¿Sólo las matemáticas son reales en el universo?
Todo
lo que por naturaleza ha sido dispuesto en el universo con un método
sistemático parece haber sido determinado y ordenado como entero y como
parte por la preclaridad de la mente de aquel que creó todas las cosas;
ya que ese patrón estaba fijo como un esbozo preliminar, por el dominio
del número preexistente en la mente del Dios creador; número conceptual e
inmaterial en toda forma, y al mismo tiempo la verdadera y eterna
esencia, así que en referencia a él, como a un plan artístico, deben ser
creadas todas estas cosas, el tiempo, el movimiento, el cielo, las
estrellas y todas las revoluciones.
Nicómaco, Introducción a la aritmética
Una
de las más viejas discusiones filosóficas opone dos concepciones
básicas de la realidad: aquella que ve el universo como cambio perenne
(movimiento y flujo) y aquella que que piensa el universo como
permanencia e inmutabilidad (el Ser que es siempre y nunca dejará de
ser). Algunos filósofos, siguiendo la escuela de Parménides y en cierta
medida de Platón, consideran que lo real puede inferirse de manera
negativa: es sólo real aquello que no cambia, aquello que es siempre y
permanece más allá de toda la procesión (el espejismo) del devenir. Por
eso se puede decir, con Platón, que el tiempo es sólo una imagen en
movimiento o una proyección de la eternidad; lo real es la eternidad,
que está más allá de las vicisitudes temporales y de la corrupción de la
materia, por siempre íntegra. Y quizás lo que más se acerca, que
podemos concebir, a esa eternidad, a eso inmutable, inmóvil y
trascendente, por siempre ello mismo, de lo cual mundo temporal emerge,
son las matemáticas.
Algunos
científicos sugieren que las matemáticas constituyen una realidad más
fundemental que la carne y los huesos o incluso los átomos y los
procesos cognitivos que corren en el “hardware” de la materia. Max Tegmark,
por ejemplo, sugiere que sólo las matemáticas son verdaderamente reales
(o primordiales). Toda la aparatosidad –el tiempo mismo y nuestros
cuerpos en su devenir– que resulta a partir de este principio matemático
puede considerarse una ilusión o al menos un aspecto menor, sombra o
simulacro que se desvanece ante la luz abstracta de lo real
trascendente. Tegmark explica que Einstein nos enseñó que la realidad
pude pensarse como un “espacio de cuatro dimensiones llamado
tiempo-espacio que simplemente existe, sin cambiar, nunca creado, nunca
destruido”. Esta es una de las interpretaciones de la cosmología de
Einstein, donde las fuerzas que conocemos, como la gravedad, emergen o
son propiedades de la geometría del tiempo-espacio que es la realidad
esencial del universo.
Tegmark se
sirve, como tantos otros, de la famosa frase de Einstein: “La distinción
entre el pasado, el presente y el futuro es sólo una ilusión
persistente”. Frase que puede ser interpretada para significar que el
tiempo es una ilusión o que solamente todo el tiempo, la totalidad en su
conjunto es real. En este momento están, inexorablemente todos los
momentos: la relatividad del tiempo es una relación o una
interdependencia entre el presente y todos los instantes pasados y
futuros. “En el espacio-tiempo, el futuro es tan real como el pasado
–partes del tiempo-espacio que están presentes en tu futuro, más
adelante, estarán en tu pasado. Ya que el tiempo-espacio es estático e
inmutable, ninguna parte puede cambiar su estado de realidad, y todas
las partes deben de ser igualmente reales”.
¿Cómo
concebir este tiempo-espacio? Tegmark nos dice que la forma más
acertada es como una estructura matemática. “El tiempo-espacio es
puramente una estructura matemática en el sentido en el que no tiene
propiedades que no sean propiedades matemáticas, por ejemplo el número
4, su número de dimensiones. En mi libro Our Mathematical Universe,
argumento que no sólo el tiempo-espacio sino toda nuestra realidad
externa física es una estructura matemática, lo que por definición es
una entidad abstracta inmutable existiendo fuera del tiempo-espacio”.
