Geopolítica de la globalización: El fin del paradigma ilustrado y el horizonte multipolar (y II)
Si en la primera parte analizamos cómo la
apolaridad sirve en último término a los intereses globalistas en esta
segunda parte nos centraremos en estudiar la posibilidad de la
multipolaridad, única alternativa posible a la agenda mundialista y
postmoderna, poniendo especial énfasis en las circunstancias que podrían
favorecer su emergencia.
El gran defensor de la multipolaridad es A. Dugin
quien plantea un equilibrio multipolar basado en ‘bloques geopolíticos’ o
‘grandes regiones’ que serían en buena medida autónomas y autárquicas,
no dependiendo ya de una potencia exterior del tipo de las viejas
metrópolis coloniales y evitando así replicar el esquema de dependencia
centro-periferia sobre el que se ha edificado la hegemonía occidental
desde sus inicios. Estas grandes regiones habrían de poseer cierta
coherencia interna. Además por su propia naturaleza se equilibrarían
entre sí mutuamente de un modo mucho más dinámico y ágil que la
bipolaridad del pasado siglo.
A favor de la construcción de la multipolaridad
están los denominados BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica)
que poseen un gran potencial de desarrollo económico y demográfico.
Otros países a los que también beneficiaría la descentralización
favorecida por el escenario multipolar son México o Indonesia.
Algunos pasos dados hacia la multipolaridad,
todavía incipiente, en los últimos años son la ampliación del G-8 al
G-13 (que incluye a México pero excluye a Indonesia), la creación de la
Unión Económica Euroasiática (UEE) fundada en 2014 y que agrupa a 5
estados, o la Organización de Cooperación de Shanghái (OCS), una
organización fundada en 1996 y que en la actualidad agrupa a 8 países
entre ellos Rusia, China e India y que tiene como objetivos la
cooperación económica y cultural, el socorro mutuo y la lucha contra el
terrorismo y el extremismo.
También cabe citar la creación de instituciones
transnacionales de crédito independientes del FMI y el BM como por
ejemplo el Nuevo Banco de Desarrollo (NBD) en 2014, impulsado por los
BRICS y del Banco Asiático de Inversión (AIIB), que cuenta con 57 países
socios entre los cuales se cuenta España. Ambos son considerados
rivales directos del Banco Mundial (BM) debido a su capacidad de crédito
y a su influencia para dirigir las políticas de desarrollo a nivel
internacional.
La multipolaridad exige una nueva episteme civilizatoria.
Dugin ha señalado repetidamente los límites reales
de la multipolaridad, explicando cómo esta es una alternativa
radicalmente diferente (Dugin, Una revisión de las teorías básicas en las RRII)
a los órdenes geopolíticos propios de la modernidad. Desde su
perspectiva la multipolaridad no puede ser una nueva bipolaridad, ni
tampoco un nuevo multilateralismo. De igual forma, tampoco es compatible
con la unipolaridad ni con la apolaridad. Siendo esencialmente
diferente de todos estos escenarios es central destacar la relación
entre el orden geopolítico y la ecúmene civilizatoria en que este se
desarrolla.
Si asumimos que la modernidad sólida dio lugar a
un modelo geopolítico concreto sustentado básicamente en las teorías del
realismo geopolítico –el estado nación como único actor legítimo y
soberano del hecho político, competencia por los recursos entre estados
nación, reparto del mundo según las potencias coloniales, etc.-, es
fácil advertir que de la actual modernidad líquida emerge, en paralelo a
las transformaciones sociales y económicas que supone –globalización y
deslocalización-, un nuevo orden geopolítico. Y este orden que emana de
forma natural de la modernidad líquida no es otro que la apolaridad. Es
por ello que la teoría que mejor explica el estado actual es la teoría
del liberalismo geopolítico, ya que sus planteamientos trascienden el
concepto cerrado -sólido- de estado nación.
