argentina) cuyo objetivo oficial (y real) consiste en preparar el envío de un módulo que se posará sobre la cara oculta de la Luna; gestionado por el ejército, permitirá sobre todo a Pekín vigilar el hemisferio sur, una valiosa primicia.
China es actualmente el principal socio comercial de las mayores economías de Sudamérica: Argentina, Brasil, Chile, Perú y Venezuela. Estos países exportan a China principalmente materias primas como cobre, mineral de hierro, aceite, soja y petróleo. A menudo les concede un crédito casi ilimitado para la importación de mercancías chinas. Uno de los proyectos más grandes en curso (de 50.000 millones de dólares) lo constituye la construcción en Nicaragua, por parte de una empresa china, de un nuevo canal interoceánico que competirá directamente con el de Panamá, en cuyo entorno han invertido numerosas empresas estadounidenses (infraestructuras portuarias etc.).
Signo de los tiempos, el secretario de Estado de EE UU, Rex Tillerson, aconsejó en febrero de 2018 a los países de América Latina que evitaran depender excesivamente de las relaciones comerciales con China, afirmando que la región no tenía necesidad de ponerse en manos de un nuevo imperio (como si el imperio estadounidense, en cambio, se diera por sentado).
Bazas chinas en la guerra económica
Trump prefiere el bilateralismo (que espera que favorezca en cada caso a EE UU) en vez del multilateralismo (que implica la negociación de reglas comunes entre poderosos). Puede vaciar de contenido los marcos de colectivización interimperialistas o reducir su efectividad. Puede retar a otros a un pulso, incluso lanzar guerras comerciales, adoptar medidas proteccionistas y suscitar otras de respuesta (por parte de la UE o de China). No obstante, choca con un problema de calibre: la globalización capitalista, la organización mundial de cadenas de producción y de valor y la financiarización son un hecho, no meramente una política. Un hecho en el que se ha integrado gran parte de la economía estadounidense.
China tiene sus propias contradicciones, pero en este contexto cuenta especialmente con dos bazas: su modo de expansión internacional a la antigua, pilotada por el Estado, y la gran importancia que tiene su economía para los demás. Que a un país le cierren las puertas del nuevo Imperio del Centro tendría consecuencias desastrosas, y Xi Jinping puede cerrarlas efectivamente.
Claro que no por ello China deja de estar inmersa en el mundo capitalista tal como es y las fortunas chinas han saboreado alegremente las delicias de la especulación y de los paraísos fiscales; numerosas familias chinas de alto standing se establecen en países occidentales (incluso adquiriendo la nacionalidad de los mismos, renegando un poco del patriotismo). Xi Jinping responde a estas derivas reforzando su control sobre todas las palancas de que puede disponer, incluida la determinación del tipo de cambio del yuan o la implantación de un sistema de vigilancia y de control social masivo que abarca también a las empresas extranjeras, y no solo a los nacionales… Pekín cuenta por tanto con importantes medios de respuesta en los conflictos comerciales en curso.
La primera manga del enfrentamiento comercial entre Trump y Xi parece haber favorecido, en mayo, a China,[7] pues las concesiones de esta última fueron muy modestas. Desde entonces, Pekín no hace sino responder ostensiblemente, por el mismo importe, a las medidas adoptadas por Washington, y utiliza sus relaciones con las bases electorales del presidente de EE UU. En particular, Xi ha estrechado lazos personales con los productores de soja de Iowa, cuyas exportaciones se ven afectadas por las medidas de respuesta chinas. La UE también trata de definir instrumentos de defensa comercial que le permitan hacer frente al dúmping de los productos chinos.
China sigue dependiendo de importaciones masivas de componentes electrónicos. La empresa de telefonía ZTE ha tenido que suspender la fabricación de líneas de productos después de haber sido sancionada por Washington por haber burlado embargos contra Irán y Corea del Norte. Sin embargo, Pekín importa chips de Japón, Taiwán y Corea del Sur, no solo de EE UU. La dirección prevé hacer todo lo posible por reducir su persistente retraso en materia de alta tecnología (no se sabe con qué éxito). Ha declarado estratégicos una veintena de sectores punteros, empezando por la inteligencia artificial y los semiconductores, pero que incluye también la robótica, los materiales avanzados y la farmacia. El número de patentes internacionales solicitadas por China no deja de aumentar. La competición en este terreno será probablemente más decisiva que la manipulación de los derechos de aduana.
Incertidumbres, riesgos financieros y políticos: ¿una fase de consolidación?
Después de un periodo de gran despliegue, a diestro y siniestro, del capitalismo chino, la dirección de Xi Jinping parece tener necesidad de hacer un alto en el camino y redefinir las prioridades. La adquisición bulímica de empresas extranjeras ha encubierto operaciones de especulación financiera. Para asegurarse el acceso a préstamos preferentes, hay inversores que se han inscrito indebidamente en el programa de Rutas de la Seda (un parque temático en Indonesia, une fábrica de cerveza en la República Checa…). Hay centros de decisión administrativos que se han autonomizado. Los riesgos financieros no se han evaluado seriamente en muchos casos. Encima, la situación internacional evoluciona rápidamente y el factor Trump hace que aumente la incertidumbre. Frente al aumento de la influencia china, en un número creciente de países se manifiestan resistencias sociales y políticas.
