LA LIBERTAD DE CONCIENCIA VÍCTIMA DEL MECENAZGO EMPRESARIAL
Las grandes empresas y la plutocracia destinan, como
es sabido, una parte de sus beneficios a actividades de patrocinio y mecenazgo
a través de fundaciones y también por otros procedimientos. Una muestra de ello
es la Fundación Alicia Koplowitz, constituida en 2004 por esa conocida
empresaria para “el fomento y defensa de
la educación, la cultura, las artes, las letras, la ciencia, la investigación
científica, el desarrollo tecnológico y el medio ambiente”. Con tales
quehaceres la gran burguesía cumple con lo que se ha denominado su “responsabilidad social (sic) corporativa”.
Los beneficiarios del patrocinio
empresarial son asociaciones culturales, ONGs, políticos de derecha e
izquierda, intelectuales, comunicadores, profesores y catedráticos,
sindicalistas, artistas, periodistas, activistas sociales, profesionales de “la
liberación de la mujer”, grupos ecologistas, etc. El patrocinio, además de la
donación directa de importantes sumas, se materializa en becas, acuerdos de
colaboración y otras medidas por el estilo.
La clase empresarial no
diferencia entre cultura y publicidad, pues para ella todo es propaganda. Su
munificencia es mera inversión en adoctrinamiento y manipulación destinada a incrementar
el grado de conformismo popular. Con ello, la libertad de conciencia, un bien
inmaterial imprescindible para construirnos como seres humanos, queda negada.
El numerario de los patrocinadores sólo llega a las
cuentas bancarias de quienes son dóciles al orden capitalista. Tal docilidad a
veces es directa y explícita, pero otras muchas, para ser eficaz, se hace
indirecta e implícita adoptando expresiones de “inconformismo” y “radicalidad”,
necesarias para influir en los sectores más inquietos y volátiles.
El dinero otorgado por la clase empresarial a sus
colaboradores ideológicos se complementa con el que éstos suelen recibir del
ente estatal, por lo común a través de uno o varios Ministerios. Están, además,
los ingresos en los medios de comunicación y no faltan los subsidios, casi
siempre ocultos, que entregan diversas embajadas, en particular las de los
países que son o desean ser potencias globales.
De todo ello dimana un horrido submundo del dinero y
el logro donde la objetividad, el aprecio por la verdad, el rigor analítico, la
independencia de criterio, la preocupación por el bien público y el sentido
ético no existen. Asimismo, al no haber libertad de conciencia, el potencial
creador inevitablemente mengua y disminuye cada vez más, en lo que es una
inquietante declinación de la calidad y valía de los productos intelectivos, culturales
y estéticos, ya bien perceptible.
El dominio por la clase empresarial (y por el
artefacto estatal) de las actividades de ideación, así como de las de difusión
e informativas, hace que el acto de pensar hoy sea en lo primordial no-libre.
Así pues, resulta legítimo sostener que la libertad de conciencia es una
conquista a realizar, a conseguir, no algo que exista en el presente.
La libertad de conciencia cada día es más negada en
la práctica por los procesos de concentración del capital en un número
decreciente de grandes firmas. El capitalismo es dinámico, tiende a la
absorción y fusión, y con ello se centralizan, multiplican y avivan cada vez más
las actividades de creación y difusión de las ficciones mentales de toda
naturaleza que sean útiles al statu quo.
La realización de una sociedad con libertad de
conciencia, por tanto, con pensamiento creador e innovador, es parte primordial
de una revolución anticapitalista. Ésta se propone restituir al quehacer
reflexivo su verdadera meta, la averiguación de la verdad y no la apología
embustera de lo existente. Una economía colectiva, en la que los medios de
producción sean de las clases trabajadoras (vale decir, de toda la sociedad,
pues la obligación de trabajar productivamente ha de ser universal), es la
precondición del pensamiento libre.
Hoy el populismo burgués en curso, un producto de
los aparatos de propaganda de la gran patronal y de los servicios especiales del
Estado, sostiene que nuestros problemas son las corridas de toros, las
procesiones de Semana Santa, las calles con nombres franquistas y el busto del
rey. Frente a tal operación de mixtificación, dirigida a ocultar las muchas y
cada día más graves lacras cardinales de nuestra sociedad, hay que mantener que
es decisiva e irrenunciable la lucha por el pensamiento libre, por una forma socialmente
organizada de libertad de conciencia que hunda sus raíces en la propiedad
colectiva y comunal de los recursos económicos fundamentales.
Los amos del dinero no pueden seguir siendo los amos
de nuestras conciencias.
La lucha por la verdad, por un orden social en que el
que la verdad tenga oportunidades reales, materiales, para constituirse y
circular por todo el cuerpo social, demanda realizar fundamentales cambios
estructurales, también económicos. Si éstos no se efectúan iremos a una
sociedad definitivamente asentada en la renuncia a pensar, el adoctrinamiento, la
mentira, la mediocridad, el servilismo y la ausencia de creatividad. En una
sociedad donde lo que caracteriza a lo humano, la vida del espíritu en sus
principales manifestaciones, estará cada día más disminuido.
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