miércoles, 28 de enero de 2015

PRODUCTO INTERIOR EMBRUTECIDO

PRODUCTO INTERIOR EMBRUTECIDO Que al estado y al capital nunca le ha importado la esclavitud asalariada para aumentar sus arcas es algo que va con su naturaleza, siempre desentendida de los derechos laborales de los trabajadores, esa “utopía” sindicalista que fastidia sus gráficos de beneficios después de impuestos. Lo que tampoco es nuevo es que tampoco les importen los derechos humanos que dicen defender los estados de la Unión Europea, quienes siempre señalan por estas razones a Cuba o China. Los países miembros de la alianza económica de Europa han acordado incluir en el Producto Interior Bruto las actividades "económicas" no reguladas legalmente, como son el tráfico de drogas y la prostitución. La medida proyecta la legalización, de una u otra forma en términos sociales, de la venta de seres humanos que ponen sus cuerpos en peligro. Siempre ha habido entre los movimientos liberales la idea de que las personas pueden venderse a sí mismas si así lo desean, pero es una idea que afirman las que pueden comprar, no quienes sólo se pueden vender. Hay primeramente una falsa idea de libertad escondida en esta afirmación liberal. Siempre quienes se aprovechan de su situación económicamente favorable van a apelar a la libertad del dinero para justificar sus compras o su poder como algo que pueden alcanzar los que ahora sufren su desfavorecimiento. Pero se admitirá que la moral más justa no es la del turno de aprovecharse de las personas débiles, y el turno de éstas para aprovecharse de otras cuando a su vez sean más fuertes; lo moralmente justo es no crear víctimas de humillación y esclavitud como las que produce la prostitución. Lo primero que hay que saber de los negocios es que una compra es un contrato, por el que dos partes se ponen de acuerdo en lo que una vende y la otra parte entrega a cambio. Ni el comprador ni el vendedor pueden renunciar a los puntos que conforman el acuerdo, y así la compra-venta se realiza de conformidad. Pero quien vende su cuerpo vende también sus derechos, pues el cuerpo pertenece sin excepción al comprador hasta que éste "consume" su uso. Es difícil admitir que esto sea un contrato de compra-venta poco sospechoso. En efecto, nunca el vendedor realiza una oferta que pueda poner en peligro su propia integridad como persona física o se lastime con el tiempo, su fin es ganar en todos los aspectos y no hipotecar su vida o su salud, cosa que rompe de facto la idea de que la venta del cuerpo sea un contrato válido libremente aceptado. De hecho no podríamos incluir esto como actividad "económica" -ni, por lo tanto, como un trabajo- ya que no se compra algo sino que se corrompen derechos humanos y se consumen a los mismos, además en la mayor parte de quienes venden su cuerpo sólo son mercancía para los proxenetas. Bajo la realidad más cruda, los clientes (la mayoría hombres) no compran sexo más que compran poder y dominación sobre la mujer cuando "pagan" por ello. La venta de seres humanos en el submundo de la prostitución viene desde una cultura falocéntrica y patriarcal. El mundo -el de la mayoría de los hombres- ha asumido que hay dos clases de personas que se distinguen por su fenotipo biológico: las que presentan gónadas externas y las que no, donde sólo las primeras son respetables. En función de ello, algo que acaba siendo una cuestión de interpretación de la sexualidad de los cuerpos -no hablaremos de identidades transexuales o cisgénero por poner algunos ejemplos- acaba imponiendo una moral religiosa que determina la identificación y la función de las personas. Y todo ello lleva a que la cultura colectiva de la sociedad patriarcal decida si una pertenece a la clase desposeída de sí misma o a la clase empoderada. Desde ese momento las relaciones humanas son desiguales. Las mujeres son vistas por algunos hombres como seres humanos siervos en potencia, expuestos a la prostitución para el placer del resto del mundo -de los hombres. La fuerza con que se realiza un chantaje económico desde la base de las opciones laborales empuja a muchas mujeres a aceptar una imagen propia de complacencia sexual hacia el hombre y un trabajo -sea legal o no- de acuerdo a ello. Por su parte, la mayoría de los hombres tampoco cuestiona la aceptación social de que las mujeres puedan ejercer la prostitución, y se muestra de acuerdo con ello porque “satisfacen necesidades”. La alienación entre sexos debida a tan fatal existencia de estas actividades a menudo se traduce en malos tratos incluso en la pareja. Para acabar con la explotación de la sexualidad, debe haber un cambio que iguale a hombres y mujeres, condenando los primeros la brutalidad y la estupidez de quienes someten al dinero a las segundas, y educándose para cambiar la erótica de la posesión por la sexualidad compartida. Para todo el mundo, pagar por sexo debería ser una forma absurda e inconcebible de tener relaciones íntimas, que deben ser vistas como formas de comunicación no verbal tan válidas como las verbales. Incluir la prostitución en la facturación de las actividades económicas es no ver esclavitud innegable detrás de la palabra que la designa. La prostitución no la ejerce la persona (la mujer) que expone su cuerpo a lo desconocido, la prostitución la ejerce el que invita a otra a servir por dinero, el proxeneta, el cliente, el hombre que trata a las mujeres como instrumentos. Las mujeres sólo “ejercen” de víctimas. No se superará este problema mientras no desaparezca el pensamiento autoritario y esclavista en la sociedad, recordemos que el autoritarismo y la esclavitud van desde la escuela hasta el trabajo, pasando por las relaciones sociales y humanas. No hay excusa en la antigüedad del "trabajo más viejo del mundo" porque sabemos que ni es un trabajo ni es tan viejo. Publicado por Riff de la Nit en 16:35

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