domingo, 16 de diciembre de 2012

Alejandro Solalinde: “Hay que cuestionar a la Iglesia...”


Alejandro Solalinde: “Hay que cuestionar a la Iglesia...”

Dominical •
En plena lucha a favor de los migrantes, el combativo religioso dice no poder estar en una estructura eclesial que va contra su conciencia: "La institución es mi padre, tiene la autoridad, pero no siempre tiene la razón".
• Conocí al padre Alejandro Solalinde el día de su cumpleaños, el 19 de marzo pasado. Parecía lejos el día en que el presidente Enrique Peña Nieto le entregaría el Premio Nacional de Derechos Humanos, este 10 de diciembre. Había llegado la noche anterior de Estados Unidos donde fue invitado a un programa de televisión para hablar sobre los migrantes. Pensé que el Padre iba a dormir hasta tarde y llegué al albergue como a las nueve y media de la mañana. El sol ya quemaba fuerte la tierra seca y polvorienta del istmo. Ixtepec es uno de esos pueblos de Oaxaca cuyas calles de tierra pierden el nombre a medida que se alejan del centro. Para llegar al albergue hay que seguir las vías del tren y preguntar a la gente. Todo el mundo lo conoce, pero no todos quieren contestar. El padre tiene sus enemigos. Hay muchos que lucran con los migrantes y no les gustan los reflectores de los medios, otros piensan que los migrantes son criminales y exigen que mejor se larguen de una vez junto con su protector.
El albergue parece una obra todavía en construcción, rodeado de un muro gris sin pintar y con diferentes edificios precarios de estilo ecléctico alrededor de un patio de tierra. Hay unas palapas techadas con palma, dos contenedores donde duermen los voluntarios y una capilla abierta con una enorme imagen de Cristo pintada de un rojo ya desvanecido en la única pared.
Los dormitorios en la entrada son lo más vistoso del conjunto. Uno para hombres y otro para mujeres, con literas de madera, elementales duchas e inodoros recién inaugurados gracias a la cooperación extranjera. En medio del patio está el comedor semiabierto, techado con láminas y limitado por un muro de un metro de altura. Allí encontré al sacerdote Solalinde aquella mañana de canícula anticipada, parado detrás de una mesa de plástico, buscando voluntarios para cortar piñas para el almuerzo. Se había levantado a las cinco de la mañana para recibir el tren que lleva esperanzas y tragedias, apodado La Bestia. Vestía pantalón y camisa blancos con una sencilla cruz de madera colgando al cuello en un cordel de cuero. “Antes vestía de azul, pero en la noche, los migrantes me confundían con un policía y se echaban a correr”, comenta sobre su albo look con una gran sonrisa.
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Igual que los migrantes, vive al ritmo caprichoso de la bocina del tren que no tiene horario fijo. Está cansado, pero contesta amablemente las preguntas en medio de sus tareas. Muestra la granja donde tiene dos "chanchos", varias gallinas y donde han plantado algunas verduras y legumbres para algún día depender menos de la caridad de los vecinos y los vendedores del mercado, quienes le regalan lo que no pudieron vender y está por marchitarse. "Nunca nos ha faltado comida, siempre alcanza de milagro", afirma el padre aferrado a su fe".