La conclusión que se obtiene de este análisis es
crucial a la hora de entender el marco de posibilidad en que puede
desarrollarse la multipolaridad y pensar las estrategias más adecuadas:
la multipolaridad no tiene cabida en el interior de la actual episteme
civilizatoria.
Podemos denominar a esta última ‘sociedad
líquida’, postmodernidad, postcapitalismo o incluso híper-modernidad, no
es excesivamente relevante la etiqueta que le pongamos, lo
verdaderamente decisivo es reconocerla por la forma socio-política que
adopta: la globalización y el mundialismo.
Sostenemos que no habrá tal multipolaridad si se
sigue actuando dentro del marco civilizatorio actual. La emergencia de
una multipolaridad real exige como condición sine qua non un nuevo marco civilizatorio, lo que puede definirse como un nuevo paradigma epistémico y cultural.
Los obstáculos en el camino hacia la multipolaridad.
“Los EEUU tienen como objetivo retrasar la inevitable transformación del universum occidental en un pluriversum planetario.”
(G. Aguiar, El horizonte cósmico de la Cuarta Teoría Políticarumbo a la superación de la postmodernidad)
Llegados a este punto hay que decir que, si todavía se está muy lejos
de una multipolaridad económica y política y esta se encuentra con
formidables obstáculos, se está más lejos aún del desarrollo de una
nueva lógica civilizatoria, que sustente y legitime tanto filosófica
como políticamente el orden multipolar.
Hasta el momento las iniciativas hacia la
multipolaridad son de índole económico-financiera, con el objetivo de
otorgar una mayor independencia a ciertos países en lo que se refiere a
divisas, inversiones y materias primas. Pero construir un nuevo
equilibrio geopolítico independiente de las actuales oligarquías
político-financieras que establezca nuevos centros de poder reales y
autónomos y nuevas soberanías, es un desafío formidable que de momento
no ha sido aceptado por ningún actor en el ámbito internacional.
Lo único que podemos asegurar en tanto punto de
partida es que cualquier esfuerzo en esta dirección será divergente de
las doctrinas actualmente aceptadas y propaladas por el mundialismo,
neoliberalismo y neomarxismo. Por tanto los primeros pasos deberían
dirigirse a quebrar la dictadura del pensamiento único que actualmente
es hegemónica.
Por el momento el polo hegemónico tanto económico,
como político –toma de decisiones que afectan a cientos de millones de
personas- y cultural, sigue estando bien establecido en el polo
talasocrático representado por el atlantismo anglosajón. Una
multipolaridad real supone un reparto más equitativo y efectivo del
poder en el nivel de la gobernanza global de modo que ya no sea posible a
unos pocos centros de poder –las actuales elites económico-financieras
del globalismo- tomar decisiones unilaterales que alteren (y destruyan)
la vida de millones de ciudadanos en terceros países o les priven de sus
recursos naturales, económicos o sociales. Recordemos que en esto
básicamente ha consistido y consiste el actual proceso globalizador: una
fase avanzada del capitalismo en que la concentración del capital y de
los recursos es extremada, y no solo nos referimos al capital económico
sino también al capital cultural, humano, a la información o a la toma
de decisiones. Esta fase final del capitalismo supone una concentración
de todo el valor en muy pocas manos, que controlan el flujo de los
bienes y deciden por todos los habitantes del planeta. Por tanto la
multipolaridad conlleva una fuerte descentralización y con ello una
pérdida de poder de las élites globales, razón por la que cabe esperar
una colosal oposición en todos los ámbitos, también por supuesto en el
propagandístico. Como vemos, no puede esperarse un camino fácil hacia la
multipolaridad, dado que este escenario socavaría los numerosos
privilegios de las élites globalistas así como la ventaja estratégica
que ciertos países y regiones, como EEUU y la UE, poseen desde el fin de
la IIGM.
