Estados Unidos negocia el regreso de los talibanes al gobierno de Afganistán
El presidente afgano Ashraf Ghani |
En
París el gobierno de Hollande negocia el futuro de Libia sin que ningún
libio esté presente. En Bruselas el gobierno de Obama hace lo propio,
pero con los propios talibanes. Lo ha llamado “Conferencia Afganistán 2016” y es continuación de negociaciones previas emprendidas en Berlín y anteriormente en Pakistán.
Que después de 13 años de brutal “guerra contra el terrorismo” y, en especial, contra los talibanes, Estados Unidos se siente a negociar con ellos, por encima del gobierno actual, resulta muy esclarecedor de un monumental fracaso. Por eso los medios de todo el mundo guardan un púdico silencio al respecto.
En Afganistán llegaron a desplegarse 140.000 soldados de la OTAN tras la invasión de 2003. Luego Bush gritó estúpidamente: “¡Misión cumplida!” y, como los hechos han puesto de manifiesto, ni había misión ni nunca cumplieron con nada. Obama había prometido sacar a sus tropas del país y después de iniciar el camino ha tenido que volver sobre sus pasos.
Ahora el plan de Washington es asociar al gobierno creado por ellos en Kabul a quienes más lo han combatido, para lo cual cuenta con Pakistán, celoso guardián de lo que unos y otros hablan en Bruselas.
Hay buenos motivos para ello. Aunque casi todas las fuentes coinciden en que la moderna historia de Afganistán, que es la historia de una guerra permanente, empezó en 1979 con la invasión soviética, el foco del problema siempre estuvo en Pakistán, un Estado que desde 1970 busca en el islam su identidad perdida y la exporta a su vecinos, empezando por la India.
En las conversaciones de paz con los talibanes no está Rusia, mientras que sí está presente Pakistán porque es donde empieza la guerra y donde debe acabar. Lo mismo que en Siria, en Afganistán nunca ha habido tampoco ninguna guerra “civil”. Los generales pakistaníes van y vienen entre Kabul e Islamabad en vuelos regulares con ofertas y propuestas metidas en los bolsillos del equipaje.
Los atentados, los coches bomba y los kamikazes son ya tan corrientes en Kabul que las agencias de prensa ni siquiera llevan la cuenta. El Presidente afgano, Ashraf Ghani, culpa de ellos a Pakistán, que ni se molesta en replicar.
Los atentados se suceden entre una conversación y otra, y las conversaciones tienen lugar entre un atentado y el siguiente. En Washington la mano invisible que mueve los hilos sólo se muestra como en Siria: si el guión así lo requiere.
Que después de 13 años de brutal “guerra contra el terrorismo” y, en especial, contra los talibanes, Estados Unidos se siente a negociar con ellos, por encima del gobierno actual, resulta muy esclarecedor de un monumental fracaso. Por eso los medios de todo el mundo guardan un púdico silencio al respecto.
En Afganistán llegaron a desplegarse 140.000 soldados de la OTAN tras la invasión de 2003. Luego Bush gritó estúpidamente: “¡Misión cumplida!” y, como los hechos han puesto de manifiesto, ni había misión ni nunca cumplieron con nada. Obama había prometido sacar a sus tropas del país y después de iniciar el camino ha tenido que volver sobre sus pasos.
Ahora el plan de Washington es asociar al gobierno creado por ellos en Kabul a quienes más lo han combatido, para lo cual cuenta con Pakistán, celoso guardián de lo que unos y otros hablan en Bruselas.
Hay buenos motivos para ello. Aunque casi todas las fuentes coinciden en que la moderna historia de Afganistán, que es la historia de una guerra permanente, empezó en 1979 con la invasión soviética, el foco del problema siempre estuvo en Pakistán, un Estado que desde 1970 busca en el islam su identidad perdida y la exporta a su vecinos, empezando por la India.
En las conversaciones de paz con los talibanes no está Rusia, mientras que sí está presente Pakistán porque es donde empieza la guerra y donde debe acabar. Lo mismo que en Siria, en Afganistán nunca ha habido tampoco ninguna guerra “civil”. Los generales pakistaníes van y vienen entre Kabul e Islamabad en vuelos regulares con ofertas y propuestas metidas en los bolsillos del equipaje.
Los atentados, los coches bomba y los kamikazes son ya tan corrientes en Kabul que las agencias de prensa ni siquiera llevan la cuenta. El Presidente afgano, Ashraf Ghani, culpa de ellos a Pakistán, que ni se molesta en replicar.
Los atentados se suceden entre una conversación y otra, y las conversaciones tienen lugar entre un atentado y el siguiente. En Washington la mano invisible que mueve los hilos sólo se muestra como en Siria: si el guión así lo requiere.
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