Las estrechas relaciones de Estados Unidos con el Tercer Reich
En 2012 se distribuyó “Pactos con el diablo”, un documental de
casi una hora de duración (*) que investiga las relaciones entre Estados
Unidos y el régimen nazi de Hitler durante la Segunda Guerra Mundial,
la implicación de bancos e industrias estadounidenses, y dentro de este
período negro de la historia, el holocausto, que Estados Unidos conoce
desde su inicio.
Décadas después de la última Guerra Mundial, Fabrizio Calvi, periodista de investigación especializado en asuntos de delincuencia organizada y servicios secretos, investiga sobre aquellos que estaban al tanto de la existencia de campos de concentración antes de su descubrimiento para el gran público. Los documentos desclasificados por la CIA proporcionan elementos de respuesta, e indican que desde 1941 los aliados conocían la situación pero se negaron a divulgarla.
Las relaciones entre Estados Unidos y los nazis durante y después de la Segunda Guerra Mundial, ¿no han revelado a veces pactos con el diablo? Si, tratándose del uso de criminales de guerra durante los turbios juegos de la Guerra Fría. Si el silencio y la inacción significan complicidad, la ausencia de reacción de Estados Unidos ante el holocausto, que conocían desde los primeros momentos, supone también un pacto.
Este excepcional documental extrae sus fuentes del corazón de los archivos desclasificados por los estadounidenses. Fabrizio Calvi, especialista en historia de los servicios de inteligencia, desmonta los mecanismos de la conspiración de silencio que se establece alrededor de la destrucción de los judíos europeos, especialmente con ocasión de la Conferencia de Bermudas sobre los refugiados, en abril de 1943. Junto a Steeve Baumann, periodista y realizador, se sumergen en las 250.000 páginas de informes recién desclasificados por la CIA, el FBI y los servicios secretos del ejército norteamericano, abarcando un período que va de finales de los años 30 hasta el inicio de los 80. Los servicios secretos habrían establecido relaciones con los nazis.
El punto de partida de la investigación es el 8 de octubre de 1998. Bill Clinton firma en Washington la “Nazi War Crimes Disclosure Act” (Ley sobre la Revelación de Crímenes Nazis de Guerra). Tras años de presión, Estados Unidos acepta abrir sus archivos sobre la Segunda Guerra Mundial, pero también para un período mucho largo lo relacionado con los criminales de guerra. Un grupo de historiadores escruta los 8 millones de archivos. Fabricio Calvi y Steeve Baumann han seguido sus pasos, para revelarnos a su vez los secretos turbulentos que dormían desde hacia 80 años en las cajas de los archivos estadounidenses. Tres ejes principales se deducen de esta investigación.
En primer lugar, el período del holocausto. ¿Qué sabían los aliados de la preparación y la ejecución de la solución final? En segundo lugar, los bienes robados a los judíos; los banqueros y los nazis estadounidenses. En tercer lugar, el gran giro de la posguerra; testigos y protagonistas de ese giro de los espías nazis al servicio de sus nuevos jefes estadounidenses han sido hallados, y dan su testimonio. El entrelazamiento de estos nuevos documentos de archivo y de las palabras de los testigos aún vivos redescubren otro período negro de la historia.
Estados Unidos creó la maquinaria de guerra del Tercer Reich
Los enormes capitales estadounidenses que fueron transferidos hacia Alemania desde 1924 bajo la cobertura del Plan Dawes y del Plan Young constituyeron la base sobre la que Hitler iba a construir toda su maquinaria de guerra. Así lo expone el Dr. Anthony C. Sutton en “Wall Street y el ascenso de Hitler”. La aportación proporcionada a Alemania antes de 1940 por el capitalismo norteamericano que preparaba la guerra solo puede ser calificada de fenomenal. Fue sin duda alguna decisivo para la preparación militar de Alemania.
Las pruebas permiten comprender que la economía estadounidense era plenamente consciente de la naturaleza del nazismo, dispuesta a ayudarlo y sostenerlo financieramente por interés personal, plenamente consciente de que eso acabaría en una guerra en la que estarían implicados Europa y Estados Unidos...
