Desde
que el hombre comenzó a registrar su entorno, la cartografía se
convirtió en un cruce fascinante entre realidad e imaginación. Se trata
acaso de uno de los mejores ejemplos para mostrar que, en el caso del
ser humano, nuestro mundo es esencialmente la representación que hacemos
al respecto. Como en los globos terráqueos de Vincenzo Coronelli,
por mucho tiempo la precisión de un mapa incluía bestias míticas, lo
cual no era contradictorio, sino parte de las limitaciones de la época,
como si lo desconocido sólo pudiera encontrar expresión por medio de la
metáfora.
Para nosotros, sin
embargo, eso podría parecer una reliquia del pasado. En una época de
satélites y drones en la cual parece que ya nada está oculto a la vista
humana parece imposible tener un mapa inexacto, un mapa en donde una zona ignota sea el estimulante de nuestra curiosidad y nuestro deseo de imaginar lo que aún no es.
Con
todo, la pregunta por la exactitud siempre se mantendrá en torno a los
mapas porque su dimensión es menos geográfica que filosófica:
En
aquel Imperio, el Arte de la Cartografía logró tal Perfección que el
Mapa de una sola Provincia ocupaba toda una Ciudad, y el Mapa del
Imperio, toda una Provincia. Con el tiempo, estos Mapas Desmesurados no
satisficieron y los Colegios de Cartógrafos levantaron un Mapa del
Imperio, que tenía el Tamaño del Imperio y coincidía puntualmente con
él. Menos Adictas al Estudio de la Cartografía, las Generaciones
Siguientes entendieron que ese dilatado Mapa era Inútil y no sin
Impiedad lo entregaron a las Inclemencias del Sol y los Inviernos. En
los Desiertos del Oeste perduran despedazadas Ruinas del Mapa, habitadas
por Animales y por Mendigos; en todo el País no hay otra reliquia de
las Disciplinas Geográficas.
(Suárez Miranda, Viajes de varones prudentes, Libro Cuarto, cap. XLV, Lérida, 1658)
Este famoso texto de Borges, “Del rigor en la ciencia” (El hacedor, 1960), todavía nos es significativo porque la ilusión de la cartografía sigue hoy vigente. Como bien señala Jerry Brotton, profesor de Estudios Renacentistas en la Queen Mary University of London y autor de A History of the World in 12 Maps,
mirar un mapa “es una experiencia trascendental” porque siempre
sentimos el impulso de buscarnos ahí, pero al hacerlo nos damos cuenta
de que “estamos afuera”, que no estamos ahí, que miramos el mundo “por
encima, hacia abajo, como si fuéramos Dios”.
Decir
que los mapas son una representación del mundo también es decir,
tácitamente, que se trata de una representación específica, hecha desde
cierto punto de vista, cierta visión del mundo. ¿Por qué, por ejemplo,
en casi todos los mapas basados en la proyección de Mercator,
Groenlandia y África parecen tener la misma superficie cuando la primera
ronda los 2 millones de km2 y el continente es 15 veces superior (3×107km2)?
“Un mapa”, dice Brotton, “siempre tendrá una agenda, un argumento, una
propuesta acerca de cómo se ve el mundo desde una perspectiva
particular”.
Ese, entonces, es el
desafío de la cartografía contemporánea, quizá incluso en un sentido
personal. Como en la inscripción latina que se popularizó en los mapas
medievales para señalar las zonas desconocidas, HIC SVNT DRACONES,
para nosotros eso ignoto es esencialmente ideológico: explorar la
parcialidad y el prejuicio; trascender las fronteras de posibilidad de
una forma de ver y registrar el mundo que no es propiamente la nuestra,
sino la de alguien más para quien el planeta se organiza de una forma
específica ―cuando tal vez, como quedó demostrado en el desarrollo de la
cartografía, el mundo es mucho más amplio y diverso de lo que
imaginamos.
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