Plataforma Distrito Cero ha publicado algunos artículos de años anteriores para demostrar que el futuro del País ha sido predecible.
Artículo del 6 de Noviembre del 2011
La influencia del Neoliberalismo en el Sistema mexicano de partidos políticos
La
década de los ochenta, fue un punto de inflexión en la historia
política y económica de México, puesto que derivado de la crisis mundial
del capitalismo a inicios de dicha década, entró en vigor un modelo
económico capitalista de crecimiento, con alta preponderancia en la
política monetaria y control absoluto del Estado en las decisiones
macroeconómicas, lo que provocó su gradual desregularización y
desmantelamiento, cambiando la idea autoritaria proteccionista, por una
autoritaria liberal, tal como había pasado en la época del México
independiente.
Somuano
y Flamand (2010) explican a un autoritarismo político mexicano pero con
crecimiento económico. Con respecto a las elecciones, estas autoras
concluyen y en parte responde a la pregunta sobre el “para qué”
ajustarse estrictamente a este proceso electoral, independientemente del
requisito de armonía con el concepto de democracia representativa,
afirman que: “el papel singular de los procesos electorales en estos
regímenes, más que un mecanismo de transferencia del poder, los comicios
eran un medio de legitimación” (Somuano y Flamand, 2010: 237).
Entonces,
la incorporación del neoliberalismo exaltó aún más la idea del
autoritarismo liberal que continuaba con la defensa de las elecciones
con la finalidad de legitimarse públicamente. Este paradigma vino a
deconstruir al Estado mismo, rezagándolo a una función de vigilante de
los poderes económicos y fue la empresa y sus procesos de expansión, que
la acumulación de capital en el país, benefició a los dueños de los
medios de producción para no solo controlar las élites políticas, sino
también para la generación de monopolios que acaparan todo el ámbito
económico y político en el país.
La
idea de “la libre elección” se tomó como discurso político en la
incorporación de dicho modelo económico de crecimiento, basado también
en la implementación de la eficiencia, la descentralización, la
competitividad y apertura internacional, así como la neodemocratización
del sistema político.
En
1988, cuando fueron las elecciones para cambio presidencial en el país,
ocurrió un suceso sin precedentes: en primer lugar, fueron las
elecciones más reñidas de la historia de México y en segundo lugar,
ocurrió el fraude electoral también más grande de la historia, en donde
el representante del partido opositor Cuauhtémoc Cárdenas, virtualmente
ganó la presidencia, obteniendo resultados a favor en la elección, sin
embargo, la caída del sistema como alguna vez comentara Diego Fernández
de Ceballos, candidato a la presidencia de la República por el PAN en el
año de 1994: se cayó (calló) el sistema.
Derivado
de este suceso, se crea el Instituto Federal Electoral (IFE) que
sustituye a la Comisión Federal Electoral y se incentivó en 1989 una
nueva legislación en materia electoral con la conformación formal en
1990 del Código Federal de Instituciones y Procedimientos Electorales (COFIPE).
El IFE se convirtió en la institución reguladora de las elecciones y
los partidos políticos, iniciando también un proceso de ciudadanización
de los procesos electorales como parte de la nueva democracia. Así
mismo, se crea el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación
(TRIFE) que depende del Poder Judicial de la Federación (Suprema Corte
de Justicia) (González, 1990).
Continuando
con los párrafos anteriores, el experimento de la democracia
representativa aún no podía ejecutarse con éxito en un gobierno de un
solo partido, demostrando nuevamente se hegemonía para el
prevalecimiento en el poder, aunque años después, la competencia
electoral aumentaría.
Se
continuaba la lógica de la inmadurez del sistema de partidos políticos,
por ende, no se puede lograr un sistema de elecciones eficaz,
incluyente, justo y mucho menos democrático, a pesar que per se
el concepto de democracia representativa es bien sabido que no es lo
más correcto en materia de gobierno y participación ciudadana.
De
acuerdo a Sartori (1995), un sistema de partidos políticos parte de las
relaciones resultado de la competencia entre ellos; en México como se
ha mencionado, el nivel de competencia no había sido significativo,
hasta finales de los ochenta, en donde los movimientos de izquierda
demostraron tener una fuerza política muy importante. Sin embargo,
aunque un sistema de partidos se define por medio de las interacciones
entre ellos, el hecho de que exista competencia, no significa que se
llegue a la madurez del mismo, al contrario, estas interacciones se
convierten en una relación de sometimiento bajo la ley imperiosa del más
fuerte y para la instauración del partido oficial, que como veremos, la
política neoliberal ha superado el color partidista y constituido su
propio partido, sea cual sea la insignia.
