Imperialismo cutural estadounidense
Por James Petras
El imperialismo cultural norteamericano tiene dos objetivos principales,
uno de carácter económico y otro político: capturar mercados para sus
mercancías culturales, y capturar y conformar la conciencia popular. La
exportación de mercancías culturales es una de las fuentes más
importantes de acumulación de capital y de beneficios mundiales para el
capitalismo norteamericano y ha desplazado a las exportaciones de bienes
manufacturados. En la esfera política, el imperialismo cultural
desempeña un papel importantísimo en el proceso de disociar a la
población de sus raíces culturales y de sus tradiciones de solidaridad,
sustituyéndolas por «necesidades» creadas por los medios de
comunicación, que cambian con cada campaña publicitaria. El efecto
político consiste en alienar a los pueblos de sus vínculos con sus
comunidades y clases tradicionales, atomizar y separar a los individuos
de los demás. El imperialismo cultural agudiza la segmentación de la
clase obrera y alienta a la población trabajadora a pensar en sí misma
como parte de una jerarquía, haciendo hincapié en las pequeñas
diferencias de estilo de vida con aquellos que están por debajo suyo,
más que en las grandes desigualdades que les separan de quienes están
por encima.
El imperialismo no puede ser entendido sencillamente como un sistema
económico-militar de control y explotación. La dominación cultural es
una dimensión integral para cualquier sistema basado en la explotación
mundial.
El imperialismo cultural puede definirse como la penetración y
dominación sistemáticas de la vida cultural de las clases populares por
parte de las clases gobernantes de Occidente, con vistas a reorientar
las escalas de valores, las conductas, instituciones e identidades de
los pueblos oprimidos para hacerlos concordar con los intereses de las
clases imperiales. El imperialismo cultural ha tomado formas
«Tradicionales» y modernas. En siglos pasados, la Iglesia, el sistema
educativo y las autoridades públicas desempeñaban un papel principal
inculcando a los pueblos nativos las ideas de sumisión y lealtad en
nombre de principios divinos o absolutistas. Mientras aún funcionaban
esos mecanismos «tradicionales» de imperialismo, las nuevas mediaciones
modernas, arraigadas en instituciones contemporáneas, se volvieron
crecientemente centrales para la dominación imperialista: los medios de
comunicación, la publicidad, los anunciantes y los personajes del mundo
del espectáculo e intelectuales seculares desempeñan hoy en día el
principal papel.
En el mundo contemporáneo, Hollywood, CNN y Disneylandia son muchos más
influyentes que El Vaticano, la Biblia o la retórica de relaciones
públicas de los políticos.
Nuevas características del colonialismo cultural
El colonialismo cultural convencional (CCC) se distingue de las prácticas del pasado en varios sentidos:
1. Se orienta a capturar audiencias masivas, y no sólo a la conversión de las élites.
2. Los medios de comunicación de masas, en particular la televisión,
invaden el hogar y funcionan desde «dentro» y «por debajo» tanto como
desde «fuera» y «por encima». El mensaje es doblemente alienante:
proyecta un estilo de vida imperialista y una atomizada serie burguesa
de problemas y situaciones.
3. El CCC es global por su alcance y la homogeneidad de su impacto: la
pretensión de universalidad sirve para mistificar los símbolos,
objetivos e intereses del poder imperial.
4. Los medios de comunicación masiva, como instrumentos del imperialismo
cultural, son hoy «privados» sólo en el sentido formal: la ausencia de
vínculos formales con el Estado brinda una cobertura legitimadora para
los medios privados que proyectan los intereses del Estado imperial como
«noticias» o «espectáculos».
5. El imperialismo cultural en la era de la «democracia» debe falsificar
la realidad en el país imperial para justificar la agresión,
convirtiendo a las víctimas en agresores y a los agresores en víctimas.
Por ejemplo, en Panamá, el Estado imperial norteamericano y los medios
de comunicación de masas proyectaron la imagen de aquel país como
amenaza de narcotráfico para la juventud de Estados Unidos, mientras se
arrojaban bombas sobre comunidades de la clase trabajadora panameña.
6. El control cultural absoluto es la contrapartida de la total
separación entre la brutalidad del capitalismo real existente y las
ilusorias promesas del mercado libre.
7. A fin de paralizar las respuestas colectivas, el colonialismo
cultural busca destruir las identidades nacionales. Para quebrar la
solidaridad promueve el culto de la «modernidad» como conformidad con
símbolos externos.
Mientras las armas imperiales desarticulan la sociedad civil, y los
bancos saquean la economía, los medios de comunicación imperiales
modelan individuos con fantasías escapistas de la miseria cotidiana.
Medios de comunicación de masas: propaganda y acumulación de capital
Los medios de comunicación de masas constituyen una de las principales
fuentes de salud y poder del capital norteamericano. Hoy, prácticamente
uno de cada cinco de entre los norteamericanos más ricos obtienen su
riqueza a través de sus intereses en medios de comunicación, desplazando
a otros sectores industriales.