Pero el principal obstáculo para la constitución
del orden multipolar no proviene de las fuerzas globalistas que se
oponen frontalmente a él sino de la inercia propiciada por el actual
contexto histórico y civilizatorio. La multipolaridad requiere ser
construida activa y conscientemente pues la tendencia actual conduce por
sí sola, si nada lo remedia, a la consumación de la globalización por
la apolaridad.
La apolaridad devendrá de manera natural a partir del desmoronamiento de lo que ya hay, la deconstrucción de la episteme
moderna. Por lo tanto cualquier posición pasiva y no beligerante ante
la globalización o ante la ideología progresista y universalista que a
menudo la encubre, repercute directamente en beneficio de la agenda
mundialista.
La multipolaridad sin embargo, y esta es su
principal debilidad, requiere de una posición en extremo activa, además
de creativa, en todos los frentes, no solo en el ámbito de las finanzas,
la política o las Relaciones Internacionales. La multipolaridad debe
construirse activamente en un sentido tanto práctico como teórico a fin
de desarrollar un marco teórico y un sistema de valores en que
sustentarse.
Estas diferencias no son en absoluto cuestiones
secundarias, por el contrario marcan una ruptura radical entre ambas
visiones del mundo –apolar y multipolar- y nos señalan la dirección
estratégica que se debe seguir. Por ejemplo, al advertir y hacer
explícitas tales diferencias vemos cómo ellas designan dos modos
incompatibles de ser en el mundo. Esto amplía el campo de lucha
más allá de las reduccionistas ideologías modernas, todas herederas del
paradigma ilustrado, pues implica el desarrollo de nuevas posibilidades
civilizatorias así como diferentes modelos de hombre, uno pasivo y
entregado a las fuerzas de la corriente histórica –el hombre espectador,
prototipo de la postmodernidad-, y otro activo y creador de su propio
contexto vital y cultural. Ambos modelos de lo humano, al modo de los
viejos mitos heroicos están por enfrentarse entre sí de modo más o menos
explícito en defensa de una u otra alternativa.
Multipolaridad y cambio de paradigma.
“Rebajar
el estatus de Occidente como centro de la civilización, como árbitro,
como el modelo-matriz global de la civilización contemporánea, quiere
decir que Occidente deje de ejercer la hegemonía.”
(G. Dzhemal)
Hemos dicho que hacia la apolaridad conduce la inercia propia del sistema actual, lo que podemos identificar con el Tamas o Tamo-Guna,
la energía de la ignorancia, la oscuridad y la muerte.A la hora de
aparentar legitimidad a menudo se argumenta la inevitabilidad de este
orden y se pretende como el único camino posible. Este carácter tamásico
e inercial es corroborado al observar el propio contexto
socio-histórico en que nos encontramos: el agotamiento de la modernidad,
que ha consumido todas sus posibilidades y se precipita al colapso
energético, económico, demográfico y ecológico.
La multipolaridad por su parte será fruto de la
acción, una acción creadora y heroica que hará surgir un nuevo horizonte
del colapso civilizatorio que se avecina. Esta acción heroica nos
remite a la energía del Guna Rajas, la energía de la vida, la
plenitud y el desarrollo de la manifestación. Y eventualmente, en la
medida en que el nuevo paradigma contemple e integre las realidades
trascendentes y espirituales, entrará en juego además la energía del Guna superior, Sattva. Este es precisamente el Guna al que se ha opuesto con más contundencia la episteme de la modernidad desde su mismo origen, especialmente visible en su lucha contra lo sagrado y en su pseudo-humanismo.
