El debate sobre la legalización de la mariguana se encuentra en uno de sus momentos más críticos. Muy pronto nuestros legisladores tendrán que decidir si el uso medicinal de esta sustancia es aprobado, como ha propuesto la Presidencia. En este contexto, son muchas las voces que piden que se vaya al fondo del asunto y que se autorice, de una buena vez, el uso recreativo de la mariguana; pero otros piensan que esta opción sería catastrófica.
Son muchos los textos y opiniones que se han escrito al respecto, y el consenso se mira distante. ¿Cómo debemos reaccionar los ciudadanos ante un semejante? Si bien todas las opiniones son respetables, no todas son respaldadas por la misma calidad argumentativa. Y en este caso me parece que lo primero que tendríamos que distinguir, más allá de lo que pensemos a priori de la mariguana, es qué argumentos existen, su congruencia y las implicaciones que tendría seguirlos hasta sus últimas consecuencias.
1) Libertad individual. Es justamente este el motivo esgrimido por la SCJN cuando se aprobó a los miembros de una organización el cultivar su propia mariguana. El planteamiento, expresado de la forma más general posible, es el siguiente: el Estado no tiene derecho de intervenir en la vida privada de un ciudadano si éste no lesiona con sus acciones a terceros. En contra de esta postura, quienes afirman que la mariguana debe ser prohibida porque daña a su usuario plantean un argumento de la forma: “X le hace daño a Y, luego entonces X debe ser prohibido por el Estado. Sin embargo, a continuación mostraré por qué aceptar las consecuencias de un planteamiento de este tipo sería altamente problemático.
Dos ejemplos –a y b- nos mostrarán cómo es posible sustituir las variables por elementos dañinos: a)“las bebidas azucaradas le hacen daño a su consumidor, luego entonces las bebidas azucaradas deben ser prohibidas por el Estado” y b) Jorge le hace daño a Laura –supongamos que sabemos que Jorge es un mujeriego que engañará a Laura y romperá su corazón-, luego entonces el Estado debe prohibir a Laura entablar una relación con Jorge”. La consecuencia de aceptar que el Estado pueda intervenir en nuestras vidas para eliminar lo que nos pueda hacer daño sería que muchas de nuestras actividades cotidianas terminarían siendo prohibidas y sus agentes perseguidos.
2) Excepciones. El punto 1) muestra que no es posible reducir el debate de un enfoque de libertades al tema de las drogas sin ser incongruentes; sin embargo, en este punto limitaré el argumento a las sustancias, como lo hacen algunos de los opositores a la legalización, sólo para probar que ni siquiera en este aspecto la postura prohibicionista es consecuente. En este sentido, podríamos partir de la siguiente argumento: las sustancias que dañan al usuario y que alteran la percepción de la realidad son malas. La mariguana daña al usuario y altera la percepción de la realidad. Luego entonces, esta sustancia deben ser prohibida por el Estado.
Son varios los problemas que surgen a partir de este planteamiento. Por principio de cuentas, no todas las sustancias que alteran la realidad tienen que ser necesariamente malas para el usuario. ¿Qué pasaría si encontramos una sustancia –un soma huxleyano- que altere placenteramente la realidad del usuario pero que no le haga ningún daño? ¿Deberíamos prohibirla? ¿Con qué justificación? Sin embargo, más importante aún es tratar de universalizar el argumento. Hay sustancias que alteran la percepción de la realidad del usuario que no están prohibidas actualmente –desde el café hasta el alcohol pasando por todas las pastillas relajantes que se venden con receta-. Si de verdad pensamos que este tipo de sustancias deben ser prohibidas, para ser congruentes, deberíamos sacar del mercado todas y cada una de las que hoy son legales.