Puede
parecernos poco poético pensarnos sólo como representaciones o
desdoblamientos transitorios de números y formas geométricas eternas.
Según Tegmark: “Podemos decir lo siguiente: Eres solamente un patrón de
tiempo-espacio. Un patrón matemático. Específicamente, eres una herbra
en el tiempo-espacio –de hecho una de las hebras más elaboradas jamás
conocidas”. Platón en el Timeo otorga un valor ontológico a
este mundo y sus objetos de un simulacro: “Y las figuras que entran y
salen son copias de aquellas que siempre existen, siendo estampadas por
éstas de una forma maravillosa y difícil de describir”.
Pero
hay también aquí algo grandioso, al contemplar en nosotros –si es que
suscribimos a esta visión pitagórica-platónica de la realidad– un orden
eterno, una insondable armonía preestablecida que se concretiza en la
formación de estrellas, en la simetría del cuerpo humano o de un copo de
nieve y que, ya sea en forma de una copia menos nítida, lleva una firma
divina. Como escribe Platón en el Timeo, más que átomos
estamos hechos de formas geométricas e incluso el alma es una fórmula
matemática. O como entendió Kepler, quien desarrolló su teoría de las
órbitas elípticas de los planetas bajo la firme creencia de que existía
una armonía celeste preestablecida: “La geometría es un coeterno reflejo
de la mente de Dios”, una frase a la que puede sumarse la famosa cita
platónica: “Dios geometriza”.
Esta
tesis se apoya en la enorme capacidad predictiva de las matemáticas, la
cual sugiere que éstas no son solamente construcciones o categorías
mentales que el hombre proyecta al mundo, sino que son leyes que existen
en el tejido del universo o que, en todo caso, la mente que concibe las
matemáticas contiene en sí misma las leyes del universo y por lo tanto
su pensamiento es un descubrimiento de la realidad. Vivimos en un
universo que puede ser descrito “elegantemente por las matemáticas… El
último triunfo en este sentido es el descubrimiento del bosón de Higgs,
que como el planeta Neptuno y la onda de radio, primero fue predicho con
un lápiz, usando ecuaciones matemáticas”. Este es el misterio que
también manifestó Einstein: “lo incomprensible del universo es que sea
comprensible”. El universo refleja una disposición a ser conocido, a
revelarse ante el espejo transparente de la inteligencia.
El
hecho de que podamos conocer esta sinfonía numérica, estas ecuaciones
eternas, estas Formas primordiales, que son según cierta rama de la
ciencia moderna la esencia de la realidad, sugiere que participamos
esencialmente en la totalidad del cosmos: no sólo las podemos conocer, las contenemos, puesto que existe una identidad entre lo que podemos conocer y lo que somos.
Las
mentes solamente científicas seguramente se contrariarán, pero me
parece que podemos encontrar una relevante relación entre la visión
moderna de la ciencia que concibe la realidad como una serie de patrones
matemáticos –a la manera de un código fuente que programa una
aplicación o un sitio web– de los cuales emerge el mundo de los
fenómenos, similar a las olas en la superficie del océano que son
impulsadas por corrientes profundas, y la antigua visión religiosa del
mundo como una manifestación de la Ley, el Logos, el dharma, o el Talmud.
Tradiciones místicas incluso señalan que más allá de los dioses en
jerarquía está la ley misma del universo, la constante eterna, el
arquetipo emanacionista. Dios, así, tal vez puede comprenderse como una
personificación o una representación de la voluntad y el orden que rigen
absolutamente la existencia, que son la existencia misma en su sentido
más puro y abstracto, la supraesencia de la cual se despliega el mundo
que experimentamos.
Twitter del autor: @alepholo
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