Los medios de comunicación se han convertido en una parte integral del
sistema norteamericano de control político y social, y una de las
principales fuentes de obtención de superbeneficios. A medida que
aumentan los niveles de explotación, desigualdad y pobreza, los medios
de comunicación controlados por Estados Unidos actúan para convertir a
un público crítico en una masa pasiva. Las celebridades de los medios y
del espectáculo de masas se han vuelto importantes ingredientes en la
desviación de potenciales inquietudes políticas.
Existe una relación directa entre el incremento del número de aparatos
de televisión en América Latina, la reducción de ingresos y la
disminución de las luchas populares. Entre 1980 y 1990, el número de
televisores por habitante en América se incrementó en un 40%, mientras
que el promedio real de ingresos descendió en un 40%, y una multitud de
candidatos políticos neoliberales muy dependientes de las imágenes de
televisión conquistaron la presidencia. El incremento de la penetración
de los medios de comunicación de masas entre los sectores más pobres,
las crecientes inversiones y beneficios de las corporaciones
norteamericanas en medios de comunicación, y la omnipresente saturación
con mensajes que ofrecen a la población experiencias de consumo
individual y de aventuras, representativas de las clases medias-altas,
definen la actual fase de colonialismo cultural.
Mediante las imágenes televisivas se establece una falsa intimidad y una
vinculación imaginaria entre los individuos afortunados que aparecen en
los medios de comunicación y los empobrecidos espectadores de los
barrios periféricos. Estos enlaces ofrecen un canal a través del cual se
propaga el discurso de las soluciones individuales para problemas
privados. El mensaje es claro: se culpa a las víctimas de su propia
pobreza, haciendo recaer el éxito en los esfuerzo individuales.
Imperialismo y política del lenguaje
La estrategia del imperialismo cultural consiste en insensibilizar al
público para aceptar las matanzas masivas realizadas por los estados
occidentales como actividades de rutina diaria; por ejemplo, presentando
los bombardeos masivos sobre Irak en forma de videojuegos. Al poner
énfasis en la modernidad de las nuevas tecnologías bélicas los medios de
comunicación glorifican el poder alcanzado por la élite: la
tecno-guerra del Oeste. El imperialismo cultural promueve actualmente
reportajes «informativos» en los cuales las armas de destrucción masivas
se presentan con atributos humanos («bombas inteligentes») mientras que
las víctimas del Tercer Mundo son «agresores-terroristas» sin rostro.
La manipulación cultural global se sustenta en la corrupción del
lenguaje de la política. Una de las mayores «innovaciones» recientes del
imperialismo cultural es la apropiación del lenguaje de la izquierda y
su uso para racionalizar prácticas y políticas profundamente
reaccionarias. Esta es una política de «desinformación» que roba a la
izquierda el lenguaje y los conceptos que utiliza para atacar la
dominación de la clase capitalista.
Terrorismo cultural: la tiranía del liberalismo
El terrorismo cultural es responsable de la liquidación física de los
artistas y las actividades culturales locales. Proyecta nuevas imágenes
de «movilidad» y «libertad de expresión», destruyendo los antiguos
vínculos comunitarios. Los ataques contra las restricciones y
obligaciones tradicionales constituyen un mecanismo por el cual el
mercado y el Estado capitalista se convierten en el centro esencial de
poder exclusivo.
En nombre de la «auto-expresión», el imperialismo cultural oprime a las
poblaciones del Tercer Mundo que temen verse consideradas como
«tradicionales», seduciéndolas y manipulándolas mediante falsas imágenes
de «modernidad» sin clases. los pueblos del Tercer Mundo reciben
entretenimiento, coacciones y estímulos para ser «modernos»: para
rendirse ante lo moderno, para desechar sus confortables y tradicionales
prendas holgadas y reemplazarlas por inconvenientes vaqueros ajustados.
La norteamericanización y el mito de la «cultura internacional»
Se ha puesto de moda evocar términos como «globalización» e
«internacionalización» para justificar los ataques contra cualquiera de
las formas de solidaridad, comunidad y/o valores sociales. Bajo el
disfraz de «internacionalismo», Europa y Estados Unidos se han
convertido en los exportadores dominantes de formas culturales más
eficaces de despolitización y banalización de la existencia cotidiana.
Las imágenes de movilidad individual, de self-made person, el énfasis en
la «existencia autocentrada» (producido y distribuido masivamente por
la industria norteamericana de medios de comunicación) se han convertido
en importantes instrumentos de dominación del Tercer Mundo.
Las nuevas pautas culturales -predominio de lo privado sobre lo público,
de lo individual sobre lo social, del sensacionalismo y la violencia
sobre las luchas cotidianas y las realidades sociales- contribuyen a
inculcar con precisión valores egocéntricos y a socavar la acción
colectiva. Esta cultura de imágenes, de experiencias transitorias, de
conquista sexual, actúan contra la reflexión, el compromiso y los
sentimientos compartidos de afecto y solidaridad. La
norteamericanización de la cultura significa focalizar la atención
popular en celebridades, personalismo y chismorreos privados; y no en
profundidades sociales, en cuestiones económicas sustanciales, en la
condición humana.
