El enfrentamiento de sexos: una estrategia para la represión sexual de los individuos
“La supresión sexual es un instrumento esencial en la producción de la esclavitud económica” (Wilhelm Reich, La Función del Orgasmo, cap. VI, 2)
La
represión sexual ha sido un mecanismo de control social utilizado por
el poder desde los inicios de la civilización. Fundamentalmente, la
religión y la idea del pecado han sido, hasta hace muy poco, las
principales herramientas usadas para conseguirlo. Un grupo de hombres y
mujeres reprimidos y frustrados sexualmente es mucho más fácil de
dominar que otro grupo que no lo esté debido al gran número de
desequilibrios psíquicos e incluso fisiológicos que dicha represión
produce. Además, una sociedad donde la libido estuviera encauzada
correctamente a través del sexo estaría compuesta por individuos que
dedicarían mucho menos esfuerzo y tiempo a una alienante y absurda
productividad compulsiva, y, menos aún, a la guerra. En definitiva, todo
gobierno que pretenda expandirse a través de la productividad
compulsiva y la guerra no puede permitir que sus súbditos gocen de una
vida sexual plena y satisfactoria. Tanto Herbert Marcuse como Wilhelm
Reich analizaron todo esto en varios de sus trabajos (1). Ambos
coincidían en que todas las sociedades, hasta entonces (primera mitad
del siglo XX), habían necesitado matar al Eros en los individuos para
poder sobrevivir y desarrollarse.
Gracias
a la crisis religiosa que tuvo lugar en el mundo a partir del
desarrollo de la industria y, más recientemente, con el boom de la
tecnología de finales del siglo XX, la religión dejó de tener la fuerza
suficiente para ejercer el papel que hasta entonces había venido
ejerciendo en el terreno de la represión sexual (2). Había que evitar
por todos los medios posibles que el hombre y la mujer pudieran
relacionarse de un modo natural, pues de lo contrario se corría el
riesgo de que los unos y las otras volvieran a entregarse a una
sexualidad libre y gratificante. El alarmismo institucional en torno a
las enfermedades de transmisión sexual (en el que se sustituía el miedo
al infierno por el miedo a contraer una enfermedad venérea) fue uno de
los medios utilizados (3); el feminismo victimista que culpabilizaba a
los hombres de todos los males de las mujeres (y, en general, del resto
de los males del planeta tierra), otro.
El
recurso institucional de reprimir la sexualidad a través del miedo a
las enfermedades de transmisión sexual es algo que con el tiempo ha ido
perdiendo fuerza al destaparse, gracias a la labor de multitud de
investigadores y activistas, el inmenso negocio farmacéutico que también
se oculta detrás de ello (4). Posiblemente, el hecho de abanderar casi
en solitario la causa de la represión sexual sea el motivo de que el
feminismo haya ido adquiriendo, en los últimos tiempos, tanta virulencia
en sus manifestaciones. Un ejemplo de dicha virulencia es la ley que
presenta como presuntos culpables de un delito penal a casi la mitad de
la sociedad simplemente por el hecho de ser hombres y por tener una
tendencia sexual determinada (heterosexualidad).
Es
innegable que existen hombres que maltratan a mujeres, pero también es
innegable que hay muchas personas pertenecientes a las más diversas
culturas, nacionalidades o etnias que cometen todo tipo de delitos, y no
por eso se hacen leyes para prevenir los delitos cometidos por estas
personas por razón de su cultura, nacionalidad o etnia. ¿Qué pensaríamos
de un gobierno que crea leyes para prevenir los delitos que pudieran
llegar a cometer personas pertenecientes a una determinada cultura,
nacionalidad o etnia? ¿No definiríamos a ese gobierno como fascista?
Pues bien, la Ley Integral contra la Violencia de Género es lo que ha
hecho con casi la mitad de la población española al crear una ley que
presenta a todos los hombres (heterosexuales) como potenciales
maltratadores de mujeres por el mero hecho de haber nacido hombres (y
ser heterosexuales). Quizás, el hecho de que el extenso preámbulo de
esta ley, en el que se sientan claramente las bases de la misma, haya
sido escrito por la persona que fue nombrado por Franco como su sucesor,
sirva para comprender mejor la clase de ideología en la que se inspira.
También debería dar que pensar (a aquellas pocas personas que aún
dispongan de la capacidad para ello) el hecho de que todas la estructura
del
Estado haya apoyado sin fisuras esta ley.
