La causa del éxito de la conspiración abierta
“Quien no aspira a lo sublime, pertenece a los elementos.” (Goethe, Fausto, Parte II, Acto III)
En la actualidad, el poder, para lograr sus objetivos, ya no necesita esconder demasiado sus planes ante la opinión pública, sino que desarrolla la mayor parte de éstos de una forma casi completamente abierta, sin apenas el más mínimo encubrimiento. Esta forma de actuar se podría denominar, usando el término acuñado por H.G. Wells, como una conspiración abierta (Open Conspiracy).
Se podría definir el término conspiración abierta como una triquiñuela o engaño fácilmente visible, realizado de forma descarada y a plena luz del día, que se podría descubrir sólo con arañar un poco la superficie; por ejemplo: la estafa que se oculta tras el sistema parlamentario de partidos políticos, la falacia de la guerra contra el terrorismo como excusa para justificar el imperialismo, o la verborrea económica capitalista para encubrir el esclavismo de siempre.
El éxito de esta estrategia radica en que el poder, que sabe que los sometidos nunca estarán dispuestos a renunciar por nada del mundo a determinadas cosas que éste les ofrece (internet, espectáculos deportivos, videojuegos, botellones, ropa de moda…), al facilitarles la posibilidad de conocer la verdad sobre sus criminales planes y objetivos, estaría, en cierto modo, haciéndoles cómplices por su actitud de pasividad e indiferencia ante los mismos. De esta forma, ya no estaría imponiendo su dominación de una manera completamente totalitaria, sino que contaría con el consentimiento (y, en muchas ocasiones, el ferviente apoyo) de los dominados. En el fondo, se podría hablar de una especie de contrato por comunidad de intereses entre los dominadores y los dominados, que éstos, aunque de un modo semiinconsciente, habrían firmado muy gustosamente; algo muy parecido al viejo “pan y circo” del imperio romano, y que podría ser calificado de soborno en toda regla. En lugar de imposición, deberíamos hablar más bien de una elección que se podría calificar casi como de democrática. Esto hace que el actual orden social sea tan fuerte, pues, además de ser defendido por los tiranos, es amado por los esclavos. Sin duda alguna, se trata de la estrategia de dominación más eficaz para tiempos como los actuales, en los que el pancismo ha triunfado como ideología dominante.
¿Entiendes ahora la facilidad con la que el propio sistema pone al alcance de nuestras manos tanta y tan variada información que demuestra tan claramente su perversidad, y por qué a la gran mayoría le importa un bledo?
Las personas que te rodean tienen las mismas posibilidades que tú de conocer la verdad (que vivimos bajo un régimen absolutamente tiránico y criminal); es más, se podría decir que la conocen perfectamente, pero prefieren ignorarla. Aceptan las mentiras del poder, sabiendo que lo son, únicamente para tranquilizar su mala conciencia. Si no se rebelan no es por falta de pruebas, sencillamente, es porque entre sus prioridades no está la libertad (ni la suya propia, ni mucho menos la de sus semejantes), sino el disfrutar tanto como puedan de todo aquello que el poder les ofrece.
Reconocer el carácter esclavista y criminal de este sistema ya es mucho, pues expresa una voluntad de cambio, un primer paso necesario para poder abandonar este inhumano orden. Una persona que se niega a reconocer la evidente perversidad del sistema sólo puede ser dos cosas: un canalla, que se encuentra como pez en el agua, o, sencillamente, un cobarde. Esto te puede dar una ligera idea del tipo de individuos con los que te ves obligado a convivir diariamente.
Una situación así no sería posible si los seres humanos no hubiéramos alcanzado los niveles de degradación en los que nos encontramos inmersos en estos momentos. Esta degradación es el resultado de un largo y patológico proceso histórico de lucha por el poder que ha terminado por hacer que la humanidad no sepa vivir de otra manera que no sea sometiendo o sometiéndonos a nuestros semejantes, convirtiéndonos en una especie de bestias con apariencia humana. Dicho proceso terminará por degradar de tal modo al género humano, que éste no tardará mucho en dejar de ser útil para los fines buscados por los propios poderosos. Paradójicamente, esta decadencia civilizatoria podría ser una gran oportunidad para aquellos que encuentren una forma más lógica y sana de convivir.
Una de las explicaciones más claras y precisas de las causas que nos han llevado a la dramática situación en la que hoy nos hayamos la he encontrado en la obra de Félix Rodrigo Mora, quien, además, hace una propuesta muy coherente para superarla; algo tan sencillo como vivir como humanos (cooperando y amando), en lugar de como bestias (compitiendo y odiando).
Pincha aquí para ver una entrevista a Félix Rodrigo Mora
Probablemente, la mera toma de conciencia sobre la necesidad de superar el actual orden, y toda decisión, por pequeña que sea, que tomes en este sentido (abandonar el trabajo asalariado, no ver la tele o no usar internet), te distanciará tanto de la gran mayoría, que te hará creerte, por momentos, El último hombre sobre la tierra; pero, ¿es que te merece la pena tener algún tipo de relación con robots y zombis de apariencia humana, incapaces de sentir, de pensar y de amar verdaderamente? Unos seres que (no lo olvides) no descansarán hasta convertirte en uno de ellos. Además, piensa que si de todos modos, algún día, tenemos que morir (y sufrir) ¿no será mejor hacerlo sintiéndonos orgullosos de nosotros mismos que avergonzados por haber llevado una vida rastrera y miserable?
Yo, por mi parte, he decidido intentar distanciarme de internet todo cuanto pueda (espero conseguirlo por fin, de forma definitiva, en este nuevo intento), y os animo a todos los que leáis estas líneas a que también lo hagáis o, al menos, a que empecéis a reflexionar sobre la conveniencia de hacerlo algún día. En el fondo, internet no es más que un sutil medio de “fagocitación” sistémica, pues, a través de él, el sistema no sólo asimila a quienes creamos blogs, participamos en foros o, sencillamente, tenemos una cuenta de correo electrónico, sino que, una vez hemos sido asimilados, nosotros mismos contribuimos, con nuestra actividad, a asimilar a otros o a evitar que los ya asimilados puedan escaparse. Como ya he explicado más arriba, el sistema sabe de sobra (tal y como están las cosas hoy en día) que, por muy subversiva que pueda parecer la información que damos, ésta nunca le dañará; por eso, nuestro activismo cibernético sólo cumplirá una función: retroalimentar este perverso (y psicótico) nuevo mecanismo de control totalitario, destinado a consolidar un modelo social aún más esclavista y deshumanizado (la era tecnotrónica). Hace sólo unos pocos años, vivíamos perfectamente sin internet, y no éramos ni más tontos ni menos libres que ahora, al contrario. Salir de esta trampa será como viajar en el tiempo y, en cierto modo, como rejuvenecer.
Es probable que no podamos ganar esta batalla, pero, al menos, sí está en nuestras manos no rendirnos.
Mucho ánimo.
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