Dados los hechos, es imposible alegar ignorancia. Las pruebas establecidas cuidadosamente, que prueban que los ambientes financieros e industriales estadounidenses estaban ampliamente implicados en el ascenso del Tercer Reich son ahora accesibles al público. Se las puede encontrar en los informes y resúmenes sobre las sesiones del gobierno publicadas entre 1928 y 1948 por las diferentes comisiones del Senado y del Congreso estadounidenses.
Una parte de esta historia irrefutable la desvela el historiador G. Edgard Griffin. “Los años anteriores a la Segunda Guerra Mundial vieron nacer un ‘cártel’ internacional que tenía su sede central en Alemania. Era una fuerza política y económica potente”.
Ese grupo de empresas se llamaba I.G. Farben. En 1928 había desarrollado un método para obtener gasolina a partir de carbón y firmó en 1939 un contrato de licencia con la Standard Oil de Rockefeller. Este último dio a I.G. Farben 546.000 acciones ordinarias por un valor de más de 30 millones de dólares. Mas tarde, I.G. Farben construiría refinerías al lado de los campos de concentración. Los prisioneros fueron obligados a trabajar como forzados, produciendo el mismo gas que luego se usaba en las cámaras. El grupo I.G. Farben, que alcanzó acuerdos de cártel con 2.000 sociedades en todo el mundo, entre ellas Ford Motor Co., Alcoa, General Motors, Texaco y Procter and Gamble, por citar algunas, estaba controlado por los Rotschild, e inyectaba enormes sumas de dinero en la economía alemana, especialmente a los futuros SS.
Más de 100 empresas norteamericanas fueron partícipes en la construcción de la maquinaria de guerra alemana. Entre otras la General Motors, la ITT, Ford, Internacional Harvester, Bayer, Standard Oil, la fundación Rockefeller, etc. Los inversores no preveían negocios a corto plazo, ya que el contrato entre estas firmas y el gobierno alemán estipulaba que no tenían el derecho de sacar de Alemania ni un solo penique (una fracción del marco alemán). A todas luces, esto era algo preparado hasta los menores detalles. Sin embargo, solamente los iniciados estaban al corriente.
Décadas después de la última Guerra Mundial, Fabrizio Calvi, periodista de investigación especializado en asuntos de delincuencia organizada y servicios secretos, investiga sobre aquellos que estaban al tanto de la existencia de campos de concentración antes de su descubrimiento para el gran público. Los documentos desclasificados por la CIA proporcionan elementos de respuesta, e indican que desde 1941 los aliados conocían la situación pero se negaron a divulgarla.
Las relaciones entre Estados Unidos y los nazis durante y después de la Segunda Guerra Mundial, ¿no han revelado a veces pactos con el diablo? Si, tratándose del uso de criminales de guerra durante los turbios juegos de la Guerra Fría. Si el silencio y la inacción significan complicidad, la ausencia de reacción de Estados Unidos ante el holocausto, que conocían desde los primeros momentos, supone también un pacto.
Este excepcional documental extrae sus fuentes del corazón de los archivos desclasificados por los estadounidenses. Fabrizio Calvi, especialista en historia de los servicios de inteligencia, desmonta los mecanismos de la conspiración de silencio que se establece alrededor de la destrucción de los judíos europeos, especialmente con ocasión de la Conferencia de Bermudas sobre los refugiados, en abril de 1943. Junto a Steeve Baumann, periodista y realizador, se sumergen en las 250.000 páginas de informes recién desclasificados por la CIA, el FBI y los servicios secretos del ejército norteamericano, abarcando un período que va de finales de los años 30 hasta el inicio de los 80. Los servicios secretos habrían establecido relaciones con los nazis.