Más
allá del apoyo incondicional a la Ley Integral contra la Violencia de
Género, los medios de comunicación han jugado un importante papel en la
promoción y difusión del enfrentamiento entre sexos, desarrollando todo
tipo de campañas absolutamente demagógicas (como el caso de la ex
tenista Gala León o la más reciente campaña sobre la prostitución),
haciendo recaer sobre la condición masculina la culpa de todos
los males sufridos por las mujeres a lo largo de la historia (¡como si
éstas vivieran solas y los males que han sufrido no afectasen también
directamente a los hombres que conviven con ellas!) en lugar de sobre el
verdadero responsable: el encargado último de la organización social en
la que viven inmersos dichas mujeres y hombres, es decir, el Estado.
Esta
demonización del hombre heterosexual tiene un objetivo muy
concreto: sembrar en las mujeres recelos y desconfianza hacia los
hombres, y, en los hombres, miedo y culpabilidad en sus relaciones con
las mujeres (la desaparición del piropo callejero estaría asociado a
esto último), todo con el fin de mantener a ambos sexos prudentemente
distanciados. Curiosamente, se trata de una estrategia con un gran
parecido a otra usada ya en el pasado, pero en sentido inverso: la caza
de brujas. En la época en la que se llevó a cabo la caza de brujas, la
sexualidad era asociada a la brujería, lo que hacía que muchas mujeres
reprimiesen su sexualidad por miedo a
ser acusadas de tratos con el demonio.
Pero
no nos equivoquemos, todo esto no es culpa de una lucha mal planificada
de las mujeres por vivir en una sociedad más justa, sino de una
estrategia promovida por el patológico ansia de dominación de los
gobernantes, a los cuales les interesa tenernos enfrentados, separados
y, por lo tanto, reprimidos. Lo cierto es que no hay una gran diferencia
entre los tiempos actuales y los del puritanismo victoriano, en los que
también se trataba de separar física y psicológicamente a hombres y
mujeres por todos los medios posibles.
En
los últimos años han cobrado fuerza diversos movimientos masculinos de
marcados tintes misóginos y de claras raíces anglosajonas (como no podía
ser de extrañar). Estos colectivos, utilizando un razonamiento
propio de un párvulo, señalan exclusivamente a la mujer como culpable de
la situación que atraviesa el hombre heterosexual de hoy en día,
obviando el psicopático contexto social de relaciones de poder en el que
ambos sexos se desenvuelven. Un ejemplo de esto sería el de Hombres que Siguen su Propio Camino
(Men Going Their Own Way, MGTOW por sus siglas en inglés). El objetivo de este movimiento es el
mismo que el del feminismo: dar más cuerda a esta demencial guerra de
sexos. Del mismo modo, las críticas cargadas de misoginia hacia el
feminismo por parte de aquellos sectores reaccionarios que en el pasado
ejercían de perros guardianes de la moral sexual sólo sirven para dar
alas y fortalecer los argumentos misándricos de dicho feminismo.
La
liberación sexual sólo puede existir cuando un hombre o una mujer se
entregan confiada y plenamente el uno al otro. Hoy en día, este
enfrentamiento de sexos artificialmente inducido ha originado tal clima
de desconfianza y hostilidad entre hombres y mujeres que es prácticamente
imposible esa entrega confiada y plena; por lo tanto,
se puede decir, sin ningún género de dudas, que atravesamos un periodo
de enorme represión sexual por mucho que los medios de comunicación, la
escuela y demás aparatos ideológicos estatales se empeñen en vendernos
lo contrario, lo cual, a su vez, hace más difícilmente identificable la actual represión
sexual y por lo tanto más dañina.
Por
otra parte, la sobreexcitación sexual a la que estamos expuestos casi
de forma permanente en nuestra sociedad (a través de la televisión,
internet,
la publicidad...) tampoco es casual. El individuo sobrexcitado, al no
encontrar cauces adecuados para liberar su tensión sexual debido al
clima reinante de hostilidad entre sexos, agudiza su frustración y se
convierte en un ser más fácilmente manipulable. Se podría decir que esta
sobreexcitación y su posterior represión tendrían como consecuencia una
doble represión en los individuos. Incluso, podríamos hablar de hasta
una triple represión si tenemos en cuenta el tipo de personalidad media
a la que ha dado origen el capitalismo y su principio rector de la
búsqueda del máximo beneficio particular, es decir, una personalidad
egocéntrica, narcisista y centrada en sí misma, incapaz para la empatía y
para comprender al otro, algo que hace imposible una verdadera
disposición para amar.
El
Estado, mientras siga existiendo, necesitará de la represión sexual de
sus súbditos para conseguir policías, militares, técnicos y productores
afanados que concentren su energía libidinal casi exclusivamente en el
fortalecimiento de las estructuras y superestructuras de aquél; esto es
algo que debemos tener bien claro. Cuando las estrategias de represión
sexual utilizadas en estos momentos sean identificadas por la mayor
parte de los individuos y, por lo tanto, rechazadas (como lo fue la
religión), serán puestas en práctica otras completamente diferentes con
el fin de que pasen más fácilmente desapercibidas y puedan ser, por lo
tanto, más útiles; por lo que habrá que estar atentos.