La cultura que glorifica lo «provisional» refleja el desarraigo del
capitalismo norteamericano; su poder de contratar y despedir, de mover
capitales sin consideración alguna por las comunidades. El mito de la
«libertad de movimiento» refleja la incapacidad de la población para
establecer y consolidar sus raíces comunitarias antes las cambiantes
exigencias del capital. La cultura norteamericana glorifica las
relaciones fugaces e impersonales como «libertad» cuando en realidad
esas condiciones reflejan la anomia y subordinación burocrática de una
masa de individuos al poder del capital transnacional.
La nueva tiranía cultural está enraizada en el omnipresente, repetitivo y
simple discurso del mercado, de una cultura homogeneizada del consumo,
en un sistema electoral degradado. La nueva tiranía mediática se orienta
en paralelo a la jerarquización estatal y de las instituciones
económicas. El secreto del éxito de la penetración cultural
norteamericana es su capacidad para modelar fantasías para escapar de la
miseria. Los ingredientes esenciales del nuevo imperialismo cultural
sin la fusión de la comercialidad-sexualidad-conservadurismo, cada uno
de ellos presentado como expresiones idealizadas de las necesidades
privadas, de una autorrealización individual.
Impacto del imperialismo cultural
La violencia estatal de las décadas de 1970 y comienzos de 1980
produjeron un daño psicológico y desconfianza a gran escala y, respecto a
las iniciativas radicales, un sentimiento de impotencia ante las
autoridades establecidas, aun cuando estas mismas autoridades puedan ser
odiadas. El terror volcó a las gentes «hacia adentro», hacia ámbitos
privados. El «terrorismo económico» subsecuente, el cierre de fábricas,
la abolición de la protección legal del trabajador, el incremento del
trabajo temporal, la multiplicación de las empresas individuales muy mal
pagadas aumentaron la fragmentación de la clase trabajadora y de las
comunidades urbanas. En este contexto de fragmentación, recelo y
privatización, el mensaje cultural del imperialismo encuentra campos
fértiles para explorar sensibilidades de poblaciones vulnerables,
alentando y profundizando la alienación personal, las actividades
autocentradas y la competición individual por recursos siempre escasos.
El imperialismo cultural y los valores que promueve han desempeñado un
papel fundamental en prevenir que individuos explotados respondiesen
colectivamente a sus condiciones cada vez más deterioradas. La mayor
victoria del imperialismo no es sólo la obtención de beneficios
materiales, sino su conquista del espacio interior de la conciencia a
través de los medios de comunicación de masas. Allí donde sea posible un
resurgimiento de la política revolucionaria, éste deberá empezar por
abrir un frente de lucha no sólo contra las condiciones de explotación,
sino también contra la cultura que somete a sus víctimas.
Límites del imperialismo cultural
Contra las presiones omniscientes del colonialismo cultural está el
principio de realidad: la experiencia personal de miseria y explotación,
las realidades cotidianas que nunca podrán cambiar los medios de
comunicación escapistas. En la conciencia de las poblaciones existe una
lucha constante entre el demonio del escapismo individual (cultivado por
los medios imperialistas) y el conocimiento intuitivo de que la acción
colectiva y la responsabilidad es la única respuesta práctica.
La Coca Cola se convierte en un cóctel molotov; la promesa de opulencia
se convierte en una afrenta para aquellos que perpetuamente quedan
relegados. El empobrecimiento prolongado y la extendida decadencia
erosionan el encanto y el atractivo de las fantasías de los mass media.
Las falsas promesas del imperialismo cultural se convierten en objetos de amargas burlas.
En segundo término, los recursos del imperialismo cultural están
limitados por los perdurables vínculos de colectivos. Allí donde
perduren los vínculos de clase, etnia, de sexo, y donde son fuertes las
prácticas de acción colectiva, la influencia de los medios de
comunicación de masas es limitada o repelida.
En tercer lugar, desde el momento en que existen tradiciones y culturas
preexistentes, estas forman un «círculo cerrado» que integra prácticas
sociales y culturales orientadas hacia dentro y hacia abajo, no hacia
arriba y hacia afuera. Allí donde el trabajo, la comunidad y la clase
convergen con las tradiciones y prácticas culturales colectivas, el
imperialismo cultural retrocede y penetra el imperialismo militarizado.
La lucha cultural está arraigada en valores de autonomía, comunidad y
solidaridad, necesarios para crear una conciencia favorable a las
transformaciones sociales.
Por encima de todo, la nueva visión debe inspirar a la población porque
coincide con sus deseos no sólo de ser libre de la dominación, sino de
ser libre para crear una vida personal plena de sentido, constituida por
relaciones afectivas no instrumentales, que trasciendan el trabajo
cotidiano incluso cuando inspiren a la gente a continuar luchando. El
imperialismo cultural se alimenta de la novedad, de la manipulación
personal y transitoria, pero nunca de una visión de auténticos vínculos
profundos, basados en la honestidad personal, la igualdad entre sexos y
la solidaridad social.
Extraído del periódico «Madres de la Plaza de Mayo» (Argentina)
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