jueves, 18 de octubre de 2018

¿Quién podría hoy, ver el futuro con optimismo?


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¿Quién podría hoy, ver el futuro con optimismo?

 

 


Es común escuchar de los especialistas esta expresión cuando las cosas lucen complicadas: Los mercados ya lo descontaron. ¿Qué significa esta frase aparentemente inocua? Mucho, lo primero a decir de ella, es que nada tiene de inocua o irrelevante, pues encierra uno de los elementos que prácticamente mueven la economía: las expectativas.
¿Qué esperan los inversionistas —y en general los agentes económicos privados y los consumidores— de la economía para los siguientes meses, por ejemplo? Lo que concluyan —con los elementos de todo tipo que se alleguen—, determinaría en este momento, mucho de la inversión y el consumo y más ampliamente, del crecimiento económico.
En consecuencia, no debería sorprendernos en modo alguno que, tanto los inversionistas como los agentes económicos privados en general, así como los consumidores intentarían dibujar —si me permitiere el uso de este  verbo—, el comportamiento de la economía a corto y mediano plazo. Las decisiones irían entonces, desde continuar, posponer o cancelar un proyecto de inversión a la compra o no —por parte de una familia—, de un electrodoméstico o mantener el automóvil que actualmente posee en vez de adquirir uno nuevo, tal y como habían considerado.
Esos millones de decisiones —aparentemente inconexas, sin relación alguna entre los que las toman— determina —en mucho— el comportamiento de la economía, al menos para los siguientes 12 o 18 meses cuando menos. De ahí pues, que se diga lo que escribí en el primer párrafo: los mercados ya lo descontaron.
De ser aceptado lo dicho en los párrafos anteriores y nos ubicáremos en el aquí y el ahora, ¿cómo veríamos el futuro de la economía mexicana para los próximos 18 o 24 meses? Los indicios que hemos visto desde hace algunos meses tienen, todos ellos, una claridad que debe agradecerse. No ha habido la menor intención —por parte de quienes nos los han proporcionado— de ocultar algo, o de pretender engañar a los inversionistas, agentes económicos privados y a los consumidores. En consecuencia, nadie podría mañana llamarse engañado.
Es normal, como sabemos, que el político miente al vender un futuro luminoso el cual, obviamente, sería realidad únicamente como resultado de la gobernación que él llevaría a cabo. Esa conducta perversa, carente de toda honradez intelectual, la entendemos y, sin tener plena consciencia de ello, la descontamos; es decir, sabemos que aquél nos miente y como resultado lógico de sus mentiras, tomamos las medidas necesarias para salir lo menos raspados.
Sin embargo, en el aquí y ahora vemos una conducta que rompe con aquel estereotipo; los políticos, en estos meses recientes —específicamente hablo de López y sus más cercanos—, no únicamente no nos dicen que el país será el paraíso terrenal a merced de la gobernación que llevarían a cabo, sino que, por el contrario, nos dicen con lujo de detalles que harán todo lo que esté a su alcance para descarrilar la economía y así, reducir la confianza de los inversionistas en el futuro de México.
También, sin guardarse algo, nos dan elementos diversos que darían por resultado, que la de por sí endeble salud de las finanzas públicas alcanzaría niveles de desastre. Por si faltare algo, nos anuncian que en materia de energía causarán un desastre mayor, no únicamente con los nombramientos de los directores generales de Pemex y CFE, sino con la visión que ellos tienen del funcionamiento de ambas empresas, y de las nuevas inversiones relacionadas con la extracción y refinación de petróleo y la generación de energía eléctrica. ¿Y qué decir en materia educativa? Lo peor que pudimos imaginar, se quedará corto ante las intenciones manifiestas de López y los suyos.
¿Ya descontarían todo eso los inversionistas locales y extranjeros?  Y usted, ¿ya descontó lo que claramente y sin eufemismo alguno se ve que terminará en una debacle?

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