Venezuela es un ejemplo de los peligros a que puede verse enfrentada Pekín.[8] Las relaciones entre ambos países se desarrollaron rápidamente en la época de Chávez, cuando las inversiones y los préstamos chinos pasaron a ser los más importantes de toda América Latina. Aquellos acuerdos se centraron en gran medida y se amparaban en la garantía de la producción de petróleo. Al liberarse de la dependencia de EE UU, Venezuela se endeudó masivamente con China. Después vinieron la caída del precio del petróleo, la crisis del régimen venezolano y la amenaza de impago de la deuda.
Los acuerdos entre China y Venezuela nunca han redundado en beneficio de ambos países, pero ahora pueden acabar redundando en detrimento de ambos. Pekín ha suspendido importantes inversiones, ha reducido sus préstamos y son numerosos los trabajadores chinos que vuelven a su país (habían llegado a ser 400.000). Siendo el principal acreedor, muy por delante de Rusia, China podría exigir un día el control de la producción petrolera. Si no lo ha hecho, es probablemente por razones políticas, no en vano arriesga muchísimo en caso de caída del régimen. El caso es que no ha mostrado tanta paciencia con otros países.
En Sri Lanka, en 2017, China obtuvo la concesión durante 99 años para la explotación del puerto de Hambantota, tras la incapacidad del país deudor de devolver un préstamo contratado de mil millones de dólares, cosa que la población local percibe como una verdadera merma de la soberanía nacional. Las concesiones de 99 años se convierten en una cuestión política muy sensible, como es el caso de Nicaragua, donde la concesión otorgada a China para la construcción del canal interoceánico, con un coste económico y social desorbitado, nutre la amplia movilización popular contra el régimen de Ortega. Este proyecto anuncia la destrucción de muchísimas comunidades rurales; también aquí se percibe como una dejación de soberanía nacional.
Los días 9 y 10 de junio tuvieron lugar grandes manifestaciones en Vietnam contra dos proyectos gubernamentales:[9] una ley liberticida sobre la ciberseguridad y la creación de una zona económica especial en beneficio de China. Entre las principales consignas figuraba esta: “No ceder tierra a China ni por un día”. Ha habido ya muchas movilizaciones populares en Asia contra el dúmping de los productos chinos (Tailandia, etc.), la compra de tierras y minas, la expropiación de tierras de cultivo para crear zonas industriales o de zonas montañosas en beneficio de grupos industriales forestales o mineros (Filipinas, etc.). ¿Qué impacto político tendrán estas movilizaciones en regímenes favorables a Pekín (la junta militar tailandesa, el presidente Duterte, la dictadura de Hun Sen en Camboya…)?
Es probable que Pekín no se inquiete demasiado actualmente (salvo tal vez en Nicaragua, donde está en entredicho el futuro del régimen), pero la cosa cambia con respecto a la incertidumbre geopolítica o las dificultades de la economía nacional, como la increíble burbuja inmobiliaria, un mercado bursátil con grandes vaivenes y un sector bancario paralelo que crece rápidamente. La situación social en China está controlada, a pesar de la proliferación de conflictos salariales y locales. El modo de gobernanza hipercentralizado de la dirección Xi resulta hoy por hoy útil, pero el día de mañana puede convertirse en un obstáculo.
El acceso de China al puesto de segunda potencia mundial es un hecho. Sin embargo, no se pueden proyectar simplemente las tendencias recientes al futuro. La geopolítica china se halla en una fase de adaptación llena de incertidumbres y no simplemente de consolidación y expansión lineal.
Notas
[1] https://www.theguardian.com/commentisfree/2018/jun/27/china-not-tolerate-trump-military-muscle-south-china-sea
[2] 48 buques, 76 aviones y más de 10.000 soldados.
[3] ESSF (artículo 41487), Vingt ans après la rétrocession, Xi Jinping met en garde les démocrates de Hongkong.
[4] https://www.lesechos.fr/03/07/2017/LesEchos/22478-056-ECH_pekin-met-en-garde-les-jeunes-de-hong-kong.htm#t8TTsIu7aMeJhXFj.99
[5] ESSF (article 44871), Péninsule coréenne: Un fragile espoir de paix après la rencontre Kim-Trump.
[6] Laure Siegel, ESSF (article 44781), Un réseau connecté sur trois continents: avec la route de la soie, la China veut conquérir l’économie monde.
[7] ESSF (artículo 44480), Négociations: les Chinois gagnants de l’armistice commercial avec Trump.
[8] ESSF (artículo 43551), Chinese lending and the Venezuelan crisis – Limits and problems of Beijing’s expansion plans.
[9] ESSF (artículo 44945), Mass protests sweep Vietnam for the first time in decades against cyber security bill and the creation of new special economic zones.
Fuente: http://www.europe-solidaire.org/spip.php?article45040
Traducción: viento sur 

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