Desde luego que el argumento anterior puede ser matizado si incorporamos la noción de “daño”. Pero si hablamos de daños tenemos que distinguir grados: no todo lo dañino daña con la misma intensidad. El argumento de los prohibicionistas suele plantearse con la siguiente forma: X le hace Z grado de daño a Y, luego entonces X debe ser prohibido por el Estado. Lo primero que tendríamos que definir entonces es la variable Z, es decir, tendríamos que determinar qué grado de daño es suficiente para que algo deba ser prohibido por el Estado. Pongámoslo en plata: la mariguana (X) produce daño (Z) a la memoria de corto plazo en sus más frecuentes usuarios (Y), luego entonces la mariguana debe ser prohibida. La pregunta obligada es si el daño (Z) es lo suficientemente severo como para prohibir la mariguana. De nueva cuenta nos topamos con un problema de congruencia. De acuerdo con la prestigiada publicación médica The Lancet –y con cualquier fuente seria que se quiera consultar-, la mariguana NO produce un daño mayor a su usuario que el alcohol, el tabaco o medicamentos legales. Esto significa que defender su prohibición es incongruente.
3) Impacto social. Cuando quienes se oponen a la mariguana ven con claridad los dos puntos anteriores, el siguiente paso suele ser predecir una especie de hecatombe social producida por su legalización. Ante la falta de argumentos, surgen lugares comunes como a) “la mariguana es la puerta hacia otras drogas” o b) “la legalización nos llevaría a la decadencia social”. a) es falso porque la mariguana no es “la principal puerta hacia otras drogas”; ésta es el alcohol, y nadie está planteando prohibirlo. Por el contrario, recientes estudios (The Washington Post, 08/07/2015) demuestran que la mariguana suele ser empleada con mayor frecuencia como sustituto del alcohol que como un paso rumbo al consumo de otras sustancias. Si queremos ser congruentes, entonces tendríamos que invertir el orden de cosas legalizando la mariguana y prohibiendo el alcohol. ¿Estamos dispuestos a dar este paso?
Por otra parte, si quienes argumentan que b) “la legalización nos llevaría a la decadencia social”, deberían presentar alguna prueba que respalde sus dichos; pero no las hay. La mariguana no sólo no se encuentra entre las drogas que más daños sociales ocasionan, sino que este argumento se basa en la mera suposición –prejuiciosa por incongruente, – de que la legalización equivale a una suerte de apocalipsis moral.
Ahora bien, si de impacto social se trata debemos traer a colación que en diversos informes México ha sido presentando como un caso ejemplar de lo muy mal que pueden salir las cosas cuando se pretende prohibir o suprimir intensamente las drogas. Así, recientemente la prestigiada universidad John Hopkins consideró que “la fatal decisión del gobierno de Felipe Calderon en 2006 de utilizar a su milicia en áreas civiles para combatir a los traficantes, detonó una epidemia de violencia en muchas partes del país…El incremento de homicidios en México virtualmente no tiene precedentes para un país que no se encuentra formalmente en guerra…Ningún otro país en Latinoamérica –y pocos en cualquier otra parte del mundo- han tenido un incremento tan rápido en la mortalidad en tan corto tiempo”.
En realidad, el consumo de drogas en México está muy lejos de ser problemático y el porcentaje de adictos a alguna sustancia ilegal es menos del 1 por ciento de la población. Se supone que si nos preocupa la salud es porque nos preocupa la vida misma y su calidad, pero la “estrategia” de Felipe Calderón, continuada por Enrique Peña Nieto, ha generado en una descomunal crisis humanitaria sin poder ofrecer ni un solo beneficio tangible a los mexicanos (SinEmbargomx, 01/04/2016).
Conclusión: Las posiciones más aceptadas para no legalizar la mariguana son incongruentes e inconsistentes. Si bien en nuestros debates cotidianos estos defectos suelen ser habituales, el debate sobre las drogas se encuentra en un punto de quiebre que definirá el sentido que tendrá la vida en nuestro país durante años que vienen, por lo debemos ser muy cuidadosos al momento de analizar argumentos. Nuestro país muere envenenado por la medicina que nos han recetado; eso lo sabemos. Pero ahora sabemos también, con cruda certeza, algo que debimos haber visto venir desde el inicio; que la guerra es mucho más peligrosa que las drogas.
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