Su modesta habitación personal encima de la oficina está repleta de libros y papeles. No cabe ni siquiera una cama y el padre duerme en una hamaca tejida a mano. Tiene un pequeño escritorio con una computadora portátil. Hay poca ropa en un armario y muchas artesanías —todos regalos de sus fieles. Tal vez, él sea el mejor ejemplo de que se puede vivir de milagros. No tuvo nada cuando empezó, nada más que el visto bueno a regañadientes del entonces obispo de Tehuantepec, Felipe Padilla, y la decisión firme de hacer algo para los migrantes. Pero tiene un carisma especial, ese don de convicción de los líderes. Siempre consigue ayuda, hasta un testaferro para comprar el terreno cuando los vecinos no iban a venderle a él porque no querían un albergue de migrantes en sus narices. Solalinde es un hombre lleno de anécdotas. Como la del guatemalteco Carlos que alcanzó a cruzar la frontera de Estados Unidos y lo llamó porque quería regalar su primer salario al padre. Solalinde no quiso porque cree que los pobres lo necesitan para sus familias y los que tienen que donar son los ricos. Pero como Carlos se lo imploró llorando, aceptó finalmente cien dólares y con esa donación compró medicinas.
El padre Solalinde tiene dos celulares, pero no es fácil hablar con él. La señal de los teléfonos portátiles es mala, y a veces no escucha el timbre. Pero cuando está en línea contesta todas las preguntas con amabilidad y paciencia, aunque interrumpa a sus visitantes. Dice que no se enoja con los periodistas. Lo han tratado bien. Tal vez porque escasean los héroes en un país con mucha tragedia y pocas esperanzas.
A sus 67 años, ha visto mucho mundo. Conoce África, Europa, América. Platicó con la Madre Teresa, conoció a Cantinflas, vivió con indígenas, compartió con presos. Como estudiante de secundaria, se afilió la organización católica conservadora radical El Yunque. "Estaba luchando para mejorar México en nombre de Dios", dice, "pero no pude distinguir en ese momento qué era El Yunque hasta que entendí y les dije adiós". Le fascinaron los Carmelitas con quienes estudió hasta que su superior lo corrió por cuestionar la obediencia. Entonces se fue a vivir en vecindarios y terminó, por la libre, los estudios de teología. Se ordenó, trabajó en Toluca y creó una comuna mixta de laicos y sacerdotes hasta que también lo corrieron y terminó en Oaxaca, donde lo recibió un Obispado más tolerante
¿PORQUE DECIDIÓ TRABAJAR CON LOS MIGRANTES?
Los migrantes son Jesús, son sagrados para mí. Son de los cinco sectores más desatendidos por la pastoral junto con los presos, los enfermos de los hospitales, las familias que están en crisis tremendas y las escuelas. Los obispos quieren que haya libertad de culto para poder dar clases de religión en las escuelas. Pero ése no es el problema. No va a funcionar si uno les dice a los jóvenes que tienen que ir a misa con la amenaza de que no hacerlo es pecado. Uno tiene que convencer por el testimonio, mostrarles cómo a través de la solidaridad y del contacto con los más pobres se puede encontrar a Dios.
¿CÓMO HIZO PARA QUE SUS SUPERIORES LE DIERAN PERMISO DE MONTAR UN ALBERGUE SIN SER PÁRROCO NI SER DE UNA ORDEN RELIGIOSA?
Yo había sido párroco de la Santísima Trinidad, allá en Juchitán, en el Istmo de Tehuantepec, pero después pedí dos años para hacer una maestría en Guadalajara. Cuando regresé ya no quería ser párroco. No me gusta. Pedí que me dieran permiso para estar de tiempo completo con los migrantes. El obispo no quiso. Él me quería en una parroquia, dentro de una estructura jerárquica. Le dije que entonces mejor me mandara a Angola. Estaba dispuesto a pasar el resto de mi vida en África. Finalmente cedió; pero me preguntó de qué iba a vivir. Porque así se entiende la Iglesia, cambiando sacramentos por dinero, como una tiendita. Yo le dije que no se preocupara. Hay personas que piensan que no soy sacerdote porque no leo misa todos los días. ¡Pero si Jesucristo tampoco pasó su vida celebrando misa todos los días!
TRABAJAR CON LOS MIGRANTES SIGNIFICA ESTAR EXPUESTO A EXPERIENCIAS MUY DURAS TODO EL TIEMPO: VIOLENCIA, AMENAZAS, DOLOR. ¿CÓMO LOGRA LIDIAR
CON TODO ESO?

