jueves, 11 de julio de 2013

¿Le conviene el Ramadán a la revolución egipcia?

¿Le conviene el Ramadán a la revolución egipcia?

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Aunque uno de los líderes de los Hermanos musulmanes afirmó que el ejército egipcio está llevando al país al “escenario sirio” es sumamente dudoso que los actuales enfrentamientos que sufre El Cairo deriven en una situación como esa. Igual de improbable parece una situación “a lo Argelia”, con actos terroristas y choques armados que han durado veinte años.

Sin embargo, nadie duda de la posibilidad de que en los próximos días el número de muertos y heridos crezca. En realidad, ninguna de las partes desea caldear la situación hasta el límite de una guerra civil, ni los Hermanos Musulmanes ni el Ejército. La mayoría de los islamistas son conscientes de que las masas populares no están dispuestas a sacrificarse, como tampoco lo están para inmolarse en nombre de las Fuerzas Armadas.
Incluso sin pretender llegar a esto, los Hermanos están objetivamente interesados en que haya derramamiento de sangre, en aras de conservar su influencia en un Egipto pos-Morsi y evitar ser marginados como lo eran en años anteriores. Precisamente por ello, no pueden conformarse con la caída del régimen que trataron de erigir.
Esto fue tarea difícil comenzando desde su ascensión al poder en el que, a pesar de la ayuda internacional, la situación económica en el país empeoraba constantemente; los salafistas entorpecían el camino deliberadamente acusándolos de ser “poco islamistas”. Por otra parte, la fuerzas civiles protestaban contra la “ocupación total” de cualquier puesto en las estructuras del poder, mientras que los practicantes de otras religiones trataban de salvarse de los múltiples intentos de linchamiento a manos de los integristas fanáticos que, por fin, se sentían portadores de la “verdadera” identidad egipcia.
Entonces, el Ejército rápidamente expuso que los acuerdos informales sobre la división de poderes (los políticos, a los Hermanos; los económicos, al Ejército) no tenían perspectivas, por cuanto los islamistas estaban dispuestos a implantar una dictadura total al servicio de su secta religiosa.
Siempre fue evidente que quien realmente dirigía el país no era el poco carismático Morsi, sino el líder religioso Khairat al Shater, aunque esto no es un detalle de mucha importancia. El problema radica en que sus declaraciones democráticas se contradecían constantemente con los hechos y en que en las estructuras claves de poder no aparecieron sujetos que estuvieran por encima de las refriegas. De hecho, el poder no fue ni siquiera compartido con los diferentes actores sino entregado a los fieles seguidores de los Hermanos Musulmanes.
El sueño de que la libertad llegaría Egipto como resultado de las elecciones fue tan solo una ilusión que duró poco. El resultado ha sido decenas de policías muertos en dudosas circunstancias, periodistas asustados e imposibilitados de interpretar los sucesos y miles de mártires.
Mientras que el ejército, el “amigo del pueblo”, no expresa el más mínimo deseo de garantizar la libertad de expresión de opiniones diversas, o de preocuparse en la formación de un nuevo gobierno que realmente pueda proponer las vías para la solución de los problemas económicos del país. Su interés principal consiste en mantener a salvo sus privilegios y aquellos límites democráticos que le impusieron al país, siempre que garanticen sus prebendas. En este sentido, los enfrentamientos que seguramente continuarán en las semanas siguientes, ayudaran a definir quién podrá sentarse a la mesa de negociaciones, con qué fuerzas tendrá que vérselas Egipto y cuál será el papel de cada una de ellas en adelante.
Hay una incógnita: las palabras siempre suenan algo diferentes de cuando se dicen a cuando se piensan. Sobre todo cuando no sabes quién va a oírlas y qué efecto tendrán.
El Ramadán es el momento en el que los preceptos religiosos llegarán a más oídos, durante días laborables cortos en los que los creyentes tendrán más tiempo para encontrarse con sus exaltados correligionarios. Incluso si nadie en Egipto quiere realmente tener montones de cadáveres en las plazas, no se puede descartar que grupos de integracionistas armados, empujados además por correligionarios extranjeros, enciendan verdaderas fogatas ardientes, allí donde a otros le bastaría con el fuego de una cerilla.
Mientras tanto, los turistas, cuyo dinero total con el aporte de los emigrados ha constituido la mayor parte del presupuesto, se niegan a viajar a Egipto.
Cualquiera que sea la solución política de la situación, para el futuro gobierno será mucho más complejo poner orden en el país que para el depuesto.
fs/lj/sm

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