Por tanto nos encontramos ante el siguiente escenario: la vieja episteme
de la modernidad se acerca a su fin, agotadas sus posibilidades de
manifestación e inclinada cada vez más hacia fuerzas y energías
infra-humanas; por su parte una nueva episteme puede encontrar
un contexto favorable pero debe ser construida. Se concluye que la
distancia entre la apolaridad y la multipolaridad es la distancia que
media entre la vida y la muerte, o dicho más exactamente, entre un
organismo que lucha por vivir, como un polluelo que rompe el cascarón, y
otro que se abandona a la muerte. La multipolaridad es algo por nacer y
representa la vida frente a la muerte que representa la apolaridad y el
mundialismo emergente. Y esta muerte está presente incluso en su
discurso cuando se incide desde las elites globalistas en la
inevitabilidad del designio mundialista o cuando fantasean con el Fin de
la Historia, el transhumanismo como un progreso o el gran gobierno
mundial. Aquí se perciben claramente las energías oscuras e inferiores
que mueven al actual paradigma civilizatorio, signadas, como ya dijimos,
por el Tamas.
A través de nuestro análisis percibimos que está
en juego mucho más que el dibujo del mapamundi, está en juego ante todo
la supervivencia de las culturas humanas más allá del apocalipsis
capitalista que representa la agenda de la globalización en curso.
Propuestas para una nueva episteme: algunas ideas a modo de líneas-guía.
No podemos concretar exactamente en qué consistirá la nueva episteme
o paradigma pero sí podemos apuntar algunas líneas generales por las
que probablemente transcurra y que pueden servirnos de guía.
En primer lugar el nuevo paradigma para
desarrollarse requiere de la liquidación consciente del actual paradigma
ilustrado que es hegemónico, pues ambos paradigmas habrán de ser
incompatibles. Esto tiene algunas consecuencias teóricas importantes,
como por ejemplo la exploración de referencias intelectuales anteriores a
la ilustración y el renacimiento, referencias que en la actualidad
suponen una opresiva influencia en el ámbito de las ideas.
La ampliación del horizonte de ideas más allá del
programa ilustrado implica la ampliación no solo del arco temporal de
ideas explorables sino también la necesidad de trascender el estrecho
marco espacial y metafísico en que se ha movido la intelectualidad
occidental desde el comienzo de la era moderna allá por el siglo XVI.
Por tanto iniciar un cambio de paradigma implicará una búsqueda libre de
los clásicos prejuicios etnocéntricos y progresistas, de alternativas
teóricas en fuentes no occidentales. De hecho la multipolaridad supone
el fin del etnocentrismo y el exclusivismo que han sido rasgos centrales
de toda la modernidad.
Otro aspecto que sin duda será esencial es el
retorno de la idea de lo sagrado al primer plano de la cultura y el
pensamiento, en contraposición tanto del pensamiento profano -que ahora
se dice laicista-, central en el triunfo del paradigma ilustrado, con su
reduccionismo racionalista y sus mitos cientifistas y positivistas;
como del pensamiento mágico/supersticioso que ha resurgido con fuerza en
la postmodernidad, bajo la forma de sincretismos pseudo-tradicionales y
new-age y que es una muestra evidente de la descomposición psíquica a que se encamina la actual episteme.
En resumen, la construcción del orden multipolar
requiere ante todo de un nuevo paradigma socio-cultural que lo sustente
teóricamente y lo posibilite políticamente. Queremos insistir en ello y
analizar esta condición más en profundidad. Solo el desarrollo de una episteme
nueva, no exclusivista como es la modernidad, sino capaz de incluir
ecúmenes diversos a los que se reconozca como sujetos sociales y
políticos legítimos e independientes. Estos ecúmenes no son por supuesto
equivalentes a los estados nación de la modernidad sino que deben ser
pensados bajo un nuevo criterio, mucho más transversal. Por otra parte
han de ser edificados desde el interior de su propia cultura y no
impuestos desde ninguna autoridad exterior que reclame algún tipo de
superioridad –económica, militar o moral-, a fin de garantizar la
necesaria estabilidad en el medio y largo plazo.
Ahora bien, semejante pluralidad de ecúmenes así
como el establecimiento de un paradigma en el que se respete la
pluralidad y la voz de otras culturas solo puede alcanzarse a través de
la liquidación definitiva del actual paradigma ilustrado, lo cual
requerirá una acción conscientemente dirigida y sistemática. Sólo así
será posible poner fin al proselitismo y el mesianismo occidentales.