Es difícil, me golpea mucho lo que pasa. Soy una persona sensible, pero me ayuda mucho la fe. Me defino como un ojo conectado al corazón y la conciencia. Yo me doy cuenta de muchas cosas porque estoy con los migrantes, cosas que más arriba no se ven. Ellos me han enseñado mucho. Son personas sabias que pueden decir cosas maravillosas. Son un espejo que me va a decir a mí quién soy y cómo es la Iglesia, cómo es el gobierno, cómo es el sistema capitalista. El único que no tiene pecado es Dios, y deja caer su lluvia y hace salir el sol para todos. Esa es la perfección. Nosotros no somos jueces. Ofrecemos agua, descanso, comida, paz a todos. Solo ponemos como reglas que no traigan armas, que no vengan alcoholizados o se estén drogando. Si alguien no respeta y rompe la convivencia, con pena le decimos que tiene que salir.
TAMBIÉN HA RECIBIDO AMENAZAS PERSONALES. ¿NO TIENE MIEDO?
Yo no vivo con miedo. Tengo cuatro policías porque los tuve que aceptar, aunque sea una protección simbólica de cara a la comunidad internacional. Porque si no los acepto, el gobierno dice que el padre no quiere que lo protejan y si lo matan es problema de él. Ese gusto no les voy a dar. El Estado es responsable de mi seguridad y sé que si me matan, las órdenes vienen de arriba. Lo que ha sido más difícil de sobrellevar son las campañas difamatorias. Es duro cuando por megáfono anuncian "entérese de cómo el padre Alejandro defiende a los delincuentes" o cuando los incitan en la prensa a manifestarse para que se cierre el albergue.
¿CUÁL HA SIDO SU MAYOR LOGRO?
No tengo ninguno, el logro es de Dios. Lo más hermoso es mover las conciencias, y hacerlo logrando la participación de la gente. Estamos en un tiempo especial en el cuál las instituciones tienen que escuchar a la gente, también dentro de la Iglesia. Uno de los momentos más hermosos fue cuando me invitaron a la Cámara de Senadores el 24 de febrero del 2011 para votar la Ley de Migración. Yo les llevé una propuesta hecha por expertos en Derechos Humanos y abogados. Fui con tres asesoras para ver a 16 políticos en menos de una hora. Cuando llegó la hora de la votación en el pleno, todos los senadores, uno a uno, fueron retirando sus propuestas personales y se sumaron a nuestra propuesta. Y así como estaba redactada, la aprobaron todos por unanimidad.
¿RECIÉN HA ENTRADO EN VIGOR LA NUEVA LEY, HAY MEJORAS?
Sí las hay, pero falta mucho. Los legisladores hicieron su trabajo, pero el problema fue cuando la ley pasó al Ejecutivo (encabezado por Felipe Calderón) para hacer el reglamento y definir el presupuesto. El gobierno ha puesto muchos candados y ha retrasado todo porque quería quedar bien con la opinión pública y también con Estados Unidos. Washington no quiso esa ley porque no quieren a los migrantes en la puerta de su casa.
HAY VOCES CRÍTICAS, INCLUSO DENTRO DE LA IGLESIA, SOBRE SU PRESENCIA MEDIÁTICA. ¿USTED CREE QUE APARECER EN LOS MEDIOS FUE EL CAMINO CORRECTO?
No sé si fue el camino correcto. Me gusta la soledad y el silencio. En la noche necesito estar en silencio. No tengo televisión ni prendo el radio. Yo escogí mi camino en privado y de repente me pusieron los reflectores y las grabadoras encima. La gente que quiere ser famosa no sabe lo que dice. No es cómodo para mí. Pero he aprendido a no negar nada. Porque detrás de ustedes periodistas, hay miles de personas que van a oír y ver más claro. Yo no me dirijo al micrófono, sino a la persona que lo porta y comunica. La fama me ha costado también el alejamiento de muchos hermanos sacerdotes, eso es muy doloroso. Pero para mí, más importante que ser famoso o caer bien es cumplir mi misión. Yo sé que en cualquier momento me pueden matar, pero estoy convencido de que no es necesaria mi presencia. Alguien más va a hacer ese trabajo porque es obra de Dios.
¿CUÁL ES SU RETO MÁS GRANDE?
Como objetivo de la pastoral de los migrantes tenemos que seguir despertando conciencias. El otro reto más personal es que no sé qué va a pasar conmigo. No puedo estar en una estructura eclesial que va contra mi conciencia, una estructura con una pirámide de poder que no reconoce la igualdad, una estructura de la Edad Media que no favorece la comunión, que mantiene una distancia entre la gente más pobre y las altas jerarquías. Toda mi vida he luchado contra eso y temo que la Iglesia me ponga un ultimátum o que entre en la estructura o que me salga definitivamente. Pero tengo claro que no voy a traicionar a mi conciencia. Aunque me corran, quiero mucho a la Iglesia. Sé que la Iglesia es mi padre, tiene la autoridad, pero no siempre tiene la razón. Hay que hablarle, cuestionarla. Finalmente, mi referente es Jesús.
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Alejandro Solalinde Guerra nació en Texcoco, Estado de México, el 19 de marzo de 1965. Fue ordenado presbítero por monseñor Arturo Vélez, obispo de Toluca. Coordina la Pastoral de Movilidad Humana Pacífico Sur del Episcopado Mexicano y es director del albergue Hermanos en el Camino, que fundó en Ixtepec, Oaxaca, en febrero de 2007. Por su defensa de los derechos humanos ha recibido distinciones como la Medalla Emilio Krieger 2011, el Premio Paz y Democracia y el Premio José Pagés Llergo de Democracia y Derechos Humanos.

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