En
la década de los noventa se dio un cambio importante en el sistema
político mexicano, puesto que se integraron un mayor número de partidos,
como lo es el Partido Verde Ecologista de México (PVEM), el Partido de
la Revolución Democrática (PRD), el Partido del Trabajo (PT), por lo que
el aumento de la competencia política se incrementó, aunado a la
incorporación de legisladores y gobernantes estatales[1] y municipales del PAN, fue contrarrestando y a su vez configurando los niveles de negociación y competencia política.
En
el sexenio de Carlos Salinas de Gortari (1988-1994), la idea de
modernizar a un México anacrónico y proteccionista, se discutió e
incorporó la nueva reforma del Estado, la cual de acuerdo a Aguilar
(1992) se proponían tres objetos: i) el desmantelamiento del Estado, ii)
la conversión del Estado propietario al Estado promotor, y iii) el
surgimiento del Estado solidario. Aunque pareciera que el Estado
solidario era un avance en materia de política social, no fue sino una
justificación para darle prioridad a la inversión extranjera y las
transferencias tecnológicas a costo de oportunidad de la reducción del
Gasto Público en materia social, aunque éste conforme la mayor parte del
Presupuesto de Egresos, no es suficiente para atender la imperante
demanda de servicios y derechos sociales de la población mexicana que la
mayoría vive en condiciones de pobreza y marginación (Méndez, 1994).
Como
parte del impulso de la Reforma del Estado, se deriva la Reforma
Electoral, en donde como se ha mencionado se crea el IFE, se procede en
acuerdos con el PAN para lograr una cláusula de gobernabilidad aunado de
la modernización del voto mediante la credencial de elector.
A
finales del sexenio, una serie de sucesos macropolíticos y económicos
marcarían el declive de la hegemonía de un partido, como lo fueron: los
asesinatos de políticos de altos mandos, la insurrección el Ejército
Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), la entrada en vigor del Tratado
de Libre Comercio con América del Norte (TLCAN) y la desestabilización
macroeconómica reflejada en una de las peores crisis de la historia de
México en donde la economía cayó en más de un 6%, la inflación alcanzó
cifras muy altas, el peso se devalúo, hubo fugas de capitales y al
inicio del sexenio de Zedillo (1994-2000) se recurrió al rescate
bancario mediante el Fondo Bancario de Protección al Ahorro (FOBAPROA).
Este
escenario, marcó la pauta para que los partidos políticos por adecuarse
al discurso de la democracia y la libre elección, cambiara la
estrategia para ganar las elecciones, por lo que modificaron la oferta
institucional a una población ya intolerante al modelo anacrónico de
imposición gubernamental, una sociedad que demandaba mayores derechos
sociales.
Cuándo
el PRI fue rebasado en las elecciones presidenciales del 2000 por el
PAN no precisamente se observa un avance en plano democrático del
sistema de partidos políticos. Fernández-Crhistlieb, apunta lo
siguiente:
La
derrota electoral del PRI y el relevo del PAN en la presidencia de la
República en el año 2000, contrariamente a lo esperado y deseado durante
gran parte del siglo XX, no se tradujo en un cambio de régimen político
ni favoreció un proceso de democratización del gobierno ni de la
sociedad. Más que un partido político, el PRI había sido una escuela
política, una escuela de formación de cuadros para la preservación del
sistema y en esa lógica, al ser desplazado del poder presidencial se
descubrió crudamente que desde hacía tiempo el PRI, efectivamente, había
hecho escuela entre legisladores, gobernantes, funcionarios públicos y
dirigentes partidistas de la oposición en general.
(Fernández-Crhistlieb, 2007: 7)
En
el año 2000 se produjo la tan deseada alternancia política y se
saldaron tanto el déficit democrático de la Revolución mexicana como la
incumplida promesa del sufragio efectivo. Diez años han transcurrido
desde que se dio ese cambio político trascendental y el disfraz de la
democracia continua, ahora ya no bajo la insignia de un partido, sino de
una escuela, la cual eleva a la política económica-monetaria como
ideología de Estado, es decir, no hay cambios de alternancia sea PAN o
PRI mientras impere el neoliberalismo en la acción pública (Medina-Peña,
2010).