La liquidación del paradigma ilustrado como tarea prioritaria.
“La
superación de la postmodernidad por la Cuarta Teoría Política debe
comenzar por un procedimiento de deconstrucción sistemática del discurso
neoliberal, que al rendir alabanzas a la ‘sociedad abierta’,
pseudo-democrática y homogénea, legitima las peores atrocidades
cometidas por las talasocracias plutocráticas de matriz occidental.
Por lo tanto es esencial buscar la resignificación de la ontología de la realidad en un eje de articulación metapolítico.”
Por lo tanto es esencial buscar la resignificación de la ontología de la realidad en un eje de articulación metapolítico.”
(G. Aguiar)
La liquidación del paradigma ilustrado se muestra
entonces como el requisito imprescindible a la hora de poder vislumbrar
el nuevo horizonte paradigmático que permita la emergencia del escenario
multipolar.
Sostenemos que el tiempo de la modernidad ha
pasado, y con ello el tiempo de los estados nación clásicos así como el
de las ideologías políticas modernas -comunismo, liberalismo, división
entre derechas e izquierdas, etc.-. Ante el nuevo paradigma será
necesaria una nueva teoría explicativa, menos reduccionista y más
comprehensiva para abordar la realidad.
Es evidente que pese a todo, la inercia y el miedo
mantienen en pie el paradigma moderno. Esto es particularmente
innegable en la mente de los sometidos, donde el mito moderno funciona
al modo de una programación profunda. Se hace necesario combatirlo
directamente.
Una vez más esto tiene consecuencias en el plano
estratégico. Por ejemplo se hace evidente el obstáculo que supone la
intelectualidad de izquierdas que, como ya dijimos en la primera parte,
ejerce un papel de tapón epistémico al impedir la deconstrucción de la
vieja ideología de la modernidad y el surgimiento de un marco ideológico
radicalmente diferente, que pertenezca a un nuevo cosmos paradigmático y
no sea deudor en sus objetivos del programa ilustrado.
Se aprecia asimismo en qué sentido neoliberales y
neomarxistas juegan en el mismo bando y son inseparables aliados
estratégicos. En lo político ambos defienden la universalidad de sus
ideas así como la globalización etnocida como único camino. Además ambos
niegan la pluriversidad civilizatoria. En el marco epistemológico ambos
se sienten herederos de la ilustración y de la era de las revoluciones,
de modo que se niegan a cualquier revisión crítica de ideas en este
sentido. Se impide así la revisión de las ideas fetiche propias de la
modernidad como la superstición del progreso, la doctrina de los DDHH,
etc. Así las cosas se les debe considerar adversarios del nuevo
paradigma.
Pero el movimiento identitario y el hipotético
resurgir del nacionalismo tampoco tiene cabida de cara al nuevo
escenario. Y no solo porque todo nacionalismo es una concepción
propiamente moderna y errónea per se, basada exclusivamente en
las ideas propias de la modernidad sólida y el viejo realismo
geopolítico, sino en base a razones de contexto histórico.
Como ya dijimos en la primera parte los estados
nación están sumidos en un proceso de desintegración y de pérdida de sus
competencias debido al proceso globalizador impulsado por la élites
financieras transnacionales. En el nuevo escenario global los estados
nación no poseerán ya la coherencia social interna ni la resiliencia
política suficiente para resistir por sí mismos la competencia del
entorno. De hecho esto ya está sucediendo y los estados han de someterse
desde la gran ofensiva neoliberal de los años 90 a fuerzas ajenas a
ellos mismos, hace tiempo que no son por tanto sujetos soberanos.
No menos importante es el hecho de que el objeto
central de la acción política se ha visto profundamente alterado en las
últimas décadas. El objeto geopolítico no es ya el viejo par
población-territorio sino el nuevo par tecnología e información. Es
decir, siguiendo a Dzhemal, el factor estratégico que asegurará la
competencia y la soberanía en el nuevo orden multipolar serán la
garantía de autosuficiencia –soberanía energética y alimentaria- y el
control de la información.