El
argumento que habitualmente se usa para defender el feminismo y
estigmatizar críticas como ésta suele ser el de recurrir a los casos
extremos de asesinatos de mujeres por parte de sus parejas (o ex parejas)
masculinas. Esta argumentación además de ser irracional podría ser
calificada sin ningún tipo de reparo como fascista. Volviendo a un
razonamiento hecho anteriormente, ¿qué pensaríamos, si cada vez que una
persona de una determinada etnia comete un crimen (y sólo cuando lo
comete una persona de esta etnia), una organización se dedicara a
organizar todo tipo de protestas y manifestaciones exigiendo leyes para
prevenir los crímenes cometidos por las personas pertenecientes
exclusivamente a dicha etnia? Ser hombre (y heterosexual) en nuestra
sociedad está empezando a convertirse en una experiencia no muy
diferente a la de un judío en plena Alemania nazi. Obviar condicionantes
como la competitividad extrema, la búsqueda compulsiva del interés
particular (principios rectores de la actual sociedad capitalista) o la
militarización de la sociedad, y utilizar factores como el sexo o la
etnia para explicar la conducta criminal de algunas personas no puede
ser calificado de otra manera más que como fascismo.
La
crítica al feminismo es una tarea enormemente compleja y arriesgada en
nuestros días al enfrentarnos a una ideología cuyos postulados, basados
en una demagógica estrategia victimista, han alcanzado casi la categoría
de dogmas incuestionables y son defendidos por sus más fieles devotos
con una actitud no muy diferente a la de la Inquisición frente a los
herejes. Quedaría por reflexionar sobre algunas otras cosas más en torno
al feminismo como lo peligroso que puede resultar para la psique
individual y colectiva promover una mentalidad victimista entre una
mitad de la población y otra culpabilizante entre la otra mitad; sobre
la deserotización absoluta de las relaciones sexuales provocada por la
negación sistemática de las diferencias entre el hombre y la mujer; o sobre la
promoción mediática de un modelo de mujer que sitúa la consecución de
un elevado estatus social muy por delante de la satisfacción plena de
las necesidades sexuales, al mismo tiempo que desprecia la actitud de
aquellos hombres para quienes la satisfacción de dichas necesidades sí
es más importante que el estatus social: una auténtica regresión al
pensamiento puritano y mojigato más rancio (5).
Mientras
vivamos inmersos en una sociedad de masas será muy difícil sobreponerse
a este tipo de estrategias de control, pues, debido a las
características de dicho tipo de sociedad, el instinto gregario se
agudiza y, por lo tanto, la manipulación se torna mucho más sencilla
(6). En cualquier caso, ser conscientes de que esto es así (la
inevitabilidad de la manipulación de las masas), y no puede ser de otro
modo en esta sociedad, es ya un paso muy importante para alcanzar un
cierto grado de liberación a nivel individual.
Ser conscientes de las verdaderas causas que nos han conducido a la actual situación de miseria sexual que
padece nuestra sociedad puede ser también de gran ayuda para paliar, en
cierta medida, la desesperada situación emocional a la que muchos
hombres y mujeres se encuentran abocados hoy en día sin saber
exactamente por qué. En una sociedad en la que el odio lo invade todo es
imposible amar, es imposible ser amado.
Notas:
(1) En este sentido destacaría Eros y Civilización de Herbert Marcuse y La Revolución Sexual
de Wilhelm Reich. Quizás el error de ambos fue no preveer la capacidad
del sistema para aprender de sus propios errores y de fagocitar
(asimilar en su provecho) todo proyecto colectivo de liberación.
(2)
Para conseguir un mayor desarrollo industrial se hacía necesario que el
culto del hombre a la máquina se impusiese al anterior culto a Dios. De
esta forma, conceptos coercitivos como el del diablo y el infierno
empezaron a perder la fuerza que hasta entonces habían tenido.
(3)
Hitler llegó a utilizar el miedo a la sífilis en su campaña contra los
judíos, al hacer responsable a éstos de la extensión de la enfermedad
entre la población alemana.
(4) Recomiendo las investigaciones de Jesús García Blanca (Salud y Poder) y de Lluis Botines (Plural-21)
(5) Recomiendo la lectura de los textos de María del Prado Esteban,
una de las personas que, en los últimos tiempos, mejor ha sabido
interpretar la naturaleza reaccionara y represiva del feminismo.
(6) Para entender esto un poco mejor recomiendo la lectura de Psicología de las Masas de Gustave Le Bon.
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