El punto de partida de la investigación es el 8 de octubre de 1998. Bill Clinton firma en Washington la “Nazi War Crimes Disclosure Act” (Ley sobre la Revelación de Crímenes Nazis de Guerra). Tras años de presión, Estados Unidos acepta abrir sus archivos sobre la Segunda Guerra Mundial, pero también para un período mucho largo lo relacionado con los criminales de guerra. Un grupo de historiadores escruta los 8 millones de archivos. Fabricio Calvi y Steeve Baumann han seguido sus pasos, para revelarnos a su vez los secretos turbulentos que dormían desde hacia 80 años en las cajas de los archivos estadounidenses. Tres ejes principales se deducen de esta investigación.
En primer lugar, el período del holocausto. ¿Qué sabían los aliados de la preparación y la ejecución de la solución final? En segundo lugar, los bienes robados a los judíos; los banqueros y los nazis estadounidenses. En tercer lugar, el gran giro de la posguerra; testigos y protagonistas de ese giro de los espías nazis al servicio de sus nuevos jefes estadounidenses han sido hallados, y dan su testimonio. El entrelazamiento de estos nuevos documentos de archivo y de las palabras de los testigos aún vivos redescubren otro período negro de la historia.
Estados Unidos creó la maquinaria de guerra del Tercer Reich
Los enormes capitales estadounidenses que fueron transferidos hacia Alemania desde 1924 bajo la cobertura del Plan Dawes y del Plan Young constituyeron la base sobre la que Hitler iba a construir toda su maquinaria de guerra. Así lo expone el Dr. Anthony C. Sutton en “Wall Street y el ascenso de Hitler”. La aportación proporcionada a Alemania antes de 1940 por el capitalismo norteamericano que preparaba la guerra solo puede ser calificada de fenomenal. Fue sin duda alguna decisivo para la preparación militar de Alemania.
Las pruebas permiten comprender que la economía estadounidense era plenamente consciente de la naturaleza del nazismo, dispuesta a ayudarlo y sostenerlo financieramente por interés personal, plenamente consciente de que eso acabaría en una guerra en la que estarían implicados Europa y Estados Unidos...
Dados los hechos, es imposible alegar ignorancia. Las pruebas establecidas cuidadosamente, que prueban que los ambientes financieros e industriales estadounidenses estaban ampliamente implicados en el ascenso del Tercer Reich son ahora accesibles al público. Se las puede encontrar en los informes y resúmenes sobre las sesiones del gobierno publicadas entre 1928 y 1948 por las diferentes comisiones del Senado y del Congreso estadounidenses.
Una parte de esta historia irrefutable la desvela el historiador G. Edgard Griffin. “Los años anteriores a la Segunda Guerra Mundial vieron nacer un ‘cártel’ internacional que tenía su sede central en Alemania. Era una fuerza política y económica potente”.
Ese grupo de empresas se llamaba I.G. Farben. En 1928 había desarrollado un método para obtener gasolina a partir de carbón y firmó en 1939 un contrato de licencia con la Standard Oil de Rockefeller. Este último dio a I.G. Farben 546.000 acciones ordinarias por un valor de más de 30 millones de dólares. Mas tarde, I.G. Farben construiría refinerías al lado de los campos de concentración. Los prisioneros fueron obligados a trabajar como forzados, produciendo el mismo gas que luego se usaba en las cámaras. El grupo I.G. Farben, que alcanzó acuerdos de cártel con 2.000 sociedades en todo el mundo, entre ellas Ford Motor Co., Alcoa, General Motors, Texaco y Procter and Gamble, por citar algunas, estaba controlado por los Rotschild, e inyectaba enormes sumas de dinero en la economía alemana, especialmente a los futuros SS.
Más de 100 empresas norteamericanas fueron partícipes en la construcción de la maquinaria de guerra alemana. Entre otras la General Motors, la ITT, Ford, Internacional Harvester, Bayer, Standard Oil, la fundación Rockefeller, etc. Los inversores no preveían negocios a corto plazo, ya que el contrato entre estas firmas y el gobierno alemán estipulaba que no tenían el derecho de sacar de Alemania ni un solo penique (una fracción del marco alemán). A todas luces, esto era algo preparado hasta los menores detalles. Sin embargo, solamente los iniciados estaban al corriente.
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