“Todo
el siglo XX el imperialismo ha luchado para que ningún pueblo, salvo
Occidente poseyera la autosuficiencia agrícola. Allá donde había países
del tercer mundo exportadores de alimentos, les llevaban la ayuda
humanitaria, gracias a sus presidentes colocados a traición que daban el
visto bueno. La ayuda humanitaria, que se repartía allí gratis, acababa
con la agricultura como ocurrió, por ejemplo, con Bangladesh. (…) Por
algún motivo nadie habla de ello. Todo el mundo habla del dinero, del
petróleo, de la industria ligera y pesada, pero nadie dice que la
seguridad alimentaria es el tema número uno.”
(G. Dzhemal, en entrevista para Nakanune.ru, 20-09-2013)
Los factores ambientales que garanticen la
soberanía alimentaria –producción agrícola, acceso a agua potable, etc.-
devendrán centrales y aquellos bloques que requieran menos insumos de
energía externos verán reafirmada su independencia y soberanía. Como
puede verse casi ningún estado nación clásico estará en condiciones de
asumir esto con garantías.
Por tanto solo hay dos caminos: subalternidad o
regionalismo. Es irreal plantearse soluciones nacionales basadas en
movimientos identitarios, nacionalistas o tendentes a un nuevo
aislacionismo. Las viejas identidades tradicionales han sido destruidas
en el último medio siglo1,
tampoco sirven ya los conceptos cohesionadores empleados por la
modernidad sólida como raza, clase o nación. Todas han sido sustituidas
por la doctrina liberal del individualismo y las modernas teorías
sociológicas de la auto-construcción del sujeto y la libertad de
elección. Así se constata al observar la sociedad, ya sea asumiendo
identidades superficiales y meramente sustitutivas como son las tribus
urbanas, las modas musicales o los equipos de fútbol, o promoviendo
desde el poder otras nuevas identidades solo posibles por la debilidad
psíquica del hombre actual, como las provenientes de la enfermiza
ideología de género. Urge encontrar un nuevo marco sobre la que
construir nuevas lealtades. Una población sin identidad, aunque se diga
libre y cosmopolita, es el escenario soñado por el globalismo.
En el caso de Europa la situación es más compleja y
delicada si cabe pues a las diferencias entre estados hay que sumar
que, como apunta Dugin:
“Europa
sigue siendo percibida como objeto y no como sujeto activo, es una
entidad geopolítica privada de voluntad y de identidad autónoma, de
soberanía real y reconocida.”
(A. Dugin, La Cuarta Teoría Política)
Se vislumbra entonces como un nuevo campo de
batalla político que debe ser introducido en la agenda mediática el
enfrentamiento entre dos corrientes reales pero todavía soterradas:
mundialistas y regionalistas; la última de los cuales muy a menudo no es
enteramente consciente de su situación y misión.
La lucha por la cultura: la construcción de una Episteme multipolar.
“La hegemonía material va de la mano de las hegemonías espiritual, intelectual, cognitiva, cultural y de la información.”
(A. Dugin, Una revisión de la teoría de las Relaciones Internacionales)
Aquí una vez más nos topamos
con esa fuerte corriente de pensamiento –hegémonica en los ámbitos de
la cultura, la educación y la intelectualidad occidentales- que ha dado
en llamarse, con mayor o menor acierto ‘marxismo cultural’ o
neomarxismo. Desde el fin de la IIGM el neomarxismo, siguiendo las tesis
de Gramsci, ha puesto el énfasis en el proceso de aculturación como
herramienta para el cambio social, asumiendo que si se consigue que la
gente piense y actúe tal y como se pretende la ‘revolución’ caería
llegado el momento como fruta madura. Se trata por tanto por tanto de un
camino indirecto y subliminal que da por hecho que la ‘cultura’ –en el
sentido marxista, también discutible- puede existir independientemente
del poder económico –la vieja burguesía-.
