lunes, 6 de febrero de 2017

NUMANCIA, MITO HISPÁNICO Y UNIVERSAL

NUMANCIA, MITO HISPÁNICO Y UNIVERSAL


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Numancia, de Alejo Vera y Estaca (1834-1923)

NUMANCIA, EL PODER REALIZADOR DEL MITO

Manuel Fernández Espinosa


"Vivir los mitos implica, pues, una experiencia verdaderamente religiosa, puesto que se distingue de la experiencia ordinaria, de la vida cotidiana. La religiosidad de esta experiencia se debe al hecho de que se reactualizan acontecimientos fabulosos, exaltantes, significativos."
Mircea Eliade, "Mito y realidad".


Rusia, otoño de 1941, el ejército del III Reich que ha invadido la URSS pone sitio a Leningrado. Cercada San Petersburgo por las tropas alemanas, dos intelectuales soviéticos -el poeta Nicolás Tíjonov y el entonces joven periodista Zacarías I. Plavskin- planean poner sobre las tablas del Teatro Gorki la obra "La Numancia", adaptación de la tragedia cervantina hecha por Rafael Alberti unos años antes, en plena Guerra Civil Española. Plavskin había combatido en España y cuenta que el único libro con el que salió de nuestra nación era la versión dramatúrgica de "La Numancia". Plavskin escribe: "...la tragedia cervantina fue interpretada no sólo como una obra nacional y patriótica, que canta una de las hazañas más notables del pueblo, sino también como un himno a la libertad humana en general". Por muchas circunstancias, la representación del Teatro Gorki no pudo llevarse a cabo, pero consta la ilusión que los soviéticos pusieron en mostrar al pueblo lo que, sin ninguna duda, es uno de nuestros mitos más universales: el de Numancia o la defensa extrema, la de quienes acorralados, cercados por un ejército más fuerte, estrechados por el hambre y las fatigas sin cuento, no ceden y con su inmolación terminan estampando en sangre una de las páginas más gloriosas de la historia universal.

Lo cantó el poeta Bernardo López en su Oda al dos de Mayo:


Siempre en lucha desigual
cantan tu invicta arrogancia,
Sagunto, Cádiz, Numancia,
Zaragoza y San Marcial.
En tu suelo virginal
no arraigan extraños fueros;
porque, indómitos y fieros,
saben hacer sus vasallos
frenos para sus caballos
con los cetros extranjeros.
La anécdota que narra Plavskin da cuenta de esa universalidad de nuestra Numancia, pero alemanes como Goethe, como August Wilhelm Schlegel o como el filósofo Arthur Schopenhauer habían reparado en Numancia. Aquí no me interesa tanto los hechos históricos de la defensa numantina, sino su proyección a lo largo de la literatura, sobre todo española, que ha convertido la gesta de Numancia en un Mito movilizador.
Las fuentes historiográficas romanas pasan por Apiano y Polibio, Valerio Máximo y Floro. La retomó Orosio, se repite en Lucas de Tuy, en Alfonso X el Sabio y en nuestro Ambrosio de Morales, también el jesuita Antonio Navarro (aproximadamente por el año 1570) escribió una historia de Numancia. Se plasma en literatura ya en el "Romance de como Cipión destruyó a Numancia" (siglo XV, publicado por Timoneda), Gabriel Lobo Laso de la Vega escribe otro poema sobre el tema. Pero será Miguel de Cervantes quien convierta a Numancia en mito nacional del orgullo que prefiere morir que rendirse, para vivir como esclavos. Ciertamente Cervantes no logró mucho éxito con esta obra dramática, pues triunfaba el teatro de Lope de Vega; pero la Numancia de Cervantes seguía la línea que había marcado previamente Juan de la Cueva, la que marcaba buscar en la historia de España la materia prima para convertirla en obra dramatúrgica que educara al pueblo español, desde el zapatero hasta el marqués, en la grandeza de un destino imperial. No huelga decir que en la España del siglo XVI-XVII, el teatro era en España el medio de comunicación social más importante de todos. Numancia es el héroe colectivo, "Fuenteovejuna" de Lope de Vega podría ser otro héroe colectivo, pero no se le puede regatear a Numancia la aureola que desprende lo originario, lo autóctono, lo más puro y ancestral. 
En el XVII el tema de Numancia parece que se eclipsa, aunque no obstante a Francisco de Rojas Zorrilla se le atribuyen "Numancia cercada" y "Numancia destruída" y Francisco de Mosquera escribe un "La Numancia". Todavía en los albores del XVIII encontramos que resuena Numancia en el "Cerco y ruina de Numancia" de Juan José López de Sedano como también en la obra neoclásica que a finales del XVIII fue tan popular en España, la "Numancia" del gaditano Ignacio López de Ayala. En la primera mitad del siglo XX, en el fragor de nuestra guerra civil, Rafael Alberti tiene la ocurrencia de realizar una adaptación del tema, la que Tíjonov y Plavskin quisieron estrenar en el Leningrado sitiado. Lo que sí parece es que si en Leningrado no pudo ponerse sobre las tablas, posiblemente en un escenario bélico, como es el del sitio de Zaragoza de 1808, pudo representarse por órdenes de Palafox una "Numancia", muy probablemente la de López de Ayala, para alentar al pueblo defensor. En el siglo XIX también Alejo Vera pintaría su Numancia, llevando el Mito a la pintura.
Pero si en la literatura y, especialmente en la dramaturgia, el tema de Numancia es perenne, el impacto del Mito de Numancia en la historia fáctica no es menos. El romanticismo recogerá en su ebriedad exaltada los númenes de Numancia, convirtiéndola de la mano del poeta José de Espronceda y del dramaturgo Ventura de la Vega en una sociedad secreta y revolucionaria, la que se juramenta para vengar el ahorcamiento de Rafael del Riego, son unos jovenzuelos de 15 años y se hacen llamar los "Numantinos", con la edad que tenían sus fundadores no podemos suponer que la sociedad secreta de los "Numantinos" fuese muy lejos en sus acciones, pero ello no deja de ser una muestra de la fascinación que ejerce el Mito de Numancia. Defensa numantina, resistencia numantina formarán parte del lenguaje bélico, a veces empleado metafóricamente, pero otra describiendo situaciones que realmente fueron así: como la resistencia que efectuaron en la primavera de 1840 los carlistas atrincherados en el Castillo de Alcalá de la Selva (Teruel), que cuando se le acabaron las municiones, continuaron defendiendo la posición con granadas y luego a pedradas, causando considerables bajas a un ejército bien pertrechado que dirigía el General O'Donnell. El heroísmo carlista encontraría a unos resistentes numantinos en los defensores de los dos Sitios de Bilbao, el de 1835 y el de 1874 que soportaron los embates carlistas, el último Sitio de Bilbao de 1874 tuvo la fortuna de constituir tema de la gran novela unamuniana "Paz en la guerra". En Filipinas, tenemos a los numantinos de Baler y ahí están las defensas del Alcázar de Toledo y el Santuario de la Virgen de la Cabeza en la Guerra Civil de 1936-1939. Y por el lado republicano, Madrid quiso emular a Numancia en su irreductibilidad con aquellos eslóganes del "No pasarán"; que Rafael Alberti readaptara la "Numancia" de Cervantes era previsible.
Es una constante hispánica que está latente siempre y que supera las banderías: contra el extranjero invasor hemos invocado "Numancia" contra Napoleón Bonaparte; contra el hermano, Abel o Caín, hemos clamado "Numancia" y daba igual la bandería: liberales exaltados se autonombraban "Numantinos", carlistas resistían numantinamente. En los oídos de rudos y rurales quintos llevados de su terruño peninsular a defender la bandera española en Filipinas, resonaba "Numancia"; Alberti en Madrid gritaba "Numancia" contra los fascistas; guardias civiles bajo el mando del Capitán Cortés mantenían sin rendir el Santuario contra los rojos. Donde hay un español de verdad, independientemente de su partido o ideología, hay una Numancia latente y en potencia. 
 
Siempre que un español, a lo largo de los siglos, ha pronunciado Numancia lo que ha hecho es invocar una situación que, aunque sucedió históricamente, adquiere en nuestro imaginario social la proporción de fabulosa, innegablemente significativa, que tiene la capacidad de exaltar y que, consciente o inconscientemente, reactualiza ese "in illo tempore" que no es pasado, sino presente activo y actuante. Si Numancia no es, en el sentido exactamente eliadiano, un mito, no sabría yo de otro episodio que lo fuese. 
De Numancia cantó Juan Eduardo Cirlot:
"por la misma grandeza de tu nombre
inextinguiblemente herido." 

Si hubiéramos de buscar algo que nos una, en vez de machacar y machacar con lo que nos desune, su nombre es NUMANCIA.

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