Con
la implementación del neoliberalismo como modelo económico se ha
instaurado en la ideología política del Estado, reconfigurando las
dinámicas del actual sistema de partidos políticos en México, así como
el debilitamiento al mismo Estado con la restricción del Gasto Público,
por ende la merma de garantía de los derechos sociales. Se ha disfrazado
a la oligarquía empresarial y política con la insignia de la “nueva
democratización y liberalismo económico”, sirviéndose de la
mediatización de los medios de comunicación y de sus instituciones,
garantizando solamente la prevalencia y reproducción de los intereses
aristocráticos, en donde la transición democrática del país como
menciona Fernández-Christlieb, no es más que un autoritarismo renovado,
pero con un mayor grado de sutileza y demagogia que se apoya en el
consumo.
Ahora
las relaciones de partidos políticos, gobierno y sociedad, se dan desde
un esquema de mercado, marketing, persuasión, semiótica del poder en
los conscientes e inconscientes colectivos. Se ha instaurado un sistema
de partidos políticos mediatizantes y mediatizados por otros mecanismos
de intervención hegemónica, ahora ya no de un partido dictador, sino de
un modelo económico imperante, cuyos objetivos son la constitución de la
estabilidad macroeconómica en beneficios de unos cuantos y la guerra de
la información concierne a través de los medios de comunicación y la
vendimia de los votos como producto y los partidos como marcas.
Desde
el fraude del 2006, vuelve la discusión de la democracia representativa
truncada y la violación de los derechos electorales de la población,
volviendo a preguntarse el porqué y para qué conservan el sentido de la
elección si se regresa al sentido de la imposición.
Lo
que es claro, que más allá de la legitimación del poder público de la
ahora “escuela dominante” disfrazada de democracia o de algún partido
político que enarbole al neoliberalismo, se busca ahora la legalidad y
persuasión de la hegemonía, desde un marco jurídico y psicosociológico.
Actualmente,
el sistema de partidos políticos está en proceso de renovación,
derivado de la discusión de la Reforma del Estado impulsada por el PRI.
Un escenario de competencia interna de los partidos políticos por
nombrar a los candidatos de las próximas elecciones presidenciales,
generando cada vez más disgregación entre ellos mismos, como parte de la
contienda electoral desde una perspectiva de mercado y marketing. Cabe
mencionar, que se ha sustituido la injerencia del caudillismo por la del
crimen organizado en las élites de poder, creando mafias en los mismos
grupos de los partidos políticos. Y que el acercamiento oferta-demanda
continua con la garantía de los derechos sociales y la generación de un
ambiente laboral y competencia, pero continuando con problemáticas
estructurales de antaño: el subdesarrollo, desigualdad en la
distribución del ingreso, pobreza, corrupción, impunidad…la lista es
larga.
Referencias
1. Aguilar, L. 1992. Las reformas mexicanas: hechos y agenda. En, Levine, el desafío neliberal. Norma: Colombia.
2. Escamilla, A. 2010. Presidencialismo y elecciones en México. En el cotidiano, vol 25 (160), Marzo-Abril. UAM: México. En línea: http://redalyc.uaemex.mx/pdf/325/32512766007.pdf
3. Fernández-Christlieb,
P. 2006. Crisis de la Democracia Electoral. En González Casanova, P.
(coord.), Los conceptos fundamentales de nuestro tiempo. Instituto de
Investigaciones sociales de la UNAM: México.
4. Fernández-Christlieb. 2007. De la transición democrática a un autoritarismo renovado. UNAM: México.
5. González-Gómez, F. 1990. Historia de México: Del Porfirismo al Neoliberalismo. Quinto Sol: México.
6. Medina-Peña, L. 2010. El maderismo: la oportunidad perdida. FCE: México.
7. Méndez,
J. 1994. La Reforma del Estado en México: alcances y límites. En,
Gestión y política pública vol 3(1). México. En línea: http://www.gestionypoliticapublica.cide.edu/num_anteriores/Vol.III_No.I_1ersem/MJL_Vol.III_No.I_1sem.pdf
8. Sartori,
G. 1995. Teoría de la democracia. El debate contemporáneo. ¿Puede la
democracia ser cualquier cosa? Alianza Universidad: España.
9. Singer, M. 2010. Partido Dominante y domesticación de la oposición 1951-1963. FCE: México.
10. Somuano,
F. & Flamand, L. 2010. De las regiones al centro. La influencia del
factor local en las reformas electorales federales. FCE: México.
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