No vamos a discutir ni a
criticar aquí las tesis de Gramsci. Se trata por lo demás de una tesis
precursora de las más modernas técnicas de comunicación e ingeniería
social puestas en marcha por el neoliberalismo en las últimas tres
décadas y que ha reportado resultados ciertamente excepcionales en
cuanto a los cambios producidos –‘cambios dirigidos’- en la opinión
pública. El núcleo de estas estrategias de cambio es renunciar a los
argumentos racionales que empleaba el marxismo clásico y poner todo el
énfasis en los argumentos emocionales, una estrategia bien observable en
todas las campañas de corte globalista y de la que tanto neoliberales
como neomarxistas ya comienzan a hacer un uso abusivo.
Lo que deseamos destacar
aquí es la gran contradicción en que ha incurrido el neomarxismo al
aplicar dichas tesis referentes a la lucha cultural cuando analizamos la
deriva social en las últimas décadas. Por decirlo brevemente, es
evidente que la mayor parte de las ideas referentes al ‘supremacismo
civilizatorio occidental’ –en realidad ‘americano’, así como todas
aquellas que se refieren al mundialismo con toda su panoplia de
ideas-fetiche: desde la ‘sociedad abierta’ de Popper, hasta la
multiculturalidad, el pacifismo, el ecologismo, el animalismo, pasando
por el indiscutible axioma democrático convertido en un dogma
cuasi-religioso, etc.-, todas han sido inculcadas sin excepción a través
de la ‘industria cultural’ de modo subliminal: básicamente el cine, la
televisión2 y la música, y solo en segundo lugar a través del argumentario de los mass-media.
No resulta extraño que todas
estas expresiones culturales provengan del mismo ámbito socio-político y
económico durante casi un siglo pero se da la paradoja de que tales
expresiones culturales son justamente el marco en que los neomarxistas
sostienen que se debe presentar batalla. Si el peso del cambio
actitudinal debe ponerse en el proceso de aculturación y si la cultura
ha de ser según ellos el escenario privilegiado para el combate de las
ideas, ¿cómo es posible entonces que hayan permitido durante casi 80
años que Europa esté culturalmente colonizada por el anglosajonismo? ¿En
qué se han ocupado los neomarxistas durante todo este tiempo?
¿Dónde está reflejada su
propuesta cultural alternativa que combata el dominio unipolar
atlantista y talasocrático? O es acaso algo más grave, ¿que tal proyecto
es también el suyo propio? Como vemos en la práctica, dejando de lado
las teorías revolucionarias y las utopías infantiles, el neomarxismo
lejos de ser una alternativa supone un tapón colosal a la emergencia de
cualquier propuesta cultural verdaderamente disidente.
Es obvio que no puede
refundarse una sociedad y menos aún un nuevo proyecto civilizatorio como
el que se requiere si no se cambian antes las ideas, expectativas y
objetivos de la sociedad. Y esto pasa forzosamente por la modificación
de los referentes culturales y digamos ‘míticos’. Es este cambio el que
permitirá vislumbrar un nuevo horizonte. Es evidente también que tal
lucha cultural no ha existido jamás desde la IIGM, por el contrario, los
más adoctrinados hoy por hoy en el globalismo son precisamente los más
cercanos a los ambientes y tesis del neomarxismo.
Pero, ¿cómo es posible
construir un horizonte cultural y filosófico alternativo, desarrollar un
nuevo espacio epistémico desde el que combatir la dominación
global-capitalista cuando se está por completo inmerso, desde la
educación infantil hasta el ocio, en los referentes culturales
elaborados por el poder? Consideramos que, para construir una Episteme
socio-política sobre la que se asiente de forma estable y duradera el
nuevo orden multipolar, hay que poner gran énfasis en el marco cultural y
este debe distanciarse voluntariamente de los tópicos del pensamiento
único actual.
En esta ocasión, como ante todas las revoluciones culturales que han
generado históricamente nuevos paradigmas epistémicos, uno de los
primeros ámbitos en que se hará visible y tangible la nueva propuesta
será el del arte, y esto es así en virtud de una cualidad propia del
arte mismo: ser expresión del alma, no de un individuo –como ha
pretendido el arte contemporáneo- sino de una colectividad, a la que
artista simplemente sirve de vehículo de expresión. Dicho de otro modo
el Arte da voz al alma de un pueblo.
No podemos ocuparnos aquí
del camino que habrá de recorrer el arte aunque sugeriremos brevemente
algunas ideas. Es evidente la deriva auto-destructiva del arte
contemporáneo. Sin duda esto puede ser analizado como un reflejo más de
la disolución cognitiva y social que implica el cosmos talasocrático,
una expresión paralela a otras como puede ser la apolaridad misma. Pero
no debe olvidarse que el paradigma moderno ha despreciado el arte como
consecuencia de una cuestión mucho más profunda: su desprecio de índole
filosófico por el alma humana. La modernidad se caracterizó por generar
una episteme extremadamente racionalista y lógica, donde se ha dado un
enorme valor al discurso y este se ha entendido siempre con un exceso de
literalidad. El arte en la modernidad es considerado en este paradigma
una forma de conocimiento muy inferior al discurso racional
científico-filosófico, lo cual ha condenado a muerte al arte verdadero.
Creemos que tener en cuenta esta realidad abre nuevas posibilidades a la
hora de explorar sensibilidades artísticas que expresen el nuevo marco
paradigmático. No deja de ser llamativo que todas las civilizaciones
hayan producido un arte indiscutiblemente bello a excepción de la
postmodernidad, lo cual es un hecho muy a tener en cuenta.
A modo de conclusión: las viejas ideologías son enemigas del cambio.
A la hora de identificar a
un enemigo tan polifacético como es la hidra moderna y de definir las
estrategias adecuadas para encararlo no debe haber a estas alturas
prejuicios ideológicos ni ideas preconcebidas, adquiridas por el colosal
adoctrinamiento cultural sufrido durante décadas y que ahora más que
nunca se convierte en un lastre que impide escapar de la ilusión de
inevitabilidad que pretende el mundialismo a la vez que imaginar y
construir el futuro.
Somos conscientes que no
cabe esperar una aportación constructiva al dialogo de aquellos que
hacen de la ideología su forma de vida o que la emplean al modo de un
criterio de disección de la realidad –por más que esta trate de escapar
constantemente de los reduccionismos simplistas- más inamovible y
exclusivista en ocasiones que los de clase o raza. El tiempo de las
ideologías políticas ha pasado, tal y como como ha pasado el tiempo
mismo de la modernidad y de esa especie de rémora suya, la
postmodernidad. Es necesario asumir esta realidad con la mayor celeridad
posible pues de lo contrario se impide la indispensable y urgente labor
de repensar y reconstruir la identidad y el proyecto de futuro que
posibilite la emergencia de un nuevo paradigma cultural y social, que
implicará necesariamente la diversidad y el pluralismo contenidos en la
posibilidad de un orden multipolar.
1
La identidad en la sociedad tradicional se basaba en cuatro pilares:
familia, trabajo, tierra y comunidad. Como vemos los cuatro pilares han
sido demolidos por la modernidad y su doctrina del individualismo, y no
es fácil, ni seguro, poder recuperarlos. Nótese que la moderna idea de
nación, que en cierta medida es una mutación del ideal comunitario, no
forma parte de ellas.
2 Pensemos por ejemplo en las conocidas ‘cuotas de visibilidad’ obligadas por la presión de diferentes lobbys en las series de televisión y que convierten los repartos en una inversión moderna y ridícula de la bíblica torre de Babel.
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